En las calles de la ciudad,
recuerdos del hijo del Cid y de los sanjuanistas.
Un hombre y un niño recorren el castillo.
Sus rasgos son hispanoamericanos.
El hombre dice al niño, con acento mejicano:
- Hijo, esto es historia de España. Presta
atención.
Esto es nuestra historia también.
Hace mucho viento, y permanecer en lo alto del
cerro
es como estar en la proa de un barco.
Incluso se diría que la tierra oscila.
A un lado, el comienzo de los Montes de Toledo,
como olas a punto de batir contra el casco del
buque.
Al otro, la extensión imperturbable de la
llanura.
La pequeña loma parece la cumbre del mundo.
*** ***
Consuegra se halla a unos 60 kilómetros de Toledo,
a los pies del Cerro Calderico.
Sobre el monte se asentaron en el siglo VI antes de
Cristo
los primeros pueblos íberos.
Tras las guerras púnicas,
los romanos se instalaron en la zona.
El poblamiento situado en lo alto quedó abandonado
y se creó una ciudad en la falda del cerro.
Es la Consaburum citada por Plinio, Tito Livio y
Ptolomeo.
Población que alcanzó un gran desarrollo,
convirtiéndose en la principal ciudad de la
Carpetania.
Se construyeron vías, puentes, un acueducto y una
presa.
Por ella discurría la calzada romana llamada “Vía
Laminium”.
La presa, sobre el río Amarguillo, aún está en pie;
se halla a varios kilómetros de la villa,
y tiene una longitud de 630 metros,
siendo la mayor de las presas romanas conservadas.
*** ***
El primer castillo de la Muela se construyó en época
árabe,
durante el Califato de Córdoba, en el siglo X,
quizás por Almanzor,
para la protección de la Marca Media,
cuya capital se encontraba en Toledo.
Tras la desmembración del Califato,
en 1083 Al-Mutamid, rey de la taifa de Sevilla,
entregó el castillo a Alfonso VI,
como parte de la dote de su hija Zaida,
que casaba con el rey cristiano.
*** ***
En 1085 Alfonso VI el Bravo, rey de León y Castilla,
hijo de Fernando I, recupera Toledo,
un símbolo para cristianos y musulmanes.
El hermano de Fernando I de Castilla, Ramiro,
había heredado, de Sancho III el Mayor, tierras en
Aragón.
Se proclama rey y va ensanchando sus dominios
hasta que en 1063
se enfrenta a las huestes enviadas por su hermano
Fernando I,
al mando de su hijo Sancho, futuro rey de Castilla.
En este enfrentamiento destaca ya un joven caballero
llamado Rodrigo Díaz,
un simple infanzón de la pequeña villa de Vivar,
formado en la escuela palatina de Fernando I.
Rodrigo se educó en la corte de don Fernando
junto al futuro rey Sancho y los hijos de otros
nobles.
Fue el infante Sancho quien armó caballero al Cid
y éste acude a la batalla a su servicio.
Fernando I, siguiendo la tradición navarra,
en su testamento reparte el reino entre sus hijos:
Galicia a García, León a Alfonso y Castilla a
Sancho;
Elvira y Urraca reciben
las ciudades de Toro y Zamora respectivamente.
El 27 de diciembre de 1065 muere Fernando I,
el reino se divide,
y Sancho pasa a ser rey de Castilla,
y Rodrigo Díaz jefe de su ejército.
El reparto de la herencia de Fernando I
provoca luchas entre sus hijos.
La guerra entre Sancho y Alfonso enfrenta a
castellanos y leoneses
hasta que las huestes de Sancho,
al mando de su alférez Rodrigo Díaz de Vivar,
derrotan a las de Alfonso
y pasean a éste de villa en villa encadenado a un
carro,
antes de desterrarlo a Toledo.
Esta acción humillante provoca la animadversión
de Alfonso y los nobles leoneses
hacia el artífice de su derrota, el alférez del
ejército castellano.
Quedaba por tomar Zamora.
