domingo, 31 de agosto de 2014

sábado, 30 de agosto de 2014

SALAMANCA. Miguel de Unamuno




Mi Salamanca



Alto soto de torres que al ponerse
tras las encinas que el celaje esmaltan
dora a los rayos de su lumbre el padre
Sol de Castilla;

bosque de piedras que arrancó la historia
a las entrañas de la tierra madre,
remanso de quietud, yo te bendigo,
¡mi Salamanca!

Miras a un lado, allende el Tormes lento,
de las encinas el follaje pardo
cual el follaje de tu piedra, inmoble,
denso y perenne.

Y de otro lado, por la calva Armuña,
ondea el trigo, cual tu piedra, de oro,
y entre los surcos al morir la tarde
duerme el sosiego.

Duerme el sosiego, la esperanza duerme
de otras cosechas y otras dulces tardes,
las horas al correr sobre la tierra
dejan su rastro.

Al pie de tus sillares, Salamanca,
de las cosechas del pensar tranquilo
que año tras año maduró en tus aulas,
duerme el recuerdo.

Duerme el recuerdo, la esperanza duerme
y es tranquilo curso de tu vida
como el crecer de las encinas, lento,
lento y seguro.

De entre tus piedras seculares, tumba
de remembranzas del ayer glorioso,
de entre tus piedras recojió mi espíritu
fe, paz y fuerza.

En este patio que se cierra al mundo
y con ruinosa crestería borda
limpio celaje, al pie de la fachada
que de plateros

ostenta filigranas en la piedra,
en este austero patio, cuando cede
el vocerío estudiantil, susurra
voz de recuerdos.

En silencio fray Luis quédase solo
meditando de Job los infortunios,
o paladeando en oración los dulces
nombres de Cristo.

Nombres de paz y amor con que en la lucha
buscó conforte, y arrogante luego
a la brega volvióse amor cantando,
paz y reposo.

La apacibilidad de tu vivienda
gustó, andariego soñador, Cervantes,
la voluntad le enhechizaste y quiso
volver a verte.

Volver a verte en el reposo quieta,
soñar contigo el sueño de la vida,
soñar la vida que perdura siempre
sin morir nunca.

Sueño de no morir es el que infundes
a los que beben de tu dulce calma,
sueño de no morir ese que dicen
culto a la muerte.

En mi florezcan cual en ti, robustas,
en flor perduradora las entrañas
y en ellas talle con seguro toque
visión del pueblo.

Levántense cual torres clamorosas
mis pensamientos en robusta fábrica
y asiéntese en mi patria para siempre
la mi Quimera.

Pedernoso cual tú sea mi nombre
de los tiempos la roña resistiendo,
y por encima al tráfago del mundo
resuene limpio.

Pregona eternidad tu alma de piedra
y amor de vida en tu regazo arraiga,
amor de vida eterna, y a su sombra
amor de amores.

En tus callejas que del sol nos guardan
y son cual surcos de tu campo urbano,
en tus callejas duermen los amores
más fugitivos.

Amores que nacieron como nace
en los trigales amapola ardiente
para morir antes de la hoz, dejando
fruto de sueño.

El dejo amargo del Digesto hastioso
junto a las rejas se enjugaron muchos,
volviendo luego, corazón alegre,
a nuevo estudio.

De doctos labios recibieron ciencia
mas de otros labios palpitantes, frescos,
bebieron del Amor, fuente sin fondo,
sabiduría.

Luego en las tristes aulas del Estudio,
frías y oscuras, en sus duros bancos,
aquietaron sus pechos encendidos
en sed de vida.

Como en los troncos vivos de los árboles
de las aulas así en los muertos troncos
grabó el Amor por manos juveniles
su eterna empresa.

Sentencias no hallaréis del Triboniano,
del Peripato no veréis doctrina,
ni aforismos de Hipócrates sutiles,
jugo de libros.

Allí Teresa, Soledad, Mercedes,
Carmen, Olalla, Concha, Bianca o Pura,
nombres que fueron miel para los labios,
brasa en el pecho.

Así bajo los ojos la divisa del amor,
redentora del estudio,
y cuando el maestro calla, aquellos bancos
dicen amores.

Oh, Salamanca, entre tus piedras de oro
aprendieron a amar los estudiantes
mientras los campos que te ciñen daban
jugosos frutos.

Del corazón en las honduras guardo
tu alma robusta; cuando yo me muera
guarda, dorada Salamanca mía,
tú mi recuerdo.

Y cuando el sol al acostarse encienda
el oro secular que te recama,
con tu lenguaje, de lo eterno heraldo,

di tú que he sido.


viernes, 29 de agosto de 2014

SALAMANCA. Palacio de la Salina



Don Rodrigo Messía Carrillo y Ponce de León, señor de La Guardia de Jaén, casó con doña Mayor de Fonseca, de la familia de los arzobispos de Santiago, señora de Villasbuenas, Torralva y Avedillo.


Se instalaron en Salamanca, en la calle Albarderos (actualmente San Pablo), en la casa que había sido de doña Catalina de Silva y don Alonso de Zúñiga, que fue uno de los represaliados tras la Guerra de Comunidades, uno de los excluidos del perdón general.
Esa primitiva casa forma una parte del actual palacio.
Los señores de La Guardia adquirieron los inmuebles adyacentes para ampliar la residencia, y hacia 1540 construyeron una parte nueva con trazas de Rodrigo Gil de Hontañón, un edificio de estilo plateresco con elementos italianos.


Su fachada sigue el modelo de Monterrey, y en ella figura el escudo de los Fonseca.


***


Don Rodrigo fundó mayorazgo sobre sus bienes en favor de su hijo primogénito, Gonzalo Messía Carrillo, nacido alrededor de 1525.
(Don Gonzalo casará con Ana Manrique de Lara y Manrique, dama de la emperatriz Isabel, hija de Pedro Manrique, IV Conde Paredes, y de Inés Manrique de Lara.
En 1566 Felipe II le concederá el Marquesado de La Guardia).


Sin embargo, doña Mayor quiso legar a su segundo hijo, Juan Alonso de Fonseca, los bienes aportados por ella al matrimonio y, entre ellos, el palacio salmantino:


«...las casas principales que poseen en esta ciudad de Salamanca en la calle de Albarderos con todas las casas que con ella andan y con las que en ella se están labrando o se labrasen, las dichas casas fueron del doctor Zúñiga, e de la otra metad hizo merced el Emperador don Carlos Rey nuestro señor a mi la dicha doña Mayor de Fonseca, para el hijo o hija en quien yo hiciere mi mayorazgo...».


Ambos mayorazgos fueron establecidos en 1549.


En una escritura posterior de ampliación de mayorazgo, de 1556, se añaden ciertos detalles sobre las casas:


«...se han de meter en el dicho mayorazgo las casas de Salamanca, en que los dichos señores don Rodrigo y doña Mayor viven, con todo lo que en ellas está labrado o se labra o en adelante se labrará...».


Es muy posible que el hijo menor adoptase el apellido de la familia de su madre en razón de este mayorazgo.
Y por ello el palacio también es conocido como Palacio de Fonseca.


