La
provincia de Segovia fue durante largas temporadas
residencia
de la monarquía castellana
y
posteriormente de la monarquía española
y
contó con un importante número de alojamientos reales.
Fue
residencia de las sucesivas dinastías:
los
Borgoña, los Trastámara, los Austria, los Borbones.
El
más antiguo palacio real segoviano fue el Alcázar.
Le
siguen, cronológicamente,
el
palacio de Pedro I, de Cuéllar,
y
la torre de Guijasalbas, quinta de caza utilizada por los Trastámara,
de
los que se guardan escasas referencias.
Luego,
el palacio de Rascafría,
en
el monasterio de Santa María de El Paular,
cuya
construcción se inició por Enrique III.
Fue
durante casi cinco siglos monasterio cartujo;
desde
1954, es una abadía benedictina.
El
palacio se ha convertido en hotel.
A
continuación, el Palacio Real de San Martín,
construido
por Juan II para su hijo el príncipe Enrique.
Después
Enrique IV erigió, en las afueras de la ciudad,
la
quinta de caza de El Campillo,
que
será luego convento de franciscanos y más tarde de clarisas,
con
el nombre de San Antonio el Real.
El
mismo monarca ordenó disponer aposentos reales
en
el monasterio de El Parral,
aposentos
de los que sólo se conserva el recurdo de su ubicación,
a
Poniente del cenobio.
En
ellos habitó también su hermanastra Isabel en agosto de 1503,
pero
pronto dejaron de utilizarse por la realeza.
Fueron
destruidos por un incendio en 1565,
cuando
los ocupaba el Nuncio Juan Baptista Cattaneo,
futuro
Papa Urbano VII.
Los
Reyes Católicos construyeron el palacio de Santa Cruz,
dentro
del convento de dominicos,
fundación
de Santo Domingo de Guzmán en 1218,
remodelado
por Juan Guas por orden de Fernando e Isabel,
para
conmemorar la Concordia de Segovia.
Aquí
vivió la Reina Católica en el otoño de 1503.
De
estas estancias reales sólo se conserva la puerta de entrada.
Los
reyes castellanos llegaron, pues, a tener
cinco
residencias en la ciudad de Segovia
(también
tuvieron tres en Medina del Campo, y dos en Ávila):
el
Alcázar, el Palacio de San Martín
y
los aposentos de San Antonio el Real, El Parral y Santa Cruz.
Los
Austrias encargaron la construcción
de
la Casa del Bosque de Valsaín, hoy muy deteriorada.
Los
primeros Borbones hicieron edificar
los
suntuosos palacios de Riofrío y La Granja,
del
primero de los cuales sólo quedan ruinas.
Iglesia de San Martín |
De
todas estas construcciones,
la
estrictamente urbana fue el Palacio de San Martín,
llamado
así por su proximidad a la parroquia de este nombre.
***
En
1429 el rey Juan II puso casa al príncipe Enrique en Segovia,
“de
la cual le hizo donación y gracia con toda su jurisdicción”.
Levantó
la residencia en el centro de la ciudad,
en
el barrio de San Martín,
donde
algunos nobles también construyeron sus palacios.
Sobre
unas casas que adquirió a Ruy Díaz de Mendoza,
en
las que introdujo grandes reformas
que
encargó a la cuadrilla morisca de Xadel Alcalde,
que
por entonces trabajaba en el Alcázar.
El
Palacio ocupó la totalidad de la manzana
delimitada
por la Plaza de San Martín, calle de Arias Dávila,
plaza
de los Huertos, plaza del Doctor Laguna,
plaza
de la Reina Doña Juana y plaza de los Espejos.
Por
las referencias de los cronistas y por los dibujos del siglo XIX
conocemos
algo de esa edificación.
Era
una construcción típicamente mudéjar,
con
un exterior sobrio y lujosos interiores,
un
conjunto de dependencias organizadas en torno a varios patios,
sin
una estructuración clara
pero
a modo de dos palacios, el del Rey y el de la Reina,
independientes
según la etiqueta de los Trastámara.
Debió
de estar resguardado por un recinto almenado.
Frente
a la plaza de Doña Juana se encontraba el Palacio de la Reina
y
el Palacio del Rey frente a la plaza de San Martín;
en
la parte que hoy ocupa la plaza de los Espejos,
entre
ambos palacios, estaba la leonera de Enrique IV
(quien,
además, tenía osos en el Alcázar).
***
La
ciudad favorita de Enrique IV era Segovia,
localidad
que, siendo príncipe,
su
padre el rey le había concedido en señorío.
En
ella, Enrique prefirió habitar el Palacio de San Martín,
más
acogedor que el Alcázar.