Sancho pone sitio a la plaza, y, junto a él, su
alférez.
Allí Rodrigo Díaz lucha él solo contra quince
caballeros contrarios.
Uno resulta muerto, dos heridos
y todos los demás puestos en fuga.
Comenzaba a forjarse la fama del Campeador.
Pero el día 7 de octubre de 1072, durante el asedio,
el rey Sancho es asesinado por Bellido Dolfos.
La muerte ante los muros de Zamora de Sancho
convierte al derrocado y exiliado Alfonso en rey de
León y Castilla
y a los nobles castellanos, que han luchado contra
él, en sus vasallos.
En ese momento, la actitud de Rodrigo es decisiva,
pues la nobleza castellana está de su lado y hará
lo que él haga.
Según el Cantar
de Mio Cid,
Rodrigo hizo jurar a Alfonso, en Santa Gadea,
que nada había tenido que ver
con la muerte de su hermano Sancho.
Sin embargo esto no parece haber ocurrido.
Por el contrario, según la Historia Roderici,
Rodrigo se puso al servicio de su nuevo señor.
El rey acoge al que a partir de ese momento
va a ser su fiel vasallo.
Pero los nobles leoneses siguen resentidos
y están recelosos por el creciente prestigio del
Campeador.
Recelo que aumenta cuando, en 1074, don Rodrigo
contrae nupcias con doña Jimena Díaz,
hija de don Diego Fernández, conde de Oviedo,
y de doña Cristina, prima del rey Alfonso.
Con este matrimonio,
Rodrigo Díaz emparenta con la más alta nobleza
y ya es miembro permanente de la corte
que acompaña al rey en sus desplazamientos.
Sin embargo, su mala relación con los leoneses se
mantiene.
En una ocasión en que el rey Alfonso
había encomendado a Rodrigo cobrar las parias de
Sevilla,
el rey granadino se dirigió a saquear la taifa
sevillana
ayudado por el noble leonés García Ordóñez,
que había ido a cobrar las parias de Granada.
El Cid les hizo frente,
apresó a García y le cortó con la espada un mechón
de la barba,
lo cual constituía una grave ofensa.
Ordóñez regresó a su tierra vencido y deshonrado.
A partir de ese momento buscará venganza
y encaminará sus esfuerzos, con la complicidad de
Pedro Ansúrez,
a difamar a Rodrigo, para que el rey le retire su
confianza.
En 1081 el rey organizó una incursión
en ayuda de Al-Qadir, rey taifa de Toledo;
Rodrigo, que acababa de regresar de una campaña
y se encontraba enfermo, no se unió a Alfonso;
estando el rey por tierras toledanas,
las propiedades de Rodrigo fueron atacadas por los
árabes;
el de Vivar respondió arrasando terreno musulmán.
Cuando el rey recibió la noticia,
García y otros magnates de la curia le dijeron
que, estando ellos en tierra musulmana,
Rodrigo había actuado así para provocar
la reacción de los sarracenos contra el rey.
Don Alfonso, influido por estas acusaciones,
ordenó el destierro de Rodrigo.
Éste se dirige al Este
y entra al servicio del rey de la taifa de Zaragoza,
cuyo ejército acaudilla.
Entre tanto, el auxilio prestado por los
castellano-leoneses
al pusilánime rey Al-Qadir
es el primer paso para la reconquista de Toledo:
El 25 de mayo de 1085 el rey taifa entrega la ciudad
a los cristianos
sin ofrecer resistencia,
con la promesa de recibir a cambio el reino de
Valencia.
Alfonso instala en Toledo su corte.
La noticia de la pérdida de la antigua capital
hispana
conmociona toda Al-Andalus.
Los reyezuelos andalusíes han vivido hasta ahora
tranquilos.
Pagaban parias a los cristianos a cambio de
conservar las tierras.
Pero la actuación de Alfonso VI,
autoproclamado emperador de todos los reinos de
España,
exigiendo cada vez más tributos
y organizando continuas algaras,
unida a la caída de Toledo,
les hace alarmarse.