Juan Alonso de Fonseca fue el concesionario del monopolio de la sal en la ciudad.
El palacio debe su nombre (La Salina) a haber sido sede del Estanco de la Sal (hasta 1880).


***


Sin embargo, existe una leyenda, según la cual el arzobispo Alonso de Fonseca fue a Salamanca a un concilio diocesano acompañado de su amante gallega María de Ulloa, llamada “La Salina”.


El arzobispo trató de que las diferentes familias nobles salmantinas dieran alojamiento a su acompañante durante su estancia en la ciudad, pero los apellidos relevantes negaron a la señora la entrada en sus casas.


El arzobispo se enfadó tanto que decidió hacer construir para la dama el Palacio de la Salina, con una decoración interior que representara a los principales nobles de Salamanca de forma monstruosa.


***


En 1881 la Diputación Provincial compró el edificio y lo convirtió en su sede.

jueves, 28 de agosto de 2014

SALAMANCA. Palacio de las Conchas




Los Reyes Católicos lograron la consolidación definitiva de la monarquía, terminándose las luchas por el poder. Con ello apareció una nobleza cortesana que permaneció fiel a los reyes y que obtuvo privilegios sociales y económicos.
La conquista de Granada puso fin a la presencia de los nobles en el mundo rural y éstos comenzaron a construir sus residencias urbanas.
Con el fin de las guerras las ciudades se convirtieron en un lugar seguro y la nobleza abandonó sus castillos. Se produce un resurgir de la ciudad, la construcción de edificios civiles se multiplica.
Las casas solariegas en el medio urbano se transformaron en símbolo del poder económico y social. El palacio urbano incluye reminiscencias del antiguo castillo medieval: altas torres, que se levantan sobre el resto de los edificios de la ciudad, y cresterías que evocan las almenas. Los muros se llenan de blasones y emblemas del señor del palacio. Las fachadas se cubren de elementos ornamentales renacentistas, como puntas de diamante o picos. Las torres, almenas y la decoración exterior, con abundancia de escudos de la familia, eran la forma que tenía la nobleza de hacer ostentación de su posición en el nuevo orden.
Se inició una competición arquitectónica entre los linajes de las ciudades, y Salamanca es buen ejemplo de ello.
De este modo surgieron muchos palacios salmantinos, y entre ellos la Casa de las Conchas, palacio urbano representativo de la nueva nobleza cortesana del siglo XVI.
Era, como alguien ha dicho, una casa para presumir. Un mensaje de orgullo y de fuerza.


En la Salamanca del siglo XV al siglo XVI la Casa de las Conchas representó la consolidación de la vida urbana.
Se trataba de un gran edificio, con fuerte torre, pero también con la más refinada ornamentación que se había visto en una casa de la ciudad hasta el momento.
Transmitía un mensaje de preeminencia social, de potencia económica y de influencia política, constituía una imagen de fuerza, un símbolo de poder.

***

Su promotor fue el doctor Rodrigo Maldonado de Talavera, de origen converso, figura fundamental del gobierno de la Monarquía castellana de la época.


Don Rodrigo vivió un rápido proceso de enriquecimiento y de ascenso político y social.

Según aseguraban algunos caballeros del bando de Santo Tomé, rival del de don Rodrigo, éste a mediados del siglo XV no tenía en Salamanca “un maravedí”.
En 1517, a punto de morir, disponía de un patrimonio de millones de maravedíes.

Don Rodrigo era oriundo de Talavera de la Reina, en donde su padre había sido alcalde.
En 1454, con 23 años, fue enviado por Juan II a Sevilla como pesquisidor de ciertos disturbios entre el regimiento y el cabildo catedralicio.
Allí conoció a don Alonso de Fonseca, entonces deán y futuro obispo de la ciudad, a cuyo servicio residió en Sevilla desde aquel momento hasta 1467, año en que marchó a Béjar siguiendo, como su señor, al llamado rey Alfonso.
En Béjar cambió de señor y de partido: Se integró en el séquito de don García Álvarez de Toledo, conde de Alba, partidario de Enrique IV.

Ya en septiembre don Rodrigo fue designado oidor del Consejo Real.
En la Castilla de los siglos XV y XVI, el Consejo Real, máximo órgano gubernativo y judicial del reino, era uno de los ámbitos desde el que se podía ejercer mayor influencia y que otorgaba mayor inmunidad, gracias a la proximidad personal que se podía alcanzar con los monarcas.
El doctor de Talavera lo aprovechó.

Por otra parte, la amistad del conde de Alba constituía la mejor opción política, capaz de abrirle grandes posibilidades personales de futuro.
Para empezar, en 1468 Maldonado se instaló en la ciudad de Salamanca.
En noviembre, con el apoyo del de Alba, alcanzó en el Estudio salmantino la cátedra de Prima de Leyes, que no llegó a servir, aunque sí a cobrar sus rentas, porque a principios de 1469 obtuvo la de Vísperas y licencia para doctorarse en Leyes.

En 1471 el ya doctor Rodrigo Maldonado acumulaba sustanciosas mercedes tanto del rey como del conde de Alba, y se convertía en pieza clave en la política salmantina, especialmente para don García, quien depositó en él sus viejas esperanzas de “señorear” Salamanca, postergadas desde que en 1469 fuera expulsado de la ciudad “con grande pérdida e daño suyo e de sus gentes”, por la defección de los del bando de Santo Tomé, que hasta entonces habían sido sus aliados en la plaza.
En 1472 los caballeros tomesinos reprochaban al conde de Alba el apoyo que en su perjuicio estaba prestando a un advenedizo, cual era el doctor Rodrigo Maldonado, para la obtención del regimiento de Salamanca vacante por muerte del bachiller Alonso Maldonado.
Apoyo que resultó clave para que en 1473 Enrique IV otorgara aquella regiduría al de Talavera, en unas condiciones tan inusualmente favorables que de hecho conferían al doctor una posición de absoluta preeminencia en el regimiento salmantino.

En 1474 murió el monarca, pero ello no trastocó los planes del conde ni de su principal hechura en Salamanca, porque ambos hicieron suya rápidamente la causa de la reina Isabel.
En 1475, a los veinte días de coronada, Isabel incluía al doctor de Talavera en su Consejo.
Como miembro del Consejo Real de Castilla, don Rodrigo intervendrá en las conversaciones de paz que mantuvieron los Reyes Católicos con Alfonso VI de Portugal, tras la guerra por la sucesión del trono castellano.

El 27 de mayo de 1475 el doctor Rodrigo Maldonado organizó y presidió una suntuosa comitiva municipal para recibir en nombre de la ciudad a Fernando el Católico a su entrada en Salamanca.

Desde entonces, la relación del doctor con los reyes fue de tal confianza y colaboración “que el rey y reyna non firmavan provisión, nin carta, nin privillegio si antes no venia señalada de mano deste dotor”.

Paralelamente, y debido tanto a su origen judío como a sus estrechas relaciones con destacados personajes, el de Talavera llegó a convertirse en prestamista de miembros de la gran nobleza, como el marqués de Villena, e incluso de la propia Corona, y en cantidades considerables.

