viernes, 30 de mayo de 2014
jueves, 29 de mayo de 2014
lunes, 26 de mayo de 2014
SEGOVIA. Judería. Cementerio
Los
cementerios, igual que las sinagogas,
formaban
parte de los bienes comunales de las aljamas.
Las
aljamas judías contaban con sus propios cementerios,
que
tenían gran importancia para los hebreos.
Las
pequeñas comunidades que no disponían de cementerio propio
llevaban
sus difuntos al de la aljama de la que dependían.
Por
razones de salubridad y de tradición
los
cementerios se situaban a las afueras de las poblaciones
(el
Talmud prescribe que se ubiquen
a
un mínimo de 50 pasos de la última casa)
y,
siempre que fuera posible, en lugar elevado e inclinado
y
orientado hacia Oriente
y
preferiblemente separados de la población por arroyos.
El
Talmud exige que los sepelios se realicen en tierra virgen.
La
judería debía tener un acceso directo al cementerio
para
evitar que los entierros discurrieran por el interior de la ciudad
y
con ello las posibles alteraciones que la comunidad cristiana
pudiera
ocasionar al cortejo fúnebre.
La
orientación de todos los enterramientos hebreos
era
con la cabeza al Oeste y los pies al Este,
mirando
hacia Jerusalén.
En
la Edad Media se creó la Jevrá Kadishá, o Sociedad de Entierros,
una
de las asociaciones de mayor prestigio de la vida hebrea,
formada
por un grupo de judíos locales
que
se encargaba de preparar al difunto para su entierro;
grupos
diferentes atendían a hombres y mujeres.
En
las poblaciones en que no existía esta sociedad,
se
ocupaban de ello los vecinos mayores.
La
Sociedad de Entierros se ocupaba del difunto,
manteniendo
siempre el cuerpo cubierto por un gran lienzo
que
cuatro personas mantenían sujeto
por
cada una de las cuatro esquinas.
Así
se realizaba el tahará o lavado ritual del cadáver,
al
que se afeitaba y cortaban el pelo y las uñas,
pues
el Talmud los considera elementos impuros.
A
continuación lo amortajaban.
Luego
se llevaba a cabo una breve ceremonia
en
la que se pronunciaba el Tziduk Hadin
(la
aceptación de la Justicia del Decreto Divino).
Después
se recitaba el Kadish
(la
afirmación de la creencia en el Todopoderoso).
Luego
el cuerpo era introducido en el ataúd,
si
se optaba por utilizar éste,
que
debía ser de madera blanca y sin pulir.
En
algunos casos se perforaba con algunos agujeros,
para
facilitar la integración del cuerpo en la tierra.
Según
la costumbre de los judíos españoles,
que
se ha mantenido en las comunidades sefardíes de Oriente,
cuando
una persona fallecía, debían vaciarse
todos
los depósitos de agua que había en la casa,
por
la creencia de que el “ángel de la muerte”,
tras
llevar a cabo su acción,
limpiaba
su espada mortífera en el agua que hallaba a su alcance;
por
eso, las ollas eran colocadas boca abajo en la puerta de la casa
donde
se había producido un fallecimiento;
los
miembros de la familia sacerdotal, los Kohen,
debían
mantenerse a una distancia mínima de seis pies
para
preservar la pureza ritual de los sacerdotes.
El
cuerpo era llevado al cementerio,
deteniéndose
la procesión fúnebre siete veces.
Si
el muerto era un personaje notable,
a
su paso se abrían las puertas de la sinagoga
y
se hacía sonar el shofar.
Si
no se podía evitar el cruce por calles cristianas,
el
cortejo interrumpía los cánticos y lamentos
al
pasar por delante de las iglesias.
Una
vez llegados al cementerio,
el
Acafoth era la ceremonia consistente
en
dar siete vueltas alrededor del féretro,
pronunciando
una oración llamada rodeamento,
por
la creencia de que los demonios seguían al difunto a la tumba,
pero
podían ser desviados formando un círculo alrededor del fallecido.
En
algunos casos se colocaba una almohada al difunto,
hecha
con la misma tela de la mortaja
y
llena de tierra de la sepultura.
Tras
depositar el cadáver,
cada
persona echaba un puñado de tierra o una palada,
con
cuidado de no pasarse la pala de mano en mano,
sino
dejándola en el suelo para que el siguiente la tomara de allí,
para
evitar transmitir el pesar de unos a otros.
Terminado
el entierro, a la salida,
los
dolientes se sentaban en un banco
y
los asistentes pasaban delante de ellos
y
pronunciaban palabras de consuelo.
