Pedro
I fue el último rey castellano de la Casa de Borgoña.
Sus
enemigos lo llamaron El Cruel; sus partidarios, El Justiciero.
Pasó
gran parte de su vida batallando,
combatiendo
los ataques de sus hermanastros.
Lo
mató uno de ellos.
En
1352 don Pedro y sus huestes atravesaban Castilla.
El
rey se dirigía de Andalucía a Asturias, para sofocar una rebelión.
Uno
más de los innumerables levantamientos
a
los que tuvo que hacer frente.
Cerca
de Astudillo, en la Tierra de Campos palentina,
don
Pedro conoció a doña María de Padilla.
La
de Padilla era una familia noble
que
poseía algunos territorios en la zona.
María
era, según las crónicas,
“fermosa
e pequeña de cuerpo e de buen entendimiento”.
Tanto
don Pedro como doña María tenían unos 18 años.
Se
inició aquí entre el rey y la noble una relación
que
sólo terminaría con la muerte.
El
3 de junio de 1353 don Pedro se vio obligado
a
casar con Blanca de Borbón, sobrina del rey de Francia.
La
boda se celebró en Valladolid.
Dos
días después, el rey abandonaba a Blanca
para
ir en busca de María,
que
acababa de dar a luz a Beatriz, la primera hija de ambos.
Las
relaciones de María con Pedro I no fueron fáciles.
Tuvo
que soportar tanto la enemistad de los partidarios de Blanca
como
los constantes viajes del monarca
(al
que acompañó en muchos de ellos)
y
también los devaneos de éste con otras damas de la Corte.
En
el mismo año 1353 Pedro inició una relación con Juana de Castro,
hija
de Isabel Ponce de León
y
de Pedro Fernández de Castro, señor de Lemos
(hijo
de Violante Sánchez de Castilla,
hija
ilegítima de Sancho IV de Castilla).
La
aparición de esta nueva favorita fue un duro golpe para María,
que
pensó en recluirse en un convento.
A
finales de 1353 doña María inició las gestiones
para
la fundación del convento de Santa Clara de Astudillo.
Al
mismo tiempo, Pedro I comenzaba las negociaciones
para
conseguir la anulación del matrimonio con doña Blanca
y
poder así casar con doña Juana.
Y,
por ello, apoyaba la iniciativa de María.
En
la primavera de 1354 el papa Inocencio VI expidió una bula
autorizando
el patrocinio de María para una fundación conventual
de
monjas de clausura clarisas.
También
en la primavera de 1354, los obispos de Ávila y Salamanca
declararon
nulo el matrimonio del rey con la francesa
sin
aguardar la dispensa papal,
y
don Pedro casó con Juana de Castro en Cuéllar.
Pero
pocos días más tarde, el rey abandonaba a doña Juana
y
volvía con María, a Astudillo.
A
partir de entonces, María acompañó a don Pedro en sus campañas,
aunque
visitaba con frecuencia el convento que estaba erigiendo.
En
1356 doña María extendió la carta de fundación.
Todos
los bienes que la dama obtuvo,
bien
comprándolos, bien recibiéndolos por herencia o donación,
los
cederá a su convento de Astudillo;
entre
ellos, los terrenos en los que se levantó el edificio,
que
parecen provenir de su abuela.
María
de Padilla hizo construir un convento
y
después un palacio en el que esperar al rey,
y
después un palacio para el propio rey,
anejo
a las otras dos construcciones
pero
separado de ambas por un patio amurallado.
La
fundadora dotó al cenobio con bienes y rentas,
el
rey Pedro I le otorgó privilegios.
En
el invierno de 1358 el rey inició una relación con Aldonza Coronel,
lo
que causó nuevas penas a María.
Al
parecer, durante el tiempo que María pasó recluída
en
una de las cámaras del convento,
se
la empezó a conocer como “la Emparedada”.
Pronto,
sin embargo, regresó el rey junto a su antigua amante.
A
mediados de 1359 nacía Alfonso, el cuarto hijo de la pareja.
María
de Padilla murió en los Alcázares de Sevilla en julio de 1361,
no
se sabe si de peste o de alguna dolencia que arrastrara.
“E
fizo el rey fazer alli e en todos sus regnos
grandes
llantos por ella e grandes cumplimientos".
Según
era su voluntad, su cuerpo fue llevado a Astudillo
y
enterrado en el convento de Santa Clara.
El
panteón se conserva, en el coro de la iglesia conventual,
y
hoy está vacío.
En
1362, el monarca convocó Cortes en Sevilla
y
manifestó que doña María había sido su única esposa legítima,
ya
que había contraído matrimonio secreto con ella
antes
que con Blanca de Borbón.
El
arzobispo de Toledo aceptó la declaración del rey
y
declaró nulos los otros dos matrimonios,
con
Blanca de Borbón y Juana de Castro.
Las
Cortes de Sevilla declararon reina a doña María.
De
este modo el rey otorgó a María honores reales a título póstumo.
Y
con ello legitimó a los hijos que ambos habían tenido,
para
asegurar su propia sucesión.
Se
emprendieron obras de acondicionamiento
del
panteón de la seo sevillana
y,
por deseo del rey, los restos de María fueron trasladados
a
la Capilla Real de la catedral de Sevilla.
Tras
la muerte de don Pedro en 1369,
Constanza,
una de sus hijas con María de Padilla,
decidió
que se mantuviese el convento.
Se
ha dicho que, en su época de esplendor,
el
convento-palacio de Astudillo debió de ser similar
al
de Santa Clara de Tordesillas (en Valladolid),
puesto
que lo probable es que los mismos alarifes
trabajaran
en ambas construcciones.