En 1479 vacó la rica encomienda de Heliche, de la orden de Alcántara, y las disputas sobre su posesión adquirieron tal cariz que hubo de intervenir el Consejo Real. Se reveló que todo obedecía a que don Alonso de Monroy, clavero de la orden, entregaba la encomienda al mejor postor.
En 1480 la encomienda recayó finalmente en Rodrigo Arias Maldonado, hijo del doctor de Talavera, mediando una gran suma de dinero y la vieja amistad que unía al doctor con el clavero.
En 1484 el doctor Maldonado obtuvo la encomienda de Destriana, de la orden de Santiago, para su hijo mayor, Ruy Díaz Maldonado.
En 1485 se añadió a la de Heliche, para Rodrigo Arias, la encomienda de La Moraleja, también de Alcántara.

El doctor fue acumulando un vasto patrimonio territorial.
Desde 1482, el ascendiente de don Rodrigo sobre el cabildo catedralicio –al que le unían lazos personales, la enemistad compartida con el arzobispo de Santiago y el hecho de ser su representante en la corte– había venido facilitando el traspaso de ciertas casas que la mesa capitular poseía en el cantón de la Rúa con Santa Catalina.
Así el doctor de Talavera compró, para hacer la suya, casas de ilustres familias de regidores como Rodrigo Arias Maldonado, señor de El Maderal, con quien años después emparentaría por partida doble, o Alonso Maldonado; Juan Maldonado de Hontiveros traspasó al doctor unas casas en la Rúa que pertenecían a su hijo Diego, menor de edad.

A finales del Cuatrocientos y principios del Quinientos la vida política salmantina se caracterizó por la conflictividad.
En 1490 Salamanca se había convertido en campo de batalla y botín de un enfrentamiento, a veces larvado y a veces abierto, que por la preeminencia urbana mantuvieron, en todos los frentes y durante tres décadas, la facción de los Acevedo-Fonseca, liderada por los arzobispos de Santiago, padre e hijo, y la valía agrupada en torno a la persona y familia del doctor de Talavera.
(En 1523 la venta de la villa de Babilafuente al conde de Monterrey, heredero del arzobispo de Santiago, marcará el fin de una contienda que había comenzado a resolverse con la derrota y enjuiciamiento del nieto y heredero del doctor de Talavera y sus aliados en la Guerra de las Comunidades).

Durante años el doctor de Talavera tuvo en el Consejo Real uno de sus mejores aliados en sus incesantes trabajos para engrandecer su casa.

En 1491 los habituales apuros económicos de Juan Maldonado de Hontiveros se agudizaron, apremiado por múltiples acreedores. Don Juan tuvo que vender parte de sus bienes.
En febrero de ese año, don Alonso de Fonseca, arzobispo de Santiago, compró a don Juan, para don Diego de Acevedo, su hijo, ciertos lugares.
En enero, el doctor, mejor informado, le había comprado también algunas tierras a don Juan por una cantidad inferior a la que desembolsó al arzobispo.
Atraído por la precipitada venta de la hacienda de don Juan, y también instigado por el arzobispo de Santiago –tío de su mujer, y a quien perjudicaba la expansión del doctor–, el regidor Juan de Solís, del bando de Santo Tomé, ofreció por lo vendido al de Talavera un precio idéntico al pagado por Fonseca, y Hontiveros cerró el trato con él.
El doctor impugnó este convenio ante el Consejo Real, el cual, a pesar de un año y medio de alegaciones invertido por Juan de Solís, acabó dando la razón al doctor.

El arzobispo de Santiago deseaba controlar el consistorio de la ciudad.
En 1494 Pedro de Acevedo, hijo del arzobispo, compró un regimiento de Salamanca.
Pero pocos días más tarde Pedro revocaba la cesión post mortem de todos sus bienes que en 1480, siguiendo instrucciones paternas, había otorgado a favor de Diego de Acevedo, su hermano mayor.
Diego de Acevedo interpuso demanda contra su hermano Pedro tratando de invalidar la retractación, pero fue desestimada por el Consejo Real.
Pedro de Acevedo y el doctor Maldonado mantenían buenas relaciones, alimentadas por una hostilidad compartida hacia el arzobispo de Santiago.
En 1495 los mayordomos del prelado, en un modo de actuar al que éste recurría con cierta frecuencia, estuvieron a punto de matar al licenciado Álvar Páez Maldonado, sobrino del arzobispo y abogado de Pedro en el pleito contra su hermano.

Durante más de 20 años el doctor fue uno de los principales consejeros de la Reina Católica.
Pero a partir de 1494 el doctor Maldonado no gozó en la corte real del mismo favor que había venido disfrutando desde 1475.
El rey Fernando por aquellas fechas comenzó a situar en puestos estratégicos de la administración a sus propios hombres en detrimento del grupo más próximo a doña Isabel, en el que con el doctor se hallaban su cuñado el secretario Fernando Álvarez de Toledo y su amigo fray Hernando de Talavera.

Y en diciembre de 1498, aprovechando el trastorno de la reina tras la muerte de su heredero, don Fernando cesó al doctor de Talavera y a sus compañeros más fieles.

En 1499 el doctor salía del Consejo Real.

Don Rodrigo abandonó la corte siendo un hombre muchísimo más rico que cuando llegó a ella (Alonso de Zúñiga litigaba con el doctor al poco de que éste abandonara el Consejo, tratando de convencer a los oidores de que tomasen aquél como caso de corte).
El grueso principal de sus ingresos estuvo constituido por el rendimiento de la ingente cantidad de mercedes reales que llegó a acumular en su persona y la de otros miembros de su familia.
Además, sus relaciones eran excelentes: Fernando Álvarez de Toledo era su cuñado, el duque de Alba era buen amigo, Diego de Guzmán era su yerno.

Cuando fue despedido de la corte y ya no pudo ampararse en la legalidad para seguir acumulando patrimonio, el doctor recurrió a métodos de adquisición ilegales, manipuló mojones en términos aledaños a los suyos y usurpó abiertamente porciones de terreno.

Tras salir del Consejo Real, pasó aún 20 años residiendo en Salamanca, pero ya no regresó a la docencia.
Y, de hecho, el doctor de Talavera jamás hizo gala, al menos en los documentos oficiales, de otros cargos que no fuesen el de consejero real y el de regidor de Salamanca.

La nueva situación de debilidad política del doctor iba a reabrir asuntos pendientes a lo largo de sus veinte años de preeminencia.
La principal amenaza para él y su casa estaba constituida por la persona, familia y secuaces del arzobispo de Santiago.

Ante el cese del doctor, el arzobispo creyó llegado el momento de que don Alonso de Acevedo y Zúñiga, su nieto, hijo de don Diego de Acevedo, recientemente fallecido, empezase a ajustar las cuentas pendientes con el de Talavera.
En 1499 don Alonso interpuso demanda contra el doctor solicitando la anulación  de la venta de unas tierras hecha en favor de éste por Pedro de Acevedo, alegando que fue hecha estando sin resolver pleito por el terreno entre don Pedro y don Diego de Acevedo. Sin embargo, finalmente don Alonso perdió la demanda.