A
continuación debía procederse al lavado de manos ritual.
Si
no existía una fuente en las cercanías, llevaban jarras con agua,
que
se vertía primero sobre la mano derecha
y
después sobre la mano izquierda,
tres
veces sucesivamente.
Así
se alejaba la impureza creada por el contacto con la muerte.
En
algunas comunidades se lavaban además los ojos y la cara,
para
retirar “el espíritu de impureza que existe en el cementerio”,
y
a veces también se hacían baños purificadores en el miqwé.
Los
sacerdotes judíos (kohanim)
no
deben contaminarse con los muertos,
por
lo que los judíos de apellido Cohen, descendientes de este linaje,
tienen
prohibido entrar en los cementerios
excepto
por la muerte de sus padres.
La
tumba se marcaba, generalmente con una estela,
un
año después de producirse el fallecimiento,
cuando
finalizaba el luto.
***
El
cementerio judío de Segovia se extendía
por
la ladera izquierda de la cuenca del arroyo Clamores,
al
Sur de la ciudad y fuera del recinto amurallado,
frente
al lienzo de la muralla comprendido
entre
la Casa del Sol y el Postigo de la Luna,
tramo
de muralla que quedó integrado en 1481 en el barrio judío.
La
mayor concentración de enterramientos
se
encuentra frente a la Puerta de San Andrés.
Dicho
otero es conocido actualmente con el nombre del Pinarillo.
Presenta
una pendiente casi uniforme,
rota
por numerosas depresiones u hoyos,
y
por ello también se conoce como la Cuesta de los Hoyos.
En
la actualidad está cubierto de pinos.
Más
allá se extiende el páramo, tierras áridas y desérticas.
Entre
la ciudad y el cementerio se extendía
el
valle del río Clamores, con cuevas, huertos y tenerías.
(En
la actualidad el Clamores va entubado;
sólo
un pequeño estanque y un canal evocan su existencia).
La
aljama y la necrópolis se comunicaban
por
una vereda que desde la puerta de San Andrés
bajaba
por la Hontanilla y cruzaba el Clamores
por
el puente de la Estrella (hoy reconstruido).
Por
la puerta de San Andrés salía de la muralla el cortejo fúnebre,
descendía
hasta el valle,
salvaba
el Clamores por el puente de la Estrella
y
subía hasta el cementerio por la ladera opuesta.
(Hoy
el cruce de la carretera se realiza por un pequeño túnel.
Una
vez atravesado, unas escaleras llevan al cementerio).
Desde
el Pinarillo se divisa el perfil de Segovia,
y
asimismo desde la muralla es visible el cementerio.
***
Ningún
estudio arqueológico ha localizado lápidas,
por
lo que no hay restos epigráficos que proporcionen información.
Tampoco
se han encontrado vestigios
del
muro que cerraría el espacio.
Hay
varios tipos de enterramientos: las cuevas y las fosas.
Seguramente
las primeras son más antiguas.
Las
cuevas, semisubterráneas, están abiertas en la roca,
tienen
la altura aproximada de una persona,
planta
más o menos circular, entrada rectangular
y
acceso a través de un pequeño pasillo a cielo abierto.
Probablemente
se aprovecharon cuevas naturales,
que
fueron ampliadas y acondicionadas.
Algunas
se comunican entre sí
y
en algunos casos conservan hornacinas en las paredes.
La
entrada se cerraba con una losa.
Se
han encontrado un total de 26.
Son
una singularidad de este cementerio,
ya
que la cámara hipogea no es utilizada
en
el mundo funerario medieval hispano.
(Es
posible que las cuevas de Murviedro, en Sagunto,
ubicadas
en un lugar donde la tradición sitúa un cementerio judío,
respondieran
a una práctica similar a la de Segovia).
Hay
quien considera que no eran enterramientos directos
sino
lugares de depósito secundario, osarios.
Las
fosas también están excavadas en la roca.
Hay
localizados 50 sepulcros, de dos tipos:
unas
atropomorfas y otras trapezoidales.
Se
cubrían con lajas de piedra.
Hay
asimismo fosas cavadas en tierra.
Corresponden
a los enterramientos más recientes.
La
distribución de los enterramientos no responde a trazado previo,
sino
a las irregularidades del terreno.
***
El
cementerio de Segovia es la única necrópolis hebrea medieval
conservada
en Castilla y León.
Y
es también una de las pocas necrópolis judías europeas medievales
que,
habiendo sido ubicada
en
las afueras de la aljama y extra-muros de la ciudad,
se
ha conservado.
