Carrión
de los Condes se encuentra en el Camino de Santiago,
hacia
la mitad de su recorrido por la provincia de Palencia.
Situada
en la orilla izquierda del río Carrión,
marca
el comienzo de Tierra de Campos hacia el sur.
Esta
ciudad fue residencia de reyes
y
capital del condado de los Beni-Gómez,
condes
de los que habla la leyenda de Mio Cid.
Aquí
nacieron importantes poetas,
como
el Marqués de Santillana o el Rabí Don Sem Tob.
Llegó
a tener trece parroquias y seis hospitales generosos;
el
Codex Calixtinus dice:
«ésta
es ciudad próspera y rica,
donde
abunda el pan, el vino y la carne».
Durante
el siglo X aparece ya documentada la existencia de Carrión.
En
esa época, los condados eran circunscripciones
en
las que el rey de León delegaba su poder
en
un magnate de su corte, con carácter vitalicio y no hereditario.
Con
el paso del tiempo, el título de conde
se
convirtió en un cargo patrimonializado,
que
asumieron algunas de las familias más notables.
Carrión
había crecido rápidamente
y
fue tomada como sede de los condes de la dinastía de los Gómez.
Este
vínculo con un territorio estratégicamente relevante
por
su carácter fronterizo entre Castilla y León,
un
territorio disputado por castellanos y leoneses,
dio
a la familia un considerable peso en ambos reinos.
***
Es
compleja la historia de la familia Banu-Gómez (hijos de Gómez).
De
estos condes ya hay noticias en el año 933,
relatadas
por el cronista musulmán Ibn Hayyan, quien refiere
que
los Banu Gómez y los Banu Ansúrez
proporcionaron
ayuda a Alfonso IV el Monje
para
recuperar el reino que había cedido a Ramiro II:
«se
rebelaron los condes Banu Gómez y Ansúrez
contra
su rey, el tirano Ramiro, hijo de Ordoño,
en
apoyo de su hermano Alfonso,
con
cuyo motivo habían atacado el llano de la capital leonesa,
matando
a cuantos súbditos suyos hallaron
y
pillando cuantos depósitos suyos alcanzaron».
El
conde Gómez que menciona la crónica era Diego Muñoz,
hijo
de Munio Gómez, que era propietario de heredades
en
Valcuende (es decir en el valle del conde).
Los
condes de Carrión tuvieron bajo su control extensos territorios.
Durante
el condado de Gómez Díaz
(uno
de los que se llamaron así, conocido entre los años 960-986),
su
dominio alcanzó hasta la región de la Liébana.
Otro
conde de Carrión, García Gómez, de 986 a 990,
aparece
en diplomas referido así:
«Imperantem
Garcea Comize in Legione»,
ya
que dominaba todo el sur del reino de León.
Los
primeros años del siglo XI,
la
minoría de edad del heredero de la corona de León, Alfonso V,
fueron
un tiempo conflictivo,
pues
se disputaron la regencia dos magnates,
el
conde Menendo González de Galicia
y
el conde Sancho García de Castilla.
Hacia
1007 el conde de Carrión García Gómez se apoderó de León
y
se tituló «comite in Legione».
Cuando
Alfonso V asumió el trono, castigó al conde don García
por
haber usurpado el gobierno del reino de León,
aunque
sólo fuese con título condal,
y
embargó sus propiedades mientras viviese.
Hacia
1013 murió este ambicioso conde carrionés.
En
la primera mitad del siglo XI los Banu-Gómez
emparentaron
con los Ansúrez, condes de Monzón,
creándose
así un poderoso núcleo familiar.
***
En
1035 es mencionado un segundo conde Gómez
Díaz,
hijo
de Diego Fernández.
Gómez
Díaz llegó a convertirse en uno de los magnates
más
próximos a Fernando I, rey de León desde 1037.
