sábado, 17 de diciembre de 2011

SIRESA


Los Pirineos fueron desde la antigüedad
un espacio mítico y misterioso.
Altas montañas, profundos desfiladeros, oscuros bosques.
Tierra de cultos ancestrales
y prácticas mágicas
que se convertirá en territorio de guerreros,
aventureros y peregrinos.


Los ejércitos musulmanes llegan a Huesca en el 714
y avanzan hacia el Pirineo.

Los desposeídos se refugian en las montañas,
recuperan las ruinas de los poblados prerromanos
y habilitan las cuevas.
En bosques recónditos
alejados del gran valle
ocupado por los musulmanes.

En vano intentará repetidamente el invasor
desalojar de esos refugios a los huídos.
Los árabes nunca consiguieron ocupar
las montañas del Pirineo.


Durante la época visigoda,
en los siglos VI y VII,
algunas de esas cuevas habían sido morada
de solitarios eremitas
que se recluían en parajes agrestes
para ayunar y orar.

Con el tiempo, esos anacoretas constituyeron hermandades:
Habitaban en celdas aisladas,
pero a corta distancia unas de otras,
e interrelacionadas.
Así la ascesis primitiva
fue convirtiéndose en cenobitismo;
en torno a los eremitorios rupestres
se formaron pequeñas comunidades:
monasteriolos heterodoxos
sin normas definidas.

Algunas de estas primitivas congregaciones
erigen los primeros edificios monacales
en lugares ásperos
casi siempre próximos a antiguas calzadas romanas.
Empezaba la vida monacal.


En el siglo VI, san Benito de Nursia
había redactado una regla monástica
basada en el trabajo y la oración:
“ora et labora”.
La regla benedictina se fue imponiendo por todo Occidente.
Esa regla fue la que adoptaron inicialmente
monasterios como San Pedro de Siresa.


Cuando se produce la invasión musulmana
ya existían en la zona pirenaica
algunos monasterios,
como el de San Pedro de Tabernas, en la comarca de Ribagorza,
o, en la comarca de Jaca, el de San Pedro de Siresa.

Los anacoretas en sus eremitorios
y los monjes reunidos en cenobios
acogieron a los cristianos fugitivos.

En el asilo ofrecido por los religiosos,
los cristianos se organizaron y fortalecieron
para reconquistar la patria.

Con el tiempo, los mismos guerreros,
erigirán nuevas fundaciones
para asegurarse la protección divina
en la lucha contra el pagano.
Santuarios cuyo santos patronos
a menudo son contemporáneos
de los movimientos reconquistadores.


La Reconquista fue una empresa
de caracteres épicos.
Combatientes heroicos.
Batallas míticas.
Acciones de epopeya
inspiradoras de poemas
como los que escribieron
Chrétien de Troyes y Wolfram von Eschenbach.

Parsifal

Hubo allí, en el Alto Aragón,
en los tiempos oscuros,
heroicas gestas anónimas,
esfuerzos continuados de los montañeses
por mantener incólume el último recinto.
El reducto del que surgirá un Reino.

En el siglo X tienen lugar
los grandes embates sarracenos:
las incursiones de Abderramán III en el 937,
las campañas de Almanzor en el 999.

Pero al mismo tiempo se iba configurando
la monarquía aragonesa,
primero como dinastía condal,
a partir del siglo XI como dinastía real,
cuando se constituya el Reino de Aragón.


En las tierras altas nacieron
los tres condados.

En el proceso de formación de los condados
y de ulterior constitución del Reino
y de organización de la resistencia
y la reconquista del territorio,
tuvieron un papel central los monasterios
que a lo largo de los siglos X y XI
adoptan reglas fundacionales claras,
crecen y se transforman en poderosas instituciones.

No hay valle en el que no se levante un monasterio,
y todos se convierten en núcleos impulsores
del combate y la repoblación.


El origen de la reconquista está en los cenobios.
Cada uno de los condados
que después constituyeron el reino aragonés
tuvo en su demarcación un monasterio
fundado antes o después de la irrupción agarena.

Monasterios en los que a menudo
se instaló provisionalmente
el obispado errante.

Sin estos cenobios, obispados y santuarios,
no se habría organizado la lucha,
ni se habría recordado la España perdida,
ni se habría anhelado su recuperación.
En estos monasterios se conservó el recuerdo,
se transmitió la tradición.
En estos monasterios se gestó
la primera estructuración comarcal
sobre la que impulsar la posterior unificación.

