Enrique
IV vivió en Segovia desde los 4 años, cuando aún no era rey.
Llamaba
a la población “mi Segovia”,
la
consideraba la ciudad más bella y se sentía segoviano.
En
época de Enrique, la corte de Castilla aún era itinerante,
pero
durante su reinado podría decirse
que
la capital de Castilla fue Segovia,
que
vivió sus años de mayor esplendor.
A
las afueras de la ciudad, extra-muros,
disponía
Enrique de una finca llamada El Campillo,
un
lugar de recreo y de cacería
que
le donó su padre, el rey Juan II, en 1439,
al
cumplir Enrique los 14 años
y
nombrarle su padre Señor de Segovia.
Allí
don Enrique se hizo construir un palacete para organizar fiestas,
casa
de campo y pabellón de caza.
Desde
la Plaza del Azoguejo,
siguiendo
los pilares de los arcos del Acueducto,
que
va alejándose del recinto histórico,
se
llega, tras pasar la caseta de decantación del agua,
a
un muro que se hunde en la tierra.
Desde
ese punto, a unos metros a la derecha,
se
puede ver la tapia en el lugar donde estuvo el palacio,
que
se hallaba, pues, junto al arranque del Acueducto.
***
En
1455, un año después de la coronación de Enrique,
fray
Alonso de la Espina, franciscano de origen converso,
acudió
al rey para informarle del conflicto que existía en Segovia
entre
franciscanos observantes y franciscanos claustrales:
Los
observantes eran partidarios de una vida más austera
y
acusaban a los claustrales de haberse relajado
y
no estar respetando la regla.
Fray
Alonso, en nombre de los observantes,
pidió
al Rey que obligase a los frailes claustrales
a
entregar a los frailes observantes
el
convento de San Francisco (hoy Academia de Artillería).
El
monarca dirimió el problema
donando
la casa de El Campillo a los franciscanos observantes
para
que fundasen allí un nuevo convento,
cuya
construcción patrocinó el mismo monarca.
El
nuevo cenobio se puso bajo la advocación de San Antonio.
La
bula fundacional del papa Calixto III,
con
fecha de 18 de junio de 1455,
se
conserva en el Archivo del Monasterio.
Así,
el palacete, al igual que sucedió con otras residencias
que
fueron donadas como obras piadosas,
se
convirtió en convento,
aprovechando
en lo posible la construcción palaciega.
***
La
reina Isabel, sin embargo, dentro de las reformas
realizadas
en las órdenes religiosas bajo su reinado,
dispuso
que los observantes regresaran al convento de San Francisco
y
que San Antonio fuera ocupado por las clarisas,
rama
femenina de los franciscanos.
Las
clarisas de Santa Clara la Nueva, hasta entonces,
habitaban
precariamente un pequeño convento en la Plaza Mayor.
La
nueva comunidad de San Antonio fue fundada
por
bula de Inocencio VIII, de 20 de marzo de 1486.
Las
monjas se trasladaron e instalaron pronto.
En
1498 se incorporaron a ellas las clarisas de Santa Clara la Vieja
y
el monasterio obtuvo el rango de Patronato Real,
lo
cual le permitió una vida holgada.
Entre
1486 y 1492, los franciscanos levantaron a toda prisa,
en
terrenos contiguos a la iglesia del cenobio,
un
segundo convento, denominado La Vicaría,
en
el que permaneció un grupo de la antigua comunidad,
que
continuó en el lugar para prestar apoyo
a
las recién llegadas monjas de Santa Clara.
Ambos
grupos utilizarán la misma iglesia,
con
los coros separados.
Durante
un siglo existió de hecho casi un monasterio dúplice
(unos
20 franciscanos y unas 100 clarisas)
gobernado
por la abadesa,
puesto
que el cometido de la pequeña comunidad franciscana
era
de mero soporte.
Las
dos comunidades convivieron hasta comienzos del siglo XVIII,
cuando
los franciscanos abandonaron La Vicaría.
Las
monjas clarisas han habitado San Antonio
ininterrumpidamente
hasta la actualidad,
en
rigurosa clausura desde su fundación.
Con
el transcurso de los siglos
la
comunidad religiosa se ha ido empobreciendo,
pero
el edificio ha permanecido incólume.
No
ha sufrido incendios, que tan habituales fueron en el pasado,
ni
le afectó la Desamortización,
ni
la Guerra de la Independencia, ni la Guerra Civil.
El
lugar se ha ido librando de destrucciones y expolios.
La
conversión del monasterio franciscano en casa de clarisas
salvó
al cenobio de la Desamortización,
pues
muchas comunidades de monjas
fueron
expropiadas de sus tierras, pero no de sus edificios.
Lo
apartado y olvidado de su ubicación
y
lo extremadamente sobrio, pobre, de su exterior
quizás
lo han resguardado en épocas de guerra.
El
convento no ha padecido en su larga historia ninguna agresión,
ni
en los años más difíciles
para
la mayoría de las comunidades religiosas españolas.