El rey cristiano dispone de un ejército muy
poderoso,
formado por hombres de frontera bien preparados
y ansiosos por obtener botines de guerra
mientras ellos cuentan con tropas escasas y mal
adiestradas.
La única excepción la representa el reino de
Zaragoza,
que paga la protección del Cid,
pero se sabe que Rodrigo no combatirá contra su
antiguo señor.
Un movimiento integrista musulmán,
surgido en las profundidades de África,
se había extendido hacia el Norte
y, bajo la dirección del emir Yusuf ibn Tasufin,
domina todo Marruecos.
Los almorávides viven para la yihad, la guerra
santa,
y consideran un deber sagrado la expansión de su
fe.
Son auténticos monjes guerreros
y constituyen un ejército temible.
Ya en el año 1075, Al-Mutamid, rey de Sevilla,
había solicitado su auxilio, sin éxito.
Ahora, tras la caída de Toledo,
Al-Mutamid acude en persona a suplicar el auxilio de
Yusuf,
aun a sabiendas de que eso supone la sumisión a
nuevos señores,
intransigentes en el cumplimiento de las normas del
Corán
y que no permitirán a los andalusíes
continuar con su relajada forma de vida.
En el año 1086 los almorávides cruzan por primera
vez el Estrecho;
el emir Yusuf ibn Tasufin desembarca en la taifa de
Algeciras,
en ayuda de los débiles reyes de Al-Andalus.
Alfonso VI se dirige al encuentro de Yusuf.
El 23 de octubre de 1086, en Sagrajas, o Zalaca,
cerca de Badajoz,
los almorávides de Yusuf ibn Tasufin derrotan a las
tropas cristianas
dirigidas por Alfonso VI,
quien, herido, consigue huir con apenas quinientos
supervivientes.
El mismo efecto que un año antes
produjo en los musulmanes la caída de Toledo,
produce ahora en los reinos cristianos
la derrota ante los almorávides.
El miedo se extiende
entre los hasta ahora confiados castellanos y
leoneses,
que han de abandonar las tierras conquistadas al sur
del Tajo
y solicitar el auxilio de la Cristiandad europea,
ante el peligro de que la Península vuelva a ser
musulmana.
Afortunadamente, Yusuf ibn Tasufin regresa a África
en lugar de proseguir su avance,
debido al fallecimiento de su primogénito.
Mientras, el Cid,
que no había sido llamado
a formar parte de las huestes castellano-leonesas,
deja Zaragoza
y es recibido por Alfonso VI en Toledo con todos los
honores.
Renueva su juramento de vasallaje y el rey le otorga
una concesión poco usual en Castilla,
aunque ya la utilizara Carlomagno:
que toda la tierra que pudiera conquistar de los
sarracenos
fuera suya con carácter hereditario.
En 1088, el rey moro de Valencia
es atacado por otros reyezuelos y recurre a Alfonso
VI.
Éste envía en su ayuda a don Rodrigo.
El Cid parte hacia Levante con el deseo de crear su
propio señorío,
mientras su familia permanece en Castilla.
Diego, su único hijo varón, tiene ya unos 10 años
y está en edad de iniciar su formación como caballero.
Era norma que los herederos de los magnates del
reino
se educaran en la corte, bajo la supervisión real.
Era una forma de que el rey se asegurara
su lealtad y la de sus padres.
Probablemente Alfonso VI acoge al heredero del Cid.
En 1089, ante una nueva llamada de los reyes taifas,
los almorávides vuelven a cruzar el Estrecho
y sitian el castillo de Aledo.
Ordena el rey al Cid que acuda con su mesnada
para unirse a la suya y auxiliar a los sitiados.
Mas algo extraño sucede,
pues, mientras el Campeador recibe un mensaje
acerca del punto en que ha de esperar,
el rey se dirige por otra ruta hacia Aledo,
de manera que no llegan a encontrarse.
