viernes, 31 de mayo de 2013

TOLEDO. Baño de la Cava



Pareciéndoles a nuestros cronistas
que era necesario dar causas y razones
de cómo se pudo perder España en tan poco tiempo,
siendo un reino tan grande, fuerte y poderoso,
y de gente tan belicosa;
y que no sólo le pudieron ganar los moros,
mas poblarle y sostenerle por tantos centenares de años,
escriben que la causa de ello fue
la fuerza que el rey Don Rodrigo hizo
a una hija del conde Don Julián, que era gran señor de España.
Y que, además de esto, el rey Witiza, su antecesor,
pensando conservarse en su estado,
hizo derribar los muros de las ciudades y villas de España
y mandó deshacer las armas y hacer de ellas rejas y azadas;
y que envió a vender fuera del reino
todos los caballos que había en él;
siendo todas estas cosas tan contrarias a la razón.


Y la forma como se vino esto después a cumplir
fue que dos hijos del rey Witiza, llamados Sisebuto y Eban,
viéndose echados del reino que había sido de su padre,
que de hecho era suyo,
se juntaron con el dicho conde Don Julián
y con el arzobispo Don Opas,
y con otros parientes y amigos suyos,
los cuales se aliaron contra el rey Don Rodrigo,
acordando pedir ayuda para ir contra él a los moros,
que eran ya señores de toda África y de otras muchas partes.
Con el cual acuerdo pasaron los moros a España
y la sometieron toda,
como nuestros cronistas lo escriben.


Era Don Rodrigo hombre esforzado
y diestro en la guerra y en los negocios,
mas no menos destacado en los vicios,
así en la crueldad como en la destemplanza
y en el mal vivir y dañadas costumbres.


El rey Don Rodrigo desterró de España con gran vileza y deshonra
a los dos hijos del rey Witiza,
no contento con haberlos despojado del reino de su padre.
Y además de esto, hizo fuerza a una hija del conde Don Julián,
que el dicho Don Rodrigo tenía en su palacio por dama,
que se llamaba Florinda, a la cual los árabes llamaron la Cava,
por nombre infame, que quiere decir mala mujer.
Los pormenores de la fuerza por el rey Don Rodrigo hecha a la Cava
son tratados de muy diversas maneras,
según las crónicas en las que se recoge tan cruel episodio.


En la crónica de Fatho-l-Andaluci
se dice que existía en España en aquellos tiempos,
entre las personas ricas e ilustres,
la costumbre de llevar a sus hijas al alcázar del gran rey,
donde recibían una buena educación con las hijas del monarca,
enseñándoles lo que aprendían éstas de conocimientos y labores;
luego, elegía el rey entre los hijos de sus nobles
los que con ellas habían de desposarse
y las equipaba para la boda.
El dicho Don Julián envió a Toledo a su hija
y estaba ésta en el palacio de Rodrigo,
al que visitaba una vez al año, por agosto,
llevándole presentes, objetos preciosos y delicados, y aves de presa.


Era su hija de las mujeres más hermosas,
y sobre ella cayó la mirada de Rodrigo.
Hallándose éste un día completamente embriagado,
tuvo comercio carnal con ella y la deshonró.
Cuando estuvo sereno, le contaron lo sucedido y se arrepintió,
y mandó que se ocultase
y que se impidiese a la joven hija de Don Julián
hablar a solas con nadie, para que no lo contase
o escribiese una carta a su padre
con que se informase éste del asunto.
No pudiendo la joven hablar a solas con nadie para contarlo
o escribir una carta a su padre,
le envió un regalo de objetos preciosos y raros,
y entre ellos un huevo corrompido.
Llegó el regalo a su padre, que vio el huevo con extrañeza;
y considerando el asunto, con su inteligencia comprendió
que su hija había sido corrompida.
Fue a ver al rey en tiempo distinto del acostumbrado;
esto es, en el mes de enero.
Y le preguntó Rodrigo: “¿Qué te trae en este invierno cruel?”
A lo que contestó: “Vengo en busca de mi hija,
porque su madre está enferma y a punto de morir,
y me ha dicho: «No puedo pasar sin ver a mi hija
y recrearme con ella antes de morir».
Rodrigo le dijo: “¿Tienes algún ave?”
A lo que contestó: “En efecto, cuido para ti aves
que no hay semejante a ellas y pronto te las traeré, si Dios quiere”.
Referíase con esto a los árabes.


