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sábado, 5 de enero de 2013

CIUDAD DE VASCOS, II




Al pie de las Sierras Ancha y Aguda,
en las estribaciones occidentales de los Montes de Toledo.
En la comarca toledana de La Jara,
en el municipio de Navalmoralejo,
muy cerca de la provincia de Cáceres,
se halla la Ciudad de Vascos.


En medio de un gran encinar,
en una zona escarpada y granítica junto al río Huso
y el arroyo de La Mora.
Alejada de núcleos habitados.
Un lugar solitario, apartado, escondido.


A unos 7 kilómetros de Puente del Arzobispo,
tras cruzar el río Tajo en dirección a La Estrella,
hay en la carretera un desvío a la derecha para Navalmoralejo
y, a la misma altura, a mano izquierda, un camino rural
que se interna en la finca de Fuentelapio
y conduce en 6 kilómetros a la Ciudad de Vascos,
que se encuentra en la finca de “Las Cucañas”,
propiedad de la familia Cavestany-Corsini.


***


El nombre de la población
debe ser derivación fonética de alguna palabra árabe.


Se trata de una fundación omeya
que parece haber querido transmitir simbólicamente
la idea del poder de la dinastía,
plasmada en la calidad constructiva de la muralla
y en la monumentalidad de sus puertas.


Pero se ignoran los motivos por los que,
desde Córdoba, los Omeyas decidieron
construir una ciudad en lugar tan remoto.


Probablemente se levantó
para defender un vado del río Tajo,
pero, por causas desconocidas,
se situó algo alejada, en un paraje aislado.


Para el control del vado se construyeron sendas fortalezas
dependientes de Vascos, a ambos lados del Tajo,
de las que no se han conservado restos,
aunque la toponimia actual, de raíz árabe,
señala su existencia en las cercanas localidades
de Alcolea (Alqulaya, la pequeña fortaleza)
y Azután (Bury al-Sultan, la Torre del Sultán).


Vascos llegó a contar con 3.000 habitantes.


Hoy su acceso es una casi desconocida pista de tierra,
pero hubo un tiempo en el que en Vascos habitaban
ganaderos, alfareros, herreros, curtidores, tenderos…
En la alcazaba defendida por tropas,
el gobernador recibía a princesas y embajadores,
y controlaba la vecina frontera en las montañas de Gredos.


Vascos estuvo habitada entre los siglos IX y XII.


Misteriosamente, la ciudad fue abandonada a finales del siglo XI.


Desde entonces nadie volvió a habitarla,
como si una extraña maldición hubiera caído sobre ella.


Quizás se debió a una epidemia.
Hay incluso quien ha hablado de abducciones extraterrestres...


La ciudad quedó despoblada
pero su aislamiento posibilitó su conservación
y evitó su expolio,
aunque a lo largo de los siglos los campesinos de la zona
han excavado tumbas de los dos cementerios de la ciudad
en busca de supuestos tesoros.


Mientras los campesinos transmitían leyendas
y utilizaban las ruinas para resguardar el ganado,
para el resto del mundo la ciudad cayó en el olvido.


Las fuentes documentales de Al-Andalus
no ofrecen referencias sobre el enigmático lugar.


En el Libro de la Montería mandado redactar por Alfonso XI,
en el Libro Tercero, capítulo XVII,
se afirma que el berrocal de Vascos
era bueno para cazar osos en invierno.


En las “Relaciones Topográficas de Felipe II”
(Relaciones histórico-geográficas-estadísticas
de los pueblos de España),
conjunto de noticias transmitidas
por las gentes de los lugares referenciados,
en las relaciones de Navalmoral y Fuentelapio, se dice:
«A cuarto de legua de Fuentelapio
están ciertos edificios arruinados e caídos,
a donde se dice haber sido una ciudad que se llama Bascos».


En el siglo XIV, la construcción, por el Arzobispo Pedro Tenorio,
de un puente fortificado sobre el Tajo
transformó los sistemas de comunicación antiguos,
trasladándolos al oeste
y dejando definitivamente aislados los restos de la vieja ciudad.


***


En el verano de 1975 se iniciaron las excavaciones del yacimiento,
que se han podido continuar gracias a la colaboración
prestada por la familia Cavestany-Corsini.


A fecha de hoy no se ha excavado más del 10 % de la ciudad.