Debido
a la ausencia de losas sepulcrales,
se
desconoce la datación cronológica de esta necrópolis.
La
mención más antigua data de 1460
(un
documento relativo a unos lindes de propiedades
que
se refiere al cementerio como fonsario de los judíos),
pero
es ya muy tardía si se considera
que
existió población judía documentada en la ciudad desde 1215
(su
presencia probablemente es anterior a esta fecha).
Posiblemente,
desde los siglos XII o XIII hasta su expulsión,
los
judíos segovianos enterraron aquí a sus muertos.
El
Pinarillo es una muestra más
de
la pujanza que llegó a tener la aljama segoviana.
Y
también de que su relación con la comunidad cristiana
fue
pacífica durante siglos:
la
sola existencia de una necrópolis
en
territorio aislado y desprotegido de la judería
es
prueba de ello, ya que, de lo contrario,
el
cementerio habría sido objeto de saqueos y ultrajes.
En
1492, tras la expulsión, los Reyes Católicos
entregaron
el terreno del cementerio al Concejo de la ciudad,
con
la condición de que lo mantuviese como ejido,
es
decir, sin uso agrícola ni ganadero.
El
año siguiente, las piedras del fonsario
fueron
donadas al monasterio de Santa María del Parral.
En
la actualidad no se conoce la ubicación de ninguna de esas lápidas
ni
se sabe si se utilizaron en la construcción del templo.
Nunca
se perdió la memoria de la condición funeraria de ese terreno,
como
sí ocurrió en otras poblaciones.
La
zona fue llamada durante un tiempo
Peñas
del Fonsario de los Judíos.
Según
cuenta el historiador Diego de Colmenares en 1633,
el
valle del Clamores y la zona de las Tenerías
eran
llamados Prado Santo.
En
el siglo XVIII el nombre fue cambiando
por
el de Cuesta de los Hoyos.
Fue
Diego de Colmenares el primero que, en el siglo XVII,
localizó
el cementerio e hizo referencia a él.
Hasta
el siglo XIX el paraje era un monte pelado y árido.
En
un dibujo de la serie de Wyngaerde, fechado en 1562,
se
ve la ladera del cerro como un erial con múltiples depresiones.
En
el siglo XIX algunas de las cámaras sepulcrales
fueron
utilizadas como cuevas-vivienda.
En
1859 el Ayuntamiento realizó una plantación de pinos.
En
1881 la construcción de la carretera paralela a la colina
dejó
al descubierto algunas tumbas.
En
1886 Joaquín Mª Castellarnau inició excavaciones arqueológicas,
junto
con Jesús Grinda y el padre Fidel Fita,
y
publicó los primeros estudios sobre el cementerio.
[Castellarnau
(1848 – 1943), Ingeniero de Montes,
presidió
la Real Sociedad Española de Historia Natural
y
diseñó un programa de ordenación del monte segoviano.
Hoy
una placa en la fachada recuerda la que fue su casa de Segovia].
Los
estudios de Castellarnau, Grinda y Fita
permitieron
conocer la tipología de las cuevas
y
confirmar el texto de Colmenares y otros documentos
que
se referían a este lugar como fonsario de los judíos.
Castellarnau
describía así el lugar:
«Al
pié de cada depresión se observa una protuberancia redondeada,
pero
todo está recubierto por la capa de tierra vegetal
que
uniformemente se extiende por la superficie de la ladera,
excepto
el escarpe inferior.
Hay,
sin embargo, algunas de estas depresiones
que
ofrecen al descubierto, en su parte más profunda,
las
entradas de cuevas excavadas artificialmente en la roca.
Una
de ellas ha sido utilizada por el guarda del terreno
para
depósito de forrajes y otros usos;
pero
en general están tapadas las aberturas,
y
hasta el presente se desconocía por completo
que
la Cuesta de los Hoyos estuviera literalmente cuajada
de
estas grutas debidas á la mano del hombre.
En
vista del aspecto general de la ladera
y
del que ofrecen al exterior las cuevas
que
conservan abierta su entrada,
se
supuso que en cada una
de
las pequeñas depresiones ú hoyadas del terreno
se
encontraría una de aquellas.
Para
confirmar esta hipótesis
se
empezó á excavar en uno de los hoyos,
situado
frente á la puerta de San Geroteo de la Catedral,
á
la derecha de la vereda que conduce
desde
el puente sobre el Clamores á la casilla del guarda.
A
poco de empezados los trabajos, se dió con una abertura
que
conducía á la cueva más pequeña de las dos que dibujamos.