Casó
con Teresa Peláez, hija del conde
Pelayo Froilaz el Diácono
y,
por tanto, biznieta del rey Bermudo II de León,
nieta
de Ramiro III y sobrina de la reina Sancha.
Don
Gómez fue un personaje de gran importancia para Carrión,
pues
a él se debió la construcción del puente medieval
que
facilitó el paso de mercaderes y peregrinos.
Además,
con él comenzó el favor de la familia
hacia
el monasterio de San Zoilo.
***
Existía
cerca de la capital condal, en la orilla derecha del río,
un
cenobio bajo la advocación de San Juan Bautista,
fundado
quizás a mediados del siglo X.
En
una fecha desconocida, entre 1040 y 1050,
el
monarca entregó al conde su patrocinio.
Los
Gómez pronto lo convertirán en monasterio familiar
e
incluso en eje de articulación territorial.
***
Gómez
Díaz falleció en 1058.
Asumió
el poder en Carrión su viuda, Teresa Peláez,
que
siguió favoreciendo al cenobio,
hasta
el punto de ser considerada fundadora de la nueva comunidad:
En
1076 la condesa entregó el monasterio familiar a los cluniacenses,
lo
que conllevó transformaciones radicales en la congregación:
Se
construyó una iglesia nueva, con ayuda de la condesa,
y
en poco tiempo la comunidad fue una de las más prósperas
(El
nuevo templo servirá de modelo para el de Frómista,
cuya
edificación se propició como subsidiario de San Zoilo).
Esta
donación a Cluny se enmarcaba en un proceso
de
progresiva incorporación de monasterios privados
a
los grandes establecimientos religiosos.
Significaba,
además, un acto de apoyo
por
parte de una de las familias más poderosas del reino leonés
a
la estrategia propagandística impulsada por Alfonso VI.
Hasta
este momento las cesiones a Cluny habían sido reales;
por
primera vez se consigna una donación nobiliaria.
Se
trataba, además, de un enclave estratégico,
en
el corazón de Tierra de Campos
(como
puso de manifiesto en 1072
la
batalla de Golpejera entre Alfonso y su hermano Sancho).
Los
Gómez estaban bien relacionados con reyezuelos musulmanes.
Fernando,
el hijo mayor, pasó un tiempo con el rey de Córdoba.
Cuando
regresó a su tierra natal, en torno al año 1070,
el
musulmán le ofreció riquezas en agradecimiento,
pero
Gómez las rechazó y le pidió a cambio
las
reliquias de los mártires hispano-romanos San Zoilo y San Félix,
que
llevó consigo a Carrión.
Las
reliquias llegaron envueltas en ricas telas, que se conservan.
(Son
dos piezas del siglo XI, una de fondo azul y otra de fondo rojo,
que
se extrajeron en 2003 del interior de la arqueta del siglo XVIII
situada
en uno de los laterales del retablo mayor de la iglesia;
la
arqueta fatimí original está en el Museo Arqueológico Nacional
y
es una pieza de marfil policromada fechada hacia el año 960).
Fue
tras la llegada de las reliquias, en el tercer cuarto del siglo XI,
cuando
cambió la advocación del monasterio,
que
pasó de ser de San Juan a San Zoilo.
Esa
dotación de reliquias supuso
la
elevación del prestigio del centro monástico.
(Unos
años después, hacia 1136, un monje franco llamado Rodulfo,
a
partir de fuentes anteriores,
escribió
la historia del soldado mártir Zoilo
y
de la traslación de sus restos,
quizás
por encargo del abad de Cluny, Pedro el Venerable;
pero
el códice se ha perdido).
Hay
quien ha visto en esta aportación de reliquias
un
paralelismo emulador con respecto a la ciudad de León
y
a su basílica, fundación regia a donde por los mismos años
llegaban
desde Sevilla las reliquias del arzobispo San Isidoro.
Más
aún teniendo en cuenta los estrechos lazos con la familia real
por
parte de la condesa Teresa, sobrina de la reina Sancha.