Los arqueólogos confían en desenterrar algún día una lápida
con el nombre que los árabes dieron a la ciudad
y esclarecer así el misterio de Vascos.


***


Se conserva una muralla de un kilómetro,
con tramos de tres metros de altura,
dos puertas principales y cinco portillos.


A lo largo de su trazado,
la muralla presenta varios tipos de construcción
que no se deben a distintos momento cronológicos
sino a la intervención de diferentes cuadrillas,
que trabajarían simultáneamente, cada una con su técnica,
como si cerrar el perímetro urbano hubiera sido urgente.


En el interior, son visibles las plantas de numerosas viviendas
sobre un terreno de acusados desniveles y cuestas pendientes.


Las casas se extienden a los pies del pequeño cerro.


En lo alto del promontorio rocoso,
en el extremo más abrupto del terreno,
dominando el curso del río Huso,
se elevan los restos de la alcazaba,
y junto a ella la mezquita y un aljibe.


Extramuros se distinguen los restos de dos cementerios
con gran cantidad de túmulos.


Destacan los cipos, es decir, las piedras alargadas
colocadas verticalmente en las esquinas de algunas tumbas.


Y, junto al arroyo de la Mora, hay un arrabal
y unos baños, los Baños de la Mora,
de los cuales se mantiene en pie la bóveda del baño caliente...


***


En este espacio desubicado, en medio de la nada,
en lo alto del barranco sobre el río, entre abruptos riscos,
se ha preservado, durante siglos,
este lugar vacío y sobrecogedor...

martes, 1 de enero de 2013

CIUDAD DE VASCOS, I




Aquí hubo una vez una ciudad árabe.
Aquí levantaron sus casas,
sus baños, su mezquita,
en torno a la alcazaba;
aquí vivieron.
Y de aquí, un día, se marcharon
sin que nadie sepa por qué.


Aquí no hubo batalla ni hostigamiento.
Aquí, un día, algo desconocido
indujo a todos los habitantes de una ciudad próspera
a abandonar sus casas y marcharse.


Y aquí ha seguido la ciudad, vacía,
en medio de una inmensa dehesa.


En un risco sobre el río Huso,
ignorada, fantasmal,
maldita.


A través de solitarios encinares
se llega al antiguo cementerio musulmán.


En un extraño ámbito de árboles secos
que extienden, amenazadores,
sus ramas retorcidas y negras.


Comprendo que son los guardianes
de la ciudad abandonada
y no les temo.


En cuanto sepan
que vengo a hablar con los fantasmas,
no me harán daño.


Avanzo entre ellos.
He cruzado la puerta de la muralla,
camino por los restos de una calzada.


Frente a mí se yergue,
contra el azul del cielo,
la silueta de la alcazaba impresionante,
habitada ahora por los espectros.


Recorro las calles
tratando de entender lo que ocurrió hace siglos.


Por qué una población entera abandonó sus casas
sin motivo aparente,
dejando los hogares vacíos para siempre.




Visito la mezquita, subo al castillo,
desde la torre me asomo a la enorme hendidura de la roca
sobre el río que corre en busca del Tajo.



En las aguas verdosas
veo moverse bancos de peces negros,
únicos moradores aparentes
de este raro lugar.



Paseo por las estancias desiertas
de la gran fortaleza musulmana.



Contemplo, a los pies de sus muros,
las casitas humildes.



La ciudad que a lo largo de las épocas
ha permanecido desierta e ignorada
entre campos de encinas.



Veo a los fantasmas
deambular entre las casas arruinadas
que ahora son su morada.



Y comprendo que fueron ellos, los fantasmas,
los que hicieron huir a la población
para quedarse ellos solos aquí.


Comprendo que los habitantes de esta hermosa ciudad
pasaron noches de angustia, de terror.


Y que, finalmente, un día decidieron
recoger sus enseres y partir.



Ceder sus hogares intactos
para que los fantasmas se instalaran en ellos.


Ésta es la ciudad de los fantasmas.


Aquí los fantasmas encontraron su habitáculo,
ahuyentaron a campesinos, mercaderes, soldados,
a la princesa y a la esclava.



Y, mientras los vivos emprendían el éxodo,
los fantasmas tomaron posesión para siempre de la ciudad.


La ciudad que ellos mismos habían elegido
por morada.