Pero
antes de penetrar en ella y á un metro de profundidad,
se
descubrió un sepulcro labrado en la roca,
lo
que hizo suponer la existencia de otros semejantes
en
aquellas inmediaciones.
Desde
ese momento, las excavaciones se dirigieron,
no
solo á explorar las cuevas,
sino
también á confirmar el texto de Colmenares
y
de algunas antiguas escrituras,
que
señalan el terreno
conocido
actualmente con el nombre de Cuesta de los Hoyos,
como
cementerio hebreo (Fonsario de los judíos).
Las
excavaciones han puesto así al descubierto
dos
clases de construcciones: las cuevas y los sepulcros
[...]
En
todos se han encontrado los esqueletos intactos. [...]
Los
cráneos, sometidos á la inspección
de
nuestro compañero y amigo, don Félix Gila, doctor en Ciencias,
ofrecen
el ángulo facial de Crammer muy desarrollado,
frente
abovedada, tabique de la nariz muy estrecho,
pómulos
regulares, dentición bella y bien conservada.
Son
ortognatos.
Por
término general la estatura de los esqueletos es alta
y
la osamenta firme.
Indicios
todos ellos de la raza de Israel, activa é inteligente
[...]
En
vista de estos datos y teniendo en cuenta
la
tradición y los textos de Colmenares,
y
los antiguos títulos de propiedad de los terrenos colindantes,
parece
comprobado que la Cuesta de los Hoyos
era
el cementerio de los judíos».
En
1961 la ampliación de la misma carretera
dejó
a la vista nuevos enterramientos.
En
el siglo XX se sucedieron las campañas de excavación:
En
1962, Isabel Burdiel de las Heras.
En
1975, Alonso Zamora.
En
1994 y 1997, Sonia Fernández Esteban.
En
2010 se acondicionó la necrópolis.
En
2011 se dieron por terminadas las labores
de
recuperación y adecuación del cementerio para su visita.
El
acceso es libre y se encuentra señalizado.
En
los últimos años se han recuperado
otros
cementerios judíos medievales:
El
de Barcelona, en Montjuïch, en 2000,
el
de Sevilla en 2004,
el
de Toledo en 2009
y
el de Ávila en 2012.
lunes, 12 de mayo de 2014
SEGOVIA. Judería. Sinagoga Mayor (Iglesia Corpus Christi)
En
la Baja Edad Media, la ciudad de Segovia albergó
una
numerosa comunidad judía.
La
aljama contó a lo largo de su historia
con
al menos cinco sinagogas,
si
bien no todas ellas existieron conjuntamente.
En
1412 se promulgó la Provisión de Valladolid,
en
la que se disponía el apartamiento de los judíos
en
barrios separados de los cristianos.
Ello
concidió con la confiscación de la Sinagoga Mayor.
***
La
antigua Sinagoga Mayor fue el centro religioso
de
la comunidad hebrea segoviana.
Se
hallaba entre la calle de la Judería Vieja y la muralla,
paralela
a la calle de la Puerta del Sol.
La
entrada actual se realiza por la plaza del Corpus Christi,
atravesando
un típico corral segoviano
que
forma parte del conjunto del convento de las clarisas,
propietarias
del templo.
En
la confluencia de la plaza con la calle de la Judería Vieja,
en
el límite oriental del barrio,
estaba
la primera de las siete puertas que cerraron la judería
a
finales del siglo XV.
No
existen testimonios documentales que permitan
conocer
el momento de su construcción.
Su
estructura era similar a la de Santa María la Blanca de Toledo.
Su
orientación hacia el Sur, hacia Córdoba, capital del califato,
en
lugar de hacia el Este, hacia Jerusalén,
ha
hecho pensar que pudo levantarse sobre una mezquita anterior.
En
los siglos XI al XIII el oratorio de las mezquitas andalusíes
estaba
formado por tres naves perpendiculares al muro de la qibla,
separadas
por arcos de herradura,
y
esa disposición sirvió de modelo para algunas sinagogas,
como
la de Santa María la Blanca de Toledo
y
la del Corpus Christi de Segovia.
Amador
de los Ríos creyó que pudieran ser obra de un mismo alarife
y
Lambert pensaba que la segoviana fue imitación de la toledana;
en
cambio, según el Marqués de Lozoya,
el capitel de la sinagoga segoviana
no
es de origen musulmán sino románico.
«En
el año de 1410,
reinando
en España D. Juan Clarísimo [Juan II de Castilla],
en
el cual tiempo por ser el Rey de edad pequeña,
que
aún no había llegado a los catorce años [1406-1419],
la
nobilísima Reina Dª Catalina, madre suya,
era
Gobernadora de todo el Reino
[regencia
compartida con el infante Fernando de Antequera],
y
siendo Obispo de la ciudad de Segovia D. Juan de Tordesillas,
acaeció
una cosa admirable y espantosa en esta ciudad».
