Don Antonio de Mendoza y Luna fue hijo
de Diego Hurtado de Mendoza,
segundo Marqués de Santillana y primer Duque del
Infantado,
y de Brianda de Luna y Mendoza.
Don Diego tuvo once hijos;
los cinco primeros fueron varones;
el resto fueron hijas.
Antonio fue el último hijo varón.
Antonio entró al servicio de su tío,
el Cardenal Pedro González de Mendoza
(hermano del Duque),
y como hombre del Cardenal participó en la batalla
de Toro
a favor de Isabel la Católica.
Intervino en la guerra de Granada,
junto a su padre y sus hermanos
y los numerosos familiares de la brillante corte
mendocina.
Fue Capitán de las Milicias Concejiles de
Guadalajara.
Después, no habiéndose casado,
se instaló en casa de su hermano
don Iñigo López de Mendoza, segundo Duque del
Infantado,
llevando una vida tranquila, dedicada a actividades
lúdicas.
Mientras, encarga la construcción de un palacio
propio.
Poseían los Mendoza algunos solares
en la judería de Guadalajara,
próxima a lo que será Palacio del Infantado.
próxima a lo que será Palacio del Infantado.
A finales del siglo XIV, durante el reinado de Juan
I de Castilla,
la comunidad sefardí fue atacada por exaltados
cristianos
con la consecuente incautación y reparto de algunos
inmuebles.
Éstos pasaron a propiedad de Aldonza de Ayala,
segunda esposa de Pedro González de Mendoza.
Desde entonces, quedaron en poder de la familia
Mendoza.
Allí levantó su palacio don Antonio.
No se sabe con certeza quién fue el arquitecto,
pero seguía los modelos renacentistas
introducidos por el Duque y el Cardenal.
Los capiteles de las columnas del patio proponen un
modelo
que se extenderá más adelante a otras edificaciones,
conocido como capitel mendocino o alcarreño.
En el centro de la escalera
que desde el patio conduce a los pisos,
se talla un escudo de la familia Mendoza y Luna.
En 1506 don Antonio se traslada a su nueva
residencia.
Con él se instala su sobrina Brianda de Mendoza y
Luna,
de 36 años,
hija del segundo Duque,
y que tampoco había contraído matrimonio.
Doña Brianda, más rica que su tío,
acompañó a éste en sus últimos años de vida
y, cuando murió don Antonio, en 1510,
heredó todas sus propiedades.
No deseó Brianda seguir habitando el palacio de su
tío
sino que planeó transformarlo en convento de
franciscanas
y colegio de doncellas para la educación de jóvenes
nobles.
El gran patio del palacio se convirtió en claustro.
Brianda encargó la construcción de una iglesia
en un solar anexo al palacio.
El arquitecto fue Alonso de Covarrubias.
La obra se realizó entre 1526 y 1530.
Brianda escogió el nombre de la nueva fundación:
Nuestra Señora de la Piedad.
En 1534 murió doña Brianda y fue enterrada en la
iglesia,
en un sepulcro de alabastro blanco
tallado por Covarrubias.
En los lados del sepulcro, el artista esculpió
los escudos de la familia Mendoza y Luna
en seis cuadrantes,
dos por cada lado mayor y uno por cada lado menor.
Cubrió la urna un gran bloque de jaspe rosáceo.
En los años siguientes la institución,
bajo el patronato de los Duques del Infantado,
se convirtió en lugar de moda para oír misa
y acogió a un buen número de doncellas y de viudas
de la aristocracia alcarreña.
Como convento de franciscanas,
la Piedad existió hasta la Desamortización.
Entonces, los edificios pasaron a manos de la
Diputación,
que en el palacio ubicó sus propias instalaciones
y transformó la iglesia en cárcel.
Numerosas obras de arte fueron destruidas.
Los nuevos ocupantes colocaron
en una de las paredes del patio
un gran escudo imperial de Carlos V.
Inicialmente había sido parte de la antigua Puerta
del Mercado,
que se situaba al final de la calle Mayor,
en la actual plaza de Santo Domingo,
frente a la iglesia de San Ginés.
En el siglo XVIII, cuando se derribaron las murallas
para posibilitar el ensanche de la ciudad,
el escudo fue trasladado al alcázar,
pero éste fue destruido durante la Guerra contra el
Francés.
El escudo fue rescatado de entre los escombros
y trasladado al palacio de Antonio de Mendoza
cuando éste se destinó a sede de la Diputación.
Poco después, parte de las dependencias del palacio
fueron dedicadas a Instituto de Enseñanza Media.
Unos años más tarde,
la Diputación y la cárcel fueron trasladadas
y en su lugar se instaló un museo.
A comienzos del siglo XX, con el aumento del número
de alumnos,
se planteó la reforma de la edificación.
El museo fue trasladado al Palacio del Infantado.
Las obras de reforma
se encargaron al arquitecto Ricardo Velázquez Bosco.
Éste alteró considerablemente el palacio
y destrozó la iglesia.
El templo ya se encontraba en un estado lamentable
y había perdido casi todas sus obras de arte y
sepulcros,
menos el de la fundadora,
gracias a la actuación de Gabriel María Vergara,
que, cuando lo localizó, lo trasladó a un pequeño
museo
que formó en el Aula de Dibujo,
reparando los destrozos que había sufrido.
Con la reforma, el ábside de la iglesia fue demolido
y el resto se dividió en dos pisos y se destinó a
salón de actos.
Allí se reubicó el sepulcro de doña Brianda.
Durante la Guerra Civil,
unos agentes estadounidenses a la búsqueda de piezas
de arte
compraron al conserje, por 100 pesetas, un lateral
del sepulcro
y se lo llevaron.
Hoy se conserva en el Detroit Institute of Arts
(Michigan, Estados Unidos).
Tras haber sido sede del Instituto Nacional de
Enseñanza Media
“Brianda de Mendoza”,
los locales han estado durante unos años vacíos
y, tras una larga restauración,
vuelven ahora a ser destinados a Instituto de
Segunda Enseñanza.
Durante esas nuevas obras de reforma, en 1993,
el sepulcro de doña Brianda sufrió por accidente
nuevos desperfectos.
Fue reparado, y se ha hecho una copia del lado que
faltaba.
La urna con los restos de Brianda de Mendoza
se halla ahora en ese lugar sin culto
como un barco varado, un objeto desubicado,
en esa iglesia que ya no es iglesia,
junto al palacio-convento que ya no es
ni palacio ni convento,
en una calle que fue judería,
frente al viejo hotel España, en el que se alojó
Cela
al comienzo de su Viaje a la Alcarria...