Ello
le ha permitido conservar en buena medida
las
estructuras originales del siglo XV,
que
en lo esencial se mantienen
a
pesar de la reforma llevada a cabo en el siglo XVIII
y
de que la función de las estancias haya cambiado.
En
la actualidad las clarisas de San Antonio
son
una comunidad pequeña, envejecida y pobre,
pero
que ha sabido preservar un auténtico tesoro
histórico
y artístico.
***
San
Antonio podría haber sido panteón real.
Tanto
Enrique como Isabel apuntaron en algún momento de sus vidas
la
posibilidad de ser enterrados en San Antonio.
Don
Enrique pensó en recibir sepultura
en
el monasterio que había fundado y que contribuyó a erigir.
Tras
el muro del scriptorium, hay un panteón inacabado,
cubierto
con bóvedas de crucería,
en
cuyos arranques figura el escudo de Enrique IV,
proyectado
como lugar de enterramiento del monarca.
También
doña Isabel, en su testamento,
indicó
el monasterio como posible sepultura
después
de Granada y San Juan de los Reyes de Toledo,
en
caso de que no pudieran ser estos dos
por
distancia o por tiempo.
Al
final, ninguno de ambos monarcas fue sepultado aquí.
Enrique
reposa en el Monasterio de Santa María de Guadalupe
e
Isabel en la Capilla Real de la Catedral de Granada.
***
El
origen del edificio, el primitivo pabellón de Enrique IV,
es
la zona de la actual clausura, por lo cual no es posible visitarlo.
Se
encuentra pegado al refectorio,
y
al exterior muestra una galería de arcos carpaneles
y
una portada plateresca, hoy tapiada,
con
dos estatuas orantes de los Reyes Católicos,
acompañados
por San Francisco y Santa Clara
y
los escudos del Reino de Castilla,
de
la Orden Franciscana y de los Caballeros del Santo Sepulcro
(en
referencia a la custodia de Tierra Santa por los franciscanos).
En
la actualidad se accede al convento por una portada de 1488,
quizá
de Juan Guas, arquitecto favorito de la Reina Católica,
con
dos escudos de Enrique IV.
Como
es frecuente en las construcciones mudéjares,
un
exterior discreto contrasta con la riqueza de los interiores.
Hasta
hace poco sólo podía visitarse la iglesia.
Desde
hace unos años, también están abiertos al público
el
claustro y las dependencias anejas.
***
Tras
atravesar un pequeño zaguán, se entra en la iglesia.
El
templo, desierto, produce una intensa impresión de soledad.
En
1730 la iglesia fue objeto de una remodelación
en
estilo barroco (se dice que llevada a cabo por Churriguera,
aunque
esto no está confirmado).
Se
elevó el techo de la nave, para proporcionarle más luz
elevándola
por encima del muro del claustro.
Con ello se perdió su cubierta mudéjar.
Afortunadamente
no se alteró el artesonado del presbiterio.
La
espléndida decoración de este artesonado
tiene
los colores de la heráldica de Enrique IV, azul, rojo y oro,
y
ramos de granadas que hacen alusión a este monarca,
cuya
“empresa” era una granada con el lema “AGRO DULCE”,
simbolizando
la mezcla de rigor y clemencia
con
la que un rey debe gobernar.
(Posteriormente
los Reyes Católicos también utilizarán la granada,
tanto
en relación con este significado
cuanto
como símbolo de la ciudad conquistada en 1492).
Toda
la cubierta se despliega a base de estrellas
de
cinco y de diez puntas, representando los astros.
Se
ha dicho que el objetivo de una estancia con este tipo de cubierta
es
recoger la inaudible armonía de las esferas celestes.
El
artesonado se apoya sobre un friso de yesería
con
la heráldica de Enrique IV.
En
el retablo del altar mayor, de época barroca,
figuran
los símbolos de los franciscanos y las clarisas.
En
la nave hay un valioso retablo, realizado en Flandes hacia 1460,
más
de cien figuras en madera de nogal policromada
que,
en abigarrada y minuciosa estructura,
escenifican
todo el relato de la Pasión,
con
tallas delicadas y expresivas,
de
movimientos variados, naturales e intensos.
Esta
pieza fue donación de Enrique IV
y
seguramente fue el retablo del altar mayor
hasta
que se sustituyó por el actual, barroco.
La
arquitectura gótica del retablo de la Pasión desapareció
y
en la actualidad tiene un enmarcado del siglo XIX.
La
iglesia no tiene torre, sino sólo un escueto campanil,
con
arreglo a la sencillez franciscana.
***
Para
seguir avanzando, hay que llamar a la puerta
que,
desde la capilla mayor, da a la sacristía.
Una
señora que hace las veces de guía sale a abrir.
Es
una mujer que sabe mucho y habla con pasión,
como
no suelen hacerlo los guías “profesionales”.
Manifiesta
entusiasmo hacia el monasterio
y
admiración y afecto por sus moradoras,
que
tanto cuidado han puesto en la conservación del edificio.
En
el exterior del edificio,
un
modesto cartel indica que el monasterio contiene
“interesantes
muestras de arte mudéjar e hispano-flamenco”.
