El
monasterio jerónimo de Santa María del Parral
se
halla enclavado extra-muros de la ciudad de Segovia,
en
el paraje conocido como la Alameda, en la ribera del río Eresma,
en
un hermoso paisaje que se extiende
entre
el monasterio premostratense de Santa María de los Huertos
(hoy
casi desaparecido)
y
el del Parral.
***
Segovia
está edificada en lo alto de una colina yerma,
sometida
a los fríos invernales.
La
rodean los valles de dos ríos:
La
angosta vega por donde antaño discurrió el Clamores
y
la más ancha del Eresma.
De
este modo, una doble arboleda envuelve el caserío
y
lo aísla del árido campo circundante.
A
finales del siglo XVI, Enrique Cook describía así Segovia:
«Su
sitio es en un otero alto,
y
de levante pasa un riachuelo llamado Eresma
en
cuya ribera abajo está una buena alameda
y
en ella algunos monasterios».
En
las márgenes del Eresma, el hombre
con
la fuerza de su agua movió molinos y levantó industrias,
entre
las que destaca la Ceca o Fábrica de Moneda,
próxima
al Parral e ideada por Juan de Herrera.
(En
el siglo XIX, cuando El Parral ya estaba en ruinas,
escribía
Quadrado:
«El
puente de la Casa de la Moneda conduce
al
monumento más grandioso del otro lado del Eresma,
al
monasterio del Parral»).
El
Eresma era un río industrioso
en
la época en que Segovia vivía de sus paños y de sus curtidos.
Pero
sobre todo fue lugar escogido
para
las primeras fundaciones monásticas de Segovia.
En
una vida del mítico San Jeroteo, primer obispo de Segovia,
publicada
en 1643,
se
incluye un esquemático plano del valle
lleno
de iglesias y monasterios.
De
Oriente a Poniente:
Santa
María y San Vicente, de monjas cistercienses;
Santa
Cruz, de dominicos;
Santa
María de los Huertos, de premonstratenses;
Santa
María del Parral, de jerónimos,
y
Santa María de Rocamador, inicialmente de trinitarios,
ocupado
desde 1566 por carmelitas descalzos.
La
Alameda del Eresma es el resultado
de
una constante planta de árboles, desde el siglo XVI,
primero
al borde del camino que une Los Huertos y El Parral
y
luego por toda la zona.
El
Parral forma parte de una línea mística:
Santuario
de la Fuencisla,
Convento
de San Juan de la Cruz,
Iglesia
de la Vera Cruz,
Monasterio
del Parral
y
Cueva de Santo Domingo de Guzmán.
***
Con
anterioridad a la construcción del monasterio
existía
en el lugar una ermita dedicada a la Virgen
a
la cual una parra daba nombre.
En
un recodo de la cuesta que conduce al monasterio,
en
la pared de una huerta,
una
lápida recoge la leyenda de la fundación del cenobio:
«Traidor,
no te valdrá tu traición,
pues,
si uno de los que te acompañan me cumple lo prometido,
quedaremos
iguales».
Son
las palabras que habría pronunciado
el
doncel y favorito del príncipe Enrique, don Juan Pacheco.
Éste
se había citado junto a la ermita
para
un duelo por una cuestión de faldas o de deudas.
Don
Juan salió del Alcázar, cruzó el Eresma y se dirigió al despoblado.
Su
rival (cuya identidad no conocemos)
acudió
acompañado por dos sicarios,
con
lo que la lucha se desequilibraba.
Pero
Pacheco, con tales palabras, logró sembrar la confusión
y
venció a su contrincante.
Don
Juan, en agradecimiento,
habría
prometido convertir en monasterio
la
ermita de Nuestra Señora del Parral.
La
realidad no se corresponde con la leyenda:
La
fundación del monasterio fue idea del príncipe Enrique.
Pero
no era correcto que, siendo todavía príncipe,
tomase
tales iniciativas,
por
lo cual le encargó su realización a don Juan.
Así
lo narran los historiadores de la Orden,
fray
Gabriel de Talavera y fray José de Sigüenza.
***
En
1440 Juan II había entregado Segovia a su hijo don Enrique,
quien,
por haberse criado en ella, siempre sintió afecto por la ciudad,
a
la que favoreció con privilegios y obras
(por
ello es estimado por los segovianos actuales).
A
él se deben reformas en el Alcázar y el Palacio de San Martín
y
los monasterios de San Antonio el Real y El Parral.
El
príncipe echaba de menos en Segovia
un
lugar donde poder hospedarse para seguir los oficios divinos.
Le
atrajo la Orden Jerónima, por entonces en pleno crecimiento.
***
Europa
había atravesado durante el siglo XIV crisis de todo tipo
y
una reconversión religiosa que hizo surgir movimientos eremíticos.
En
Italia hubo varios que tomaron como modelo a San Jerónimo,
que
fue ermitaño en Calcis (Siria).