Tomó a su hija y marchó sin demora a África, en busca de Muza,
al que contó la historia de su hija y le despertó la codicia de España,
ponderándole lo fácil de su conquista
y la abundancia de sus riquezas y su fertilidad.


A propósito de cómo llegó al Conde Don Julián
la triste nueva de la vileza que el rey Don Rodrigo hizo en Florinda
hay muy diversas opiniones.


Trae en su Historia el padre Juan de Mariana una carta,
admitiendo que la injuriada Cava logró escribirla
y hacerla llegar a manos de su desconsolado padre.
En aquella carta, entre otras cosas, decía lo siguiente:
“Ojalá, padre y señor, ojalá la tierra se me abriera
antes que me viera puesta en condición de escribiros estos renglones
y, con tan triste nueva,
poneros en ocasión de un dolor y quebranto perpetuo.
Con cuántas lágrimas escribo esto,
estas manchas y borrones lo declaran...
¿Qué salida tendrán nuestros males?
¿Quién, sino vos pondrá reparo a nuestra cuita?
¡Oh triste y miserable suerte!
En una palabra; vuestra hija, vuestra sangre, por el rey Don Rodrigo,
al que estaba encomendada, como la oveja al lobo
con una maldad increíble ha sido afrentada.
Vos, si sois varonil, haréis
que el gusto que tomó de nuestro daño se vuelva en ponzoña
y no pase sin castigo la burla que hizo
a nuestro linaje y a nuestra casa”.


Cierto cronista de nombre no conocido
relató los pormenores de la historia del rey Rodrigo y la Cava
con mucho lujo de detalles.
Este anónimo escritor, con toda probabilidad toledano de nación,
comienza su crónica recreándose en pintar
los deleitosos vergeles que había hecho el rey Rodrigo
en lugar cercano a su alcázar.
Frutales muy variados y selectos, cipreses, arrayanes y laureles
daban sombra y perfume a la huerta,
en cuyo centro estaba una alberca muy grande,
llena todo el día de agua del Tajo, por medio de canales.
Dice el cronista que mandó allí poner
una muy gran multitud de pavones,
y tantos y tan hermosos eran, y tanto entre sí multiplicaban,
que hubo aquella huerta de tomar de aquella parte el nombre
y llamábase el corral de los pavones.


E muchas doncellas –prosigue–,
hijas de muy altos hombres que con la reina estaban,
cada que algunas horas se habían ganas de bañar en aquella alberca,
dejaban al rey y a la reina durmiendo
e íbanse a recrearse allí aquellas a quien placía de aquel deporte.
Y fue así que, dejando estas doncellas
al rey y a la reina durmiendo una siesta,
apartáronse dos doncellas de las otras,
una a la que decían la Cava, hija del conde Don Julián,
y la otra doncella que la acompañaba;
y fuéronse ambas a la alberca de la huerta,
y desnudáronse como nacieron y metiéronse en el agua.
Y tanto tiempo se estuvieron por allí divirtiéndose,
hasta que el rey despertó e dejó durmiendo a la reina,
así como otras veces hacía,
y comenzóse a pasear por las galerías y corredores de su alcázar.
Y andando así, llegó a una ventana descuidadamente,
donde vio estar las doncellas en el modo antes dicho.
Y como aquella doncella Cava, hija del conde Don Julián,
era de muy gracioso cuerpo, alba como la nieve,
fue de súbito el rey de ella enamorado
en tanto grado que quería morir por ella.
Y como los sus amores no podía conseguir,
procuró en muy grande secreto cómo con ella durmiese.
Y fue así que plogó a Dios que la doncella fuese preñada del rey.