La
comunidad recibió importantes dotaciones
que
hicieron del cenobio uno de los más pujantes del reino.
El
monasterio se convertirá pronto
en
centro religioso y político de primer orden.
Sirvió
como residencia de reyes,
alguno
de los cuales fue armado allí caballero.
Ante
el altar de su iglesia románica se celebraba
la
entrega del cingulum militiae o acto
litúrgico de acceso a la milicia.
En
1169, el rey de Castilla Alfonso VIII,
al
alcanzar la mayoría de edad, con catorce años,
hizo
allí sus votos
(«desuper
altare Beati Zoyli primus arma milicie sumpsi»).
Y,
de sus propias manos y en el mismo lugar, en el año 1188,
recibió
sus armas quien pudo haber sido su yerno,
Conrado
Hohenstaufen, hijo del emperador Federico I Barbarroja,
y,
unos días antes, su primo Alfonso IX de León,
que
además prestó sumisión vasallática al monarca castellano
ante
los magnates de Galicia, León y Castilla.
San
Zoilo se constituyó en centro de peregrinación;
en
pleno Camino de Santiago, se hizo famoso
por
permitir a los peregrinos el consumo de pan y vino a discreción.
San
Zoilo será el lugar escogido para la celebración
de
Concilios eclesiásticos y Cortes del reino de Castilla.
En
julio de 1188 se celebran Cortes y en ellas participan
representantes
de las principales ciudades del Reino,
las
primeras Cortes “democráticas” de la historia de Castilla.
En
noviembre de 1219 contrajeron matrimonio en el monasterio
Fernando
III el Santo y la princesa Beatriz de Suabia,
nieta
de Isaac II Ángelo, emperador de Constantinopla.
Tras
la cesión del monasterio a Cluny
y
su conversión en priorato cluniacense,
la
relación con los Gómez se mantuvo
y
se tradujo tanto en donaciones
como
en la voluntad de buena parte de ellos de ser allí enterrados.
***
El
afán de memoria y prestigio de los Banu-Gómez,
una
de las familias castellano-leonesas más pujantes desde el siglo X,
encontró
su mejor expresión en la congregación cluniacense,
especializada
en las exequias, en velar
por
la memoria de los difuntos y por la salvación de sus almas.
La
memoria escrita y visual de los condes de Carrión
fue
codificada por los benedictinos de San Zoilo,
y
quedó estrechamente ligada al ámbito cultural de Castilla y León.
Se
ha dicho que en el mundo cluniacense no existe
una
presencia del difunto tan estrecha
como
la que se percibe en el área castellano-leonesa.
La
monumentalización de un espacio litúrgico-funerario
en
el occidente de la iglesia (zona tradicionalmente escatológica)
fue
fórmula preferente de la monarquía astur-leonesa.
Los
miembros de la dinastía condal, una vez más,
emularon
la opción regia para ser recordados.
El
orgullo dinástico de los condes
encontraba
en ese espacio un medio de expresión de poder.
Se
escogió para ello, en San Zoilo,
un
sector ubicado en la fachada occidental del templo,
que
los monjes de Cluny de toda Europa conocían como “galilea”
(del
latín galilaea: atrio, pórtico; una
capilla o vestíbulo
situado
en el extremo oeste de algunas iglesias).
Espacio
conectado con la liturgia de la muerte
y
que evocaba la Resurrección de Cristo
y
que además se integraba
en
las intensas celebraciones procesionales cluniacenses,
en
las que el poniente del templo adquiría un primer plano litúrgico:
en
la galilea se realizaba un rito de purificación
antes
de la entrada de la procesión en la iglesia.
La
galilea se interpretaba así como una tierra de paso,
del
sufrimiento a la resurrección.
Allí
se fueron disponiendo las sepulturas de los condes,
que
quedaban así asociados a la iglesia monástica.
Los
condes protegieron y patrocinaron el priorato
y
a cambio recibieron de éste la solemnización de su tránsito
en
ese lugar especial denominado galilea.