Algunos
españoles se sumaron a esa corriente.
Con
uno de esos grupos, el establecido en El Castañar (Toledo),
entró
en contacto Fernando Yáñez de Figueroa,
de
noble familia y eclesiástico en la corte de Pedro I,
y
pronto optó por esta nueva forma de vida.
Le
acompañó su amigo Pedro Fernández Pecha,
también
de ilustre cuna y camarero del rey.
Los
ermitaños se trasladaron
a
la ermita de Nuestra Señora de Villaescusa (Orusco, Madrid).
Después,
a instancias de Alfonso,
hermano
de Pedro y obispo de Jaén,
pasaron
a Lupiana (Guadalajara), donde un familiar de ambos
había
construido la ermita de San Bartolomé.
Pero
la independiente vida de los eremitas suscitaba recelos
y
para hacer frente a las acusaciones acudieron al papa:
Pedro
Fernández Pecha y Pedro Román se encaminaron a Aviñón
para
solicitar la conversión de su grupo en orden monástica.
Gregorio
XI lo autorizó
y
el 15 de octubre de 1373 quedaba fundada
la
Orden de San Jerónimo.
Su
regla es una síntesis de la vida cartuja, trapense y benedictina.
Su
hábito es blanco y pardo.
Los
ermitaños de Lupiana
pasaron
de la vida eremítica a la cenobítica.
En
1374 San Bartolomé se transformó en monasterio,
el
primero de la Orden.
Rápidamente
los jerónimos comenzaron a expandirse,
protegidos
por los reyes y los nobles.
En
1389, Juan I de Castilla,
a
petición del obispo Juan Serrano,
último
prior secular de Nuestra Señora de Guadalupe,
les
entregó este santuario mariano
(del
que procederán los monjes que fundarán Santa María del Parral).
En
el siglo XV, descartada su transformación en orden militar,
los
jerónimos alcanzaron un papel preponderante
en
la espiritualidad española.
Dedicados
en especial a la alabanza divina
(su
solemne liturgia se hizo famosa),
se
convirtieron en la orden preferida de la monarquía.
(Cuando
Felipe II funde San Lorenzo de El Escorial,
se
lo entregará a ellos,
para
que recen siempre por el alma de los reyes de España).
Los
jerónimos siempre han sido una orden española,
o
más bien peninsular, puesto que hubo jerónimos en Portugal,
pero
ni siquiera pasaron a América.
En
España, sus casas estuvieron entre los cenobios más importantes:
Nuestra
Señora de Guadalupe (1389),
San
Jerónimo de Yuste (1415),
San
Isidoro del Campo, Santiponce, Sevilla (1431),
Santa
Engracia de Zaragoza (1459),
San
Jerónimo de Granada (1496),
San
Miguel de los Reyes, Valencia (1544),
San
Lorenzo de El Escorial (1561), etc.
***
El
príncipe Enrique expuso su proyecto a Juan Pacheco
y
le encomendó su puesta en práctica.
Pacheco
encontró el sitio adecuado junto al Eresma,
en
un paraje que Sigüenza describe como:
«un
poco levantado en la ladera de una cuesta,
abrigado
con ella y con unas peñas de los cierzos fríos,
que
lo son mucho en aquella tierra,
puesto
al mediodía,
donde
le da el sol desde la mañana hasta la noche,
a
tiro de ballesta de los muros, frontero del Alcázar real,
algo
subido al oriente,
templado
cuanto allí puede desearse y como una primavera perpetua,
comparado
con el frío a que está sujeta la ciudad,
por
estar puesta al cierzo y por la vecindad de la sierra.
Allí
había una ermita, de tiempos atrás,
llamada
Nuestra Señora del Parral,
porque
estaba cubierta de una parra.
Yo
la vi, y cogí algunos años harto sabrosas uvas de ella,
porque
me crié a su sombra y no puedo olvidarme de ella
y
le seré agradecido eternamente.
En
el contorno y junto a la ermita,
debajo
de unos grandes riscos que tiene a las espaldas,
hay
muchas fuentes caudalosas, de buen agua,
en
que ni por lluvias continuas ni por calores ni secas del tiempo,
jamás
vi ni crecimientos ni menguas».
Este
lugar, al abrigo del farallón calizo,
escogió
Pacheco para fundar el monasterio.
Hoy
día permanece inalterado el paisaje que describió Sigüenza,
y
de las numerosas fuentes no ha cesado de manar agua.
El
enclave respondía a las condiciones
que
había de reunir toda fundación jerónima:
ermita
preexistente y alejamiento del núcleo de población,
suficiente
para el aislamiento que la vida monástica requiere,
pero
no tanto que impidiera a los seglares asistir al culto divino.
La
ermita era propiedad del cabildo catedralicio
y
muy frecuentada por los segovianos desde el siglo XIII.
