domingo, 12 de junio de 2011

ALCALÁ LA REAL, II

Bajo el suelo de la iglesia
se abre un mundo de fosas.
Un laberinto de tumbas
profanadas.

Me siento en el suelo
en un rincón del templo
y observo.
Ante mí se extiende un campo
de fosas abiertas,
de gente que quiso ser enterrada en el interior de la iglesia
buscando la protección de lo sagrado
para el último tránsito.
Contemplo el suelo
en el que se han ido deshaciendo
sucesivos niveles de cadáveres,
todos con el mismo propósito
de que lo sagrado les amparase
en el paso postrero.

Se han ido deshaciendo en este espacio
tantos cadáveres
que el aire tiene una densidad distinta,
densidad de ceniza en suspensión.

Desconsagrado el templo,
convertido en ruina,
algo se quedó a medias,
el polvo no acabó de disolverse,
algunos espíritus no hallaron la puerta de salida,
quedan aquí almas en pena
solicitando el viático que pretendían
y que ahora, profanadas las tumbas,
se ha hecho imposible.

Sentada en el suelo del templo-cementerio
veo a esos espectros desesperados
que vagan por el ámbito desfigurado
buscando en vano una salida.
Su tránsito fue interrumpido
y quedaron
para siempre sujetos a una región intermedia
con todas las puertas cerradas.

Sentada en el suelo
veo las sombras
de esas gentes que quisieron asegurarse
la protección de lo sagrado
en el viaje final
pero que de algún modo llegaron tarde,
se entretuvieron
con las intrascendentes peripecias terrestres,
se enredaron con las preocupaciones de este lado,
y no llegaron a tiempo.

Sombras de personas a las que se les hizo tarde.
Cuando quisieron partir
las piedras removidas habían bloqueado las puertas,
los intermediarios habían desaparecido,
el sendero había sido borrado
y ya no encontraron el modo
de salir de este templo
convertido en prisión de almas.


No hay comentarios:

Publicar un comentario