Se
acusó a varios judíos segovianos
de
haber profanado en su Sinagoga Mayor una hostia consagrada.
El
único relato de estos hechos se encuentra
en
la obra escrita en 1459 por el franciscano Alonso de Espina,
Fortalitium fidei
contra iudeos, sarracenos aliosque christiane fidei
inimicos.
Fray
Alonso indica que conoció los hechos
de
boca del agustino Martín de Córdoba,
a
quien a su vez se los había contado el dominico Juan de Canalejas,
testigo
presencial.
La
historia debe ser tomada con precauciones,
dada
la animadversión del autor hacia los judíos,
y
resulta difícilmente asumible en su redacción literal.
Cuenta
que el sacristán de la iglesia de San Facundo tenía deudas
y
fue a pedir un préstamo a Don Mayr Alguadex,
un
adinerado judío de la ciudad,
rab
de la Corte y que había sido médico del difunto Enrique III.
Éste
accedió a prestarle el dinero
si
a cambio le entregaba una hostia consagrada.
El
sacristán aceptó y una noche se realizó en cambio
(en
una calle hoy llamada del Malconsejo por lo que allí aconteció).
El
prestamista y un grupo de hebreos segovianos
organizaron
la profanación de la hostia en la Sinagoga Mayor.
Intentaron
hervirla pero no lo lograron,
les
entró miedo y decidieron entregar la sagrada forma
al
prior del monasterio dominico de la Santa Cruz de Segovia.
Éste
comunicó lo ocurrido al obispo Juan Vázquez,
y
éste informó del hecho a la reina Catalina de Lancaster,
madre
y tutora de Juan II,
que
se encontraba en ese momento en la ciudad.
Las
autoridades detuvieron a los acusados.
Se
ha apuntado que la verdadera causa del apresamiento
de
Mayr Alguadex y su grupo
fue
que había quien responsabilizaba al físico
de
la reciente muerte de Enrique III.
Estos
hechos determinaron la confiscación de la sinagoga.
En
1420 ya era templo cristiano, nombrado como “iglesia nueva”.
En
1421 la iglesia ya aparece citada como de Corpus Christi.
El
nuevo templo tenía difícil acomodo;
en
la ciudad de Segovia había muchas iglesias:
además
de la catedral, Segovia tenía
catorce
parroquias intra-muros y otro tanto extra-muros,
ocho
cenobios, cinco masculinos y tres femeninos,
y
otras iglesias, capillas y ermitas en el núcleo urbano y arrabales.
La
creación de una nueva parroquia
habría
restado feligreses, y con ello rentas, a las parroquias cercanas,
las
de San Miguel y San Martín.
La
resolución adoptada en 1421 por el obispo de Segovia
fue
anexionar Corpus Christi
a
la abadía de canónigos agustinos de Santa María de Párraces.
La
abadía de Párraces había sido fundada en el siglo XII
por
canónigos de la catedral de Segovia
en
el término municipal de Bercial, a 32 kilómetros de Segovia
(actualmente
de propiedad particular)
y
poseía la iglesia de San Blas,
situada
extra-muros de Segovia, en el actual barrio de San Marcos.
Como
refleja el documento de anexión a Párraces,
la
sinagoga ya había sido consagrada como iglesia
bajo
la advocación del Corpus Christi
antes
de su entrega a la comunidad agustina,
pues
la abadía recibió la posesión de
«la
eglesia nueva de Corpore Christi,
la
qual fue signoga de los judios».
Inicialmente
el propio abad de Párraces se hizo cargo de la iglesia,
debido
a la relevancia de la anexión.
Desde
1434 sin embargo hubo un rector al frente de la iglesia.
En
1478 se menciona la iglesia y sus posesiones
como
una granja de la abadía que sólo producía gastos.
En
1477 los canónigos cambiaron la ubicación del acceso a la iglesia
para
evitar problemas entre cristianos y judíos.
En
1481 se delimitó nuevamente el barrio de la judería.
La
nueva judería ocupaba una superficie mucho mayor
que
la del recinto apartado de 1412
y
su límite oriental se situó en la iglesia de Corpus Christi:
El
delegado regio supervisó el establecimiento de la judería y dispuso
«quel
primero sitio de la dicha juderia
de
la dicha çibdad e sus arravales,
que
fuese e sea acerca de la yglesia de Corpus Christe
donde
esta un arco de cal e de ladrillo»
(en
la calle de la Judería Vieja desde la plaza de Corpus Christi).