El
ala residencial del Alcázar estaba orientada al Norte
y
en invierno sus grandes estancias resultaban muy frías.
***
Enrique
nació en enero de 1425, en Valladolid, en la calle Teresa Gil,
en
la Casa de las Aldabas, del contador Diego Sánchez.
Era
hijo de Juan de Castilla y de su primera mujer, María de Aragón.
Álvaro
de Luna, a la sazón favorito de Juan II,
puso
como ayo de Enrique a Juan Pacheco, Marqués de Villena,
que
se convertirá en hombre de confianza del príncipe.
Algunos
historiadores han afirmado la homosexualidad del Marqués
(además
de su carácter ambicioso y conspirativo),
que
pudo inculcar y compartir con Enrique.
(También
se dijo que hubo relaciones homosexuales
entre
Juan II y Álvaro de Luna
desde
la adolescencia de don Juan).
El
príncipe fue un niño enfermizo y débil,
melancólico,
retraído, desconfiado, indolente.
muy
aficionado a la música.
Según
el cronista Enríquez del Castillo, Enrique
«es
alto, de piel blanca, pelirrojo, pecoso y de frente ancha.
Sus
miembros son grandes y su apariencia leonina,
en
su facies destaca una mandíbula prominente,
con
dientes mal enfrentados».
En
1436 los reyes Juan II de Castilla y Juan II de Navarra
firmaron
un tratado de paz
para
sellar el cual acordaron el casamiento
de
la hija del navarro, Blanca, con el príncipe Enrique.
Los
dos jóvenes tenían la misma edad.
En
1440 ambos cumplieron 15 años,
momento
fijado para la consumación del matrimonio.
En
Valladolid se celebró una misa, un torneo y una cena.
Los
novios se retiraron a su aposento.
Tras
la puerta aguardaban los notarios
para
dar fe de la consumación.
El
cronista Diego de Valera recoge:
«durmieron
en una cama
y
la princesa quedó tan entera como venía».
Desde
entonces se empezará a conocer a Enrique
por
el apodo de el Impotente,
aunque
también se le ha llamado el Liberal y el Franco.
Durante
algún tiempo cohabitó Enrique con Blanca de Navarra.
Después
comenzó a distanciarse de ella.
Para
confirmar la impotencia del muchacho,
algunos
sacerdotes preguntaron a las meretrices segovianas,
pero
las prostitutas declararon en contra de tal rumor.
Pese
a ello, se recurrió a físicos
para
curar el mal que aquejaba al príncipe
y
los cirujanos confirmaron la impotencia de éste.
Enrique
afirmó que en su relación con Blanca
podía
estar siendo víctima de un hechizo.
Según
un diagnóstico del doctor Marañón,
«una
falta de secreción sexual provoca en no pocas ocasiones
una
actividad de la hipófisis que se traduce
en
la acromegalia que podía apreciarse en Enrique
y
que reunía manifestaciones como la estatura elevada,
la
longitud extraordinaria de las piernas,
la
dimensión exageradamente grande de las manos y de los pies
y
el encorvamiento con el que caminaba».
«El
órgano copulatorio es débil y escuálido en su base,
con
frágiles tejidos ahí, pero luego se ensancha
hacia
una longitud considerable y una desproporcionada cabeza.
Esto
último impide que la erección se complete,
pues
el resto del órgano no puede sostener tamaño peso».
Enrique
terminó por aborrecer a Blanca.
En
1443 se oficializó el divorcio.
En
1445 murió su madre, María de Aragón, en Villacastín (Segovia),
quizás
envenenada por orden de don Álvaro de Luna,
debido
a que la reina confabulaba contra Castilla
con
sus hermanos los infantes de Aragón.
Don
Álvaro, gran amigo del regente Pedro de Portugal,
pidió
ayuda militar a éste ante el ataque de los infantes de Aragón,
aliados
con la oligarquía castellana para acabar contra el valido.
A
cambio, el Condestable gestionó el matrimonio
entre
Juan II e Isabel de Portugal.
Así
pues, en 1447 el rey Juan II volvía a casar,
con
la joven Isabel de Avis, prima de Alfonso V de Portugal.
La
boda tuvo lugar el 22 de julio en Madrigal de las Altas Torres.
Isabel
de Avis y Braganza
descendía
de la que el poeta Camões llamó “ínclita generación”,
su
padre era uno de los seis hijos
de
Juan I de Portugal y Filipa de Lancaster,
unos
infantes curiosos e inteligentes,
cultos
y religiosos, valerosos y aventureros.
Para
la nueva reina compuso el Marqués de Santillana unos versos:
«Dios
os hizo sin enmienda
de
gentil persona y cara,
y
sumando sin contienda,
cual
Giotto no os pintara».