Era entonces Don Julián gobernador de Ceuta
y capitán de las fronteras de África,
adonde a la sazón estaba cuando mancilló Don Rodrigo a Florinda.
Los hijos de Witiza se embarcaron para África
y se aliaron con el conde Don Julián,
y concertaron para vengar sus injurias
de llamar y convocar a los moros, que viniesen contra España.
El conde Don Julián aceptó de buena gana el acuerdo,
queriendo vengar su particular injuria;
y así, se fue para África
y concertó con Muza, gobernador de aquellas tierras,
de entregarle todo el imperio de España
si le daba bastante ejército, con todo lo necesario para la guerra.
Y el gobernador Muza,
habiendo probado la fidelidad del conde Don Julián,
envió doce mil hombres de nación moros
con un capitán llamado Tarik, que era tuerto;
el cual, pasó discretamente a Gibraltar y Tarifa
en navíos de mercaderes.
Ya en España, Tarik y los suyos
destruyeron muchos pueblos y ciudades,
robando y devastando toda la tierra que pisaban.
Sabido esto por el rey Don Rodrigo,
envió contra ellos un primo hermano suyo, llamado Íñigo;
y, llevando gente poco práctica y ejercitada en la guerra,
dicen que fue vencido del capitán Tarik,
quedando los moros y el conde Don Julián y sus parciales
más soberbios que antes.
Cuando las gentes africanas supieron la victoria del capitán Tarik,
crecióles tanta codicia de las riquezas de España;
comenzaron a pasar muchedumbre de moros,
como a tierra tan excelente y rica y cercana a la suya.
El rey Don Rodrigo, a la vista de cuanto pasaba,
juntó las más gentes que pudo y fue de seguido contra los enemigos,
y entró en batalla cerca de la ciudad de Jerez,
en la ribera del río Guadalete,
donde pelearon ocho días continuos sin poderse conocer la victoria.
Y en el último día, que fue el once de septiembre,
pelearon fortísima e inhumanamente,
por lo cual el rey Don Rodrigo, descendiendo de su carro de marfil,
donde estaba con su corona de oro y vestidos reales,
conforme a la dignidad y uso de los reyes godos,
subió en un caballo llamado Orelia, por animar a los suyos,
que conocía no podían resistir al ímpetu de la multitud de los moros.
Los cuales, cargando con furia y vocería sobre los godos,
gente cansada y no acostumbrada a batallas,
alcanzaron la victoria.


En esta infeliz batalla pereció
la potencia de los reyes godos de España,
que en los tiempos antiguos había sido tan famosa
y celebrada en el mundo.
Toda España vino en poder de los moros,
excepto las Asturias y Cantabria.


Del rey Don Rodrigo qué se haya hecho no se sabe;
unos dicen haber muerto en la batalla, otros lo niegan.
Algunos escriben que se halló
su caballo y las insignias reales en un muladar,
mas el cuerpo nunca más apareció.


Cuentan algunos narradores de leyendas
a propósito de esta oscura historia de Don Rodrigo y la Cava
que, tiempo después de ganada Toledo por los musulmanes,
los habitantes de la ciudad andaban atemorizados,
pues todas las noches comentaban con terror
la aparición de una mujer loca y desmelenada
que, dando gritos y entre carcajadas,
recorría con extraviados pasos
las orillas del río cerca del puente romano,
al tiempo que escudriñaba las aguas del Tajo
murmurando palabras extrañas,
que inundaban de miedo y tristeza a cuantos la veían y oían.
¿Era un ser humano? ¿Era un fantasma?
¿Tenía cuerpo real,
o era imaginaria la forma con que se presentaba a los mortales?
Nadie logró dar respuesta a tan extrañas apariciones.
Mucho tiempo pasó así;
mucho tiempo fue objeto de conversaciones
mantenidas en voz baja y al oído,
y de las más aventuradas hipótesis.
Un día desapareció y nadie volvió a verla.