Pero
lo que se ve es mucho más que una “muestra interesante”.
Todas
las dependencias que se visitan tienen
impresionantes
techos de madera
de
estilo mudéjar, muy del gusto de los Trastámara,
con
un colorido espectacular y en muy buen estado,
una
colección única del siglo XV conservada in situ
y
cuidada por las monjas.
Son
unos artesonados magníficos
tanto
por su traza y color como por el simbolismo que contienen,
y
siguen en su lugar, indemnes,
tal
como los vieron don Enrique y doña Isabel.
Aunque
parte de los artesonados está recubierta con pan de oro,
todo
el conjunto arquitectónico, en realidad, fue edificado
con
materiales modestos, ladrillo y madera,
pero
el resultado es deslumbrante,
y
en él se combina lo palaciego y lo místico.
La
construcción de San Antonio el Real tiene mucho de simbólico:
trataba
de aportar serenidad y armonía a un tiempo turbulento.
El
monasterio, además, está lleno de las heráldicas regias,
de
Enrique de Castilla y Juana de Portugal
y
de Isabel de Castilla y Fernando de Aragón.
***
El
claustro es un ejemplar único,
por
tener sus cuatro pandas cubiertas con artesonados.
En
el siglo XVIII se cerraron todos los arcos del claustro
para
paliar un poco el frío invernal.
Este
cerramiento ha contribuido a conservar el bello artesonado.
En
los muros de sus ángulos hay tres pequeños trípticos
realizados
en Utrecht en la misma época que el retablo de la iglesia.
Están esculpidos en “tierra de pipa” policromada
y son muy
raros, pues la arcilla es un material muy frágil
y
poco utilizado en el arte.
Eran
retablos de viaje o campaña, pues son cajas que se cierran
y,
por lo tanto, se pueden transportar fácilmente.
En
el centro del jardín hay una pila de granito
y
en su interior media esfera de bronce
con
una inscripción en letra gótica que dice
“Beati
Antoni ora pro rege Enrico”.
El
suelo del claustro fue utilizado
como
enterramiento de las monjas hasta el siglo XX.
Al
claustro se abren cuatro estancias:
***
La
primera dependencia conventual es la sacristía.
Sirve
de zona de paso
pero
su multicolor artesonado de motivos vegetales
llama
la atención.
***
Le
sigue la sala capitular.
Tiene una magnífica cubierta estrellada, elaborada
en plata y oro,
y su decoración incluye los emblemas de Castilla y León.
***
A
continuación, en la misma panda del claustro, se encuentra
una
estancia de mayor tamaño conocida como sacristía interior.
Fue
el scriptorium de los frailes.
Las monjas lo reconvirtieron en sala del trono,
en
la que se recibía a los miembros de la casa real.
En
esta sala hay un pequeño museo, en el que se exponen
cantorales,
documentos papales, sellos de los Reyes Católicos...
Incluye
un San Antonio de plata sobredorada
que
perteneció a Enrique IV.
***
En
la panda contraria se halla el refectorio,
de
grandes dimensiones
(puesto
que en pasado la comunidad fue numerosa).
En
su puerta figura un escudo con las armas de Enrique IV.
En
sus muros hay pequeñas hornacinas con puertas de madera
en
las que las monjas guardaban su plato, su vaso y su cubierto.
Sobre
ellas se extiende un friso de pintura mural
realizado
por una monja clarisa en el siglo XVIII,
con
ingenuas imágenes de santos y búcaros con flores
y
que ha sido repintado muchas veces por las religiosas;
no
tiene valor artístico, pero resulta entrañable.
El
testero de cabecera fue pintado en 1481,
cuando
el monasterio todavía no había sido entregado a las clarisas.
El
púlpito, de madera y yesería, con decoración mudéjar,
presenta
en su base las armas de Enrique IV y ramos de granadas.
***
El
monasterio transmite una mezcla de deslumbramiento y sosiego.
Es
el monasterio mejor conservado de Segovia,
y
de gran importancia histórica y artística.
Y
sin embargo, al hallarse en lugar algo apartado,
y
al margen de los circuitos turísticos,
es
un monumento bastante desconocido,
incluso
para los segovianos.
Las
visitas son tan pocas que la señora que lo enseña
parece
sorprenderse de tu llegada
y
te pregunta cómo has sabido de la existencia del cenobio.
***
El
conjunto monacal es de considerables dimensiones
y
las monjas, en la actualidad pocas, ancianas y pobres,
no
podían mantenerlo.
Por
eso, en fechas recientes cedieron una parte del mismo,
la
zona correspondiente al segundo convento franciscano, La Vicaría.
En
ella se ha instalado un hotel, que abrió en 2008.
Me toca volver. Lo tenía en la lista, pero el tiempo no pudimos estirarlo más. Impresionante. Gracias.
ResponderEliminarJe, je. Lo suponía. Queda a trasmano, y poca gente lo visita. Pero vale la pena.
EliminarEn cualquier caso, es una buena excusa para volver.
Que maravilla quien tenga la suerte de poder visitarle serán afortunados.
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