Isabel
poseía los rasgos de su abuela paterna Filipa de Lancaster,
rostro
fino, ojos azules, cabello rubio y piel muy blanca,
rasgos
que heredarán sus hijos.
Isabel
de Portugal tuvo dos hijos:
Isabel,
nacida en Madrigal de las Altas Torres (Ávila) en 1451
y
Alfonso, nacido en Tordesillas (Valladolid) en 1453.
En
el sepulcro del padre de Isabel de Portugal, el infante Juan,
figurará
la divisa francesa "J'ai biê raison" (“Yo tengo razón”),
declaración
de seguridad, tenacidad y valentía
que
heredarían su hija y su nieta.
Pero
a Isabel se le achaca también
ser
la transmisora de una patología
entonces
conocida como melancolía.
Su
tío Duarte I sufrió grandes depresiones.
Ella
habría transmitido el desequilibrio que pudo afectar a su nieta,
Juana
I de Castilla, conocida como la Loca.
En
1453 el príncipe Enrique consiguió del papa
la
declaración de nulidad de su matrimonio con Blanca,
debido
a la falta de consumación.
Entonces,
de modo similar a como había actuado Álvaro de Luna,
Juan
Pacheco urdió, ante el asombro de la reina,
un
segundo matrimonio para Enrique,
con
Juana de Avis, hermana de Alfonso V de Portugal
y
prima hermana de Isabel.
En
1454 murió Juan II de Castilla en Valladolid.
Tenía
49 años.
Su
primogénito Enrique fue proclamado rey
en
el castillo de la Adrada (Ávila).
Se
entraba en un periodo turbulento,
de
facciones enfrentadas por el poder
entre
distintos herederos, hermanastros, validos y nobles.
La
primera orden de Enrique
fue
enviar a la viuda de su padre, la reina Isabel,
al
castillo de Arévalo (Ávila),
junto
con sus dos hermanastros Alfonso e Isabel.
(Allí
pasará la portuguesa el resto de su vida como reina viuda.
Según
las crónicas, sufrió un progresivo deterioro mental,
y
morirá demente en 1496.
Será
enterrada en Arévalo.
En
1504, poco antes de morir, Isabel la Católica
trasladará
los restos de sus padres don Juan y doña Isabel
a
la cartuja de Miraflores, en Burgos,
a
un sepulcro labrado por Gil de Siloé).
En
1455 se firmaron las capitulaciones para la boda de Enrique,
en
las que queda de manifiesto
la
débil situación en que se encontraba el rey:
La
novia no aportaba dote alguna
sino
que recibía 100.000 florines de oro, como depósito;
Si
“por cualquier causa o razón” la ceremonia no se llegaba a realizar,
la
novia no estaba obligada a devolver el depósito.
El
rey derogó la ley de los notarios
para
poder tener una noche de bodas en la intimidad.
El
enlace se celebró en Córdoba.
Los
problemas que Enrique había tenido con Blanca
se
reprodujeron con Juana de Avis.
El
rey pidió a sus embajadores que le buscaran remedios
y
llegó a mandar emisarios a África
en
busca del cuerno del unicornio,
conocido
por sus propiedades afrodisíacas.
En
1456 el rey estuvo en Úbeda.
Allí
se hospedó en casa del Regidor Diego Fernández de la Cueva.
Como
agradecimiento,
el
rey se ofreció a llevar a la corte al hijo mayor de don Diego.
Éste
prefirió que el rey se llevase a su segundo hijo, Beltrán.
Don
Enrique aceptó e hizo a Beltrán su Paje de Lanza.
A
lo largo de 1457 Juan Pacheco, Marqués de Villena,
se
hizo cargo de los asuntos del Reino
y
paralelamente creció el descontento entre los nobles,
encabezados
por el Arzobispo de Toledo Alonso Carrillo.
Pacheco
se rodeó de su propio equipo,
en
el que figuraba su hermano, Pedro Girón, Maestre de Calatrava.
Intentó
también una alianza con Juan II de Navarra,
hermano
del monarca aragonés Alfonso V el Magnánimo.
Pero
en 1458 murió éste,
Juan
II fue proclamado rey de Aragón
y
rompió el pacto de amistad firmado con el monarca castellano.
En
la corte castellana proliferaban los escándalos.
El
Dr. Marañón describe, refiriéndose a Enrique IV:
«Está,
sin duda, relacionada con su inclinación homosexual,
su
famosa afición a los árabes, de los que, como es sabido,
tenía
a su lado una abundante guardia,
con
escándalo de su reino y aun de la cristiandad.