En
ella se daba culto a Santa María.
En
1301, la reina doña María de Molina había donado al cabildo
los
huertos y el parral que estaban junto al santuario.
Pacheco
negoció con el cabildo.
El
día 7 de diciembre de 1447 se efectuó la compraventa pertinente:
Don
Alonso González de la Hoz, secretario del príncipe,
en
nombre de don Juan Pacheco,
entregaba
al cabildo diez mil maravedíes
y
fray Rodrigo de Sevilla,
prior
del monasterio de San Blas de Villaviciosa, Guadalajara
(y
primer prior del Parral),
recibía
la ermita y anejos
en
nombre del General de la Orden de los Jerónimos.
El
acto oficial de toma de posesión tuvo lugar tres días después,
fecha
en que don Enrique fue a la catedral,
acompañado
de don Juan,
del
hermano de éste, don Pedro Girón, maestre de Calatrava,
del
obispo de Ciudad Rodrigo,
de
la clerecía y de numerosos caballeros.
Desde
allí, y en solemne procesión,
acompañados
por la futura comunidad,
que
procedía de Guadalupe y a quien se iba a hacer la entrega,
bajaron
a la ermita, ante cuya puerta se ratificaron los acuerdos.
Una
vez obtenida la bula fundacional, otorgada por Nicolás V,
por
la que se concedían al Parral
los
mismos privilegios que al monasterio de Guadalupe,
don
Juan hizo construir unas casillas donde aposentar a los monjes,
mientras
se edificaba el monasterio.
Sin
embargo, Pacheco no hizo nada de lo prometido
y
el proyecto quedó paralizado,
al
extremo de que la incipiente comunidad
estuvo
a punto de abandonar el sitio.
Si
no lo hizo fue por la mediación de influyentes familias de la ciudad,
entre
ellas la de La Hoz.
***
En
1454 falleció Juan II y fue proclamado rey su hijo.
Enrique
IV ese mismo año asumió como propia la fundación
e
inició las obras,
comenzando
por encauzar todos los manantiales,
que
habrían de suministrar agua a las fuentes y pilones del recinto
(todos
cuantos hablan del Parral se refieren a sus manantiales).
Y
en poco tiempo levantó un buen edificio.
La
empresa corrió íntegramente a sus expensas,
como
lo testimonia la heráldica real, con las ramas de granado
(“Agridulce
es el reinar”, era su lema o mote).
***
Con
arreglo a lo habitual en los monasterios jerónimos,
el
cenobio dispuso de cuatro claustros:
El
claustro principal o de las procesiones, con sus dependencias.
Los
gruesos pilares de ladrillo, pintados de blanco y rojo,
sugieren
que su prototipo pudiera estar en Guadalupe,
de
donde procedía la comunidad fundadora del monasterio.
En
las pandas se ubican distintas capillas nobiliarias,
la
sala capitular, el refectorio, la antigua celda del prior,
una
portada de acceso a la sacristía…
pero
todo ello no es visitable.
En
la actualidad, un arco timbrado con el escudo de Enrique IV
da
paso a una estancia, adornada con pinturas de monjes jerónimos,
a
la que se permite la entrada a los visitantes
para
que, desde una puerta acristalada, puedan ver el claustro,
que
está en la zona de clausura.
Cuenta
Sigüenza que Enrique adornó muchas estancias
con
artesonados de estilo mudéjar,
que
Sigüenza, hombre del Renacimiento, consideraba
trabajo
minucioso, “aunque de poco ingenio”;
pero,
pese a su gusto por el arte renacentista (vivía en El Escorial),
el
fraile califica El Parral como una de las mejores casas de la Orden.
Había
un claustro menor para hospedería,
donde
el rey acudía “a recrear y comunicar con los religiosos,
que
los amava tiernamente”.
Como
tal claustro destinado a acoger a huéspedes seglares,
parecía
el patio de una casa noble segoviana.
Hoy
sólo quedan los pilares,
y
en 1974 el centro fue convertido en estanque.
Ofrece
una espectacular vista del Alcázar.
El
claustro de la enfermería está rematado por una cornisa
con
una decoración de bolas
que
lo incluyen en el círculo arquitectónico de Guas.
El
cuarto claustro es el de la portería,
que
constituía una suerte de barrera frente al mundo secular.
Desde
el pórtico, por puerta timbrada con el escudo de Enrique IV,
se
entra a este pequeño claustro.
En
el centro de su jardín, una fuente, de reciente factura,
pero
con algún elemento antiguo.
En
una de las pandas, otra fuente, de granito,
arroja
el agua por las fauces de un león.
Todo
la zona monástica es de clausura
y,
por lo tanto, vedada a la visita del público,
excepto
el pórtico y el claustro de la portería.
Todo
el conjunto está rodeado por huertas cercadas por tapias.