El hecho de no acudir a la llamada, subrayado por
sus enemigos,
deja a Rodrigo ante los ojos de Alfonso VI como un
traidor.
El castigo, esta vez, no se limita al exilio,
sino que incluye la deshonra y la confiscación de
todos sus bienes.
Jimena y sus hijos en un primer momento son
apresados,
pero finalmente el rey los libera
y les permite marchar junto con Rodrigo
al segundo destierro de éste.
El Cid, liberado de las obligaciones hacia su señor
natural,
luchará por tener su tierra y ser su propio señor.
Durante cinco años la mesnada del de Vivar
somete a vasallaje a ciudades y castillos de
Levante.
Por tercera vez los almorávides vuelven a
Al-Andalus,
se van apoderando de las taifas y derrocando a sus
reyezuelos.
Aún intenta Rodrigo una nueva reconciliación con
Alfonso:
Amenazado el rey por las tropas almorávides,
el Cid acude a reunirse con él al sur de Toledo.
Las tropas de Rodrigo acampan delante de las del
rey,
y éste considera ese acto
como un gesto de fanfarronería de su vasallo
y así se lo reprocha.
Molesto, el Cid abandona el campamento
y regresa a Levante.
En 1093 el Cid pone cerco a Valencia,
en cuyo socorro acude un ejército almorávide.
El asedio se prolonga durante un año.
El 17 de junio de 1094 la ciudad se le entrega.
Quizá de este periodo date el tratamiento que
derivaría en “Cid”.
Rodrigo toma posesión de la plaza
titulándose “Príncipe Rodrigo el Campeador”,
pero reconociendo siempre por encima de él
la autoridad de su rey Alfonso.
Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador,
convierte Valencia en capital de un señorío que él
gobierna.
Aliado a Pedro de Aragón,
derrota a los almorávides en dos ocasiones:
en Cuart de Poblet (1094)
y cerca de Gandía, en Bairén (1097).
En el año 1097 tiene lugar
la cuarta y definitiva acometida de Yusuf ibn
Tasufin.
El fracaso del ejército musulmán en su intento de
recobrar Valencia,
que se salda con la derrota de Bairén,
lleva al emir a volver a cruzar el Estrecho de
Gibraltar
para emprender la guerra santa
con el fin de recuperar los territorios perdidos.
La noticia del nuevo desembarco de los almorávides
moviliza a los reinos cristianos.
Alfonso VI convoca precipitadamente a sus vasallos y
mesnadas,
dispuesto a defender Toledo,
mientras el Cid hace lo mismo en Valencia.
El rey hace llegar a Rodrigo su petición de ayuda,
lo cual pone al Campeador en una situación
comprometida.
Las tropas de Yusuf se encuentran en Córdoba
y pueden tomar dos caminos:
hacia el Norte, a Toledo, o hacia el Este, a
Valencia.
Si el Cid acude en auxilio del rey, deja
desguarnecida Valencia
y los almorávides la tomarán sin esfuerzo,
con lo que se perderá el fruto de su lucha de tantos
años,
el Señorío de Valencia, que habría de heredar su
hijo.
Pero si niega al rey el apoyo que le pide,
además de ir contra su propio sentido de la
lealtad,
las frágiles relaciones que se han restablecido
se romperán para siempre
y, por la propia seguridad de su Señorío,
al Cid no le conviene tener como enemigo al rey de
León y Castilla.
Rodrigo se queda en Valencia con el grueso de sus
tropas,
pero envía a unirse a las mesnadas reales a su
hijo,
al mando de trescientos caballeros selectos.
Diego tiene unos 18 años. Su padre ha sido su
maestro.
Diego Rodríguez y sus caballeros acuden
al encuentro de las tropas almorávides
capitaneadas por el general Muhammad ibn al-Hayy,
pues Yusuf ibn Tasufin se queda en Córdoba.
Poco después se une a Diego la caballería de Álvar
Fáñez.
El rey decide hacer frente a los árabes en
Consuegra,
en el que iba a ser el segundo combate
entre el ejército castellano-leonés y el almorávide.