Es
sabido que, en esta fase de la decadencia de los árabes españoles,
la
homosexualidad alcanzó tanta difusión
que
llegó a convertirse en una relación casi habitual
y
compatible con las relaciones normales entre sexos distintos».
El
cronista Alonso de Palencia,
que
al principio del reinado había considerado a Enrique un buen rey,
pasa
a criticarlo acremente.
Cuenta
que los moros de la guardia real
«corrompían
torpísimamente a mancebos y doncellas».
Menciona
amoríos homosexuales del monarca
con
algunos de sus favoritos, Juan Pacheco o Beltrán de la Cueva.
Gómez
de Cáceres, «joven de arrogante figura,
belleza
física y afable trato»,
ascenderá
en la corte, pese a su total carencia de méritos.
Francisco
Valdés, que rechazó las proposiciones del monarca,
tuvo
que huir de la corte y acabó siendo encarcelado;
el
rey le visitaba en prisión, para reprocharle
«su
dureza de corazón y su ingrata esquivez».
También
Miguel Lucas de Iranzo huyó del monarca.
En
cambio (todo ello según Palencia),
Alonso
de Herrera debió mostrarse complaciente con el rey,
pues
una noche lo encontraron yaciendo en la cama de éste.
Enrique
mantenía también una relación
con
doña Guiomar de Castro, dama de compañía de la reina Juana,
venida
de Portugal en el séquito de ésta.
Asimismo
tuvo relaciones con una doncella de la reina
no
perteneciente a la nobleza.
En
1461 el rey nombró a Beltrán de la Cueva Conde de Ledesma
y
lo incluyó en el Consejo Real.
Ese
mismo año la reina Juana «conoce sentirse en estado».
«Los
Grandes de Castilla tuvieron por sospechosa
la
preñez de la Reyna,
no
porque della presumiessen cosa fea,
sino
temiendo no fuesse ficción suya, fingiendo que estava preñada».
En
consecuencia, exigieron ciertas garantías,
como
la de que 18 de ellos estuvieran presentes
en
el momento del alumbramiento.
El
rey consintió.
En
1462 nació en el Alcázar de Madrid la princesa Juana.
(Habrá
un segundo embarazo de la reina,
que,
en fecha indeterminada, perderá a un hijo varón,
estando
preñada de seis meses).
En
mayo la niña fue investida Princesa de Asturias
y
por tanto declarada heredera del trono.
El
monarca hizo acudir a Madrid desde Arévalo
a
sus hermanastros Isabel y Alfonso
para
asistir al evento.
La
infanta era la madrina de Juana.
En
agosto Enrique se desplazó a Guadalajara
para
asistir a la boda de su favorito Beltrán de la Cueva
con
doña Mencía de Mendoza.
Fue
tan bien agasajado que otorgó a la villa el rango de ciudad.
Para
el soberano había sido un gran año.
Pero
en 1463 los nobles comenzaron a poner en duda
la
filiación de la princesa Juana.
En
palabras del cronista Diego Enríquez:
«El
rey, que solía mandar, es venido a ser mandado.
Él,
que señoreava, quedó puesto en servidumbre.
Al
que todos se sojuzgavan ya ninguno lo obedese
y
él obedese a todos y en tanto grado es ajeno de quien hera,
que
ni se acuerda si fue rrey o si nasció para ello».
Por
entonces tuvo lugar la reconquista de Gibraltar,
que
el rey cedió a Beltrán de la Cueva.
Poco
después el rey fue sitiado en el Alcázar de Madrid
por
los nobles descontentos, liderados ya por Juan Pacheco.
Resuelto
el episodio a base de concesiones,
el
rey, como solía hacer en los momentos de desasosiego,
se
retiró a Segovia, a cazar, a convivir con las fieras.
Tanto
en la finca de El Pardo como en la de Valsaín
abundaban
los animales.
Palencia
escribe:
«Recorría
escondidos bosques e intrincadas selvas
persiguiendo
fieras,
y
huía del trato de las gentes...», por «el salvaje placer
que
en la contemplación de las fieras encontraba»
pero
también porque, cuando salía de caza,
«gustaba
de hacer fornicio con otros hombres de mal vivir».
La
Liga de Nobles, constituida en Alcalá de Henares
en
torno a la oposición a Beltrán de la Cueva y a su supuesta hija,
emprendió
una campaña de desprestigio del rey.
Sus
miembros se reunieron en la ciudad de Burgos,
donde
redactaron el Manifiesto de Burgos,
en
el que negaban el derecho al trono de la princesa Juana,
a
la que consideraban hija de Beltrán de la Cueva,
el
nuevo favorito del rey.
Enrique
IV trató de arreglar el asunto
proponiendo
el matrimonio de su hija con su hermanastro,
pero
la Liga no aceptó.