Por
último, el rey abordó la obra de la iglesia,
para
acceder a la cual hay que salir del recinto monástico.
Fray
José de Sigüenza, que, por haber profesado en El Parral,
conocía
bien la historia del monasterio,
afirma
que era sabido que Enrique IV
había
pensado en la capilla mayor para su enterramiento
(«siempre
se entendió la hazia para su entierro»),
pero
que, estando ya avanzada la obra,
el
Marqués de Villena se la había pedido para panteón familiar.
Escribe
Sigüenza, para quien Pacheco carecía de honor:
«Viendo
don Juan Pacheco
(que
ya era Marqués de Villena, y Maestre de Santiago,
y
lo que quería)
que
el monasterio del Parral estaba tan acabado,
y
la iglesia en tan buenos términos,
pareciole
tomársela para sí,
por
quitarle [al rey] no solo el reino, mas aun la sepultura».
(Enrique
IV acabará enterrado en Guadalupe,
junto
a su madre doña María de Aragón).
En
1472 el Marqués encargaba la capilla mayor a los maestros
“Bonifacio
y Juan Guas, vecinos de Toledo,
y
Pedro Polido, vecino de Segovia”.
Bonifacio
parece ser Martín Sánchez Bonifacio,
maestro
de la catedral de Toledo,
y
Juan Guas es el arquitecto que había llegado a Segovia en 1471
para
hacer el claustro de la catedral;
Pedro
Polido era un converso segoviano.
Durante
dos años estuvieron trabajando estos maestros;
al
fallecer el Marqués sin haberles abonado los salarios,
la
tarea quedó temporalmente abandonada.
***
En
octubre de 1474 moría don Juan Pacheco
y
en diciembre del mismo año el monarca.
Don
Diego López Pacheco, hijo de don Juan,
participó
activamente en la guerra sucesoria,
del
lado de la Beltraneja.
La
guerra terminó en 1479 con la victoria de Isabel.
Don
Diego perdió todos los lugares del marquesado
que
se alzaron contra los Reyes Católicos;
nunca
volvió a recuperarlos,
aunque
se le permitió ostentar el título de Marqués de Villena.
El
28 de febrero de 1480, en la escritura de capitulación,
don
Diego cedía a la Corona prácticamente todo el Señorío:
las
villas de Villena, Almansa, Hellín, Chinchilla, Albacete, Tobarra,
La
Roda, Villarrobledo, El Bonillo, Munera, Lezuza,
Villanueva
de la Jara, Iniesta, Sax, Ves, San Clemente,
Villanueva
de la Fuente, Utiel, Yecla
y
otras poblaciones de La Mancha, Murcia, Alicante y Valencia.
La
fortuna de don Diego había quedado muy menguada,
pero
el prior de El Parral fue a Escalona
para
entrevistarse con los hermanos del segundo Marqués
y
consiguió de ellos el dinero necesario para reanudar las obras.
***
Tiempo
después, don Diego recuperó parte de sus bienes
y
en 1483 comenzó a interesarse por la iglesia
e
hizo realidad el deseo de su padre
de
convertir el Parral en panteón familiar.
Los
trabajos se finalizaron, en lo esencial, en 1503.
Lo
que nunca se terminó fue la fachada de la iglesia,
suspendida
la obra a la altura del arco de ingreso.
El
proyecto se atribuye a Juan Guas
y
en su labra pudo intervenir también Sebastián de Almonacid.
La
iglesia se levanta al fondo de un atrio
configurado
por las rocas a un lado y el convento al otro.
El
atrio queda acotado por un murete de granito decorado con bolas,
ornamento
del gusto de Juan Guas.
La
decoración de la portada ayuda a encubrir
que
es una fachada sin terminar.
Los
blasones de don Diego López Pacheco
y
de su mujer, doña Juana Enríquez,
se
encuentran por todas partes en la iglesia.
En
la fachada pueden contemplarse,
encima
de la ventana, encuadrados en una moldura de bolas,
los
esculpidos por Francisco Sánchez Toledo:
El
blasón de Diego López Pacheco, segundo Marqués de Villena,
ostenta
las siguientes armas:
en
el primer cuartel,
dos
calderas con dos cabezas de sierpes a cada lado, de los Pacheco;
en
el segundo cuartel,
el
ajedrezado del linaje de los Portocarrero;
en
el tercer cuartel,
cinco
escudetes, cada uno con cinco roeles, armas de Portugal,
junto
con la cruz floreteada de los Pereyra y las cuñas de los Acuña,
tal
y como se repiten en el castillo de Villena
y
en tantos otros del Marquesado;
y
en el cuarto cuartel,
las
armas de su mujer, doña Juana Enríquez.
El
blasón de Juana Enríquez ostenta como armas
dos
castillos sobre león rampante.