Pero, desde entonces, ocurrió una cosa muy extraña:
todas las noches,
apenas el sol hundía en el horizonte su disco de diamante
y las nubes encapotaban el cielo,
en esos momentos de calma que preceden a la tempestad,
veíase, en pie sobre el torreón que hoy se conserva
de los baños de la Cava,
una figura descarnada y seca, con el cabello suelto al aire,
volviendo a todas partes la triste mirada de sus ojos,
sin expresión y sin vida;
de repente, elevaba la vista hacia el palacio
que fue residencia de Don Rodrigo;
el viento, que rugía, modulaba un grito prolongado;
y, al espirar, otra sombra, la sombra de un caballero armado
surgía también sobre el viejo palacio real.
Y los dos fantasmas se miraban,
clavaban uno en otro sus pupilas sin luz,
y entonces la claridad de la luna desaparecía por completo
y las tinieblas más espesas reinaban sobre la ciudad amedrentada.
En aquellas horas nadie se atrevía a salir a la calle,
por miedo a encontrarse entre las sombras de la noche
con aquellas fantasmales figuras
que vagaban por las tenebrosas riberas del Tajo.
Algunos atemorizados toledanos,
para buscar remedio a tantos males,
acudieron a un viejo ermitaño,
a quien relataron los extraños sucesos
que tan poderosamente llamaban su atención,
pidiéndole que implorara del cielo la gracia
de que aquellas sombras volvieran a dormir
sosegadas en su sepulcro.
Púsose en oración el anciano
y, cuando a la noche acarició el sueño sus pupilas,
apareciósele una figura, semejante a la que pintaban los toledanos,
y esta figura abrió los labios para hablar y le dijo:


— Yo soy Florinda la maldita, Florinda la Cava,
la hija impura del conde Don Julián.
Cuando supe que España era, por mi desgracia,
esclava de los hijos de Mahoma,
una voz se alzó en lo más profundo de mi alma,
mandándome venir en busca de mi honor perdido
en las revueltas aguas del Tajo.
Y así lo hice; y, evocada por mi llanto,
el alma de Don Rodrigo baja también a llorar su culpa
a las rotas almenas de su palacio.
Ve allí; bendice en nombre del Omnipotente
aquellos lugares malditos,
y mi alma no volverá a aparecer en ellos.
Y la sombra desapareció, perdiéndose en el espacio.
Despertó sobresaltado el ermitaño,
y aquella noche, seguido de muchos toledanos
que portaban teas encendidas,
trasladóse a los baños de la Cava, aguas abajo del puente romano,
llevando entre sus manos una tosca cruz de madera.
Apenas llegó el anciano monje a las proximidades del torreón,
de su interior salió el cuerpo corrupto de la hermosa Florinda
y fue a sumergirse en el río, con admiración de todos.


El ermitaño bendijo aquellos parajes en nombre de Dios
y, postrándose de rodillas,
rezó por las extraviadas almas de Don Rodrigo y la Cava,
que jamás volvieron a aparecerse,
para descanso de los atribulados ciudadanos de Toledo.


PEDRO DE ALCOCER.
Historia de la Imperial Ciudad de Toledo
Libro Primero. Capítulo XLII

FRANCISCO DE PISA.
Descripción de la Imperial Ciudad de Toledo
Libro Segundo. Capítulo XXXII

JUAN DE MARIANA.
Historia General de España
Segunda Parte. Libro IV. Capítulo VII

JUAN MENÉNDEZ PIDAL.
El último rey Godo

EUGENIO DE OLAVARRÍA.
Tradiciones de Toledo

jueves, 30 de mayo de 2013

TOLEDO. Iglesia de San Román




A mediados del siglo VI
los visigodos establecieron su capital en Toledo,
y en ella se mantuvieron
hasta la invasión de los musulmanes en el año 711.