Juan
Pacheco intentó nuevamente el secuestro del monarca,
esta
vez en Segovia.
Abortaron
el intento las milicias de la ciudad y la guardia del rey.
Sin
embargo, en 1464, en Alcalá de Henares,
el
rey se sometió a las exigencias de los conjurados:
Solicitó
a Beltrán de la Cueva su renuncia
al
cargo de Maestre de Santiago (que pasó al infante Alfonso)
y
lo alejó de la Corte,
entregándole
como compensación unas cuantas plazas.
El
infante quedó bajo la custodia del Marqués de Villena,
quien
recuperaba todo su poder.
En
1465 Enrique IV buscó el apoyo de otros nobles.
El
Condestable don Miguel Lucas de Iranzo,
el
Contador Mayor del Reino don Diego Arias,
Beltrán
de la Cueva y Pedro González de Mendoza
entraron
a formar parte del Consejo Real.
En
el castillo de la Mota don Enrique se reunió con algunos nobles,
entre
ellos Beltrán de la Cueva,
y
reafirmó la legitimidad de su hija y su carácter de heredera.
Nombró
a Andrés Cabrera, mayordomo y hombre de su confianza,
Alcaide
del Alcázar de Segovia, lugar donde se hallaba el tesoro real.
Los
nobles rebeldes levantaban pendones por doquier
declarando
rey al infante Alfonso.
El
5 de junio, en la Puerta del Alcázar abulense,
tuvieron
lugar los hechos conocidos como Farsa de Ávila,
la
deposición en efigie de Enrique IV,
que
narra Diego de Valera:
Ante
la muchedumbre, los nobles colocaron en una tribuna
un
muñeco con los atributos regios.
El
primero en subir fue el Arzobispo de Toledo, don Alonso Carrillo,
quien
le quitó la corona de la cabeza.
El
Marqués de Villena, don Juan Pacheco, le quitó el cetro de la mano.
El
Conde de Plasencia, don Alvaro de Estúñiga,
como
Justicia Mayor de Castilla, le quitó la espada.
El
Maestre de Alcántara, don Gome Solís,
y
el IV Conde de Benavente, don Rodrigo Alonso Pimentel,
le
quitaron los otros ornamentos reales
y
con los pies derribaron al monigote del cadalso
diciéndole:
“¡Al suelo, puto!”
El
Conde de Paredes, don Rodrigo Manrique,
también
se hallaba presente, junto con su hijo Jorge Manrique.
A
continuación, Alfonso, de 12 años, subió al estrado,
donde
todos los grandes señores le besaron la mano
como
Rey y Señor natural.
Poco
después Juan Pacheco recibía de Alfonso
el
título de Maestre de Santiago.
Castilla
tenía dos reyes.
La
corte de Alfonso XII, el conocido como “Rey de Ávila”,
se
estableció en Arévalo.
Se
iniciaba la guerra civil.
Enrique
puso a su mujer y su hija
bajo
la protección del Conde de Tendilla, en Buitrago de Lozoya.
En
Tordesillas se creó la Santa Hermandad de Ciudades,
para
proteger éstas de los ataques de los nobles rebeldes.
En
1467 La Liga de Nobles se apoderó de Segovia,
que
permanecía fiel a Enrique.
Cuenta
Alonso de Palencia que, nada más conquistar Segovia,
entraron
los rebeldes, con don Alfonso a la cabeza,
en
la finca que había sido propiedad de Enrique,
y,
conocedores de su gusto por los animales,
se
dedicaron a darles muerte.
El
historiador escribe:
«Mayor
pesar había recibido Enrique cuando supo
el
estrago que en los ciervos del monte había hecho Don Alfonso
matando
muchos con su venablo
y
permitiendo a su comitiva que hiciese lo mismo.
Más
de cuarenta se cazaron aquel día,
y
hubieran pasado de este número, a no intervenir con sus súplicas
los
maestres de Santiago y de Alcántara
para
que no siguiera adelante la matanza.
En
aquel recinto había seguramente
cerca
de tres mil ciervos de diferentes edades;
muchos
gamos y cabras montesas,
y
un toro muy bravo que no fue posible encontrar.
A
éste y a un jabalí deseaba Don Alfonso dar muerte...»
Enrique
IV se refugió en el Alcázar de Madrid, moralmente hundido.
El
Conde de Alba y Pedro Arias Dávila el Valiente (hijo de Diego Arias)
también
le habían abandonado.
El
rey entabló negociaciones con los rebeldes
y
éstos consiguieron el confinamiento de la reina Juana en Alaejos,
en
calidad de rehén de Alonso de Fonseca.