Ni los condados pirenaicos, primero,
ni el incipiente Reino, después,
disponían del aparato suficiente
para gobernar sus crecientes territorios.
Los monasterios cumplieron esa función,
pusieron en explotación las tierras de sus respectivos valles,
encauzaron la repoblación
y los abades se convirtieron en señores.
Los abades serán convocados junto a los obispos
a la corte y a las cortes
para dar su consejo al soberano.

Desde los monasterios, también,
se fomentaron las peregrinaciones
y se practicó la hospitalidad.


En las escuelas monacales se desarrolló la enseñanza.
La tradición literaria y artística
y la vida intelectual
durante siglos
se concentró en los cenobios.
Los monasterios fueron centros de estudio,
focos de luz en la espesa tiniebla.
Sus escritorios albergaron el saber.

En los monasterios se cultivó la música,
se patrocinó el arte,
y se generó una nueva manera
de concebir y edificar las iglesias,
con un nuevo estilo, el románico.


El grupo monástico jacetano estuvo formado
por San Juan de la Peña,
Santa María de Sásabe
y San Pedro de Siresa.


Siresa se encuentra en el valle de Hecho,
antesala de la Selva de Oza.
El monasterio se levanta a la entrada del bosque,
al pie de la calzada romana
que sería el primer tramo acondicionado
del primitivo Camino de Santiago,
y ancestral paso de mercaderes y contrabandistas
en el corazón de la cordillera pirenaica.
La vía romana de Zaragoza a Francia
cruzaba el río Aragón
y se remontaba hacia Hecho y Siresa
para atravesar los Pirineos por el boscoso puerto.

*

Desde remotos tiempos visigóticos
hubo allí un monasterio.


La actual iglesia se construyó hacia el año 830,
cuando se funda el Condado de Aragón,
cuando Aznar Galíndez, conde carolingio,
da comienzo a la dinastía condal de Aragón.

Aznar I Galíndez

En la cuenca del río Aragón Subordán,
en el valle de Hecho,
se organiza a principios del siglo IX
un territorio regido por Oriol, un jefe militar de la región.
Oriol fue sucedido por Aznar Galíndez I
bajo la protección de Carlomagno,
pero en el 828 el magnate se independizó
de la tutela carolingia
y se tituló “conde de Aragón”,
dando inicio a la dinastía.


El territorio recuperado empieza a denominarse Aragón,
por los dos ríos Aragón,
el mayor, que pasa por Canfranc y Jaca,
y el menor, o Subordán,
que desciende por el valle de Hecho,
lame los cimientos del cenobio,
y desemboca en el primero.


Allí, en la entrada de la Selva de Oza,
donde tuvieron lugar batallas míticas,
Aznar Galíndez edificó su monasterio
sobre los restos de un cenobio anterior.

*

Es una impresionante mole de piedra;
una iglesia enorme,
con dimensiones de catedral.
Distinta de las edificaciones románicas.
Un edificio sin decoración, sin esculturas,
sobrio hasta lo descarnado.

*

Entre sombrías montañas,
a la entrada del misterioso paso,
a la entrada de la Boca del Infierno,
a los pies de la selva oscura,
se erigió el monasterio.
Una edificación poderosa
para bloquear el acceso
a los infiernos.
Tras el monasterio
se abre el desfiladero terrible
por el que se entra al Averno.
En este lugar peligroso
se instaló la comunidad de monjes
para cerrar el paso a Lucifer.


Algunos días,
a la hora del crepúsculo,
justo en el instante en el que el sol desaparece
y queda aún la última claridad,
puede verse, en el fondo del congosto,
la sombra negra de los diablos
atravesando el aire.
Pueden verse sus alas
extendiendo la negrura por el bosque,
extendiendo el temor por el valle.
Algunos días
una niebla espesísima
baja de las montañas
y rodea el edificio.
En el seno abismal de esa niebla
se agitan los diablos.


Ahora el monasterio ya no existe
pero hubo un tiempo
en el que aquí había monjes orando
y vigilando la Boca del Infierno.

*

Siresa tuvo su momento de esplendor en el siglo IX.
Allí estuvo el Cáliz durante cien años.


Los fugitivos visigodos abandonaron el monte Oturia,
amenazado por el avance musulmán,
y tomaron el camino más seguro hacia el Norte,
el más escabroso, hacia las montañas más altas.


Siresa era entonces
el monasterio más importante de la región.
Su recinto llegó a albergar a 150 monjes
y a contar con un notable scriptorium.
Su biblioteca
tenía obras de Virgilio, Juvenal y Horacio
cuando el resto del occidente europeo
había olvidado a los autores latinos.

*

Fue aquí, justo a la entrada del submundo,
donde se guardó el Santo Grial.
En un hueco abierto en la piedra
junto al altar.