El reino hispano-visigodo se prolongó durante siglo y medio,
a lo largo del cual se sucedieron en el trono 33 reyes,
muchos de los cuales murieron de forma violenta
a manos de facciones rivales.


Los visigodos estuvieron en España durante más de dos siglos,
pero es muy poco lo que se conserva de ellos,
destruida casi la totalidad de sus edificaciones por los árabes.


En 1085 Alfonso VI el Bravo sitió y tomó Toledo.
Tras esta importante victoria,
el monarca adoptó los títulos de “victoriosissimo rege in Toleto”
y de “imperator totius Hispaniae”.
Se presentaba así como heredero
de los derechos dinásticos del reino visigodo,
que siempre reivindicaron los reyes de León.


***


La iglesia de San Román (Sancto Romano) se encuentra
en la plaza del mismo nombre,
en el punto más elevado del casco toledano.


Quizás los primeros pobladores utilizaran el enclave
como puesto militar.


La iglesia se construyó en el siglo XII
en el lugar donde antes hubo una mezquita
y antes una basílica visigótica
y antes un templo romano.


De la iglesia visigoda quedan algunos capiteles
sobre los que se alzaron los arcos califales.


En San Román se coronó a Alfonso VIII en 1166.
En esa época el clero de San Román
era el más numeroso de todas las parroquias.
Fue consagrada oficialmente en 1221
por el arzobispo Rodrigo Ximénez de Rada.


***


San Román fue construida en estilo mozárabe-mudéjar.


La torre está asentada sobre el antiguo alminar.
Fue exenta hasta el siglo XVI.
Tiene escaleras de madera en el último tramo,
lo que permitiría cortarlas en caso de necesidad defensiva.


En la nave de la epístola hay una pequeña puerta, hoy cegada,
que daría acceso al claustro,
después integrado en el adosado convento de San Pedro Mártir,
de construcción posterior,
y al que pertenece la portada que da a la plaza.


En la iglesia abundan los enterramientos y epitafios
de personas importantes.
La primera inhumación data de 1245;
con el tiempo el subsuelo del templo
se convirtió en un gran cementerio.
En la cripta hay centenares de momias, que fueron descubiertas
durante las obras de restauración de los años 60 del siglo XX.


En las naves, finas ventanas lobuladas con celosías
tamizan y endulzan la luz.


Hermosas arquerías de herradura de estilo califal
apoyan sobre columnas visigodas y romanas.


Frescos del siglo XIII cubren paredes y arcos.
Son las pinturas románicas conservadas más al Sur de Occidente.


***


Son pinturas con fuertes influencias orientales,
bizantinas en su colorido y diseño
y musulmanas en su inspiración.


Se aúnan en ellas los temas cristianos
con motivos geométricos y vegetales
propios de la decoración islámica;
hay inscripciones en latín y en árabe cúfico,
como reflejando una simbiosis
entre los ritos litúrgicos mozárabe y romano.


Las pinturas que enmarcan las estructuras arquitectónicas
son de clara procedencia árabe.
Hay dibujos califales en las dovelas de los arcos,
triángulos y cintas anudadas de época almohade y taifa.
En torno a los vanos, roleos con palmas y pájaros.


La parte superior de la nave central está recorrida
por un festón a modo de cimacio
con una inscripción en latín: el psalmo CIII de la Biblia Vulgata:
"...QVI PONIS... CENSUM...
QVI ANBVL... SVPER : VENTO...
FACIS ANGEL... S : SPIRI... ET MIN...".
("...QUI PONIS NUBEM ASCENSUM TUUM
QUI AMBULAS SUPER PINNAS VENTORUM
QUI FACIS ANGELOS TUOS
SPIRITUS ET MINISTROS...":
...LAS NUBES TE SIRVEN DE CARRUAJE
Y AVANZAS EN ALAS DEL VIENTO.
USAS COMO MENSAJEROS A LOS VIENTOS,
Y A LOS RELÁMPAGOS COMO MINISTROS...)