Durante
su encierro la reina fue pretendida por el libertino arzobispo;
se
ignora si Alonso de Fonseca consiguió sus objetivos.
Más
éxito tuvo su sobrino Pedro de Castilla el Mozo
y
cuando, terminadas las negociaciones,
la
reina fue llamada a la corte, estaba embarazada de siete meses.
El
5 de julio de 1468, don Alfonso,
que
se encontraba en la provincia de Ávila (leal a su causa),
murió
envenenado en Cardeñosa, a los 15 años de edad.
Se
pensó que pudiera ser peste,
pero
el físico que estudió el cadáver dictaminó:
«ninguna
señal de pestilencia en él apareció».
Quizás
el causante de la muerte fuera el Marqués de Villena,
quien
a continuación impulsó la idea de casar a la infanta Isabel
(siguiente
candidata en la línea de sucesión)
con
su hermano Pedro Girón, Maestre de Calatrava.
Sin
embargo, cuando Girón marchaba en busca de Isabel,
con
un séquito de 3.000 hombres,
se
detuvo a hacer noche en Villarrubia de los Ojos
y
allí murió repentinamente,
quizás
de un ataque de apendicitis, quizás envenenado.
La
reina Juana regresó a Buitrago, bajo la protección de los Mendoza,
y
allí dio a luz a mellizos.
Tras
la muerte de Alfonso, los nobles rebeldes
quisieron
sustituirlo por Isabel,
pero
ésta se negó a arrebatar el trono a su hermano
y
rechazó convertirse en reina mientras Enrique IV viviera.
El
18 de septiembre se reunieron el rey y la infanta
en
los Toros de Guisando, donde firmaron un tratado de paz.
El
rey nombraba a Isabel sucesora al trono
y
se reservaba el derecho de designar a su marido.
Poco
después Enrique empezó las negociaciones
para
celebrar un doble matrimonio:
entre
Isabel y Alfonso V, rey de Portugal,
y
entre Juana y el hijo de Alfonso.
Sin
embargo, el 19 de octubre de 1469, en Valladolid,
Isabel
casó en secreto con Fernando, heredero aragonés
(ella
tenía 18 años y él 17).
No
contaba con la aprobación de Enrique IV,
renaciendo
así el conflicto sucesorio:
El
monarca, al enterarse, anuló el Pacto de los Toros de Guisando,
volvió
a proclamar a su hija Juana como heredera del trono
y
excluyó del mismo a la infanta Isabel.
En
1470 el rey hizo trasladar a su hija
al
castillo de Escalona, bajo la protección de Juan Pacheco.
En
Medina del Campo se firmaron capitulaciones matrimoniales
entre
la princesa Juana
y
el Conde de Boulogne, representante del Duque de Guyena,
hermano
del Rey de Francia.
En
1473 Enrique intentaba granjearse apoyos
a
base de repartir nombramientos:
Juan
Pacheco es nombrado Duque de Escalona,
García
Alvárez de Toledo y Carrillo es nombrado Duque de Alba,
Rodrigo
Alonso Pimentel es nombrado Duque de Benavente,
Pedro
Fernández de Velasco es nombrado Condestable de Castilla.
El
reino se sumió en una fase de anarquía e intrigas cortesanas,
una
sucesión de falsas alianzas
entre
el rey y los nobles y entre los mismos nobles
y
entre los partidarios de Juana y de Isabel.
A
principios de 1474 el rey se entrevistó con Isabel y Fernando.
El
encuentro fue amistoso, pero no se llegó a ningún acuerdo.
Fue
la última vez que se vieron los hermanos.
Ese
mismo año la reina Juana ingresó
en
el convento madrileño de San Francisco.
Enrique
cayó enfermo
y
pasó meses en Madrid custodiado por Juan Pacheco.
El
1 de octubre murió Pacheco.
En
diciembre, hallándose el rey en el Alcázar de Madrid,
«le
sobrevino un accidente de cámaras y vómitos con ocasión
de
las grandes frialdades que avía cobrado andando
por
el campo los meses de Otubre y Noviembre;
apretóle
tanto, que se juzgó ser mortal».
Enrique
IV murió esa misma noche.
Fue
enterrado en el monasterio de Guadalupe.
Su
muerte nunca ha sido del todo aclarada.
Según
Marañón, los trastornos descritos se asemejan,
más
que a úlcera gástrica, a síntomas de envenenamiento,
tal
vez con arsénico, el veneno más usado en aquellos días.
En
1475 moría en su celda conventual la reina doña Juana.
Había
redactado un largo testamento
que
firmó como La Triste Reyna.
***
El
Palacio de San Martín
fue
la morada habitual de Enrique IV en Segovia,
mientras
que en ese tiempo Isabel solía alojarse en el Alcázar
durante
sus estancias en la ciudad.