Estos
emblemas heráldicos se repiten en el interior del templo:
Policromados
sobre el arco que sostiene el coro;
seis,
labrados, encima de las ventanas de la capilla mayor;
dos
sobre la puerta lateral de entrada a la sacristía.
Dos
arcos dan acceso al interior de la iglesia.
En
sus dovelas, los ramos de granados
aluden
a la divisa de Enrique IV: “Agridulce es el reinar”.
El
coro elevado a los pies de la nave
es
característica de las iglesias jerónimas.
En
sus nervaduras, ángeles portando blasones,
idénticos
a los de la fachada en el primer tramo,
y
los de Juan Pacheco y María de Portocarrero en el segundo.
El
espacio del coro se prolonga por los lados de la nave,
a
modo de balcón en el que se ubicaban los órganos,
muy
importantes en la liturgia jerónima
y
que desaparecieron en la Desamortización.
A
ambos lados de la nave se suceden las capillas funerarias.
Todas
las capillas laterales fueron enterramientos de la nobleza.
Las
del muro del evangelio no responden a un plan preestablecido
sino
que son adiciones al cuerpo de la nave,
quizás
aprovechando la antigua ermita.
Las
del muro de la epístola sí obedecen a un planteamiento unitario.
En
la actualidad las capillas apenas cuentan con ornato,
pues
las obras de arte que las decoraban
se
han perdido o se encuentran dispersas en distintos museos.
En
el muro del evangelio, entre el crucero y la primera capilla,
está
el púlpito, decorado con bajorrelieves.
Una
de las figuras, la Fe,
sostiene
el escudo de Diego López Pacheco.
La
primera capilla del evangelio, inmediata al crucero,
es
la capilla de San Jerónimo.
Fue
fundada en 1482 por don Alonso González de la Hoz,
secretario
y contador de Juan II, Enrique IV y los Reyes Católicos;
gestionó
la compra al cabildo de la vieja ermita
y
auxilió a los monjes fundadores para que no volvieran a Guadalupe.
Esta
capilla fue la primera que se abrió en la iglesia,
antes
de que se erigiese la capilla mayor,
tal
como consta en el “Libro del Parral”:
«labró
y edificó [don Alonso la capilla]
antes
que se hiciese la capilla mayor ni la iglesia»;
se
utilizó para ella probablemente la primitiva ermita,
que
quedó así integrada en la nueva construcción.
A
continuación se halla la capilla de la Asunción.
Fue
fundada a fines del siglo XV
y
pronto adquirida por don Sancho García del Espinar
(uno
de los caballeros presentes
en
la proclamación de la princesa Isabel como reina de Castilla).
Se
cree que formaba parte, junto con la anterior, de la ermita.
Le
sigue la capilla del Descendimiento o del Crucifijo.
Fue
fundada por Hernán Pérez Coronel,
nombre
que adoptó tras su conversión el judío Abrahan Senneor;
fue
hombre relevante en la corte de los Reyes Católicos
y
el judío más importante de Castilla,
rabino
y banquero, almojarife mayor de Castilla y administrador real;
se
convirtió al catolicismo
y
fue bautizado en Guadalupe el 15 de junio de 1492,
apadrinado
por los Reyes Católicos,
quienes
le cedieron el linaje de los Coronel;
fue
abuelo de María Coronel,
segunda
esposa de Juan Bravo, el caudillo comunero,
y
ascendiente de Pablo Coronel,
catedrático
de la Universidad de Salamanca
y
colaborador de Cisneros en la edición de la Biblia Políglota.
Ambos
están enterrados en la capilla.
Por
último está la capilla de la Natividad.
Perteneció
a la familia de los Heredia.
Fue
la última en construirse.
En
el lado de la epístola también se suceden las capillas.
La
primera empezando por los pies
es
la capilla de la Virgen de los Cuchillos,
que
ocupa el espacio bajo la torre.
Perteneció
a los Brihuega.
La
siguiente es la capilla de la Anunciación.
Perteneció
al mayorazgo de los Pascual.
El
frontal está adornado con las armas de Castilla.
Actualmente
se utiliza como oratorio de la comunidad.
Le
sigue la capilla de San Gregorio,
a
la que no se accede por la nave sino desde la capilla anterior.
Fue
propiedad del regidor Gaspar de Oquendo y su linaje.
La
última del lado de la epístola es la capilla de San Sebastián.
Sus
muros están decorados con la venera de Santiago:
Muy
posiblemente, en 1480,
acogió
los restos de Juan Pacheco y María de Portocarrero,
hasta
que se terminara la capilla mayor.
Después
fue sepulcro de la familia de don Pedro Tapia,
consejero
de Enrique IV,
y
de los Solís.
***
El
crucero cuenta con seis ventanales
adornados
con las armas de los Marqueses de Villena.