En
1485 la aljama de judíos de Segovia denunciaba a los reyes
que
sobre la puerta de entrada a la iglesia,
situada
fuera de la judería pero a escasos metros,
se
había colocado un crucifijo con la intención
de
provocar a los judíos que entraban o salían de su barrio.
Los
Reyes Católicos atendieron la reclamación:
«Sepades
que Jaco Cachopo,
procurador
del aljama de los judios de la çibdad de Segovia, [...]
dis
que los dichos canonigos de la dicha iglesia
fisieron
poner e pusieron un cruçifixo
a
la puerta de un corral de la dicha iglesia
que
sale a la voca de la dicha juderia,
lo
qual dis que fue con ynteçion de les buscar achaques e calunias
e
perjudicar e dannar la dicha juderia,
en
lo qual dis que todos los judios e de la dicha aljama
resçebien
grand agravio e danno.
E
nos suplicaron e pedieron por merçed
que
sobre ello les proviesemos de remedio con justicia
como
la nuestra merçed fuese,
mandando
quitar la dicha ymagen e crucifixo
de
la dicha puerta de fuera
pues
es a la puerta e voca de la dicha juderia.
Y
si lo quisieran poner,
que
lo pongan dentro a la puerta de la dicha iglesia
e
non en el corral della,
pues
nunca avia estado alli y se avia puesto por la dicha cabsa».
Los
monarcas ordenaban a sus oficiales que
«sy
fallardes que [la imagen] fue puesta maliçiosamente,
proveays
en ello como cumple
a
servicio de Dios e al bien de la dicha çibdad,
de
manera que ninguna de las partes non resçiba agravio».
Entre
sus muros comenzó la revuelta comunera en Segovia:
El
29 de mayo de 1520 la iglesia acogió la reunión anual
de
los encargados de recaudar los impuestos locales.
Creció
la tensión entre los representantes reales y el pueblo
y
los rebeldes decidieron ahorcar a los cuadrilleros.
De
la iglesia salieron unas cien personas,
pero
cuando llegaron al fin de la ciudad
se
les habían unido más de dos mil.
Los
dos cuadrilleros estaban ya muertos
cuando
les ahorcaron en las afueras de la población.
Los
canónigos parracenses mantuvieron la propiedad de la iglesia
durante
150 años.
En
1565 la abadía fue disuelta por el papa a instancias de Felipe II
para
ser anexionada a la de El Escorial.
En
1571 el monasterio de San Lorenzo de El Escorial
vendió
«la casa que dizen del Corpus Christi».
Los
compradores fueron Manuel del Sello,
su
hermano Antonio y la mujer de éste, Juana de Tapia,
que
deseaban establecer en la iglesia y sus dependencias
un
convento de clarisas donde pudieran acogerse
las
mujeres “arrepentidas del pecado público”,
según
dice Colmenares,
mujeres
que hasta entonces estaban recogidas
en
el Hospital de San Miguel.
El
13 de enero de 1572 entraron procesionalmente en el convento
11
hermanas franciscanas de la Penitencia, mujeres arrepentidas,
acompañadas
de cuatro maestras;
y
dentro de él las esperaban cinco religiosas de San Antonio el Real.
Dos
transformaciones experimentó la sinagoga:
la
primera, al establecerse en ella los canónigos de Párraces,
y
la segunda, al convertirse en iglesia del convento de franciscas.
Fueron
los parracenses quienes construyeron el actual convento,
en
el solar de una casa que se hallaba junto a la sinagoga.
En
cambio, las reformas introducidas por los agustinos en el templo
fueron
menores, limitadas al cambio de ubicación de la puerta.
Las
obras principales que modificaron la sinagoga
fueron
efectuadas por las monjas.
En
la actualidad, desde el exterior de la ciudad se puede contemplar
la
cabecera del templo, que se monta sobre la muralla.
La
sinagoga no fue edificada del tal modo,
interceptando
el servicio del amurallamiento.
Ni
tampoco a los agustinos
se
les permitió ocupar todo el terreno libre hasta la muralla.
Fue
en el siglo XVII, cuando ésta había perdido su función,
cuando
las monjas levantaron el cuerpo posterior de la sinagoga.
José
María Quadrado la visitó en 1884 y la describió así:
«Solo
una puerta de gótico bocel descubre el edificio
en
el tránsito de la calle Real a la plaza;
y
atravesado el patio, parecen tres naves
divididas
por dos filas de arcos de herradura y de pilares octógonos
con
gruesos capiteles de piñas y cintas entrelazadas,
ni
mas ni menos que en Santa María la Blanca de Toledo.