En
la noche del 11 al 12 de diciembre de 1474
Enrique
IV falleció en los Alcázares de Madrid.
Se
comunicó la noticia a su hermanastra,
que
se encontraba en el Alcázar de Segovia.
De
allí salió Isabel el día 13 para ser proclamada reina de Castilla.
La
proclamación tuvo lugar a las puertas de la iglesia de San Miguel,
“con
alzamiento de pendones”.
Después
la reina se trasladó al Palacio de San Martín
para
que le fuera rendido el homenaje de nobles y prelados,
besamanos
que se repitió en los días siguientes,
según
iban llegando los procedentes de las ciudades del Reino.
El
2 de enero de 1475 entró Fernando en Segovia
y
recibió en la puerta de San Martín
el
homenaje debido a los reyes de Castilla.
Pasó
luego a Palacio a reunirse con su esposa
y
recibir en el salón principal el juramento de sus súbditos.
El
día 15, en el palacio mayor de las Casas Reales de San Martín,
se
firmó el “Acuerdo para la Gobernación del Reino”,
conocido
como “Concordia de Segovia”,
documento
que ponía las bases de la gobernación de las Españas,
repartiendo
las atribuciones de gobierno de Fernando e Isabel
en
sus respectivos territorios.
Aquí
y entonces se acuñó el lema del “Tanto Monta”,
mote
heráldico usado en adelante por los Monarcas Católicos.
Permanecieron
los reyes en este palacio hasta el 22 de febrero.
En
1476 en el Alcázar se alojaba
la
primogénita de los Reyes Católicos, la princesa Isabel,
al
cuidado de la amiga de la reina, Beatriz de Bobadilla,
y
del esposo de ésta, el converso Andrés Cabrera,
alcaide
de la fortaleza.
Alguien
acusó a Cabrera de estar malversando fondos
aprovechándose
de la confianza de los reyes.
La
acusación provocó un tumulto popular
y
éste se convirtió en motín cuando unos provocadores,
disfrazados
de campesinos,
arengaron
a la población para destituir al alcaide.
La
masa enfurecida se encaminó al Alcázar,
armada
con aperos de labranza, palos y piedras.
La
reina se encontraba fuera de la ciudad, con el cardenal Mendoza.
Cuando
se le comunicó lo que estaba ocurriendo,
Isabel
cabalgó 60 kilómetros hasta Segovia,
llegó
al Alcázar y dejó abiertas sus puertas
para
que entraran los amotinados y expusieran sus quejas.
La
reina las estudió y mantuvo en el puesto a Cabrera.
Su
actuación le granjeó la fidelidad del pueblo de Segovia.
La
soberana se instaló en el “Palacio
que
es cerca de la Iglesia de San Martín”,
y
allí pasó del 4 de agosto al 23 de septiembre.
A
partir de entonces los monarcas prefirieron alojarse en el Alcázar,
pero
en 1496 volvieron a habitar el Palacio de San Martín,
de
julio a septiembre.
El
10 de agosto de 1503 la reina regresó a Segovia
en
busca de descanso,
pero
esta vez residió en los aposentos de El Parral y Santa Cruz.
Permaneció
en la ciudad hasta el 26 de noviembre
y
ya no regresaría.
***
Del
8 de mayo al 17 de octubre de 1505
estuvo
don Fernando en Segovia
para
ocuparse de la testamentaría de su difunta esposa.
Se
instaló en el palacio de Santa Cruz y luego en el Alcázar
(donde
recibió a Cristóbal Colón).
No
quiso utilizar el Palacio de San Martín
por
los recuerdos que le traía
de
las épocas pasadas allí con su esposa.
Tras
la muerte de la reina,
don
Fernando no quiso volver a habitar aquel Palacio.
La
decisión fue tan radical que cedió el edificio a Diego de Barros.
***
Diego
de Barros dividió el Palacio en tres partes,
para
sus descendientes.
La
estructura del Palacio era de fácil división.
Se
repartió entre tres familias nobles,
lo
que dio lugar a su fraccionamiento en tres edificios.
***
La
parte que correspondía a los antiguos Cuartos del Rey
se
convirtió en el palacio de los Porras.
En
un dibujo de Avrial de hacia 1840
se
puede ver la fachada que daba a la plaza de los Espejos,
con
las reformas que se habían realizado en ella.
En
los vanos del piso superior se habían colocado
siete
esferas de cerámica vidriada, conocidas como espejos,
que
dieron nombre a la plaza.
Este
palacio sufrió en el siglo XX
numerosas
transformaciones y reconstrucciones
para
adaptarlo a diversos usos,
y
su lugar lo ocupan actualmente viviendas y edificios oficiales.
