viernes, 20 de febrero de 2015

ASTUDILLO. Convento-Palacio de Santa Clara




Pedro I fue el último rey castellano de la Casa de Borgoña.
Sus enemigos lo llamaron El Cruel; sus partidarios, El Justiciero.
Pasó gran parte de su vida batallando,
combatiendo los ataques de sus hermanastros.
Lo mató uno de ellos.

En 1352 don Pedro y sus huestes atravesaban Castilla.
El rey se dirigía de Andalucía a Asturias, para sofocar una rebelión.
Uno más de los innumerables levantamientos
a los que tuvo que hacer frente.

Cerca de Astudillo, en la Tierra de Campos palentina,
don Pedro conoció a doña María de Padilla.
La de Padilla era una familia noble
que poseía algunos territorios en la zona.
María era, según las crónicas,
“fermosa e pequeña de cuerpo e de buen entendimiento”.
Tanto don Pedro como doña María tenían unos 18 años.
Se inició aquí entre el rey y la noble una relación
que sólo terminaría con la muerte.

El 3 de junio de 1353 don Pedro se vio obligado
a casar con Blanca de Borbón, sobrina del rey de Francia.
La boda se celebró en Valladolid.
Dos días después, el rey abandonaba a Blanca
para ir en busca de María,
que acababa de dar a luz a Beatriz, la primera hija de ambos.

Las relaciones de María con Pedro I no fueron fáciles.
Tuvo que soportar tanto la enemistad de los partidarios de Blanca
como los constantes viajes del monarca
(al que acompañó en muchos de ellos)
y también los devaneos de éste con otras damas de la Corte.

En el mismo año 1353 Pedro inició una relación con Juana de Castro,
hija de Isabel Ponce de León
y de Pedro Fernández de Castro, señor de Lemos
(hijo de Violante Sánchez de Castilla,
hija ilegítima de Sancho IV de Castilla).

La aparición de esta nueva favorita fue un duro golpe para María,
que pensó en recluirse en un convento.
A finales de 1353 doña María inició las gestiones
para la fundación del convento de Santa Clara de Astudillo.
Al mismo tiempo, Pedro I comenzaba las negociaciones
para conseguir la anulación del matrimonio con doña Blanca
y poder así casar con doña Juana.
Y, por ello, apoyaba la iniciativa de María.


En la primavera de 1354 el papa Inocencio VI expidió una bula
autorizando el patrocinio de María para una fundación conventual
de monjas de clausura clarisas.

También en la primavera de 1354, los obispos de Ávila y Salamanca
declararon nulo el matrimonio del rey con la francesa
sin aguardar la dispensa papal,
y don Pedro casó con Juana de Castro en Cuéllar.

Pero pocos días más tarde, el rey abandonaba a doña Juana
y volvía con María, a Astudillo.

A partir de entonces, María acompañó a don Pedro en sus campañas,
aunque visitaba con frecuencia el convento que estaba erigiendo.


En 1356 doña María extendió la carta de fundación.
Todos los bienes que la dama obtuvo,
bien comprándolos, bien recibiéndolos por herencia o donación,
los cederá a su convento de Astudillo;
entre ellos, los terrenos en los que se levantó el edificio,
que parecen provenir de su abuela.
María de Padilla hizo construir un convento
y después un palacio en el que esperar al rey,
y después un palacio para el propio rey,
anejo a las otras dos construcciones
pero separado de ambas por un patio amurallado.
La fundadora dotó al cenobio con bienes y rentas,
el rey Pedro I le otorgó privilegios.


En el invierno de 1358 el rey inició una relación con Aldonza Coronel,
lo que causó nuevas penas a María.

Al parecer, durante el tiempo que María pasó recluída
en una de las cámaras del convento,
se la empezó a conocer como “la Emparedada”.

Pronto, sin embargo, regresó el rey junto a su antigua amante.
A mediados de 1359 nacía Alfonso, el cuarto hijo de la pareja.


María de Padilla murió en los Alcázares de Sevilla en julio de 1361,
no se sabe si de peste o de alguna dolencia que arrastrara.
“E fizo el rey fazer alli e en todos sus regnos
grandes llantos por ella e grandes cumplimientos".


Según era su voluntad, su cuerpo fue llevado a Astudillo
y enterrado en el convento de Santa Clara.
El panteón se conserva, en el coro de la iglesia conventual,
y hoy está vacío.


En 1362, el monarca convocó Cortes en Sevilla
y manifestó que doña María había sido su única esposa legítima,
ya que había contraído matrimonio secreto con ella
antes que con Blanca de Borbón.
El arzobispo de Toledo aceptó la declaración del rey
y declaró nulos los otros dos matrimonios,
con Blanca de Borbón y Juana de Castro.
Las Cortes de Sevilla declararon reina a doña María.
De este modo el rey otorgó a María honores reales a título póstumo.
Y con ello legitimó a los hijos que ambos habían tenido,
para asegurar su propia sucesión.
Se emprendieron obras de acondicionamiento
del panteón de la seo sevillana
y, por deseo del rey, los restos de María fueron trasladados
a la Capilla Real de la catedral de Sevilla.

Tras la muerte de don Pedro en 1369,
Constanza, una de sus hijas con María de Padilla,
decidió que se mantuviese el convento.