El doctor de Talavera consiguió también paralizar la construcción de una casa que Luis de Acevedo, hermano del arzobispo de Santiago, comenzó a edificar en 1499, en terreno lindante con las casas principales del doctor, quien jamás había consentido aquella iniciativa.

Pero en 1500 el ánimo de revancha del arzobispo volvía a manifestarse con nuevas iniciativas.
Don Alonso de Acevedo, dirigido por el arzobispo de Santiago, su abuelo y tutor, pretendía arrebatar al de Talavera la propiedad de las tierras de Babilafuente, que reivindicaba desde 1496.
Poco más tarde actuaba contra el doctor el primo de don Alonso, Alonso de Zúñiga, por otra heredad en disputa desde hacía años.
Días después, varios vecinos de Aldearrubia, instigados por Juan de Urrea, enemigo del doctor y aliado del prelado compostelano, pariente de su esposa, denunciaban en el Consejo Real ciertos abusos cometidos por el doctor Rodrigo Maldonado y sus hijos.

Como fórmula de acoso, dada la especial sensibilidad de los consejeros por estos temas, resultó atractiva, y en el plazo de un mes se sumaban a esta querella las de los vecinos de Babilafuente, Huerta, Moríñigo y Cordobilla.
El procurador del doctor de Talavera exigió en el Consejo Real la paralización de la pesquisa ordenada, basándose en la notoriedad de que tales denuncias se habían interpuesto “por ynduçimyento de algunas personas que seguían sus yntereses particulares”.
El Consejo accedió, lo cual hizo que casi todos los aldeanos desistieran de proseguir con sus denuncias.
De convencer a los restantes se encargaron a palos días más tarde algunos hombres de armas del doctor de Talavera.

En 1501 el doctor trató de contraatacar, con medidas tan drásticas contra los Acevedo que suscitaron las iras del rey don Fernando, quien ordenó la expropiación de los bienes del doctor.
El duque de Alba intercedió para detener la expropiación, pero tanto en la corte como en Salamanca se propagó la noticia de la animosidad mostrada por el monarca hacia el doctor de Talavera.

Juan Vázquez de Acuña, señor de Gema, planteó sus propias reivindicaciones judiciales contra don Rodrigo, asimismo por cuestiones territoriales.
Pero el señor de Gema no era un contrincante poderoso y Talavera respondió contundentemente ordenando saqueos y quemas, acuchillamientos y detenciones ilegales de los vecinos de los lugares cuestionados.

En 1501 el convento de Santi Spiritus de Salamanca reclamó ante el Consejo satisfacción de todos los “agravyos e sinrazones” cometidos por el de Talavera en una heredad suya.
En 1506 el monasterio solicitaba seguro real frente a las violentas extorsiones de que estaba siendo objeto por parte de aquél y del comendador Arias Maldonado, su hijo.

La tensión se fue acumulando hasta estallar por un incidente sin importancia.
Un malentendido entre un mozo de espuelas del comendador Arias Maldonado y unos escuderos del arzobispo, desembocó en el asalto armado de las casas principales del doctor de Talavera por unos 40 hombres armados que obedecían órdenes de don Alonso de Acevedo, lo que terminaría en una auténtica batalla mantenida en el patio y a las puertas de la casa.
A consecuencia de ello, Luis de Acevedo denunció ante el Consejo Real al doctor Rodrigo Maldonado, acusándolo de estar construyendo la torre de sus casas principales “con yntençión dañada de escándalos e bullicios”.
Las pesquisas que ambos acontecimientos desencadenaron sirvieron para aplacar durante los dos años siguientes la agresividad entre los adversarios, o al menos para que ésta se canalizase.

No obstante, la verdadera causa del apaciguamiento era la enfermedad y muerte de la reina Isabel, y la grave crisis política que siguió al fallecimiento.

Había que reubicarse en la nueva correlación de fuerzas que se estaba gestando en el reino. Y el doctor volvió a convertirse en protagonista de la situación.
A comienzos de 1505 Talavera concurrió a las Cortes de Toro.
Era el retorno al escenario nacional, además de la posibilidad de pasar factura por algunas deudas políticas a Fernando el Católico y la ocasión para mejorar las relaciones en el entorno personal del archiduque don Felipe, que en noviembre de ese mismo año se hacía con la Corona merced a la llamada concordia de Salamanca.

En 1506 el doctor fue nombrado miembro del “Consejo Secreto”, o sea, la Cámara, del nuevo rey, lo cual constituía una rápida rehabilitación política.
Al igual que treinta años atrás el doctor debiese en buena parte su nombramiento de consejero a la amistad y patrocinio del duque de Alba, ahora tenía que agradecer su nuevo ascenso a las magníficas relaciones que mantenía con el conde de Benavente desde que su ya único hijo varón y heredero, el comendador Arias Maldonado, casase en 1494 con doña Juana Pimentel, hija de don Pedro Pimentel y doña Inés Enríquez de Guzmán, señores de Tábara, y sobrina carnal del conde.

***

La boda de Rodrigo Arias Maldonado y Juana Pimentel se concertó en junio y se celebró en julio.
Se celebró en la corte, que se hallaba en el palacio real de Tordesillas con motivo de la firma del tratado con Portugal, y fue dotada con 500.000 maravedíes por la propia reina Isabel, que asistió a la ceremonia.

Era un matrimonio en el que confluyeron la preclara estirpe de doña Juana y la opulenta hacienda del comendador como heredero de don Rodrigo.


El enlace simbolizaba el triunfo político y personal del doctor de Talavera, hasta el punto de que quiso representarlo en la fachada de sus casas principales (que había empezado a construir en 1493) cubriéndola de conchas, que constituyen el emblema de los Pimentel, mientras sobre la puerta figura el escudo de los Maldonado, cinco flores de lis. En la parte inferior del dintel se representan estilizados delfines, símbolo renacentista del amor.


En lo alto preside la fachada el escudo de los Reyes Católicos, con el que Talavera exhibía su condición de consejero real.


Tras la muerte del doctor, su hijo Arias terminó la construcción de la que ya era su casa.


El doctor Rodrigo Maldonado de Talavera, casado con doña Marina Álvarez de Porras, fue un padre de familia preocupado por la perpetuación de su estirpe, objetivo al que dedicó todos sus esfuerzos y recursos.
Su posición de preeminencia tanto en la corte como en la ciudad de Salamanca la utilizó para la formación y transmisión de un patrimonio familiar.
Sin embargo, el devenir de su familia, marcado por los avatares de la política, iba a ser sombrío.

El primogénito del doctor era Ruy Díaz Maldonado, doncel de los reyes.
Ya en 1475 Ruy recibió algunas de las primeras mercedes ganadas por su padre como consejero real, como la conservaduría del Estudio salmantino, que le fue concedida por privación de la misma a un partidario del marqués de Villena.
Casado y con un hijo, homónimo, murió en 1488 en la defensa del castillo de Níjar.

Quedó al doctor de Talavera la administración de la encomienda santiaguista de Destriana como tutor de Ruy Díaz Maldonado, su nieto huérfano.

Y la preocupación por dejar resueltos la sucesión de su casa y el provenir de sus miembros.