Los trazos islámicos, como los atauriques,
la bicromía de las dovelas de los arcos,
y las inscripciones arábigas en las ventanas
serían los más tempranos,
como lo demuestra el que algunas de las escenas figuradas
no sólo se acomodan a estas decoraciones
sino que, en algunos espacios, se sobreponen.


En cuanto a las pinturas figurativas,
parece que trabajaron en ellas dos escuelas o talleres.


Hay una abundante representación de ángeles,
similares a los de las miniaturas de las Biblias mozárabes,
como los del presbiterio,
con vestiduras blancas y las alas desplegadas sobre fondo rojo.


Cuatro heraldos -uno a cada lado de dos Sibilas-
hacen sonar sus olifantes.


El ciclo pictórico no se conserva en su totalidad,
por lo que resulta difícil precisar el programa iconográfico.



Las más arcaicas, y las mejor conservadas,
son las figuras frontales, rígidas, hieráticas y alargadas,
con una anatomía muy esquematizada bajo los ropajes
y presencia solemne;
el tamaño de cada figura
está en función de su rango jerárquico,
de la categoría del personaje en cada escena.


En los intradoses de los arcos, hay parejas de santos y obispos
a los que se representa bendiciendo o con báculo y libro,
y los obispos de la Sede Primada, con dalmática y mitra.
En las enjutas de los arcos, parejas de profetas
con el rollo desplegado
y filacterias en las que se leen sus nombres,
pudiéndose identificar
a Ezequiel, Daniel, Joel, Jonás, Zacarías y Abacuc;
santos como Esteban y Lorenzo,
fundadores de órdenes religiosas, Benito y Bernardo,
y doctores de la Iglesia, Leandro de Sevilla y Ambrosio de Milán.
En el muro, a los pies de la iglesia,
los dos profetas mayores, Isaías y Jeremías,
también con filacterias en las que se inscriben sus nombres latinos.


En la escena central, dos árboles
dan cobertura a personajes nimbados,
que parecen dialogar entre ellos y que podrían ser los Apóstoles:
doce figuras con túnicas de colores, sentadas en tronos;
los seis personajes sentados bajo el árbol de la derecha
llevan barba y sujetan con una mano un libro cada uno,
levantando otra mano en señal de aceptación;
los seis sentados bajo el árbol de la izquierda
van afeitados, sujetan con ambas manos el libro
y bajan la mirada como signo de obediencia;
en la parte inferior, otros doce personajes,
de menor tamaño, con manto blanco y sentados,
permanecen en idéntica postura de acatamiento;
quizá sean los doce profetas menores.


Delante, también en dos áreas,
en la parte superior se representa a los evangelistas
como figuras aladas sentadas en atriles,
y en la inferior hay obispos con báculos y mitras,
de pie y con gesto de bendecir.



Las pinturas de factura distinta son más naturalistas,
con más movimiento:


A los pies de la nave central, varias escenas:


El Paraíso: Eva y un Dios Padre imberbe y con nimbo
y la inscripción “Edem” (Edén).


La Resurrección de los muertos:
Tres ángeles tocan trompetas
mientras los sepulcros se abren para dejar salir a los resucitados,
que empujan las losas;
esos resucitados son hombres y mujeres, reyes y clérigos,
la totalidad de los seres humanos,
sin distinción de sexo o condición social.


A los pies de la nave del Evangelio,
la lucha de San Miguel con el dragón.


Al lado de la puerta hay un gigantesco San Cristóbal,
imagen frecuente en el interior de los templos,
asociada a dos creencias:
una que decía que el que entrase a la iglesia y rezase al santo,
ese día no moriría,
y otra que afirmaba que el santo
sostendría la estructura del edificio.