Se ha dicho que, en su época de esplendor,
el convento-palacio de Astudillo debió de ser similar
al de Santa Clara de Tordesillas (en Valladolid),
puesto que lo probable es que los mismos alarifes
trabajaran en ambas construcciones.
El palacio de Tordesillas fue empezado por Alfonso XI en 1340
y continuado por Pedro I, que lo terminó hacia 1352.
Y allí vivió María buena parte del tiempo que pasó aguardando al rey.
En 1363 doña Beatriz, hija de Pedro y María,
fundó en él un convento.

*** 


El conjunto de Astudillo quedó finalmente formado
por una iglesia, un claustro conventual,
las dependencias de María de Padilla, enlazadas con el claustro
y que se desarrollan en torno al conocido hoy como Patio Castellano,
y el palacio de Pedro I, estancias reales para las visitas del monarca,
separadas por un patio de estilo granadino.
Todo ello se construyó con arreglo al estilo
de los palacios nazaríes de Granada,
al igual que otros palacios del rey de don Pedro.
Lujosas salas con ricas decoraciones de alfarjes y yeserías
y el escudo de Castilla y León y el emblema de los Padilla,
en las que vivieron Pedro y María.


El monasterio protegía sus dependencias y su barrio de La Puebla
(donde moraban treinta vecinos bajo el señorío de la abadesa)
con una cerca que se adosaba a las murallas de la villa.

*** 


La Desamortización de 1835 acabó con las rentas
que percibía la comunidad para su sostenimiento,
aunque las monjas pudieron seguir en el convento,
y a lo largo del siglo XIX acogieron a otras comunidades clarisas,
la de Carrión de los Condes y la de Aguilar de Campoo.

En los años siguientes la comunidad sufrió reveses de todo tipo:
sequía de vocaciones, incendios, derrumbes, filtraciones, hambre...
Sólo una dura administración de recursos cada vez más escasos
les iba permitiendo subsistir.

En la primera mitad del siglo XX
el lugar llegó a estar en situación de ruina,
y perdió muchos de sus bienes,
entre ellos un crucifijo con un Cristo románico del siglo XII,
que hoy se encuentra en el Metropolitan Museum de Nueva York,
y la sillería del coro, realizada en 1536,
la mayor parte de la cual se halla en el mismo Museum,
salvo cuatro asientos que están en el Museo Arqueológico de Madrid.

En 1951 la comunidad que allí vivía
estaba constituida por diez monjas de avanzada edad,
y disponía como todo capital de 52 pesetas.

*** 


Ese año, un grupo de nueve monjas clarisas y tres postulantes
llegaron desde su convento de Aguilar de Campoo,
para ayudar a sus hermanas y rejuvenecer la comunidad.


Así comenzaron las tareas de recuperación y rehabilitación
de un edificio que se encontraba en lamentable estado.
Para esos trabajos, las monjas no contaban con casi ningún dinero.
Pero, sorteando toda clase de trabas,
ellas mismas pusieron manos a la obra.
A muchas y muchas horas de obra. Una ingente tarea.
Durante años, estas clarisas, al tiempo que vivían entre estos muros,
actuaron cómo arqueólogas, como restauradoras
y como peones de albañil,
hasta rescatar del olvido y los escombros
su antiguo patrimonio.


Ellas mismas se subieron a los andamios,
adecuaron las celdas, el refectorio, los espacios de oración,
los almacenes, los hundidos pajares, las huertas...
Ellas mismas instalaron obradores de pastelería
en los que elaborar sus propios dulces.
Y, finalmente, emprendieron la restauración del Palacio,
la salvación de lo que estaba a punto de perderse,
paredes, techumbres, artesonados, retablos, yeserías...
Alguno ha discutido algún resultado,
pero su trabajo ha sido una demostración de amor por su pasado,
y gracias a estas hermanas hoy el convento-palacio de Astudillo
es una realidad, y no un montón de piedras y un expolio.

*** 


En torno al Patio Castellano, en las dependencias
que reservara para sí María de Padilla,
es donde hoy viven y trabajan las monjas de Astudillo.


En el viejo Palacio de don Pedro, se ha instalado un museo
de piezas de orfebrería religiosa, ornamentos litúrgicos, belenes
y también tablas pintadas, privilegios reales, ajuares...


La iglesia del convento es de una sola nave,
con ábside poligonal con contrafuertes,
de estilo gótico,
con artesonado mudéjar y un retablo mayor plateresco.
En el coro se conserva el panteón gótico con yeserías
donde reposaron los restos de María durante un tiempo.

*** 


Las monjas que enseñan la iglesia y el palacio
cuentan al visitante estos esfuerzos, estas aventuras.
Son ya mayores, pero mantienen el entusiasmo de cuando llegaron.
Y también cierto orgullo legítimo por lo realizado.
Dan sus explicaciones con alegría y sin prisas.
Cuentan cómo venía un albañil
y les dejaba preparado el yeso sobre la pared
y ellas, rápidamente, antes de que se solidificara la base,
esculpían figuras con las que recuperar las decoraciones de antaño.
Cuentan cómo consiguieron una réplica del coro cuyo original
hoy se halla en el Museo Metropolitano de Nueva York.
Cuentan que incluso realizaron excavaciones en los patios
y rescataron de entre los escombros alguna antigua pieza.
Cuentan que rescataron de los fondos de viejos arcones
algún objeto valioso allí arrumbado.
Cuentan que ahora hay conciertos en la iglesia, en verano...


Lo que queda es sólo una sombra de lo que hubo,
sólo un reflejo de la antigua suntuosidad palaciega,
pero un reflejo que las hermanas han sabido cuidar
para que no se borrara del todo.

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