En la vega del Tajo,
la cúpula naranja
de la central nuclear
inquieta el horizonte.
En medio de la vega,
junto al tranquilo río,
el complejo nuclear, inaccesible,
fortificado.
Como si aquí se estuviera engendrando
una especie nueva y atemorizadora.
Como si aquí unos cuantos brujos de bata blanca
jugasen a inventar nuevos poderes.
En lo alto, en la sierra,
se concentra una intensa energía.
Una energía que asusta un poco.
Camino por los senderos solitarios
rodeada de grandes árboles,
contemplando a lo lejos, en la vega,
la cúpula naranja
que representa lo prohibido,
y siento que me inunda una euforia
cuyo origen ignoro.
Me parece
que podría caminar indefinidamente,
soy cada vez más fuerte,
algo está penetrando en mi interior
y fortaleciéndome con cada aspiración,
con cada paso.
¿Es de esa cúpula naranja
de donde procede este impulso?
Mis sentidos
se van abriendo,
se van agudizando.
Respiro y entran en mí todos los aromas,
toco el tronco de un árbol
y experimento cómo fluye la savia,
cómo crecen las hojas.
Miro a mi alrededor
y veo cómo la luz del sol se convierte en vida,
en energía.
En la misma energía que yo respiro,
la energía que calienta las rocas,
que arranca reflejos del agua,
que late en los milagrosos girasoles.
Camino por la sierra y me voy contagiando, como el aire,
de esta extraña esencia,
establezco comunicación con los seres ingrávidos
que pueblan el lugar,
corrientes de fuerza me atraviesan
y me hacen entrever lo incomprensible,
oteo nuevas fronteras,
aprendo palabras impronunciables,
capto latidos que me sobrecogen.
Y así, sobrecogida,
camino por esta sierra
en la que todas las energías se concentran.
En esta sierra hay algo salvaje,
algo sobrehumano,
internarse por ella es sumergirse
en el fin del mundo.
Tras cada colina
podría haber un abismo,
un océano, un sistema solar;
un infierno o un paraíso.
Por algún motivo que no entiendo
caminar entre sus grandes árboles me produce
un intenso vértigo,
como si tras cada tronco, tras cada copa,
se abriera
un precipicio oculto por la niebla.
Camino
con paso inseguro,
temerosa de ir a pisar en falso
y caer en alguna abertura que comunique
con el centro de la Tierra.
Camino excitada
por este aire que tensa los nervios.
¿Qué ocurre aquí?
¿A qué se debe esta tensión?
El verde es más verde que en ningún sitio
y el viento no es sólo viento,
es un espíritu que vuela
tratando de comunicarse
con quien se atreve a internarse
por estas anfractuosas soledades.
Y, tras cada recodo,
en cada claro del camino,
allá abajo, en la vega,
la imagen inquietante
de la central nuclear,
la cúpula naranja
sobre el Tajo,
como un templo
para una religión del futuro.
Una religión cuyo dios
anda por estas soledades
agitando las ramas de los árboles
para darse a conocer.
He estado en contacto con ese dios
sin darme cuenta.
Sin darme cuenta
he entrado en las entrañas de un dios
desconocido.
Por eso
mi paso es inseguro.
Camino por el corazón de un dios.
Un dios que tiene su templo ahí abajo,
en la vega,
pero que anda suelto,
vagando por la sierra, hecho viento,
tratando de comunicarse
con los pocos humanos
que se aventuran por estas soledades.
Hoy
he estado en el interior de un dios
desconocido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario