domingo, 24 de junio de 2012

CUENCA, I





Ésta fue tierra habitada por magos.
Ésta fue tierra gobernada
por los señores de los bosques.




Durante mucho tiempo estas rocas
fueron la línea litoral de antiguos mares
en los que vertían sus ácidas aguas
ríos caudalosos.
Grandes olas rompían contra los arrecifes calcáreos.




Lentamente, a lo largo de siglos,
el mar fue retirándose,
los arrecifes se transformaron en montañas rocosas
y angostos valles
habitados por grandes reptiles.




Pinos, sabinas, enebros, chopos y arces
crecen entre las rocas y el agua del río
y a su sombra viven seres elementales,
hijos de aquéllos que moraron aquí
en tiempo inmemorial.




Éste fue lugar elegido por eremitas
para apartarse del mundo y acercarse a Dios.
Un lugar a mitad de camino entre el cielo y la tierra,
un lugar donde la tierra abre grietas
a través de las cuales es posible
la comunicación con el espíritu.




La tierra aquí es tan antigua y tan sabia
que ya no es exactamente tierra,
se va desmaterializando,
se convierte en reflejo del sueño,
se convierte en voz
con la que el espíritu llama al espíritu,
se convierte en latido que resuena en el interior de la roca,
en las hojas de los árboles,
en los reflejos del río.




Los eremitas encontraron aquí el sitio perfecto
para escuchar la voz que sólo escucha el alma.




Se instalaron en las cuevas que milenios atrás
habían habitado los reptiles
y desde allí escucharon el sonido terrible del agua
deshaciendo la roca,
escucharon el sonido de las hojas de los árboles
convertidas en láminas de oro
cayendo sobre el río,
escucharon el grito de los magos antiguos.




El sol reflejado en el agua les quemó la vista
y así pudieron ver lo que no puede verse.




Ésta es la tierra más antigua.
Tierra que está dejando de ser tierra,
que se está transformando en imagen espectral,
en mensaje encriptado,
en vehículo mágico.




Y aquí se decidió construir una ciudad.
En este lugar que no era sitio para construir ciudades,
sino para que solitarios anacoretas
recibieran la clave de los secretos.




Así, ésta no es propiamente una ciudad;
es la prolongación de un eremitorio;
es el sueño de un mago;
es el reflejo del río.
Una ciudad producida por el agua
al pasar interminablemente sobre la piedra.




Es una ciudad construida en un lugar imposible,
en una grieta entre las rocas,
en un abismo,
en la sombra de las alas de un águila.




Un ciudad rodeada de bosques
por los que vagan invisibles ermitaños.
Murieron hace mucho, pero no se marcharon.
Siguen en estos bosques.
Si se fueran, quizás la ciudad desaparecería
porque no es sino la emanación de sus meditaciones,
el resultado mágico de siglos de soledad.



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