El
palacio de Tordesillas fue empezado por Alfonso XI en 1340
y
continuado por Pedro I, que lo terminó hacia 1352.
Y
allí vivió María buena parte del tiempo que pasó aguardando al rey.
En
1363 doña Beatriz, hija de Pedro y María,
fundó
en él un convento.
***
El
conjunto de Astudillo quedó finalmente formado
por
una iglesia, un claustro conventual,
las
dependencias de María de Padilla, enlazadas con el claustro
y
que se desarrollan en torno al conocido hoy como Patio Castellano,
y
el palacio de Pedro I, estancias reales para las visitas del monarca,
separadas
por un patio de estilo granadino.
Todo
ello se construyó con arreglo al estilo
de
los palacios nazaríes de Granada,
al
igual que otros palacios del rey de don Pedro.
Lujosas
salas con ricas decoraciones de alfarjes y yeserías
y
el escudo de Castilla y León y el emblema de los Padilla,
en
las que vivieron Pedro y María.
El
monasterio protegía sus dependencias y su barrio de La Puebla
(donde
moraban treinta vecinos bajo el señorío de la abadesa)
con
una cerca que se adosaba a las murallas de la villa.
***
La
Desamortización de 1835 acabó con las rentas
que
percibía la comunidad para su sostenimiento,
aunque
las monjas pudieron seguir en el convento,
y
a lo largo del siglo XIX acogieron a otras comunidades clarisas,
la
de Carrión de los Condes y la de Aguilar de Campoo.
En
los años siguientes la comunidad sufrió reveses de todo tipo:
sequía
de vocaciones, incendios, derrumbes, filtraciones, hambre...
Sólo
una dura administración de recursos cada vez más escasos
les
iba permitiendo subsistir.
En
la primera mitad del siglo XX
el
lugar llegó a estar en situación de ruina,
y
perdió muchos de sus bienes,
entre
ellos un crucifijo con un Cristo románico del siglo XII,
que
hoy se encuentra en el Metropolitan Museum de Nueva York,
y
la sillería del coro, realizada en 1536,
la
mayor parte de la cual se halla en el mismo Museum,
salvo
cuatro asientos que están en el Museo Arqueológico de Madrid.
En
1951 la comunidad que allí vivía
estaba
constituida por diez monjas de avanzada edad,
y
disponía como todo capital de 52 pesetas.
***
Ese
año, un grupo de nueve monjas clarisas y tres postulantes
llegaron
desde su convento de Aguilar de Campoo,
para
ayudar a sus hermanas y rejuvenecer la comunidad.
Así
comenzaron las tareas de recuperación y rehabilitación
de
un edificio que se encontraba en lamentable estado.
Para
esos trabajos, las monjas no contaban con casi ningún dinero.
Pero,
sorteando toda clase de trabas,
ellas
mismas pusieron manos a la obra.
A
muchas y muchas horas de obra. Una ingente tarea.
Durante
años, estas clarisas, al tiempo que vivían entre estos muros,
actuaron
cómo arqueólogas, como restauradoras
y
como peones de albañil,
hasta
rescatar del olvido y los escombros
su
antiguo patrimonio.
Ellas
mismas se subieron a los andamios,
adecuaron
las celdas, el refectorio, los espacios de oración,
los
almacenes, los hundidos pajares, las huertas...
Ellas
mismas instalaron obradores de pastelería
en
los que elaborar sus propios dulces.
Y,
finalmente, emprendieron la restauración del Palacio,
la
salvación de lo que estaba a punto de perderse,
paredes,
techumbres, artesonados, retablos, yeserías...
Alguno
ha discutido algún resultado,
pero
su trabajo ha sido una demostración de amor por su pasado,
y
gracias a estas hermanas hoy el convento-palacio de Astudillo
es
una realidad, y no un montón de piedras y un expolio.
***
En
torno al Patio Castellano, en las dependencias
que
reservara para sí María de Padilla,
es
donde hoy viven y trabajan las monjas de Astudillo.
En
el viejo Palacio de don Pedro, se ha instalado un museo
de
piezas de orfebrería religiosa, ornamentos litúrgicos, belenes
y
también tablas pintadas, privilegios reales, ajuares...
La
iglesia del convento es de una sola nave,
con
ábside poligonal con contrafuertes,
de
estilo gótico,
con
artesonado mudéjar y un retablo mayor plateresco.
En
el coro se conserva el panteón gótico con yeserías
donde
reposaron los restos de María durante un tiempo.
***
Las
monjas que enseñan la iglesia y el palacio
cuentan
al visitante estos esfuerzos, estas aventuras.
Son
ya mayores, pero mantienen el entusiasmo de cuando llegaron.
Y
también cierto orgullo legítimo por lo realizado.
Dan
sus explicaciones con alegría y sin prisas.
Cuentan
cómo venía un albañil
y
les dejaba preparado el yeso sobre la pared
y
ellas, rápidamente, antes de que se solidificara la base,
esculpían
figuras con las que recuperar las decoraciones de antaño.
Cuentan
cómo consiguieron una réplica del coro cuyo original
hoy
se halla en el Museo Metropolitano de Nueva York.
Cuentan
que incluso realizaron excavaciones en los patios
y
rescataron de entre los escombros alguna antigua pieza.
Cuentan
que rescataron de los fondos de viejos arcones
algún
objeto valioso allí arrumbado.
Cuentan
que ahora hay conciertos en la iglesia, en verano...
Lo
que queda es sólo una sombra de lo que hubo,
sólo
un reflejo de la antigua suntuosidad palaciega,
pero
un reflejo que las hermanas han sabido cuidar
para
que no se borrara del todo.
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