En 1490 Gonzalo Maldonado, el menor de los tres hijos varones que tuvo don Rodrigo, contraía matrimonio con doña Leonor Maldonado, hija de Rodrigo Arias Maldonado, señor de El Maderal. Como dotación, recibía de su padre el regimiento de Salamanca, que el doctor no ejercía por sus ocupaciones en la corte.

Pero, tras la muerte del primogénito, se había convertido en heredero de la casa el comendador Arias Maldonado.
Sin embargo, su pertenencia a la orden de Alcántara le impedía casarse y tener familia.
El doctor de Talavera anduvo negociando la fórmula para que Rodrigo Arias pudiera engendrar descendencia legítima sin tener que renunciar a las rentas y honores de su encomienda.
En 1490 el doctor consiguió que la Corona accediese a la realización de una permuta: el traspaso de las encomiendas de Heliche y La Moraleja a favor de Ruy Díaz Maldonado, su nieto, y la cesión que éste otorgaba de la encomienda de Destriana a favor de su tío Arias, puesto que la orden de Santiago, a la que pertenecía Destriana, sí permitía contraer matrimonio.
Como futuro heredero, el comendador Arias Maldonado asumió también dignidades y oficios, como la regiduría de Talavera o la conservaduría del Estudio salmantino de que se le hizo merced en diciembre de 1492 en sustitución del señor de El Maderal, recientemente fallecido.

En 1493 una de las hijas del doctor, Francisca Maldonado, contrajo matrimonio con Juan Arias Maldonado, hijo y heredero del señor de El Maderal.
Así se estrechaban los vínculos con ese señorío, con el que ya había emparentado Gonzalo Maldonado.
De Francisca y Juan fue hijo Francisco Maldonado, el futuro comunero salmantino decapitado en Villalar. Nació en 1480 y fue señor de El Maderal, pequeña villa de la actual provincia de Zamora.

(Las dos hijas mayores del doctor, Juana Maldonado y Catalina Maldonado, habían casado con Pedro de Zúñiga, señor de La Aldehuela, y Juan Pacheco, señor de Cerralbo).

El mismo año 1493 moría Gonzalo Maldonado sin dejar descendencia.
Ello hizo más necesario que el comendador Arias Maldonado contrajese matrimonio.

La novia escogida fue doña Juana Pimentel.

La ya considerable riqueza que aportaba al matrimonio con ésta el comendador Arias Maldonado se vería incrementado al mes siguiente, con la restitución al patrimonio familiar que el doctor consiguió acordar con don Pedro de Zúñiga de la dote de doña Juana Maldonado, fallecida en agosto.

(Años después, en 1506, el doctor concertará la boda de su hija pequeña, Isabel Maldonado, con Diego de Guzmán el mozo, hijo de Diego de Guzmán Dávila, servidor y amigo íntimo del duque de Alba, por cuya mediación se conocían.
El matrimonio reflejará la vigencia de los vínculos del doctor de Talavera con la casa de Alba, en unas circunstancias políticas que habían situado al duque y al doctor en partidos opuestos).

Del matrimonio del comendador y Juana Pimentel, en 1495 nacía don Rodrigo y en 1497 don Pedro, el futuro líder de los comuneros salmantinos, más otros siete hijos que vendrían después.
Ello estrechó las relaciones entre el conde de Benavente y el doctor de Talavera.

*** 


Y esa confianza personal, junto con sus innegables “sufiçiençia e abilidad e literatura e buena conçiençia”, fue lo que hizo que el doctor Rodrigo Maldonado fuera patrocinado por el conde de Benavente para su inclusión en la Cámara Real de Felipe I en junio de 1506.
El doctor se incorporó inmediatamente a su nuevo cargo, ya no tanto por el afán de medro de su primera etapa cortesana, cuanto por el deseo de evitar a su familia futuras dificultades como las que había tenido que afrontar tras su salida del Consejo Real.

Siguió cultivando sus buenas relaciones personales, lo que le valió para ser designado el 31 de agosto corregidor de Toledo y el 2 de septiembre recibir la condición vitalicia de miembro del Consejo Secreto.

Pero la nueva andadura política duraría sólo lo que tardó en morir el nuevo monarca.
El 16 de septiembre caía enfermo don Felipe.
El doctor recibió la noticia en Burgos y partió inmediatamente a Salamanca. La muerte de Felipe podía volver a trastocar las posiciones políticas.
El 21 de septiembre otorgaba junto con su mujer escritura instituyendo mayorazgo en la persona y herederos del comendador Arias Maldonado. Trataban con ello de asegurar sus propiedades vinculando “el lugar y casa de Villanueva, que se llama el solar de los Maldonados”, las propiedades y derechos que habían adquirido, las casas principales, el patronato de la capilla del Salvador en la catedral salmantina y ciertos bienes muebles por los que sentían predilección, como una Biblia, regalo del duque de Alba, o un libro de horas “historiadas muy ricamente”.

El rey murió el 25 de septiembre.
Dos semanas después el Consejo Real confirmaba al doctor de Talavera como corregidor de Toledo, con orden urgente de incorporarse a la plaza y tomar posesión del alcázar de la ciudad.
El duque de Alba, al frente de los partidarios del rey Fernando, coordinó una serie de actuaciones contra los felipistas, entre las que estuvo la detención del doctor de Talavera por el marqués de Villafranca a finales de octubre en el abulense lugar de Muñana, aunque sólo para impedirle tomar posesión del corregimiento de Toledo.

Ese incidente fue el final de la actividad del doctor Rodrigo Maldonado de Talavera en la política nacional.
A partir de 1507 y durante los diez años de vida que le quedaban, el doctor y los suyos se dedicarían a mantener un patrimonio cuya conservación dependía del sostenimiento de su posición política en la ciudad de Salamanca, bien mediante pleitos bien mediante violencias, apaleamientos, detenciones, saqueos, derribos... Violencias ejercidas por los criados del doctor y dirigidas principalmente contra rivales de escasa entidad, e incluso contra mujeres y contra las monjas del monasterio de Santi Spiritus (que presentaron repetidas denuncias contra el doctor). Éste dominaba además los vericuetos legales. En cambio, desde 1507 perdió su influencia en el ámbito cortesano.

La noche del 4 de junio, nuevamente por un malentendido entre los escuderos del doctor de Talavera y la gente del arzobispo de Santiago, estuvo a punto de estallar una nueva batalla en la ciudad, que se evitó gracias a la habilidad del teniente de corregidor para negociar con los principales caballeros de Salamanca una tregua cuyo cumplimiento vigilaría el Consejo Real.

Sin embargo, ello significó la reanudación de los violentos enfrentamientos entre quienes formaban la valía del doctor Rodrigo Maldonado y la facción liderada por el arzobispo de Santiago, ya Patriarca de Alejandría, su hijo y heredero de la mitra compostelana y su sobrino don Alonso de Acevedo.
Al principio, tales enfrentamientos estuvieron equilibrados. Pero, conforme el arzobispo se vinculó a la nueva corte flamenca, los combates se convirtieron en agresiones unilaterales e impunes de sus partidarios al mermado bando de los Maldonado.

