Se
ha escrito mucho sobre la ermita de San Bartolomé,
situada
en el cañón del río Lobos, cerca de Ucero.
Se
ha escrito mucho sobre su relación con el Temple,
sobre
el carácter críptico de la construcción,
sobre
lo misterioso del enclave...
Se
ha escrito mucho, y nada de lo que se ha escrito es seguro,
aunque
sí sugerente.
Y
quizás no importa lo que haya de cierto o de probable
en
todo lo que se ha dicho.
Hay
una verdad incuestionable:
La
poderosa belleza del lugar.
El
sitio es tan hermoso que, si lo que se ha dicho de él no es cierto,
merecería
serlo.
Es
un lugar donde resulta posible la magia.
Cuevas,
agua, densa vegetación,
una
solitaria ermita junto al río...
En
realidad, el sitio no evoca un mundo de guerreros
sino
que hace pensar en hadas y elfos.
En
la oscuridad de esas grutas,
bajo
las grandes hojas de esos nenúfares,
prendidos
en la luz que se filtra entre los árboles,
ocultos
entre rocas y raíces,
pueden
estar los seres invisibles.
Nos
miran, danzan, susurran,
esperan
que se haga de noche
para
recuperar este territorio que siempre fue suyo
y
que ahora es violado por humanos
demasiado
ruidosos.
Este
lugar antaño solitario
es
ahora constantemente visitado
por
grupos de excursionistas escandalosos.
Grupos
que ahuyentan con su presencia y sus voces
a
esos seres fugaces, inaprehensibles, tímidos,
que
quizás en tiempos pasados era más fácil ver.
No
parece un lugar para templarios
sino
para gnomos y ondinas
y
para solitarios ermitaños
conocedores
del lenguajes de los seres transparentes.
Solitarios
ermitaños que por la noche,
sin
más iluminación que la de la bóveda celeste,
saldrían
a platicar con los seres feéricos
para
aprender de ellos secretos de otros mundos.
Este
sitio no evoca batallas, no evoca armaduras ni espadas;
ni
tan siquiera evoca largas salmodias,
murmullo
de oraciones,
cilicios
de monjes...
Éste
es más bien un ámbito de dioses primitivos,
de
criaturas primordiales,
de
ceremonias hace tiempo olvidadas...
Hoy
no entendemos lo que pasa aquí.
La
gente viene en grupos, se hace fotos, merienda,
habla
alegremente de sus cosas...
Y
esa invasión de la “normalidad” humana
hace
que los primitivos moradores se oculten, huyan,
quien
sabe si perezcan,
agostados
por el exceso de bullicio,
ellos
que son seres de la soledad y del silencio.
Hay
que buscar momentos propicios,
momentos
de silencio y soledad,
para
tratar de verlos sin incomodarlos,
sin
interferir en sus plácidas y rutilantes vidas.
Sólo
presentirlos en un instante mágico,
quizás
escuchar sus cuchicheos,
que
se confunden con el rumor del viento y del agua,
quizás
entrever sus movimientos,
que
se confunden con el aletear de los insectos de colores,
sólo
eso...
Suficiente
para vivir envueltos en la magia durante muchos días.
La
magia transmitida por esa visión fugaz puede ser suficiente
para
ser feliz durante muchos días.
Como
si se tratara de una poción que cura la tristeza,
que
borra los malos recuersos,
que
resucita la esperanza.
Pero
hay que saber buscar a esos seres milagrosos.
Estar
muy atento, no hacerles daño,
saber
que estamos en su territorio...
Si
rompemos sus reglas, no los veremos.
Podremos
pasar un buen día de campo,
pero
será sólo eso, un día de excursión,
no
un día prodigioso de contacto con el hechizo.
Fuera
quien fuese quien construyó esta pequeña iglesia,
tuvo
que saber que estaba levantando un templo a la magia.
Un
templo en el que esos seres casi imposibles de ver
pudieran
manifestarse sin temor,
un
templo en el que comunicarse con ellos y aprender
y
recibir de ellos la pócima invisible de la felicidad.
Es
una poción que no se bebe sino que se aspira, se respira,
se
absorbe por los poros de la piel, por la pupila de los ojos,
por
las grietas del alma.
Es
una poción que cura y que aplaca,
que
abre horizontes, sueños, esperanzas,
que
enjuga lágrimas y que restaña heridas,
que
permite volver a caminar.
Pero,
si se quiere recibir,
hay
que acudir con el corazón preparado,
hay
que musitar una plegaria a los dioses primigenios
y
echar a andar apartándose de todo
hasta atravesar el espejo y ver el otro lado de la vida.
hasta atravesar el espejo y ver el otro lado de la vida.
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