Los monjes rezaban y velaban
en torno al Cáliz
mientras en el exterior del cenobio
los diablos agitaban sus alas
espesando la niebla.

Amfortas

Las alas negras de los diablos
rozaban las ventanas del templo
y los monjes protegían la Luz.
Sabían que ellos eran la última protección,
que nadie más en el mundo sabía
lo que estaba ocurriendo en aquel valle.

Amfortas

Pasaron muchas horas, muchas noches
cantando sus salmodias.
Sabían que si callaban
el silencio podía abrir grietas en los muros
por los que se colara la niebla del Infierno.

Amfortas

Arrodillados en un círculo inmóvil
pasaron muchas noches cantando
con voces roncas
que cada noche eran el único viático posible
para llegar al alba.

*

El monasterio de Siresa fue benedictino hasta el siglo XI.
Los Canónigos Regulares de San Agustín,
nueva tendencia monacal, nacida en Francia,
aún no eran conocidos en Aragón.
Sin embargo, todos los grandes monasterios
fundados por Sancho Ramírez
serán de canónigos de San Agustín,
como Loarre y Montearagón.


En 1077 Sancho Ramírez
estableció en San Pedro la regla agustina,
convirtiéndolo en priorato del obispado de Jaca
y ennobleciendo su iglesia con el dictado de Capilla Real.
Siresa aún era poderoso en el siglo XI.

*

Allí, al cuidado de los canónigos de San Agustín,
y bajo la tutela de su tía la condesa doña Sancha,
hermana del soberano,
fue criado y educado el futuro Rey Batallador,
el monarca conquistador y legislador a un tiempo.
Allí se educó Amfortas.

Amfortas

Allí recibió don Alfonso Sánchez vigor y energía,
en aquel clima se hizo fuerte contra los rigores,
y de allí descendió el formidable guerrero y político
que recuperó Zaragoza
y llevó hasta más abajo del Ebro
la frontera cristiana aragonesa.

Alfonso I el Batallador

Dado que no era el primogénito del rey,
el infante Alfonso Sánchez no estaba destinado a reinar.
Pasó sus primeros años en el monasterio,
formándose en letras y en arte militar
con vistas a ser un señor feudal
durante el reinado de su hermano Pedro.


Pero en 1104 murió el rey Pedro I,
que se había quedado sin herederos,
pues había perdido a sus dos hijos.


Tras la coronación de Alfonso,
surgió el problema dinástico,
ya que el nuevo rey superaba la treintena
y no estaba casado,
y el único miembro restante de la casa real
era su hermano Ramiro, monje.
La boda de Alfonso, razón de estado,
se celebró con Urraca, hija de Alfonso VI de Castilla,
moribundo
y que había perdido a su único heredero varón
en la batalla de Uclés.
La boda reforzaba la frontera cristiana
frente a la amenaza almorávide.
Se convenía que si el matrimonio tenía descendencia,
ésta recibiría toda la herencia,
lo que relegaba al hijo del anterior matrimonio de Urraca
con Raimundo de Borgoña,
Alfonso Raimúndez (futuro Alfonso VII),
que perdía sus derechos al trono de Castilla y León.


Tras la boda,
Alfonso Sánchez gobernaba
sobre León, Castilla, Navarra y Aragón,
haciéndose llamar desde 1109
“emperador de España”.


El Conde de Candespina, Gómez González,
había sido pretendiente de Urraca,
y, después de la boda de ésta con Alfonso,
siguió manteniendo relaciones amorosas con ella.
Gómez González reunió partidarios
entre los nobles castellanos
y comenzó un levantamiento armado contra el aragonés.
Urraca tomó parte en la conspiración
ordenando a los tenentes de las fortalezas castellano-leonesas
que no obedecieran las órdenes de su marido.

La respuesta de Alfonso, veterano guerrero,
fue rápida y enérgica.
Con sus huestes navarro-aragonesas derrotó a los sublevados
e hizo encarcelar a doña Urraca.
El conde rebelde murió en batalla.

Los castellanos recurrieron al papa
solicitando la anulación de “las malhadadas bodas”
por incestuosas, al ser ambos cónyuges
bisnietos de Sancho Garcés III de Pamplona el Mayor.


En 1112 el papa declaró la nulidad del matrimonio
y Alfonso, profundamente religioso,
acató el dictamen.
Tras cinco años de matrimonio y luchas,
Alfonso volvía a ser únicamente rey de Aragón y Pamplona
y retomaba su proyecto reconquistador.
Pero siguió utilizando el título de rey de Castilla
y el de “imperator totius Hispaniae”
de la tradición imperial de León.