***
Según
las copias que se realizaron de los epitafios originales
(copias
en las que se produjeron algunos errores),
el
primer enterramiento se produjo en 1043
y
correspondía a una noble llamada María.
Se
ha apuntado que podría ser la madre del conde Gómez Díaz,
llamada
en la documentación Marina
y
quizá perteneciente al linaje Ansúrez de Monzón.
No
se sabe si el conde Gómez
Díaz
fue
enterrado inicialmente en el cenobio,
pues
su muerte se produjo con anterioridad
a
la llegada de Cluny y la construcción de un edificio nuevo.
No
se ha conservado rastro material de su epitafio.
No
se sabe por tanto si el error en la fecha del óbito
(5
de febrero de 1057)
que
figura en la copia del epígrafe por los monjes del siglo XV
es
achacable a la reproducción a su confección inicial.
Consta
en documentos que el conde aún vivía a finales de ese año.
Si
existió un epitafio coetáneo a la muerte del conde,
debió
ser todavía muy simple.
Seguramente
la comunidad monástica no lo consideraría suficiente
para
quien había sido su fundador
y
con el tiempo compondría un epitafio laudatorio
en
consonancia con la entidad del personaje.
Tras
la muerte de su esposo,
parece
ser que Teresa Peláez
se incorporó a San Zoilo,
su
monasterio familiar, sufragado por ella misma.
En
el monacato hispánico las mujeres laicas podían
vincularse
a comunidades de varones
mediante
la relación de familiaritas,
que
implicaba fraternidad espiritual y sumisión al superior.
Sin
embargo, cuando diecinueve años después
el
monasterio fue donado a Cluny,
la
permanencia de Teresa en él no sería posible,
pues
la nueva regla no lo consentía.
En
casos similares, en otras órdenes,
a
las viudas fundadoras se les permitía residir en una casa particular
en
el exterior del recinto monástico,
como
monjas pero sin sometimiento a la clausura.
Quizá
fue el caso de Teresa.
También
pudo retirarse a León,
al
monasterio femenino de San Salvador de Palaz de Rey,
que
desde 1076 pertenecía a Cluny.
En
1091 firma una permuta con la catedral de León,
definiéndose
a sí misma como monja:
«Ego
ancilla ancillarum Dei comitissa donna Tarasia».
En
1093 fallecía y era enterrada en el atrio de la iglesia prioral,
quedando
registro en los necrologios cluniacenses.
En
época tardomedieval sus restos empezaron a ser venerados
y
fueron trasladados al interior de la iglesia.
En
1620 fueron colocados en su ubicación actual,
en
el presbiterio, en un lugar alto y poco accesible,
en
la pared lateral superior, a la derecha del retablo,
bajo
un arcosolio.
Hacia
2006, al instalar un andamio para unas obras,
se
pudo subir y observar de cerca y en detalle el sepulcro,
constatándose
la conservación del epitafio que se creía desaparecido,
aunque
una estatua orante cubre parte del mismo.
Dice
la traducción del epitafio:
«Mujer
amada de Dios yace en esta sepultura, la condesa Teresa.
Murió
a los nueve días del mes de junio
y
por sus méritos la deben llorar todos.
Edificó
la iglesia, el puente y el hospedaje para los peregrinos.
Siempre
frugal para sí misma y generosa con los pobres.
Dios
trino, que reina en todas partes, le conceda el reino eterno.
Murió
en la Era de 1131».
Según
el epitafio, Teresa murió el 9 de junio de 1093.
En
el muro opuesto y a la misma altura, en otra hornacina,
se
encuentra el arca que contiene las reliquias de San Félix,
una
urna plateada del siglo XVIII.
En
la parte posterior, y oculta por el retablo,
hay
otra arca similar, con las reliquias de San Zoilo.
Nada
queda de la primitiva construcción financiada por Gómez Díaz.
Los
restos más antiguos conservados
corresponden
ya a la reconstrucción cluniacense.