Por
cima de los arcos corre lo mismo que allí
una
serie de ventanas figuradas
en
que alternan las de lóbulos con las de ultra-semicírculo,
los
techos son de madera en dos vertientes;
parecen
en un todo ajustadas a igual tipo arábigo
entrambas
sinagogas.
Cerróse
para el coro bajo de las monjas
un
trozo de las naves de esta,
y
en la pared del fondo se muestra la hendidura horizontal
abierta
por el temblor que acompañó al sacrilegio».
Joaquín
María Gastellarnau rebatía pocos años después:
«Si
la clausura del convento no hubiera impedido al Sr. Cuadrado
examinar
la pared del fondo del coro,
y,
sobre todo, si pudiera verla hoy, después del incendio,
de
seguro que á su perspicacia no se le ocultaría
que
dicha pared nunca formó parte de la Sinagoga Mayor».
La
noche del 2 de agosto de 1899 un incendio destruyó el templo.
Ese
mismo año, don Joaquín María Gastellarnau,
Caballero
Gran Cruz de la Orden de Isabel la Católica,
entregaba
a la Real Academia de la Historia
un
informe titulado “Lo que queda de la Sinagoga Mayor de Segovia
después
del incendio de la iglesia de Corpus Christi”:
«La
que en un tiempo fué Sinagoga mayor de Segovia
y
ayer era la iglesia y convento de Corpus-Christi,
ha
desaparecido en las primeras horas del día 3 de Agosto.
Poco
antes de terminar el día 2, una columna de humo y llamas,
que
casi de repente elevóse por los aires,
dio
el primer aviso á los habitantes de Segovia
de
que se había declarado el incendio
en
tan preciado monumento judaico.
A
los pocos momentos toda la iglesia
estaba
convertida en una inmensa hoguera,
y
el fuego se propagaba con espantosa rapidez
por
las dependencias del convento.
A
las dos de la madrugada, con horrible estrépito
se
vino abajo la techumbre de la antigua Sinagoga,
llenando
con sus maderos y vigas encendidas el fondo de las naves,
desde
las cuales se desprendían inmensas llamas que,
después
de atravesar los majestuosos arcos de herradura
y
lamer sus afiligranados capiteles,
elevábanse
por encima de los muros
formando
un torbellino de fuego de increíble altura.
Los
esfuerzos de todos, llevados á cabo con el más noble heroísmo,
fueron
impotentes para impedir que el incendio arrebatara
aquella
joya arquitectónica;
y
todo salvamento se hizo imposible desde los primeros momentos.
Una
de las 19 religiosas que habitaban el convento
murió
entre las llamas.
¿Cuál
fué la causa del incendio y por dónde empezó?
Cuestiones
son éstas que probablemente permanecerán siempre
envueltas
en la obscuridad más completa.
Lo
cierto es que los primeros albores del naciente día
sólo
pudieron iluminar las informes y humeantes ruinas
de
la que fué en un día rival de Santa María la Blanca de Toledo,
pues
otra cosa que ruinas no quedaba ya.
Después
del incendio permanecen en pie
los
muros gruesos de la iglesia, los del coro y de la sacristía,
y
las dos magníficas arcadas que trazaban la nave central.
La
cúpula del presbiterio está hundida
y
de toda la demás techumbre, que era de madera,
no
quedan ni siquiera rastros».
[...]
«Para
la historia de nuestra arquitectura,
la
desaparición de la iglesia de Corpus-Christi
ha
sido una pérdida irreparable.
Lo
que el fuego ha respetado, ¿acabará de perderse
por
falta de una mano piadosa que lo salve de la ruina?»
La
respuesta de la sociedad segoviana posibilitó una reconstrucción
que
permitió en 1902 el regreso de las clarisas a su convento.
Parcerisa, 1865 |
En
2001 el Ayuntamiento abordó una mejor rehabilitación
(vidrieras,
yeserías y capiteles de la ornamentación original),
basándose
en los restos subsistentes y en la información disponible:
La
descripción de Quadrado,
un
cuadro de Ricardo Madrazo
(pintado
en 1883 y hoy conservado en el Museo Zuloaga),
una
litografía de Francisco Javier Parcerisa
(Recuerdos y Bellezas de España, 1865).
De
después del incendio hay fotografías de Joaquín Castellarnau
(colección
Alfonso Ceballos)
que
muestran cómo quedó el templo.
Madrazo, 1883 |
El
16 de julio de 2004 la iglesia fue reabierta.
