domingo, 25 de noviembre de 2012

GUADALAJARA, I. Palacio de Antonio de Mendoza




Don Antonio de Mendoza y Luna fue hijo
de Diego Hurtado de Mendoza,
segundo Marqués de Santillana y primer Duque del Infantado,
y de Brianda de Luna y Mendoza.
Don Diego tuvo once hijos;
los cinco primeros fueron varones;
el resto fueron hijas.
Antonio fue el último hijo varón.

Antonio entró al servicio de su tío,
el Cardenal Pedro González de Mendoza
(hermano del Duque),
y como hombre del Cardenal participó en la batalla de Toro
a favor de Isabel la Católica.
Intervino en la guerra de Granada,
junto a su padre y sus hermanos
y los numerosos familiares de la brillante corte mendocina.
Fue Capitán de las Milicias Concejiles de Guadalajara.

Después, no habiéndose casado,
se instaló en casa de su hermano
don Iñigo López de Mendoza, segundo Duque del Infantado,
llevando una vida tranquila, dedicada a actividades lúdicas.

Mientras, encarga la construcción de un palacio propio.


Poseían los Mendoza algunos solares
en la judería de Guadalajara,
próxima a lo que será Palacio del Infantado.
A finales del siglo XIV, durante el reinado de Juan I de Castilla,
la comunidad sefardí fue atacada por exaltados cristianos
con la consecuente incautación y reparto de algunos inmuebles.
Éstos pasaron a propiedad de Aldonza de Ayala,
segunda esposa de Pedro González de Mendoza.
Desde entonces, quedaron en poder de la familia Mendoza.

Allí levantó su palacio don Antonio.


No se sabe con certeza quién fue el arquitecto,
pero seguía los modelos renacentistas
introducidos por el Duque y el Cardenal.
Los capiteles de las columnas del patio proponen un modelo
que se extenderá más adelante a otras edificaciones,
conocido como capitel mendocino o alcarreño.
En el centro de la escalera
que desde el patio conduce a los pisos,
se talla un escudo de la familia Mendoza y Luna.


En 1506 don Antonio se traslada a su nueva residencia.

Con él se instala su sobrina Brianda de Mendoza y Luna,
de 36 años,
hija del segundo Duque,
y que tampoco había contraído matrimonio.


Doña Brianda, más rica que su tío,
acompañó a éste en sus últimos años de vida
y, cuando murió don Antonio, en 1510,
heredó todas sus propiedades.


No deseó Brianda seguir habitando el palacio de su tío
sino que planeó transformarlo en convento de franciscanas
y colegio de doncellas para la educación de jóvenes nobles.
El gran patio del palacio se convirtió en claustro.


Brianda encargó la construcción de una iglesia
en un solar anexo al palacio.
El arquitecto fue Alonso de Covarrubias.
La obra se realizó entre 1526 y 1530.
Brianda escogió el nombre de la nueva fundación:
Nuestra Señora de la Piedad.


En 1534 murió doña Brianda y fue enterrada en la iglesia,
en un sepulcro de alabastro blanco
tallado por Covarrubias.
En los lados del sepulcro, el artista esculpió
los escudos de la familia Mendoza y Luna
en seis cuadrantes,
dos por cada lado mayor y uno por cada lado menor.
Cubrió la urna un gran bloque de jaspe rosáceo.

En los años siguientes la institución,
bajo el patronato de los Duques del Infantado,
se convirtió en lugar de moda para oír misa
y acogió a un buen número de doncellas y de viudas
de la aristocracia alcarreña.


Como convento de franciscanas,
la Piedad existió hasta la Desamortización.
Entonces, los edificios pasaron a manos de la Diputación,
que en el palacio ubicó sus propias instalaciones
y transformó la iglesia en cárcel.
Numerosas obras de arte fueron destruidas.


Los nuevos ocupantes colocaron
en una de las paredes del patio
un gran escudo imperial de Carlos V.
Inicialmente había sido parte de la antigua Puerta del Mercado,
que se situaba al final de la calle Mayor,
en la actual plaza de Santo Domingo,
frente a la iglesia de San Ginés.
En el siglo XVIII, cuando se derribaron las murallas
para posibilitar el ensanche de la ciudad,
el escudo fue trasladado al alcázar,
pero éste fue destruido durante la Guerra contra el Francés.
El escudo fue rescatado de entre los escombros
y trasladado al palacio de Antonio de Mendoza
cuando éste se destinó a sede de la Diputación.


Poco después, parte de las dependencias del palacio
fueron dedicadas a Instituto de Enseñanza Media.

Unos años más tarde,
la Diputación y la cárcel fueron trasladadas
y en su lugar se instaló un museo.