Teresa
pudo haber sufragado la primera iniciativa
en
compañía de su marido
y,
una vez viuda, financiar en solitario la segunda, románica.
El
matrimonio tuvo siete hijos:
tres
hombres, Fernando, Pelayo y García,
y
cuatro mujeres, María, Sancha, Aldonza y Elvira.
Todos
ellos enterrados en San Zoilo.
En
el Cantar de Mio Cid, se alude a
Fernando González
y
un hermano suyo al que el Cantar
llama Diego González;
se
les da el título de Infantes de Carrión,
bien
porque su madre descendía de Ramiro III y de Bermudo II,
bien
porque pertenecían a la llamada nobleza de infanzones.
En
el siglo XIII Rodrigo Jiménez de Rada señalaba:
«Hi
omnes dicuntur vulgariter Infantes de Carrión».
En
el Cantar los Infantes ayudan al Cid
a conquistar Valencia,
casan
con las hijas de Rodrigo Díaz,
y,
tras atemorizarse por un león y ser ridiculizados,
ultrajan
a las hijas del Cid y las abandonan en el Robledal de Corpes;
su
padre, Gonzalo González, se queja
de
que Alfonso VI en las Cortes de Toledo permita un enfrentamiento
de
los representantes del Cid contra sus hijos
en
la Vega del Carrión.
Se
ha considerado que esta historia fue una invención
para
socavar el prestigio de la alta nobleza infanzona,
muy
cercana a los monarcas;
un
relato apócrifo en el que subyace el antagonismo
entre
los antiguos grandes magnates
(la
nobleza de cuna, con sus privilegios señoriales heredados)
y
los nuevos hombres de frontera
(la
nobleza de mérito, con su lucha por el ascenso social);
además
de plasmar la tensión entre los reinos de León y Castilla.
El
anónimo autor del Cantar eligió la
ciudad de Carrión
como
sede de una nobleza fácilmente reconocible;
Carrión,
y en ella el priorato de San Zoilo,
guardaba
la memoria de una estirpe contemporánea del Cid
y
además se encontraba en un territorio fuertemente leonizado
debido
a la implicación de los Banu-Gómez
en
los acontecimientos de ese reino.
El
Cid constituye la reivindicación castellana
y
la defensa de la nueva nobleza
frente
a esos viejos linajes próximos a lo leonés.
Los
magnates recordados en Carrión representaban el contrapunto
del
héroe Rodrigo Díaz de Vivar.
A
fines del siglo XII, durante el reinado de Alfonso VIII,
Pedro
Fernández de Castro,
descendiente
de los Castro-Ansúrez / Banu-Gómez,
mantuvo
una actitud de permanente enfrentamiento a Castilla,
lo
cual a su vez provocó la animadversión de los castellanos
hacia
don Pedro, la familia Castro y toda su estirpe.
Tal
podría ser la motivación del autor del Cantar.
En
el siglo XVII Antonio de Yepes,
en
su Crónica General de la Orden de San
Benito,
quiso
defender a los benefactores del monasterio de San Zoilo
y
limpiar su memoria de esos bulos.
Argumentó
que los infantes se apellidaban Gómez y no González,
que
el llamado Fernando murió en 1083, y por lo tanto
no
pudo ayudar al Cid en la toma de Valencia, que fue en el 1094,
ni
pudo casar con una hija del Campeador;
tampoco
se pudo quejar su padre
del
reto que se propuso en las Cortes de Toledo,
pues
casi 40 años antes de la toma de Valencia había fallecido.
Ni
las hijas del Cid se llamaban Elvira y Sol,
sino
Cristina, que enlazó con el infante de Navarra, Ramiro,
y
María, que casó con el conde de Barcelona, Ramón Berenguer.
Los
hijos de Teresa y Gómez no heredaron el condado de Carrión.