La batalla se libró también en el terreno judicial.
En 1508 los oidores de Valladolid confirmaban la sentencia de 1503 en la que se ordenaba al doctor de Talavera devolver la heredad de Babilafuente a don Alonso de Acevedo y Zúñiga.
Desde entonces, fueron muchas las actuaciones judiciales que tuvieron que acometer los abogados del doctor Rodrigo Maldonado en la Chancillería de Valladolid para hacer frente a las demandas contra él interpuestas por don Alonso de Acevedo o alguno de sus secuaces.

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En 1511 murió el comendador Arias Maldonado.
Dejaba ocho hijos menores de edad y a su mujer encinta.
En los pocos días que duró su enfermedad, otorgó testamento para instituir mayorazgo en don Rodrigo Maldonado Pimentel, su primogénito.
En virtud del mismo, don Rodrigo recibía todas las dignidades y oficios de su padre.

Pero Rodrigo no estaba interesado por la política. De algunos cargos ni tomó posesión.
La vocación religiosa del muchacho se convirtió en una preocupación para su abuelo hasta que pudo convencerle de que accediera a contraer matrimonio con doña Ana de la Cueva, hija natural del duque de Alburquerque.
La boda se celebró en 1515.
Tras la boda el doctor dispuso la trasmisión del mayorazgo.


El doctor Rodrigo Maldonado de Talavera murió en Salamanca el 16 de agosto de 1517.
En abril, quizás ya enfermo, había renunciado a su regimiento de Salamanca y su conservaduría del Estudio en favor de don Pedro Pimentel Maldonado, hijo segundo del comendador Arias Maldonado.


En enero de 1518 Rodrigo Maldonado Pimentel renunció a su vida marital, sus honores y su patrimonio para ingresar, con el nombre de fray Antonio, en los franciscanos.
Su hermano don Pedro hubo de cambiar el orden de sus apellidos y, ya como Maldonado Pimentel, en marzo asumió el mayorazgo, la propiedad de la Casa de las Conchas y el conjunto de dignidades y oficios que habían sido de su abuelo y de su padre, salvo dos: La conservaduría del Estudio, que cedió a don Alonso Pimentel, el más pequeño de los hermanos, y el regimiento de Salamanca, al que don Rodrigo renunció en favor de su tío, el conde de Benavente.


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Esta transferencia al conde de Benavente refleja la ingerencia de éste en los asuntos de la familia Maldonado tras la muerte del doctor de Talavera.
Sin embargo, tal intervención fue lo que evitó la desmembración absoluta del patrimonio de los Maldonado.
De hecho, el conde no asumió el regimiento cedido, sino que en 1520 lo dejó en manos del contador Cristóbal Suárez hasta que don Alonso Pimentel, el hijo póstumo del comendador Arias Maldonado, cumpliese en 1527 la edad de entrar en el consistorio salmantino.

Fue asimismo el conde quien la noche del 23 de abril de 1521 evitó a su sobrino don Pedro Maldonado, señor de Babilafuente, la muerte en el cadalso de Villalar.
Sin embargo, días después tuvo que entregarlo en la prisión real de Simancas.
Durante más de un año siguió intentando que fuera perdonado y que no fuera ajusticiado.
Pero no pudo impedir que don Pedro fuese finalmente degollado, ni que sus bienes fueran aplicados a la Cámara real.
El conde no se rindió, y logró que parte de aquel patrimonio fuera devuelto a su sobrino Alonso Pimentel.


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La participación del nieto del doctor, don Pedro Maldonado Pimentel, y de algunos parientes y aliados de su casa en la rebelión comunera no podría comprenderse desligada de la pugna mantenida por su abuelo durante más de treinta años contra la facción de los Acevedo-Fonseca; del mismo modo que la inclemencia regia con don Pedro convirtió a las Comunidades, en la ciudad de Salamanca, en resolución definitiva de aquel conflicto.
Los Fonseca permanecieron fieles al emperador, con varios miembros de la familia muy activos en los enfrentamientos, y con sus vasallos y sirvientes también muy implicados a favor de don Carlos.

Cuando se produce el levantamiento de las Comunidades, don Pedro, que apoyó la rebelión desde el principio, fue el encargado por la Junta en Salamanca de dirigir las milicias salmantinas. Era uno de los mayores hacendados del bando comunero, y el jefe nato de los rebeldes salmantinos, pero el hecho de que fuera sobrino de uno de los más cercanos colaboradores del rey Carlos I, el conde de Benavente, hizo que su liderazgo despertara algún recelo en los estamentos populares de la ciudad, por lo que pasó a capitanearlas su primo, Francisco Maldonado.
Resueltos estos recelos, ambos compartieron el mando. Y ambos fueron hechos prisioneros en abril de 1521 tras la batalla de Villalar (Valladolid).

El 24 de abril de 1521 Francisco Maldonado, primo de Pedro, fue ajusticiado en Villalar, junto con los caudillos Bravo y Padilla.

La pena de muerte de su primo Pedro fue pospuesta.


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El 18 de agosto de 1521 los bienes de don Pedro Maldonado –incluidos los del mayorazgo, en virtud de una cláusula que admitía el caso por delito de lesa majestad– fueron embargados por el fisco regio.
Una avalancha de memoriales llegó inmediatamente a la Cámara solicitando mercedes de los bienes de los culpados, y comenzó a afectar a los de don Pedro escasos días después, con la donación a don Rodrigo Manrique de todos los inmuebles de don Pedro en la villa de Talavera.
Para frenar el despojo, doña Juana Pimentel, madre del condenado, se apresuró a reclamar al fisco los bienes pertenecientes a sus hijas y a su hijo don Alonso de la herencia de su padre y abuelo.
Sin embargo, pasada la primera animosidad tras la victoria, el reparto de los bienes de don Pedro se detuvo y la mayor parte de ellos permaneció en depósito hasta bastante después de su ejecución.


En 1522 Carlos I promulgó un perdón general, del que excluyó a los más destacados comuneros.
La mañana del 14 de agosto de 1522 Pedro Maldonado fue decapitado en Simancas, junto con otros ocho rebeldes.


No fue hasta febrero de 1523 cuando se transfirió su regimiento de Salamanca a Diego Osorio.
Tan sorprendente lentitud en el ritmo de enajenaciones, especialmente si se consideran las necesidades pecuniarias de la Corona, el altísimo valor de los bienes de don Pedro y la celeridad con que se habían estado vendiendo las propiedades de otros condenados, era el modo en que Carlos I intentó mitigar el enojo del conde de Benavente por la ejecución de su sobrino:
El emperador accedió a sus peticiones de subordinar el destino de los bienes a lo que el Consejo Real declarase en cuanto a los que pertenecían a doña Juana Pimentel, y de participar en las deliberaciones sobre las que se tomaría tal decisión.
La sentencia se dictó el 24 de marzo de 1523, y en ella se reconocía el derecho de doña Juana a recuperar parte de los bienes embargados a don Pedro para las dotes y legítimas de sus hijas, más los alimentos que le asignara el doctor de Talavera a don Alonso Pimentel.
Cuatro días después se daba promesa real a don Alonso de Acevedo y Zúñiga, ya conde de Monterrey, de que se le había de vender la villa de Babilafuente.
En julio de 1523 la Corona donó la escribanía mayor de rentas del obispado de Salamanca al contador Cristóbal Suárez, criado del arzobispo de Santiago.
Y el 8 de agosto la administración real liquidó los bienes de don Pedro Maldonado vendiendo la villa de Avedillo a Antonio Deza, de la órbita de Gutierre de Fonseca, tío del arzobispo de Santiago.