En
la actualidad sigue siendo la capilla
del
convento de las Hermanas Clarisas,
que
tienen un taller de encuadernación.
Atravesada
la portada gótica que da a la calle, hay un patio interior.
A
su derecha queda el convento.
Al
otro lado del patio está la puerta del templo.
En
la entrada de la iglesia,
un
cuadro de Vicente Cutanda, titulado “El Milagro de la Eucaristía”,
realizado
y colocado en el templo en 1902,
recoge
el episodio de la hostia consagrada.
***
Junto
a la Sinagoga Mayor, hubo en Segovia al menos otras cuatro,
que
no se han conservado:
La
Sinagoga Vieja.
Estuvo
ubicada en la actual plaza de la Merced.
Aparece
documentada por primera vez en 1412,
cuando
fue cedida por la regente Catalina de Lancaster
a
los frailes de Santa María de la Merced
en
compensación por los solares que esta comunidad entregó
para
el apartamientos de los judíos.
El
solar ocupado por el convento de la Merced
fue
utilizado en el siglo XIX para abrir una plaza
frente
a la iglesia de San Andrés.
Junto
a la sinagoga se encontraba una carnicería
y
una de las dos escuelas talmúdicas de la ciudad.
La
Sinagoga de los Ibáñez.
Se
encontraba en el centro de la judería,
en
la actual plaza de San Geroteo, entre la muralla y la catedral,
en
el solar ahora ocupado por el colegio de las Madres Jesuitinas.
Fue
conocida como Nueva Sinagoga Mayor,
ya
que se construyó hacia 1412
para
sustituir a la confiscada Sinagoga Mayor.
La
sinagoga fue comprada por el cabildo de la catedral a los judíos
el
6 de julio de 1492
y
luego la intercambió por otra propiedad con los Ibáñez.
Éstos
la transformaron en su residencia.
En
1507 pertenecía a Bartolomé Ibáñez,
que
dio nombre a la plazuela que se
extendía delante de sus casas
y
en cuya familia siguió el edificio hasta finales del siglo XIX.
En
1920 su propietario vendió la finca en pública subasta
y
la adquirió el Instituto Religioso Hijas de Jesús,
al
cual sigue perteneciendo.
El
aspecto de la finca responde a las obras realizadas en el siglo XVII.
De
la sinagoga se conservan algunos vestigios:
En
los años 80 del siglo XX las jesuitinas reformaron el colegio;
al
demoler los edificios que se habían agregado al bloque primitivo
se
descubrieron los restos de un miqwah o baño ritual
y
aparecieron en los muros un ojo de buey y unos arcos con yeserías.
Pero
es difícil su visita.
La
Sinagoga del Campo.
Estuvo
en el inicio del adarve de la calle Martínez Campos,
frente
a la Puerta de San Andrés, cerca de la plaza del Socorro,
donde
hoy se levanta el monumento al folclorista Agapito Marazuela.
Se
tiene constancia documental de que fue erigida hacia 1456,
junto
al patio conocido como "Corralillo de los Huesos";
en
ese documento, doña Elvira, esposa del converso Diego Arias,
hacía
entrega al maestre Samaya, físico de Enrique IV,
de
varios enriques de oro,
para
la Sinagoga del Campo, que a la sazón se obraba en Segovia.
Hubo
junto a ella una de las tres carnicerías de la aljama,
a
la que debe su nombre el corral.
Contaba
con un hospital anejo.
Estaba
muy cerca de la Nueva Sinagoga Mayor,
tanto
que en ocasiones se ha creído que eran la misma.
Tras
la expulsión de los judíos, la propiedad del edificio
pasó
a manos del alcaide del alcázar, Diego del Castillo.
El
corral ha quedado integrado
en
la ampliación de la residencia estudiantil de las Jesuitinas
que
existe entre la Plaza de San Geroteo,
la
calle Martínez Campos y la calle de la Refitolería.
La
Sinagoga de Burgos.
Se
hallaba fuera de la judería, en la parroquia de San Miguel,
según
figura en un documento de 1358;
ha
sido situada en el número 17 de la calle de Escuderos.
Quizás
pertenecía a un grupo de judíos procedentes de Burgos.
Fue
expropiada en 1412 al efectuarse el apartamiento de los judíos.
El
último testimonio sobre su existencia es de 1418,
en
un documento en el que se menciona
«una
casa pequenna de la dicha yglesia [catedral]
que
esta junta con la signoga de Burgos».
Hay
quien apunta la existencia de dos sinagogas más,
pero
no hay ninguna información sobre ellas.