Durante
el reinado de Alfonso VI
los
hijos del hermano de Gómez, Asur o Ansur Díaz,
tenente
del condado de Monzón,
ocuparon
un lugar más importante que sus primos,
sobre
todo Pedro Ansúrez.
El
primogénito de los condes fue Fernando Gómez.
Sin
embargo, y pese a haber sido el portador de las reliquias,
Fernando
no ocupó ningún cargo relevante en la curia de Alfonso VI
y
en 1074 el rey designó conde de Carrión
al
primo de Fernando, Pedro Ansúrez.
El
único documento importante en el que don Fernando aparece
es
el de la consagración de la catedral de León
el
10 de octubre de 1073,
donde
figura en compañía de sus hermanos Pelayo y García.
Hay
quien ha identificado a este Fernando Gómez
con
un personaje castellano homónimo
que
ocupó las tenencias aragonesas de Ara y Peña
entre
1083 y 1086;
habría
ocurrido, según tal hipótesis,
que
Fernando, tras entrar en conflicto con Pedro Ansúrez,
habría
marchado a la corte aragonesa de Sancho Ramírez,
donde
habría fallecido hacia 1086.
El
segundo hijo de los condes fue Pelayo.
Entre
sus descendientes pudo estar Gómez Peláez,
personaje
histórico de comienzos del siglo XII
que
es mencionado en el Cantar de Mio Cid
(verso 3457)
como
miembro del bando de los infantes de Carrión.
El
tercer hijo fue García.
Aparece
documentado en el entorno regio.
En
función de los epitafios copiados en el siglo XVII
se
apunta la existencia de otro hijo de los condes, Diego Gómez.
Pero
el documento que relaciona la progenie de los condes
sólo
registra tres hijos varones.
Lo
indicado en la copia del epitafio debe ser una equivocación.
En
cuanto a las hijas de Gómez y Teresa
(María, Sancha, Aldonza y Elvira),
su
relevancia social probablemente fue considerable
y
todas aparecen designadas en sus epitafios como condesas.
Otro
personaje enterrado en San Zoilo
es
el conde Fernando
Malgradiense
(«Consulis
illustris Fernandi Malgradensis»).
Por
su apelativo debía de ser tenente (“consul”)
del
castillo de Malgrad, junto a la ciudad de Benavente.
En
su epitafio sólo figura el nombre de pila y la tenencia,
por
lo que no está clara su identidad.
Se
ha pensado que pudiera ser miembro de la familia Banu-Gómez.
Debió
de ser un personaje relevante,
pues
figura en los principales documentos de donación a Cluny
por
parte de la familia real
y
aparece también como miembro de la schola
regine,
es
decir, como parte de la comitiva de Urraca.
Quizás
sustituyó a Pedro Ansúrez (muerto hacia 1118)
en
la tenencia de Carrión.
Pero
su gobierno sería más simbólico que real,
pues
entre 1110 y 1127 la plaza estuvo
bajo
el dominio del aragonés Alfonso el Batallador
y
en esos años el tenente de Carrión fue
el
conde Bertrán o Beltrán de Risnel, sobrino de Alfonso.
Don
Fernando sólo gobernaría
en
las breves recuperaciones de la ciudad por las tropas de Urraca.
De
hecho, el priorato de San Zoilo secundó la causa de la reina,
frente
al apoyo de los burgueses de Carrión al Batallador.
La
entrega por parte de Urraca del monasterio de Frómista,
perteneciente
al patrimonio regio,
pudo
ser una muestra de agradecimiento.
En
1087 la condesa Aldonza Gómez, hija de los condes fundadores,
realizó
una donación
«cum
filiis meis Ferrando Ferrandez et Elvira Monioz»;
es
posible que este Fernando fuera el tenente de Malgrad,
hijo
por tanto de doña Aldonza.
En
1117 el conde Fernando Fernández
casó
con una de las hermanastras de la reina,
una
de las hijas ilegítimas del rey Alfonso VI,
la
infanta Elvira Alfonso, nacida de Jimena Muñoz.