Como castigo a los salmantinos que habían apoyado la rebelión, Carlos I ordenó desmochar las torres de sus palacios, como se puede ver en la ausencia de torre en la esquina de la Casa de las Conchas, casa solar de los Maldonado.


El 6 de marzo de 1525 la Corona devolvió a los Maldonado Pimentel el patronazgo de la capilla del Salvador (llamada capilla de Talavera) que para el enterramiento familiar fundara el doctor de Talavera en el claustro de la catedral de Salamanca.

Ese mismo día doña Juana fundó mayorazgo en don Alonso Pimentel.


En 1526 fueron trasladados a la capilla los restos de don Pedro Maldonado.
En ella se conserva actualmente el pendón de los comuneros de Salamanca, recientemente restaurado.

En 1541 moría don Alonso Pimentel, sin descendencia y tras haber recibido la prima tonsura.
Fue enterrado también en la capilla familiar.


Quedaba como heredero don Francisco Pimentel Maldonado, su sobrino, primogénito de doña Inés Enríquez, la mayor de las hijas del comendador Arias, y de Diego López, señor de la villa de Tejeda, con quien había casado en 1524.

Y en él confluyeron el mayorazgo de doña Juana Pimentel, su abuela, refundado en diciembre de 1541, siendo ésta priora del monasterio de Santa Clara de Zamora, y el de su madre, que instituyó doña Inés en 1542, ya viuda.


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En la plaza de San Benito , a pocos pasos de la Casa de las Conchas, se halla la que fue casa de Pedro Maldonado, una mansión de estilo gótico salmantino.

La plaza fue solar del linaje de los Maldonado y eje del barrio de la más insigne oligarquía salmantina, la zona más céntrica, animada, cara y noble de Salamanca, donde ningún proyecto arquitectónico pasaba desapercibido.

La plaza y su iglesia habían aglutinado a uno de los bandos medievales en los que se dividió Salamanca, y que tomó el mismo nombre de San Benito, la familia más relevante del cual fue la de los Maldonado.

Sin embargo, también vivían en la plaza y aledaños los principales enemigos de los Maldonado:
El mayordomo de los arzobispos Fonseca, Francisco Maldonado de Ribas, cuya casa también se conserva.
Y la familia Acevedo, cuyo palacio, situado enfrente del templo, en la otra acera de la que hoy es calle de la Compañía, ha desaparecido, ocupado su solar por el Colegio de los Jesuitas. En esa casa vivieron el arzobispo Alonso de Fonseca II, Maldonado por parte de madre, y su hijo el arzobispo Alonso de Fonseca III.

Tras la derrota del comunero, la casa de don Pedro fue confiscada y sus escudos fueron picados.

La propiedad pasó a manos de Francisco de Loarte, abulense que fue catedrático de leyes en la Universidad de Salamanca, y cuya residencia era contigua a la de don Pedro, en la esquina con la actual calle de la Compañía.
Loarte no tuvo descendencia, y en 1543 dejó ambas casas para fundar en ellas un convento de clausura de franciscanas, el convento de la Madre de Dios, que aún existe.

El palacio de Pedro Maldonado se convertía así en cenobio, y si bien su exterior resultó transformado por el tapiado de vanos, en cambio en su interior, no visitable, gran parte de la residencia permanece intacta.

Francisco Maldonado de Ribas poseía en la misma plaza de San Benito otra casa que fue incendiada y demolida en 1520 por el amotinado pueblo salmantino cuando se supo que su dueño había amenazado de muerte a Pedro Maldonado en el convento de San Francisco el Grande.


En 1527 heredó el solar su sobrino Diego Maldonado, que, como su tío, también fue camarero del arzobispo Alonso de Fonseca III.
Y don Diego hizo construir en él su propio palacio.
Diego era el segundo hijo de Pedro Maldonado (personaje distinto del comunero del mismo nombre) y de María Ribas.
Estudió la carrera eclesiástica. Por influencia de su tío, Francisco de Ribas, entró al servicio del arzobispo Fonseca cuando éste ostentaba el arzobispado de Santiago, antes de tomar posesión de la sede de Toledo. Diego llevaba todos los asuntos personales y, por tanto, los más delicados del prelado. Viajó con él a los muchos lugares en los que por su cargo eclesiástico y por su posición en la Corte se le requería.
Diego logró para sí un sinfín de privilegios que le aportaron riquezas y honores. Fue canónigo de los arzobispados de su jefe, Santiago y Toledo, desempeñó el beneficio de muchas iglesias y se relacionó con lo más destacado de la corte del emperador.
Así como su tío Francisco de Ribas tuvo el privilegio de ser enterrado en la iglesia de las Úrsulas, junto al arzobispo Fonseca II, Diego, igualmente privilegiado, fue inhumado en la iglesia del Colegio Mayor del Arzobispo, junto a Alonso de Fonseca III.

Cuando, en 1534, murió el arzobispo Fonseca III, Diego Maldonado se asentó en Salamanca y se dedicó a enriquecer su patrimonio y a perpetuar su memoria. Compró terrenos, casas, muebles y bienes de todo tipo.

Para construir su vivienda, cuya edificación había iniciado en 1529, Diego agrandó el solar heredado con la adquisición de casas, corrales y solares en las calles aledañas.
La residencia se edificó en la hacienda de su tío.
Los espacios adquiridos, adyacentes al palacete, se destinaron a cuadras, bodegas, paneras, casas para la servidumbre y algunas para ser alquiladas.
Participó en su construcción el gran maestro Juan de Álava, que intervino en numerosas obras del renacimiento salmantino (Catedral Nueva, Escuelas Menores, San Esteban, Casa de las Muertes, Colegio Mayor del Arzobispo, San Benito); Juan de Álava estaba vinculado a Alonso de Fonseca y trabajó para él en muchas de las obras promovidas por el prelado.
En la fachada del palacio figura el escudo de los Fonseca (cinco estrellas), y más abajo, como corresponde a un servidor, el escudo de los Maldonado (cinco flores de lis), y, a los lados de la ventana, dos escudos con la unión de los linajes Maldonado y Ribas.

Don Diego tuvo una hija natural, Ana Maldonado, para la que instituyó un mayorazgo y consiguió la legitimación real y asimismo un buen matrimonio: Ana casó con Francisco de Anaya, uniéndose así dos de las grandes familias salmantinas.

El palacio se conserva en la actualidad, convertido en el Centro de Estudios del Brasil, perteneciente a la Universidad de Salamanca.


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La iglesia de San Benito se encuentra en la esquina de la plaza con la calle de la Compañía.

Fue originariamente una iglesia románica.
Fue edificada en 1104 por gentes del sur de Francia, conocidos en Salamanca como “gaellici”, que llegaron a la ciudad del Tormes con el conde Raimundo de Borgoña.

Su feligresía comprendía un buen número de familias distinguidas.
Aún existen en las inmediaciones de la iglesia las casas solariegas de algunos de aquellos nobles.

La iglesia y su entorno acogieron a uno de los dos bandos en los que se dividió la ciudad de Salamanca en el siglo XV.
Todavía una de las campanas de la torre recibe el nombre de “Los Bandos”.


El otro bando salmantino fue llamado de Santo Tomé, por tener su lugar de reunión en la iglesia de Santo Tomé y plaza del mismo nombre.
(La iglesia de Santo Tomé fue erigida en 1126, también durante la repoblación que Alfonso VI encomendó a su yerno Raimundo de Borgoña.
Fue, como San Benito, lugar de enterramiento nobiliario.
Hasta que se edificó la Plaza Mayor, la plazuela fue el espacio principal donde tenían lugar las ceremonias oficiales.
En 1856, el estado ruinoso de la iglesia de Santo Tomé y la falta de intención y dinero para su rehabilitación, determinaron su derribo.
Entonces, la plaza de Santo Tomé pasó a denominarse plaza de “Los Bandos”.
Se encuentra a escasos metros de la plaza Mayor).


A finales del siglo XV un incendio destruyó la iglesia de San Benito.
El arzobispo Alonso de Fonseca II (Maldonado por vía materna, aunque enemistado con la mayor parte de esta familia), había sido bautizado en San Benito, y por ese motivo, a comienzos del siglo XVI, el prelado costeó su reconstrucción, en estilo gótico flamenco (del primitivo templo no queda nada, porque para la reedificación se derribaron sus restos).


Debido a este patronazgo, la heráldica de los cuatro linajes a los que estaba vinculado el arzobispo figura tanto en el interior como en el exterior de la iglesia: Fonseca, Acevedo, Maldonado y Ulloa (familia de la madre de los hijos del patriarca).


Pronto el nuevo templo se convertirá en panteón de la familia Maldonado, y se llenará de escudos, epitafios e inscripciones de este linaje.
(La parroquia de San Benito sostuvo un litigio con la comunidad de las Úrsulas, disputándole la posesión del sepulcro del arzobispo fundador; litigio que por fin se decidió a favor del convento, que se encuentra al final de la calle de la Compañía).


Los muros de San Benito están ahuecados interiormente por arcosolios, destinados a enterramientos -hoy en su mayor parte vacíos- , lo que hace de esta iglesia un lugar eminentemente funerario.

Diego Maldonado compró dos arcos para sepultura familiar en la iglesia de San Benito, aunque él sería enterrado en la capilla del Colegio del Arzobispo Fonseca.
Son dos hornacinas que se encuentran debajo del coro.
En una de ellas figura un epitafio, que dice:
«Aquí yace el muy noble y honrado caballero Pedro Maldonado, hermano del Sr. Diego Maldonado el Camarero: finó año de MDXIII».
En la otra hay una inscripción en la que consta:
«Este arco y sepulturas es de la casa y herederos del Sr. Diego Maldonado, camarero que fue del Ilmo. Señor Don Alfonso de Fonseca, Arzobispo de Toledo, de buena memoria, su Señor, el cual está enterrado en la capilla de la sepultura de su Señoría Ilma. Año de MDXXXII».

A finales del siglo XVII los sepulcros fueron ocupados por Antonio Maldonado Bracamonte y su mujer, Catalina Vela Girón y Guzmán.


En el presbiterio, a ambos lados del altar mayor, hay dos monumentos funerarios.
Pero sus arcos, sus estatuas, sus urnas y sus relieves han sido pintados de diferentes colores en época moderna, cubriendo con la pintura parte de los epitafios; sólo se conserva el principio de ellos en la cinta superior de las urnas, y de su lectura se desprende únicamente que en los sepulcros se hallan los restos de un tal Arias Pérez Maldonado y su esposa Elvira Hernández Cabeza de Vaca.

En el lateral del evangelio se encuentra la lápida de María Castaño de Bracamonte.

En el lateral de la epístola se hallan varios arcosolios de miembros de la familia Maldonado:

Cerca del altar mayor se encuentra un sepulcro, con estatua de caballero, de formas y ornatos iguales a los del presbiterio.
El epitafio de este sepulcro dice:
«Este bulto es del honrado caballero Fernández Maldonado».

En el mismo muro hay cuatro arcos, y una inscripción colocada en el primero manifiesta que los cuatro pertenecen al caballero Rodrigo Álvarez Maldonado, que murió en 1501.
En el segundo arco se lee el siguiente epitafio:
«Aquí yace D. Juan Álvarez Maldonado, dueño del lugar de Barregas, del de Berrocal de Ladierno y del de la Regoñada; falleció en el año 1532».

A la izquierda de la puerta que da al convento de la Madre de Dios está, bajo arco, la estatua y sepulcro de Rodrigo Arias Maldonado, señor de Monleón.
Su epitafio dice:
«Aquí yace el muy noble caballero Don Rodrigo Maldonado de Monleón, el que falleció año de 1507».


La iglesia de San Benito fue parroquia hasta 1887, cuando se incorporó a la parroquia de la Purísima.


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Sólo un poco más arriba de la plaza de San Benito, en la misma calle de la Compañía, entonces llamada de Santa Catalina, estaba la casa solariega de los Maldonado, la Casa de las Conchas. Y en el otro extremo de la misma calle levantará unos años después su palacio y “su” iglesia don Alonso de Acevedo Fonseca y Zúñiga, III Conde de Monterrey.
Así pues, a lo largo de la calle de Santa Catalina se concentraba y distribuía buena parte del poder urbano de la ciudad.


La Casa de las Conchas hace esquina con la Rúa, que enlaza la plaza Mayor con la catedral.


Es una construcción propia de la arquitectura de la época de los Reyes Católicos, de estilo gótico con elementos platerescos.


Las conchas de la fachada no están talladas en los sillares, sino adosadas al muro mediante ganchos de hierro, lo cual ha dado lugar a la leyenda de que bajo una de las conchas la familia escondió sus joyas, desconociéndose cuál fue la concha escogida.


En el patio interior se repiten los blasones de las familias Maldonado y Pimentel.

El tejado del patio está rematado por crestería de flores de lis.


Una escalera de tres tramos da acceso al piso superior. El primer tramo se abre con la figura de un perro que sostiene el escudo de los Pimentel, el segundo se abre con un león que soporta el escudo de los Maldonado, y el tercero con la unión de ambos blasones.


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En 1967 la Casa de las Conchas fue cedida por su propietario al Ayuntamiento de Salamanca, mediante un contrato de arrendamiento por un valor simbólico de una peseta anual durante noventa y nueve años.
En 1970 el Ministerio de Cultura se subrogó en el alquiler.
En 1993, tras ser restaurada, se abrió como Biblioteca Pública del Estado.
En 1997 su propietario, el Conde de Santa Coloma, la entregó a la Junta de Andalucía como pago de impuestos.
En 2005 la Junta de Andalucía la permutó por otro edificio con el Estado, que es su actual propietario.