Los señores de la guerra se concentran en el
castillo de la Muela
y allí aguardan a los musulmanes.
El 15 de agosto de 1097 tuvo lugar la batalla de
Consuegra.
La táctica de las tropas castellano-leonesas
(a diferencia de la de las huestes del Cid,
que adaptaban su estrategia a cada situación),
era siempre la misma:
un ataque frontal de la caballería pesada
contra el centro de la formación enemiga,
con la finalidad de romper su unidad y, con el apoyo
de la infantería,
desbaratar y aniquilar al adversario.
La táctica de los almorávides era distinta:
contaban con una caballería ligera que se movía
con agilidad,
que atacaba y se retiraba antes de que el enemigo
reaccionase;
permitían que la caballería pesada cristiana, en
su primer ataque,
arrasara el centro de su formación, formado por
tropas andalusíes,
para rápidamente rodear a los enemigos con
caballería y arqueros,
impidiendo que les quedara espacio para maniobrar y
volver a cargar,
con lo que los caballeros cristianos no podían
defenderse.
Alfonso VI puso a Álvar Fáñez junto a Pedro Ansúrez
y a Diego Rodríguez junto al conde García Ordóñez,
al que ordenó que protegiera con su caballería la
vida de Diego.
García Ordóñez era el antiguo enemigo del Cid.
En un primer ataque, los cristianos
rompieron el centro de las filas almorávides.
Pero a continuación los jinetes de las alas
almorávides
envolvieron a los cristianos, inmovilizándolos.
El rey ordenó la retirada.
En el flanco izquierdo Álvar Fáñez ayudó a Pedro
Ansúrez,
pero en el flanco derecho
García Ordóñez se replegó sin cubrir a Diego
Rodríguez.
Éste fue rodeado por los enemigos y cayó muerto.
El Liber regum
nos dice:
«Este Mío Çid, el Campiador, ovo por mugier a
doña Eximena,
et ovo della un fillo et dos fillas, et el fillo ovo
nombre Diago Royz,
et matáronlo en Consuegra los moros».
Don Diego es el único noble de nombre conocido que
cae en la lucha.
El joven e impetuoso vástago del Cid deseaba
mostrar su valía
ante el rey y los viejos enemigos de su padre...
Personajes como García Ordóñez
no eran compañeros de filas en los que confiar...
Don Diego fue enterrado en la capilla familiar
en el monasterio de San Pedro de Cardeña de Burgos.
Allí serán enterradas también sus hermanas
y asimismo sus padres, cuyos cuerpos
serán trasladados a la catedral de Burgos en 1921.
En su lápida, en el monasterio de San Pedro, dice:
«D. Diego Rodriguez, Hijo del Cid,
al qual mataron los moros en la Hazienda de
Consuegra».
Con él muere también moralmente su padre,
que, tras algunas acciones de armas
emprendidas más como venganza que como estrategia,
se derrumba y fallece en julio de 1099, con unos 50
años.
Jimena permanecerá un par de años como señora de
Valencia.
La ciudad fue sitiada por un ejército almorávide
enviado por el viejo emir africano Yusuf.
Jimena aguantó el asedio durante 7 meses
y pidió auxilio a su primo el rey Alfonso.
Éste acudió, pero se consideró incapaz de defender
la plaza
y prefirió abandonarla en manos de los almorávides,
después de incendiarla.
En mayo de 1102 Jimena regresaba a Castilla
llevando consigo el cadáver de su marido.
Las tropas de Mazdalí ocuparon las ruinas.
Terminaba así el sueño del Cid.
*** ***
En 1097, tras la derrota en la batalla de Consuegra,
Alfonso VI y las tropas sobrevivientes se refugiaron
en el castillo.
Éste fue sitiado.
Tras ocho días de asedio,
los almorávides, temiendo la llegada de refuerzos
cristianos,
levantaron el cerco y se retiraron.
Pese a esta retirada,
poco después los cristianos volvían a perder
Consuegra.