Con
anterioridad Elvira se había casado con Raymond IV de Toulouse
y
marchó con él a la Primera Cruzada (1098);
en
1105 quedó viuda y regresó a Toulouse con su hijo Alfonso Jordán
para
hacerse cargo del condado occitano;
tiempo
después retornó a León.
Por
razones desconocidas, el matrimonio se deshizo hacia 1121,
motivo
por el cual los restos de él se encuentran en Carrión
mientras
los de ella reposan en Sahagún.
El
magnate murió en 1126 (el mismo año que la reina Urraca)
y
fue inhumado en el panteón condal de sus antepasados.
También
está enterrado en San Zoilo un tal Gómez Martínez,
quien
según su epitafio murió en 1090
durante
una confrontación con los musulmanes.
Puede
tratarse de un hijo de una de las hijas de los fundadores,
casada
con Martín Alfonso, influyente cortesano de Alfonso VI.
Se
ha apuntado que el Diego Gómez
que
aparece en la copia del epitafio como hijo del conde Gómez Díaz
puede
ser en realidad hijo de Gómez Martínez.
Hay
otro epitafio, muy deteriorado y apenas legible, de hacia 1100,
en
el que sólo se identifican unas pocas palabras:
«HIC IACET IN ... EXIRVIT XTO».
Existen
otros enterramientos de los siglos XI y XII
en
los que se ha querido identificar a los infantes de Carrión cidianos
(Diego y Fernando González),
que
serían hijos de uno de los hermanos de Pedro Ansúrez, Gonzalo,
y
no de Gómez Díaz.
En
cualquier caso, la información sobre ellos es escasa,
más
allá de que aparecen confirmando documentos
entre
los años 1095 y 1103.
Ninguno
de ellos, ni su padre, ostentaron el título condal.
Además
del linaje Gómez / Ansúrez,
posteriormente
otras familias nobles
recibieron
enterramiento en San Zoilo,
como
la de los Lara, que también poseyó dominios en Carrión
y
a la que perteneció Alvar
Fernández Podestat,
cuyo
sepulcro se conserva en San Zoilo.
Además
del panteón condal como espacio funerario,
existía
en el priorato otra zona de enterramientos: el claustro.
Quizás
con el tiempo en él fueron inhumados
otros
miembros de la familia de los condes de Carrión.
En
el siglo XVI el claustro románico fue sustituido
y
no quedó rastro de los enterramientos allí realizados.
Puede
que algunos de los sepulcros de los siglos XII y XIII
conservados
en la iglesia
procedan
de ese claustro desaparecido.
***
El
panteón funerario de San Zoilo
alcanzó
su más alta relevancia política a finales del siglo XI
y
comenzó a declinar a mitad del siglo XII
(al
mismo tiempo que la orden cluniacense entraba en decadencia).
Lo
que se conserva de las tumbas permite reseñar el recorrido
de
una de las familias más prestigiosas de León y Castilla
durante
casi un siglo, de mediados del XI a mediados del XII.
Tres
generaciones que quisieron perdurar en el recuerdo
y
definir su identidad de grupo
y
configuraron para ello su propio espacio de memoria.
***
Del
edificio románico cluniacense poco queda,
pues
ya a finales del siglo XIII amenazaba ruina
y
a lo largo del siglo XIV fue reconstruido.
En
los siglos XIII y XIV el monasterio vivió tiempos de declive.
A
mediados del siglo XV se independizó de Cluny
y
se integró en la congregación de San Benito el Real de Valladolid.
Entonces
se destruyó el claustro antiguo y se construyó el actual
con
la pretensión de grabar en piedra la historia de los benedictinos.
Hacia
1570, con el fin de despejar el área funeraria,
se
enterraron los dieciséis sepulcros,
dejando
a ras de suelo las laudas.
Ello
provocó la progresiva erosión de sus epitafios.