A comienzos del siglo XX, con el aumento del número de alumnos,
se planteó la reforma de la edificación.
El museo fue trasladado al Palacio del Infantado.
Las obras de reforma
se encargaron al arquitecto Ricardo Velázquez Bosco.
Éste alteró considerablemente el palacio
y destrozó la iglesia.

El templo ya se encontraba en un estado lamentable
y había perdido casi todas sus obras de arte y sepulcros,
menos el de la fundadora,
gracias a la actuación de Gabriel María Vergara,
que, cuando lo localizó, lo trasladó a un pequeño museo
que formó en el Aula de Dibujo,
reparando los destrozos que había sufrido.

Con la reforma, el ábside de la iglesia fue demolido
y el resto se dividió en dos pisos y se destinó a salón de actos.
Allí se reubicó el sepulcro de doña Brianda.

Durante la Guerra Civil,
unos agentes estadounidenses a la búsqueda de piezas de arte
compraron al conserje, por 100 pesetas, un lateral del sepulcro
y se lo llevaron.
Hoy se conserva en el Detroit Institute of Arts
(Michigan, Estados Unidos).


Tras haber sido sede del Instituto Nacional de Enseñanza Media
“Brianda de Mendoza”,
los locales han estado durante unos años vacíos
y, tras una larga restauración,
vuelven ahora a ser destinados a Instituto de Segunda Enseñanza.

Durante esas nuevas obras de reforma, en 1993,
el sepulcro de doña Brianda sufrió por accidente
nuevos desperfectos.
Fue reparado, y se ha hecho una copia del lado que faltaba.


La urna con los restos de Brianda de Mendoza
se halla ahora en ese lugar sin culto
como un barco varado, un objeto desubicado,
en esa iglesia que ya no es iglesia,
junto al palacio-convento que ya no es
ni palacio ni convento,
en una calle que fue judería,
frente al viejo hotel España, en el que se alojó Cela
al comienzo de su Viaje a la Alcarria...

sábado, 24 de noviembre de 2012

LUPIANA



A unos 10 kilómetros de Guadalajara
están las ruinas del monasterio de San Bartolomé de Lupiana.

Semiescondidos en el denso bosque que rodea el monasterio,
pueden verse el claustro, la iglesia, los jardines...

En este lugar se fundó la Orden de los Jerónimos.


***


En 1330, el caballero don Diego Martínez de la Cámara
había fundado en lo alto de la ladera frontera de Lupiana
una ermita en honor del apóstol San Bartolomé.

Por los mismos años, otro caballero de Guadalajara,
don Pedro Fernández Pecha, con unos cuantos nobles,
inició una vida comunitaria y eremítica “por libre”
en Villaescusa, a orillas del Tajuña.
Deseaban imitar la vida de San Jerónimo,
monje del siglo IV:
una vida religiosa de soledad y de silencio
que conduzca a la unión mística con Dios.

Era don Pedro miembro de la cámara del rey Pedro I,
como lo había sido de la de su padre Alfonso XI.
Le desagradó tanto la conducta del monarca
que decidió apartarse del mundo.

La madre de don Pedro Fernández, Elvira Martínez,
era hermana de don Diego Martínez.
Don Pedro solicitó a su madre
las dos capellanías con que estaba dotada la ermita
que había fundado su tío,
y el arzobispo toledano, don Gómez Manrique,
aprobó la donación.

En 1350 allí se trasladaron los ermitaños,
construyendo alrededor de la primitiva capilla de San Bartolomé
una serie de pequeñas celdillas
en las que los eremitas habitaban, aislados,
juntándose a diario en la ermita para escuchar la palabra de Dios.

Junto con don Pedro,
encabezaron el grupo fundador otros dos hombres:
Su hermano don Alonso,
que abandonó su obispado de Jaén
para entregarse a la vida eremítica.
Y don Fernando Yáñez de Figueroa, noble extremeño,
que, como don Pedro,
ocupaba un alto cargo en la corte de Pedro I.

Decidieron regirse por una regla
que superara las de San Francisco y Santo Domingo,
basada en los principios de San Jerónimo.
Pedro Fernández Pecha viajó a Avignon,
para exponer su propósito al papa Gregorio XI.
El pontífice aprobó el proyecto
y dio a la nueva comunidad la regla de San Agustín
y la denominación de ermitaños de San Jerónimo
(Ordo Sancti Hieronymi).
como orden de clausura monástica
y de orientación puramente contemplativa.
La Bula se otorgó el día 18 de octubre de 1373,
fecha que se puede considerar como de fundación de la nueva orden.
La bula Salvatoris humanis generis,
que constituye el documento fundacional,
combina la doctrina de San Agustín como regla
y la espiritualidad de San Jerónimo como modelo.