Cuelgan
de las paredes del crucero dos sargas
que,
procedentes del convento dominico de Santa Cruz,
pasaron,
a raíz de la exclaustración, a otros cenobios
y
finalmente al Museo del Prado, que las adquirió en 1949;
forman
parte de un conjunto de dieciséis
que
el museo cedió en depósito al Parral en 1950.
La
capilla mayor fue panteón familiar de los Pacheco,
pero
muchos de sus enterramientos se han perdido.
Nada
queda de los sepulcros
de
Diego López Pacheco, muerto en 1529,
y
de Juana Enríquez, fallecida en 1530,
a
los que se debe la finalización de la iglesia,
ni
de las laudas de cobre de otros miembros de la familia,
que
cubrían el suelo de la capilla
y
fueron arrancadas y vendidas en 1838.
Entre
los sepulcros desaparecidos estaban también
el
de don Diego López Pacheco, III marqués de Villena
y
el de su mujer doña Luisa Cabrera y Bobadilla.
Según
acuerdo tomado en 1838
por
la Junta de Enajenación de Edificios y Efectos de Conventos
de
la provincia de Segovia,
fueron
vendidas en pública subasta dos laudas de bronce
que
adornaban ambos sepulcros.
Las
dos llevaban inscripciones en latín
y
los escudos de Villena, Escalona y Moya.
Se
desconoce su paradero.
Sí
se conservan, en el crucero, las laudas
de
don Francisco López Pacheco, IV Marqués de Villena (1574),
y
su mujer doña Juana Lucas de Toledo (1595).
Y,
a la izquierda del crucero,
la
lauda de su hijo tercero, don Diego López Pacheco,
muerto
en el regreso de la Armada Invencible (1588);
la
lápida está bajo un escudo policromado sostenido por dos esfinges.
A
la derecha del crucero
se
encuentra la portada de acceso a la antesacristía,
atribuida
a Juan Guas y Egas Cueman;
a
los lados, ángeles tenantes
con
los escudos del primer marqués de Villena.
Algunos
autores defienden que en origen
la
portada fue el arcosolio del sepulcro de Beatriz de Pacheco (1491),
condesa
de Medellín e hija de don Juan
(la
mayor de los 19 hijos que tuvo el Marqués,
entre
legítimos y naturales),
y
así parece corroborarlo la noticia, recogida en el “Libro del Parral”,
de
que doña Beatriz había donado 90.000 maravedíes
para
hacer “el arco rico donde agora está enterrada”.
En
la actualidad el sepulcro se encuentra
a
la izquierda de la portada y mal encastrado en el muro.
Se
trata de una figura yacente labrada en mármol.
Pudo
ser obra de Juan Guas o de un discípulo.
Con
el traslado se trastocó la inscripción, hoy ilegible.
La
condesa de Medellín era enemiga acérrima de Isabel la Católica
y
la leyenda dice que la reina ordenó
retirar
su sepulcro del centro de la capilla.
En
el suelo de la antesacristía, cubierta en parte por la cajonería,
se
halla la lauda de doña Luisa Pacheco,
primera
esposa de don Diego Roque López Pacheco, VII Marqués,
que
se encontraba en el suelo de la capilla mayor,
cercana
a las gradas del altar,
desde
donde fue trasladada.
En
el silencio de la antesacristía se escucha
el
murmullo del agua que corre bajo el pavimento.
***
La
Capilla Mayor fue trazada por Juan Gallego en 1459
y
finalizada hacia 1485 por Juan Guas y Martín Sánchez Bonifacio.
Es
iluminada por una intensa luz
que
proviene de seis amplios ventanales
adornados
por encima de las claves
con
las armas de don Diego Pacheco y de doña Juana Enríquez.
En
1654 fueron sustituidas las vidrieras originales, coloreadas,
por
otras blancas.
En
el 2003 el artista segoviano Carlos Muñoz de Pablos las decoró
con
las armas de la Orden de San Jerónimo,
león
rampante bajo capelo cardenalicio,
y
las de Enrique IV, que son las de Castilla con las granadas.
El
retablo mayor consta de tres calles principales
y
dos secundarias que enlazan con los sepulcros de los Villena,
colocados
a los lados.
Corona
el retablo un Crucificado;
a
los lados, ángeles tenantes de las armas de la casa de Villena.
En
1480 fueron traídos desde Guadalupe los restos de Juan Pacheco,
siguiendo
el testamento otorgado en 1472 por el Marqués,
que
establecía su expreso deseo de ser enterrado en el Parral.
Junto
con los de su segunda esposa, María de Portocarrero,
primero
recibieron sepultura en lo que en los documentos se llama
“capilla
vieja”, quizá la actual capilla de San Sebastián
(en
cuyos muros figura la venera de Santiago),
y,
una vez abovedada la capilla mayor,
fueron
trasladados al centro de la misma en sepulcros exentos.