En 1117 Alfonso marchó a Bearne
para estrechar relaciones con Gastón IV.
Gastón era un occitano
veterano de las Cruzadas en Tierra Santa,
de costumbres guerreras y religiosas similares al aragonés
y señor de un vizcondado de fuerza pareja a Aragón.
Era además experto en armas de asedio
como había demostrado en la toma de Jerusalén de 1099,
cuando luchaba bajo el mando de Raimundo IV de Tolosa.
Gastón y Alfonso, de gustos y experiencias similares,
llegaron a ser amigos íntimos.

Amfortas

En 1118 Alfonso consiguió que el papa
otorgara bula de Cruzada
para su proyecto:
la toma de Zaragoza,
Saraqusta, Madînat Al-baida, la ciudad blanca.
Zaragoza era una de las principales ciudades de al-Andalus.
Su fortaleza, en la zona norte,
en contraste con los vastos territorios despoblados
en la frontera de Castilla y León,
había sido la causa de la menor expansión del reino de Aragón.

A pesar del recuerdo de la derrota de Carlomagno,
perpetuada a través del Cantar de Roldán,
muchos nobles occitanos siguieron a Gastón de Bearne
y cruzaron los Pirineos para unirse al ejército de Alfonso
y poner sitio a Zaragoza.
Durante nueve meses
las tropas de Alfonso mantuvieron cercada la ciudad,
que finalmente se rindió en diciembre.
El Palacio de la Aljafería se convirtió en residencia real.
Gastón de Bearne recibió el señorío de la ciudad.

Amfortas

En 1122 el rey fundó en Belchite
una orden militar, la Cofradía de Belchite,
primera de estas características en la Península Ibérica
y fundada a semejanza de la Milicia de Jerusalén
y de las establecidas en las Cruzadas.

Amfortas

En 1124 creó en Monreal del Campo
la Militia Christi de Monreal u Orden de Monreal,
que tuvo su base en la recién fundada ciudad de Monreal,
“mansión del rey celestial”,
con zona de influencia de Teruel a Segorbe.

Amfortas

En julio de 1134, sitiando la fortaleza de Fraga,
el rey recibió graves heridas.
Logró huir,
pero no pudo recuperarse
y murió en septiembre.
Tenía 61 años.
Sus campañas lo habían llevado en distintas ocasiones
hasta Córdoba, Granada y Valencia.

Amfortas

La fama de sus victorias traspasaron fronteras;
en la Crónica de San Juan de la Peña, del siglo XIV, se cuenta:
«clamabanlo don Alfonso batallador porque en Espayna
no ovo tan buen cavallero, que veynte nueve batallas vençió».

monjes negros

Legó sus reinos a las órdenes militares
del Temple, del Hospital y del Santo Sepulcro de Jerusalén,
«para merecer un lugar en la vida eterna...»

Alfonso I el Batallador

Pero su testamento no fue aceptado por la nobleza,
que eligió en Navarra a García Ramírez,
hijo del infante don Ramiro, que estaba casado con una hija del Cid,
y en Aragón a Ramiro Sánchez, Ramiro el Monje.

*

A lo largo de los siglos XI y XII, San Juan de la Peña
fue sustituyendo en importancia
a San Pedro de Siresa.

Tiempo después, un incendio derrumbó la bóveda
de la gran iglesia de San Pedro
y la oscura niebla de la montaña
entró en el templo.

Grial

Pero aún, hasta su última restauración,
se podía ver en el suelo, al cruzar la entrada,
un pentáculo inclinado que señalaba
hacia un hueco existente tras el altar,
donde se guardó el Cáliz.


Hoy el monasterio ha desaparecido.
No hay monjes.
Algún turista despistado
recorre las capillas de la iglesia
ajeno al combate que se libró aquí
hace siglos,
en los años oscuros.
Ajeno al esfuerzo nocturno de los monjes
por contener el embate de los diablos
que cada atardecer descendían
de las negras montañas
y espesaban la niebla
intentando apagar la Luz del Grial.

Grial

Hoy el monasterio ha desaparecido,
el Grial ya no está aquí,
pero la niebla permanece,
una niebla que fue creada
para apagar la Luz del Grial,
una niebla creada por diablos furiosos.

Parsifal

Nadie recuerda hoy
que en este plácido pueblo
se mantuvo un combate terrible
durante muchas noches.
Que unos monjes anónimos
pasaron muchas noches en vela
para contener la niebla que surgía
del lugar peligroso
y que amenazaba con apagar la Luz del Grial
cuya custodia se les había encomendado.

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