El mismo Gregorio XI les vistió el hábito,
de lana blanca,
escapulario pardo similar al de los carmelitas,
capilla no muy grande, manto de lo mismo.

Y allí cambió de nombre el fundador,
pasando a ser fray Pedro de Guadalajara,
institucionalizando para en adelante
la costumbre jerónima de tomar por apellido, al profesar,
el nombre del lugar de su nacimiento.

La Bula fundacional establecía, entre otras cosas,
que la ermita de San Bartolomé de Lupiana,
con sus casas y celdas del contorno,
fuese erigida en primer monasterio
de la Orden de San Jerónimo en España;
que en él se admitieran tantos monjes
como fuera posible sustentar con las limosnas recibidas,
y que se pudieran fundar otros conventos de la orden
en España y Portugal.

La primera tarea de la orden fue levantar el monasterio de Lupiana,
que tuvo como primer prior a fray Pedro.
En un año se construyó el primer edificio:
Las celdas, un claustro, capilla, cementerio…

Contó con importantes ayudas económicas,
como la de su madre,
que donó a su muerte casas, tierras, huertas y molinos
y la de su hermana, doña Mayor Fernández Pecha,
que dio también molinos, casas y tierras.
El hijo de ésta donó una cuantiosa herencia,
al igual que don Alfonso Pecha, el hermano de don Pedro,
con cuyo legado se construyó el segundo claustro.
El mismo fray Pedro, poseedor de una casa en Guadalajara
(sobre el solar que hoy ocupa el Ateneo Municipal)
la donó al monasterio,
convirtiéndose durante siglos en hospedería de la Orden en la capital.

Sólo un año fue prior fray Pedro.
Después, su deseo de retiro le llevó a renunciar al cargo,
que fue ocupado por su compañero fray Fernando Yáñez.
Ambos hombres continuaron colaborando
y a su actividad incansable se debió
la rápida extensión de la nueva orden
por toda la Península Ibérica,
manteniéndose su sede central en Lupiana.

Pronto se estableció una corriente de simpatía, admiración y respeto
por parte de muchos miembros de la nobleza
hacia esa nueva institución religiosa
establecida en San Bartolomé de Lupiana
y su proyecto de renovación espiritual.

Paralelamente, la orden se irá vinculando
a las monarquías reinantes tanto en España como en Portugal.


***


Desde el principio el monasterio de San Bartolomé de Luliana
contó con la ayuda de los poderosos Mendoza de Guadalajara.

Muy allegado al monasterio
fue don Iñigo López de Mendoza, primer marqués de Santillana,
quien siempre le favoreció cuanto pudo.

Su hermanastra la duquesa de Arjona, doña Aldonza de Mendoza,
dotó con generosidad en su testamento al monasterio:
Costeó la ampliación de la iglesia
y dispuso ser enterrada en ella,
con su imagen yacente en alabastro blanco,
que fue colocada en el muro de la izquierda de la iglesia.
En 1835 la estatua se trasladó al Museo Arqueológico Nacional
y posteriormente al Museo Provincial de Bellas Artes de Guadalajara,
en el Palacio del Infantado.

Muchos otros miembros de la familia Mendoza
dispusieron mandas para favorecer el monasterio:
don Bernardino de Mendoza, arcediano de Guadalajara,
don Antonio de Mendoza,
don Lorenzo Suárez de Figueroa, conde de Coruña…
Y otros, incluso, escogieron el lugar para su enterramiento
aunque el establecimiento y vigor adquirido en la propia capital,
desde comienzos del siglo XVI,
de otras órdenes monásticas,
frenaron un tanto la predilección mendocina hacia Lupiana.


***


También contó el monasterio de Lupiana
con numerosos favores reales.
Fueron inaugurados por Juan I,
y continuados por Enrique III, Juan II y Enrique IV.

En 1464 se funda la primera comunidad femenina, en Toledo.

En 1472 visitó el monasterio el arzobispo toledano Alfonso Carrillo,
quien, viendo la pobreza del claustro,
mandó edificar uno nuevo.

Los Reyes Católicos añadieron nuevas mercedes y donaciones
y fueron esenciales
en el reconocimiento y consolidación de los jerónimos,
con los que que mantuvieron unas relaciones estrechas,
fruto del aprecio que les unía con la orden en general
y con algunos religiosos en particular.
Fray Hernando de Talavera
fue confesor de doña Isabel y primer arzobispo de Granada.
A partir del siglo XV
los jerónimos se entregaron completamente a los monarcas
para que se sirviesen de la orden como propia.
El padre jerónimo José de Sigüenza
afirma en su libro sobre la historia de la orden jerónima:
“no hay cosa en la Orden de San Jerónimo
que no sea de la Casa Real”.