En 1183 la fortaleza fue recuperada definitivamente
por Alfonso VIII,
que donó castillo, localidad, alfoz y tierras
a los Caballeros Hospitalarios
de la Orden de San Juan de Jerusalén,
para afianzar la frontera con los musulmanes.
La Orden del Hospital
estableció en Consuegra la capital de su Priorato de
La Mancha,
la cabeza del Campo de San Juan,
y desde Consuegra emprenderá la repoblación de la
comarca.
Los sanjuanistas tomaron el castillo como sede
y lo reformaron para adaptarlo a las necesidades de
la Orden,
estableciendo en él su archivo general.
Se construyeron torres, recintos defensivos,
calabozos,
aljibes, silos, herrerías, capilla, sala
capitular...
El castillo no se encuentra en lugar inexpugnable,
por lo que hubo que reforzar las defensas.
Una primera muralla (de la que sólo se conservan
escasos lienzos)
rodeaba el castillo, protegiendo la albacara.
El segundo recinto es una muralla con torres.
Entre ella y el castillo se halla el adarve.
En el tercer recinto se encuentran
el patio de armas y los jardines.
En el centro de este espacio se levanta
el cuarto recinto o cuerpo central del castillo, con
sus dependencias.
En el lado sur hay una torre albarrana circular
que estuvo unida al castillo por un adarve
y que tiene una altura de cuatro pisos.
El grosor medio de sus muros es de 5 metros
y la altura de sus torres de 30 metros.
A ese cuarto recinto se entra por una puerta
sobre la cual están los escudos de dos priores:
el inferior es de don Hernando Alvárez de Toledo
y el superior de don Juan José de Austria.
Nada más traspasar esta puerta hay una estancia
que pudo servir de cuerpo de guardia.
Desde ahí se accede al resto del recinto.
La sala de archivos es una larga habitación
que albergaba la amplia y valiosa documentación de
la Orden:
concesiones reales, bulas, apeos...
*** ***
Durante la época de Carlos I, hubo un enfrentamiento
entre Don Antonio de Zúñiga y Don Diego de Toledo
por hacerse con el Gran Priorato.
Para solucionar las desavenencias,
el Emperador dividió en dos el Gran Priorato,
concediéndole a Don Antonio de Zúñiga el Priorato de
Castilla,
del que dependían Consuegra,
Madridejos, Urda, Tembleque, Herencia, Villarta y
Arenas;
y a Don Diego de Toledo el Priorato de León,
con las villas de Alcázar de Consuegra,
Quero, Villafranca, Argamasilla y Puerto Lápice.
A la muerte de los dos Priores, se vuelven a unir
las dos zonas
en el Gran Priorato de Castilla y León.
En el siglo XVI se erigió en la villa
el convento de San José, de las carmelitas
descalzas,
por disposición testamentaria del Gran Prior de la
Orden,
Don Fernando Alvárez de Toledo,
en agradecimiento por la sentencia
que concedió a su familia el cuerpo de Santa Teresa
de Jesús,
que se encontraba en Alba de Tormes.
Otro de los principales edificios que conserva
Consuegra
procede también de aquel pasado sanjuanista:
es la iglesia de San Juan Bautista, edificada en el
siglo XVI
a orillas del río Amarguillo.
En el siglo XVII el castillo fue residencia durante
algún tiempo
del Gran Prior don Juan José de Austria,
hijo natural de Felipe IV.
A comienzos del siglo XVIII se trasladaron la sede
prioral
y la mayor parte de sus archivos
a la Casa de la Tercia, en el núcleo urbano.
La Casa de la Tercia o Palacio Prioral se construyó
sobre las antiguas termas de la ciudad romana
(de las cuales se conservan restos,
en el patio de lo que hoy es un restaurante).
Las termas habían sido convertidas en mezquita
(de la cual aún se conserva el ábside)
y luego en iglesia,
antes de que en el lugar se levantase, en el siglo
XVIII,
el centro de poder administrativo de la Orden,
mientras que el castillo se mantenía como símbolo de
poder militar.