La demolición de la capilla mayor
para su reconstrucción, en el siglo XVI,
supuso la destrucción de parte de los murales,
por lo que la iconografía ha quedado incompleta.


***


En el siglo XV la iglesia entró en decadencia, llegando a convertirse
en lugar de paso hacia el nuevo convento de San Pedro Mártir
que empezó a construirse en 1407.
Pronto la torre de San Román
comenzó a ser utilizada por los dominicos.


Sin embargo, en 1502 en el testamento de don Hernando Niño
se ordenaba la fundación de una capellanía
en la capilla mayor de la iglesia.
Su hija convirtió la capilla en mausoleo familiar
y promovió la remodelación de la misma
y la ornamentación general de la iglesia
con nuevos retablos.


Se añadió a la capilla mayor
una gran cúpula plateresca diseñada por Alonso de Covarrubias
y poco después un retablo barroco de Diego de Velasco.


En el interior había, así, dos tipos de iglesia:
A los pies, tres naves mudéjares separadas por arcos de herradura
sobre los que se adosan columnas con elementos visigodos.
En el presbiterio y el ábside, las reformas de Covarrubias,
y el retablo de Diego de Velasco para el altar mayor.


En el siglo XVII se cegó la arquería superior
y se encalaron las paredes.
Las pinturas románicas fueron cubiertas y olvidadas.


En 1919 la parroquia fue suprimida
y su feligresía y sus tesoros artísticos
pasaron a la cercana de Santa Leocadia.


Una estampa de Jenaro Pérez Villaamil, de 1842,
recoge una imagen del templo antes de su desmantelamiento.


En 1921 una porción de los frescos,
ocultos bajo varios revocos,
fue redescubierta accidentalmente, detrás del órgano.


En 1940 se restauró la iglesia,
recuperándose en lo posible la totalidad de los murales.


Entre 1967 y 1970 las obras para ubicar allí
el Museo de los Concilios y la Cultura Visigoda
permitieron recuperar algún otro elemento
y se suprimieron algunos añadidos exteriores.


En 1979 fueron demolidos los depósitos de agua
que se habían construido frente a la iglesia
y se generó la plaza hoy ocupada por una estatua de Garcilaso.


***


El arzobispado de Toledo cedió el edificio
para la instalación del Museo Visigótico.


En 1969, en el Decreto de creación, se dice:
«Se crea en Toledo, como filial del Museo de Santa Cruz,
el “Museo de los Concilios y la Cultura visigótica”,
con la misión de exhibir en él
cuantos testimonios histórico-artísticos puedan recogerse,
relativos a dicha cultura,
y promover los estudios adecuados
para el conocimiento de aquel período de nuestra vida colectiva,
que fue decisivo en la génesis
de la conciencia unitaria del pueblo español».


A partir del decreto, se iniciaron obras en la iglesia,
preparándola para acoger la exposición.


En 1971 fue inaugurado el recinto.


Contiene varias colecciones arqueológicas
de los siglos VI, VII y VIII:


piedras labradas, relieves, muestras epigráficas,
dinteles, capiteles, columnas, cimacios, canceles,
documentos, códices en letra visigótica,
piezas de orfebrería,
monedas, fíbulas, collares, anillos y hebillas,
pilas, pequeños altares con el alfa y la omega,
nichos esculpidos
y el fragmento de Credo hispano-godo
encontrado en 1956 en la Vega Baja.
Vestigios histórico-artísticos de la antigua capital del reino visigodo.


Todo procede de los fondos del Museo de Santa Cruz
salvo el depósito compuesto por los ajuares funerarios
del yacimiento de Carpio de Tajo,
que es propiedad del Museo Arqueológico Nacional.


Y la reproducción del tesoro de Guarrazar
(el auténtico se encuentra
en el Museo Arqueológico Nacional, en Madrid).


Así, aquí, en un rincón poco conocido de Toledo,
iluminado por una luz tenue,
se encuentra lo que nos ha quedado
del alma de los visigodos.