En
1528, su hijo, Diego López Pacheco,
encargó
los actuales sepulcros parietales de alabastro
a
los maestros Juan Rodríguez y Lucas Giraldo
(discípulos
de Vasco de la Zarza, gran escultor del siglo XVI).
El
de don Juan ocupa el lado izquierdo del espectador,
como
es norma;
el
de doña María, el de la derecha.
Ambos
monumentos tienen la misma composición,
con
sendas hornacinas;
sobre
los sepulcros, las figuras orantes de los Marqueses.
Los
paisajes esculpidos como fondo de las escenas
que
hay tras ambas figuras,
recogen
perspectivas de la población de Villena.
Tras
la Marquesa,
una
torre de tres cuerpos, con chapitel piramidal,
que
es la iglesia de Santiago de Villena;
un
trozo de la antigua muralla de la villa;
y,
en lo alto, el arranque del castillo de la Atalaya.
Tras
el Marqués, otras torres de la villa.
En
el lado del evangelio, don Juan.
Viste
armadura decorada con grutescos
y
se apoya en un reclinatorio adornado con la cruz de Santiago.
Le
acompaña un paje, también arrodillado,
que
le sostiene el yelmo y un escudo con la venera de Santiago.
El
fondo es un altorrelieve con un Llanto sobre Cristo muerto,
ambientado
en la ciudad de Villena.
En
las enjutas del arco, las armas de don Juan.
En
el segundo cuerpo, en nichos, están San Esteban y San Lorenzo,
y
corona la composición Santiago Matamoros,
en
referencia a la condición de caballero de Santiago del difunto.
En
el lado de la epístola, doña María.
El
mausoleo de la marquesa es similar al de don Juan,
excepto
que la orante no dispone de reclinatorio
y
le acompaña una dueña.
Al
fondo de la hornacina, ante la ciudad de Villena, el Santo Entierro.
En
las enjutas, las armas de doña María.
En
los nichos aparecen Santa Elena y Santa Lucía,
y
remata el conjunto un relieve de la Aparición de Cristo a la Virgen.
***
Son
muy escasas las noticias que se tienen de El Parral en esa época,
a
pesar de que, desde antiguo, fue uno de los edificios más visitados
por
los viajeros que llegaban a Segovia,
debido
a su fama y belleza.
Pero
la Invasión Francesa y la Desamortización
destruyeron
sus archivos y desperdigaron sus tesoros,
perdiéndose
mucha de la documentación.
En
los siglos XVI al XVIII, la vida monástica
giró
en torno a la liturgia solemne y la iluminación de libros,
y
también la redención de cautivos.
A
comienzos del siglo XIX, con la Invasión Francesa,
los
monjes fueron exclaustrados y el cenobio saqueado.
En
1813 la comunidad volvió al monasterio,
pero
en 1835 la Desamortización suprimió la Orden
(los
46 monasterios con los 1001 monjes que en ellos residían
desaparecieron).
El
convento fue abandonado,
y
sus obras de arte y su biblioteca
(que
Caimo, viajero del siglo XVIII, consideraba magnífica),
dispersadas
y perdidas.
El
10 de noviembre de 1835 la comunidad dejaba el cenobio,
cumpliendo
las leyes desamortizadoras.
Ya
nunca se oficiaría la misa de alba por el alma de Enrique IV.
***
La
grandeza y servidumbre de la Orden Jerónima
fue
su carácter estrictamente español, o ibérico.
Nunca
había rebasado las fronteras de la Península.
Cuando
cesó el furor desamortizador,
muchas
órdenes pudieron restaurarse y ocupar sus antiguos cenobios
con
religiosos procedentes del extranjero,
pero
eso era imposible en la jerónima.
Existían
monasterios jerónimos en Portugal,
pero
en la misma época a ellos les afectó otra exclaustración.
No
obstante, algunos de los monjes
volvieron
a El Escorial (en 1854) y a Guadalupe (en 1884).
Pero
su avanzada edad y otros contratiempos
hicieron
que a los pocos meses, en ambos casos, fracasara el intento.
Esos
ancianos jerónimos exclaustrados
acabaron
sus días desperdigados.
Así
pues, la Orden de San Jerónimo,
la
orden religiosa favorita de los reyes Austrias de España,
la
orden a la que Felipe II entregó el monasterio de El Escorial,
quedaba
disuelta.
Parte
de sus libros acabaron en el Trinity College de Dublin.
La
reliquia más famosa, un hueso de Santo Tomás de Aquino,
después
de distintas peripecias,
ha
terminado en el convento de dominicos de Ocaña (Madrid).
Los
cuadros de Ricci que adornaban el claustro han desaparecido,
así
como los retablos que constan en los inventarios del siglo XIX.
La
reja de la capilla mayor y las laudas de bronce que había en ésta
fueron
vendidas como simple metal.
Algunos
viajeros extranjeros y españoles
comienzan
a llamar la atención sobre la destrucción del monasterio.