En el torreón del palacio se ubicaron
el archivo, la contaduría-pagaduría y la cárcel
prioral.
La torre comunicaba el exterior del palacio
con el patio de armas.
La Casa de la Tercia ocupaba dos manzanas,
y contaba con silos y bodegas y con una capilla.
Del Palacio de los Grandes Priores de la Orden de San
Juan
en la actualidad sólo queda el torreón,
en la calle de la Tercia.
En el solar del Palacio hay hoy un restaurante,
adosado a la torre (que está cerrada al público).
En el castillo quedó alojada
la imagen de la Virgen de la Blanca, patrona de Consuegra.
Sin embargo, a finales del siglo XVIII
también la Virgen fue trasladada a la villa, a la
parroquia.
El castillo fue abandonado.
*** ***
En 1809, el castillo de Consuegra, como el de
Almonacid,
fue tomado por las tropas francesas:
El 22 de septiembre de 1809 tuvo lugar
la segunda batalla de Consuegra,
esta vez contra el ejército francés.
Los hombres del Duque de Alburquerque fueron
derrotados
y la población fue ocupada por los franceses,
que destruyeron la iglesia parroquial
y saquearon el Palacio Prioral.
Así desaparecieron la Virgen de la Blanca
y los ricos archivos de la Orden.
En el castillo establecieron una guarnición.
En 1812, Consuegra fue liberada por las tropas
españolas
al mando del General Elío.
Los franceses volaron parte del castillo antes de
abandonarlo.
*** ***
La Desamortización supuso
la expulsión de Consuegra de los sanjuanistas.
Todos sus bienes les fueron arrebatados.
El castillo pasó a manos particulares
y un incendio aceleró su destrucción.
*** ***
En 1927 el rey Alfonso XIII otorgó a Consuegra el
título de Ciudad.
En 1962 el Ayuntamiento compró la fortaleza a su
dueño.
En 1985 comenzó la rehabilitación.
Hoy la capilla restaurada se utiliza
para la celebración de matrimonios civiles.
***
En 1997 se cumplían los 900 años de la batalla de
Consuegra
en la que murió el hijo del Cid.
En la ciudad apenas se recordaba el hecho.
Don Francisco Domínguez Tendero
impulsó la idea de la celebración del aniversario.
Encontró el apoyo del alcalde.
Durante meses la población confeccionó vestuario y
atrezzo,
los grupos de teatro ensayaron...
El 15 de agosto se conmemoró el acontecimiento
con recreaciones históricas
en la plaza mayor, la plaza de toros y el castillo.
Desde entonces, cada año, durante tres días,
se repiten estos actos de conmemoración
en los que participan unos 500 vecinos
de Consuegra y alrededores:
Ceremonia ritual mozárabe de vísperas de guerra;
llegada de las tropas del rey Alfonso VI;
escenas de la vida medieval en asedio, dentro del
castillo;
campamento almorávide;
duelos entre caballeros;
ceremonia fúnebre por la muerte de Diego Rodríguez.
Parte del festival es el denominado As-Satrany:
una representación simbólica de la batalla
sobre un tablero de ajedrez gigante,
seguida de un miserere y una danza macabra
en honor del héroe muerto.
*** ***
Hoy el castillo empieza a estar demasiado
reconstruido.
A ambos lados, alineados sobre el cerro,
se recorta la silueta de los molinos de viento.
Datan del siglo XVI.
De los 13 originales, se conservan 12, que son:
Bolero, Mambrino, Sancho, Mochilas,
Vista Alegre, Cardeño, Alcancía, Chispas,
Caballero del Verde Gabán, Rucio, Espartero y
Clavileño.
En uno de ellos,
un hombre vende molinitos y azafrán.
Llegan autobuses con turistas,
éstos bajan, echan una ojeada apresurada a los
molinos,
vuelven a subir al autobús y éste se pone en
marcha de nuevo.
A la hora de comer desaparecen los visitantes
y en el cerro sigue soplando el viento...