La ruta de los muertos.
El camino temido.
La senda de las ánimas.
La senda atraviesa la gran sierra.
La senda que los aldeanos
no se atrevían a pisar.
En La Iruela vivían
los recolectores de cadáveres.
Los hombres de negro
que recorrían la sierra
recogiendo los cuerpos de las gentes
que habían muerto en el bosque
para llevarlos a enterrar
a los pies del castillo abandonado.
Salían de noche.
El castillo se iluminaba con antorchas
para avisar a los vivos
de que la lúgubre comitiva
andaba recorriendo la sierra.
Los vivos no debían cruzarse con ella.
Con la comitiva de las sombras.
La comitiva que iba a encontrarse
con cuerpos destrozados,
podridos,
comidos por las alimañas.
Para recuperarlos
y llevarlos a enterrar al castillo.
En un extraño empeño
por no dejar los cuerpos en medio del bosque,
aunque fueran cuerpos de desconocidos,
cuerpos que nadie había echado de menos.
Para evitar que sus almas
quedaran vagando por las solitarias veredas.
La senda de las ánimas
era territorio prohibido,
espacio límite
entre la vida y la muerte,
espacio al otro lado del cual
están los fantasmas, está el miedo.
La recorría una carreta cargada de muerte
que aterraba a los aldeanos.
Atravesaba el bosque terrible
capaz de apresar las almas de los muertos.
El lóbrego cortejo
durante siglos recorrió la senda
en busca de los muertos corrompidos.
La senda de ultramundo.
La senda contaminada
que ningún vivo se atrevía a pisar
salvo los recogecadáveres
que ya pertenecían al mundo de los muertos.
Como una Santa Compaña invertida.
Una Santa Compaña de vivos
encargados de transportar cadáveres.
La gente que no había tenido tiempo de esconderse
giraba la cabeza para no ver
el macabro cortejo.
Los miembros de la comitiva
no hablaban entre ellos;
caminaban en silencio
por el bosque
trasladando cadáveres.
Como abandonados habían quedado esos cuerpos
en medio del bosque,
abandonado está ahora el cementerio
donde los fúnebres recolectores
los llevaban a enterrar.
Cuerpos sin nombre, sin identidad,
abandonados en el antiguo camposanto
de la iglesia ahora en ruinas.
Ahora son huesos sueltos
mezclados con la tierra removida.
Alguna cruz torcida.
Alguna última flor.
Un campo a los pies del castillo
abonado por la carne olvidada.
Nichos. Lápidas. Criptas.
Entradas a ultratumba.
Ahora rotas. Abiertas. Profanadas.
Quizá la antigua carreta
sigue recorriendo el bosque
llevando los cadáveres destrozados
a un lugar más seguro.
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