Cuando
a mediados del siglo XIX lo visita Quadrado, es una ruina:
«Hoy
reina allí la soledad,
y
el agua de sus fuentes,
tan
diestramente recogida y encañada por el primer arquitecto
para
los usos y comodidades del monasterio
y
para derramar limpieza y frescura por todas las estancias,
parece
no tener ya más oficio que llorar con triste monotonía
su
gradual aniquilamiento».
En
1839, ante su progresivo deterioro, se piensa en demolerlo.
En
1844 el duque de Frías, de la casa de Villena,
reclama
el monasterio por haber sido fundación de sus antepasados,
y
detiene la amenaza de demolición.
En
1847 una Real Orden pone el cenobio bajo la tutela
del
superintendente de la Casa de la Moneda
y
ordena la reparación de la iglesia.
En
1825 había profesado en El Parral fray Julián Casado
(el
último monje que vivió en Segovia, donde falleció en 1890
ejerciendo
la función de capellán de Nuestra Señora de la Fuencisla).
En
ocasiones se acercaba a las ruinas de su viejo cenobio,
aún
vestido con su hábito blanco y pardo.
El
monje logró salvar algunos ornamentos, altares y esculturas,
que
depositó en iglesias de Segovia.
Y
en 1875 consiguió que allí residiera
una
comunidad de Concepcionistas.
Pero,
ante lo apartado del lugar, a los pocos años
la
comunidad se trasladó al actual convento de Las Peraltas.
En
1917 se proyectó convertir el convento en seminario,
pero
en 1919 se desplomó la cubierta de la sala capitular.
A
principios del siglo XX seguían desmoronándose muros y arquerías.
***
La
rama masculina de la Orden de San Jerónimo,
de
hecho, había desaparecido,
pero
no canónicamente, ya que, según las leyes eclesiásticas,
han
de transcurrir 100 años para que una orden quede extinguida.
Desde
1915, la rama jerónima femenina
busca
el modo de restablecer la rama masculina
antes
de que se cumplan esos 100 años;
en
1935 se cumplía el plazo necesario para la prescripción canónica.
En
el monasterio de la Concepción Jerónima de Madrid
las
monjas expresan su preocupación a don Manuel Sanz Domínguez,
más
tarde fray Manuel de la Sagrada Familia,
caballero
amigo de la comunidad.
Don
Manuel decide consagrarse a la recuperación
de
la que se convertirá en su Orden.
Acude
a Roma, donde obtiene la bula de Pío XI.
En
1925, a instancias del obispo de Segovia,
la
Dirección General de Rentas Públicas
pone
a disposición de la mitra segoviana las ruinas de El Parral,
y
llegan los primeros postulantes.
Un
grupo de jóvenes se establece de nuevo
en
el destartalado monasterio de Santa María del Parral,
bajo
la regla jerónima.
En
1927 se emiten los primeros votos en la iglesia.
Al
mismo tiempo, empieza a restaurarse el edificio.
En
1931, sin embargo, con la llegada de la Segunda República,
se
suspendieron las obras
y
parte de la comunidad abandonó el monasterio,
quedando
sólo cinco monjes.
En
la noche del 7 al 8 de noviembre de 1936,
fray
Manuel fue detenido
y
murió asesinado en Paracuellos del Jarama (Madrid).
(En
2013 fue beatificado).
Los
monjes restantes constituirán la base
sobre
la que en 1941 se retomará el proyecto.
Santa
María del Parral se convirtió en la Casa Madre de la Orden
y
de allí saldrán monjes para otros tres monasterios:
San
Isidoro del Campo (Santiponce - Sevilla: 1956),
San
Jerónimo de Yuste (Cuacos - Cáceres: 1958)
y
Nuestra Señora de los Ángeles (Jávea - Alicante: 1964).
Sin
embargo, ante la posterior crisis de vocaciones,
en
1978 se suprimen el de Santiponce y el de Jávea.
Al
mismo tiempo, se va recuperando el edificio de El Parral,
con
intervenciones no siempre acertadas
que
han alterado la estructura de la iglesia
y
han eliminado el claustro de la hospedería,
convertido
en jardín con estanque.
Se
han ido recuperando piezas que formaron parte del monasterio.
Las
aguas se han encauzado,
la
huerta vuelve a ser cuidada.
La
liturgia jerónima vuelve a atraer a los fieles
(la
misa de 12 de los domingos en El Parral es muy concurrida).
La
Orden Jerónima renació en El Parral en el siglo XX
y
hoy, tras el cierre del monasterio de Yuste
a
comienzos del siglo XXI,
los
únicos jerónimos de todo el mundo, trece frailes y un postulante,
viven
en el Monasterio de El Parral.
Lo visitamos por el exterior, estaba cerrado hasta las 11 y no nos daba el horario más de sí. Interesante lo de la misa. Gracias por todas tus explicaciones.
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