En
la actualidad sólo se pueden identificar
vestigios
de un muro de la construcción primitiva.
***
El
espacio correspondiente a la leonera de Enrique IV
y
a una zona del Palacio del Rey
correspondió
a Catalina de Barros
y
su marido Pedro López de Medina.
Éstos
fundaron sobre su parte un centro de beneficencia,
el
Hospital de Nuestra Señora de la Concepción,
conocido
como Hospital de Viejos,
un
asilo para acoger a “viejos ciudadanos que, impedidos,
no
pueden ganarse el sustento”.
Junto
al Hospital hicieron construir la Capilla de la Concepción,
con
altar de bóveda gótica y nave con artesonado mudéjar,
ámbitos
separados por un arco apuntado.
En
el altar se encuentran
los
sepulcros de Pedro López de Medina y de su esposa,
con
sendas estatuas yacentes y nichos con sus escudos de armas.
Sobre
el sepulcro de don Pedro se conserva
una
ventana del original muro de fachada del Palacio del Rey,
parte
de cuyo muro constituye la pared de la Capilla.
En
1836, en el Hospital de Viejos
se
ubicó la Escuela de Nobles Artes, que dirigió José María Avrial.
En
1947, la Escuela (por entonces llamada de Artes y Oficios)
se
trasladó a la Casa de los Picos,
y
el viejo Hospital quedó abandonado y fue arruinándose.
En
1996 comenzó su restauración
y
se recuperaron la Capilla del Hospital
y
los escasos elementos subsistentes del antiguo palacio.
En
1997 se decidió su conversión en un museo
donde
exponer la obra del pintor segoviano del siglo XX
Esteban
Vicente Pérez.
Aunque
el Museo se articula en torno a lo que fue el patio del palacio,
para
adaptar el espacio al nuevo uso
se
ha realizado una remodelación
que
hace imposible apreciar la inicial estructura palacial:
nuevos
muros ocultan los viejos,
el
patio porticado queda transformado en una sala cubierta
con
sus soportes tapados...
Permanece
visible la Capilla del Hospital,
utilizada
como Salón de Conferencias del Museo.
Las
únicas fachadas del Palacio que se han conservado
son
las que se encuentran en un patio adyacente.
Las
actuales fachadas principal y posterior
en
realidad son muros de segunda crujía,
que
han asumido el papel de fachada
al
haber desaparecido las iniciales.
Del
Palacio original se pueden ver aún unos pocos elementos:
Una
saetera del siglo XV situada en el muro del patio;
tres
arcos de ladrillo situados en el muro de fachada principal...
***
El
ala llamada Palacio de la Reina Doña Juana
pasó
a manos de Isabel de Barros (hija de Diego de Barros)
y
por sucesivas herencias llegó a los Galicia,
que
lo habitaron hasta hace poco.
En
la actualidad, del Palacio de San Martín
sólo
se conserva una parte de esas Casas de la Reina:
un
edificio organizado en torno a un patio porticado
en
el cual hay dos arcos con los blasones del rey Enrique,
y
dando al patio cámaras artesonadas con los blasones reales.
Su
estado es de progresivo deterioro.
Al
parecer, a finales del siglo XX sus dueños deseaban derribarlo
para
construir nuevos bloques;
impedimentos
legales frustraron su proyecto
y
el edificio quedó abandonado.
Los
vestigios del Palacio de San Martín están protegidos
por
la declaración de la ciudad como Conjunto Monumental,
pero
tal protección es demasiado vaga,
y
los restos que aún no han desaparecido se van degradando.
En
2006 la Administración Regional adquirió las Casas de la reina
para
evitar su ruina total, pero no se hizo nada.
En
enero de 2014 se ha iniciado un proyecto de consolidación.
***
De
los diferentes palacios reales que hubo en las ciudades castellanas
sólo
se conserva (bien que arruinado) éste de San Martín,
que
fue escenario de importantes acontecimientos.
En
él se alojó Enrique IV y también Isabel I.
La
Reina Católica estuvo muy vinculada a Segovia,
ciudad
por la que sintió gran aprecio.
y
en la que fue proclamada reina.
Sin
embargo, curiosamente la ciudad en la actualidad
mantiene
un nostálgico apego a Enrique y a la niña Juana
y
cierta animadversión hacia Isabel.
En
cambio, al parecer, en el libro de firmas del Mesón de Cándido,
se
guarda una dedicatoria de Neil Amstrong,
el
primer hombre que pisó la Luna,
que
visitó la ciudad y escribió:
«Sin
Segovia, no Isabel;
sin
Isabel, no América;
sin
América, no Luna».
No hay comentarios:
Publicar un comentario