«Había
en esta capilla muchas sepulturas
de
los hijos de los Condes y de otros caballeros,
y
un abad las metió debaxo de tierra,
para
que se pudiese andar por la capilla,
y
pisando las tapas de las arcas de piedra se gastaron las letras,
de
manera que yo no las pude leer».
Cuando
los monjes se dieron cuenta del problema,
decidieron
copiar los epitafios.
Y
en la transcripción se produjeron errores.
En
1786 se reconstruyó la anteiglesia,
las
lápidas se sacaron del pavimento
y
se colocaron en los muros laterales de la nueva capilla
y
algunos epitafios se reprodujeron en las paredes de estuco,
a
modo de nichos.
***
A
lo largo del siglo XIX, el territorio de Carrión,
donde
abundaban los monasterios,
se
vio muy afectado por las leyes de exclaustración
que
se inician con José Bonaparte.
La
comunidad de San Zoilo fue suprimida en 1836.
En
1854 el edificio fue entregado a los jesuitas,
que
lo convirtieron en colegio;
aquí
establecieron los jesuitas, por primera vez en España,
los
estudios de bachillerato.
***
En
1860 una comisión de la Academia de Bellas Artes
pudo
ver las sepulturas a través de una abertura
y
solicitó a la comunidad jesuita que las extrajera,
dado
su valor escultórico,
pero
la solicitud no fue atendida
(«debemos
contentarnos con que, hasta mejor época,
queden
así preservados
del
espíritu destructor que cunde por todas partes»).
En
1947 fueron recuperados los once sepulcros hoy expuestos.
Se
pueden clasificar en dos grupos:
Los
más antiguos corresponden a la familia condal;
son
sepulcros lisos de finales del siglo XI y comienzos del XII,
en
los que las inscripciones prácticamente se han perdido.
Los
más tardíos, del siglo XIII, están decorados,
las
cajas están labradas y sobre las tapas hay estatuas yacentes.
Uno
de los sarcófagos aparece firmado por Pedro Pintor,
artista
que dio origen a la famosa escuela de canteros de la zona.
(Años
más tarde Antón Pérez de Carrión esculpiría
los
sarcófagos de los infantes de Villasirga).
La
firma del maestro figura en la arquería trilobulada
existente
sobre la cabeza de la escultura del sarcófago;
la
heráldica de la casa condal decora el borde de la losa.
En
1959 los jesuitas devolvieron el edificio a la diócesis de Palencia,
que
lo utilizó como seminario hasta 1986.
En
1992 el obispado vendió el inmueble,
que
ha sido convertido en hotel.
En
1993, durante unas obras, se descubrió, en la capilla galilea,
la
portada románica que se creía desaparecida,
pero
que había permanecido “emparedada”
tras
la reforma del templo en el siglo XVII.
La
portada corresponde al llamado “Románico Dinástico”,
el
más antiguo arte escultórico románico elaborado en Hispania,
por
impulso de Ramiro I de Navarra y sus inmediatos sucesores.
Uno
de los capiteles de la portada
recoge
el episodio de Balaam que narra el libro de los Números:
Balaam
fue enviado por el rey de Moab para maldecir a los israelitas;
cuando
se dirigía a cumplir el encargo,
su
burra se detuvo en mitad de un viñedo
y
no hubo forma de hacerla continuar;
el
motivo era que un ángel, con una espada de fuego en la mano,
le
cerraba el paso, aunque Balaam no lo veía.
El
mensaje del capitel es:
nos
estamos acercando a la presencia de Dios, a un lugar sagrado,
aunque
a veces el hombre es incapaz de advertirlo.
Tras
la recuperación de la portada,
se
desmontaron las lápidas de las paredes
y
se reubicaron, junto con las cajas,
en
el interior del templo, a los pies, bajo el coro,
donde
se hallan en la actualidad.
A
través de la portada se accede al interior
y
lo primero que se encuentra son los sarcófagos
que
originalmente estuvieron tras el hastial, en la capilla del atrio.
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