Carlos I escogió el monasterio de Yuste para su retiro.

En 1569 Felipe II aceptó el patronato de la capilla mayor
que los jerónimos le ofrecieron,
y a cambio entregó al monasterio
la jurisdicción completa de la aldea de Lupiana y todo su término.
Se inició así un largo capítulo de favores que el monarca les hizo.
Los visitó en varias ocasiones
y de Lupiana salieron los frailes que habían de habitar El escorial,
mandado construir por el rey
como monasterio, panteón real y palacio.
El monarca delegó en la comunidad monástica
el ejercicio de las funciones religiosas de su imperio
y le otorgó un puesto protagonista
en el ámbito eclesiástico español.


El monasterio fue reconstruido en el siglo XVI.
El claustro grande fue diseñado por Alonso de Covarrubias.
El nuevo templo fue iniciado
cuando Felipe II aceptó ser su patrono,
poco después de que el monarca entregara a la Orden
el monasterio de El Escorial.

En Portugal, el rey Manuel I
les confió el monasterio de Belém, en Lisboa,
construido como panteón real.

En el siglo XVII se llegó a 48 monasterios.


***


En Lupiana los monjes llevaban una vida plácida,
dedicados al rezo y la música.

En su farmacia se fabricaban medicinas
muy apreciadas en toda la región,
de cuya venta se obtenían pingües beneficios.

Todo monje jerónimo, además de Teología y Filosofía,
estudiaba siete años de música.
En los archivos de Lupiana se conservaban
todas las piezas musicales religiosas escritas en el siglo XVI.
Los monjes de Lupiana formaban varios grupos de música de cámara
que interpretaban a Haendel, Bach Palestrina, Mozart y Beethoven,
que entraban a España por su puerta.

Cuando llegó la hora de la disolución definitiva de los conventos,
los monjes de Lupiana y, en general, los jerónimos,
encontraron fácil empleo
como maestros de capilla en las catedrales,
organistas de parroquias
y músicos de orquestas ambulantes.


El ministro Mendizábal encontró en los bienes de los religiosos
una fuente para paliar las deudas del Estado:
En 1836 se pusieron a la venta
los bienes raíces que habían pertenecido a las órdenes religiosas,
éstas fueron disueltas y sus miembros dispersados.

El 8 de marzo de 1836,
en virtud del decreto de Desamortización de Mendizábal,
tuvo lugar la expropiación de todos los monasterios jerónimos
y la exclaustración de todos los frailes.
Eran unos mil hombres.
Al no tener casas fuera de España,
la desamortización supuso el fin de la orden.

Los jerónimos tuvieron que abandonar los conventos,
distribuyéndose, ya como laicos, por el país,
y encontrando muchos de ellos empleo en empresas musicales.

Las cuantiosas riquezas y piezas artísticas
de la casa de San Bartolomé
fueron sustraídas, vendidas, destruidas…
El gran archivo desapareció.

El edificio fue adquirido
por la familia Páez Xaramillo, de Guadalajara,
de quienes pasó por matrimonio
a los marqueses de Barzanallana, que aún hoy lo poseen.

La bóveda, totalmente decorada con pinturas al fresco,
se hundió a comienzos del siglo XX.
No ha quedado de ella descripción ni imágenes.


Hoy es propiedad particular,
y se permite la visita, gratuita,
solamente los lunes por la mañana.

Sin embargo, las jerónimas continuaron su existencia.
Ellas persiguieron la restauración de la rama masculina.
En 1925 obtuvieron de la Santa Sede el rescripto
para la restauración de la Orden de San Jerónimo,
según un principio canónico
que autoriza la recuperación de una persona jurídica
antes de los cien años de su extinción.

La Orden restaurada pasó por múltiples dificultades:
la política laicista de la República,
la Guerra Civil…

En 1941 se fundaron cuatro monasterios,
pero la posterior situación socio-cultural provocó una crisis
y en 1978 se redujo el número de centros.

Actualmente la rama masculina sobrevive con muy pocos miembros
y sólo posee un monasterio,
el de Santa María del Parral en Segovia,
fundado en 1447 y refundado en 1925.

En cambio, se mantienen 17 comunidades femeninas;
13 de ellas son antiguas fundaciones
y 4 han sido abiertas en la segunda mitad del siglo XX.
Además, en el año 2000
se abrió el Monasterio de Mater Eclessiae,
en Punalur, Kerala, India.