Mostrando entradas con la etiqueta Jaime II. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Jaime II. Mostrar todas las entradas

lunes, 27 de febrero de 2012

GANDÍA


Castillo de Bairén


Rodrigo Díaz de Vivar había conquistado Valencia en 1094.
Ese mismo año se reunió con Pedro de Aragón
y concertó una alianza con él
para hacer frente a los almorávides,
que controlaban Játiva y Gandía.
En virtud de ese pacto,
en diciembre de 1096 el Cid y el rey partieron hacia el sur.
En enero de 1097 acamparon en el montículo de Bairén,
a 3 kilómetros de Gandía.
Muhammad ibn Tasufin, adalid del ejército islámico,
salió al encuentro de las tropas conjuntas cristianas.
Desde un promontorio próximo
hostigó el campamento cristiano
mientras la flota norteafricana
atacaba con arqueros y ballesteros desde el mar.
La situación parecía desesperada,
pero el Cid una mañana arengó a sus tropas
para llevar a cabo una carga con toda la caballería
y romper las filas enemigas.
Los almorávides, desprevenidos, cedieron sus posiciones
y huyeron en desbandada.
La desorganización de la retirada
hizo que muchos guerreros musulmanes murieran
ahogados en el río que tenían a su espalda
o en el mar al intentar alcanzar sus naves.
El ejército cristiano consiguió un gran botín
en la persecución posterior a la victoria,
y el paso franco.

Palacio Ducal

Pero tiempo después los árabes recuperaron
la fortaleza de Bairén y su valle.


*** ***



En 1239 Jaime I tomó el castillo de Bairén y su territorio.


En 1323 Jaime II concedió el señorío de Gandía
a su hijo el infante Pedro.


Para su residencia, el infante eligió el “tossal”
o punto más alto de la villa,
sobre el cual se construirá tiempo después el Palacio Ducal.


En 1361 don Pedro decidió ingresar
en el convento de San Francisco de Valencia,
y le sucedió su hijo Alfonso,
nacido en Gandía en 1332.

Blasón de Alfonso de Aragón y Foix

Alfonso de Aragón y Foix, llamado Alfonso “el Viejo”,
nieto de Jaime II el Justo y primo de Pedro IV el Ceremonioso,
marqués de Villena, conde de Ribagorza, conde de Denia
y primer condestable de Castilla,
inició la construcción del Palacio.

Palacio Ducal

En 1355 había sido investido como conde de Denia
por su primo el rey Pedro IV.

Al comenzar en 1366 la guerra con Castilla,
dirigió la defensa de la ciudad de Valencia
frente al ataque de Pedro el Cruel.

Durante la guerra civil castellana,
ayudó a Enrique de Trastámara,
al mando de las fuerzas que Pedro el Ceremonioso
envió para colaborar en el destronamiento de Pedro el Cruel.
En 1367 participó en la batalla de Nájera,
donde cayó preso de las tropas inglesas,
que apoyaban a Pedro de Castilla.
Fue entregado en cautiverio al condestable francés Jean Chando,
quien exigió por él un importante rescate.
Alfonso dejó como rehenes a sus hijos
Pedro (con el conde de Foix)
y Alfonso (con el príncipe de Gales),
que fueron liberados tras entregar la suma.

En recompensa por su apoyo, Enrique II de Castilla
le otorgó el marquesado de Villena en 1369.

En 1379, a la muerte de Enrique de Trastámara,
su sucesor, el rey de Castilla Juan I,
otorgó a don Alfonso el título de condestable.

La hostilidad de la nobleza castellana
impidió que permaneciese mucho tiempo en ese cargo,
y tanto el título de marqués de Villena
como el de condestable de Castilla
fueron anulados en 1391
por los tutores de Enrique III el Doliente,
pese a que el hijo primogénito de Alfonso, don Pedro,
casado con Juana de Castilla, hija del rey Enrique II de Trastámara,
había fallecido en 1385 en la batalla de Aljubarrota
defendiendo a Castilla.


En 1396 don Alfonso asistió a la coronación de Martín el Humano,
acto en el que fue nombrado duque de Gandía.
Era la primera vez que la Corona concedía ese título
a un caballero que no fuese hijo de rey.


Bajo el reinado de Martín
el nuevo duque mantuvo su prestigio de noble poderoso,
con presencia en las Cortes.


Todavía en vida del monarca Martín el Humano,
y por si éste muriese sin descendencia,
don Alfonso expuso sus derechos a la Corona
como descendiente de Jaime II.
Tras la muerte del rey,
pasó a ser uno de los seis candidatos al trono de Aragón.
El 5 de marzo de 1412 falleció el duque en Gandía,
antes de la finalización del Compromiso de Caspe.
Su muerte, anterior al Compromiso,
hizo que su candidatura recayera en su hermano,
Juan de Aragón y Foix.


Alfonso de Aragón fue un hombre culto
aficionado a la música y la poesía
e incluso autor de algunas composiciones trovadorescas.


El palacio del duque se convirtió en corte de artistas y poetas
como Joan Roig de Corella, Ausiàs March y Joanot Martorell,
señores además de territorios cercanos.

Monasterio de San Jerónimo de Cotalba

Alfonso el Viejo patrocinó diversas obras
como el monasterio de San Jerónimo de Cotalba, en Alfahuir.
En 1388 el duque Alfonso
impulsó esta construcción monástica,
donando el terreno de Cotalba a la comunidad jerónima de Jávea
para que se trasladase allí,
evitando con ello el riesgo permanente
de las incursiones de los piratas berberiscos en la costa.

El monasterio se levanta sobre el Tossalet de Cotalba,
en el término de Alfahuir,
a 8 kilómetros de Gandía.

Alfonso “el Joven”, su hijo y sucesor,
continuará la construcción del monasterio.

A partir de entonces se inicia
la expansión de la Orden de los Jerónimos en el Reino,
convirtiéndose este monasterio en la Casa Madre,
al ser la primera comunidad jerónima
establecida en la Corona de Aragón.

Fue Pere March, padre del poeta Ausiàs March,
como mayordomo del duque de Gandía,
el supervisor de la edificación del cenobio.
Y la familia March quedó vinculada a este monasterio,
en cuya iglesia tuvieron una capilla
en la que fueron enterrados varios de sus miembros,
entre ellos las dos esposas de Ausiàs March.

En la sala capitular fueron enterrados
dos hijos del duque Alfonso el Viejo,
los Infantes Juan y Blanca de Aragón,
en un sarcófago en piedra tallada.


Posteriormente, en el siglo XVI, el monasterio tendrá también
la protección de la familia Borja,
siendo la duquesa de Gandía, María Enríquez de Luna,
la que realizó obras de ampliación.

Palacio Ducal

En 1412 a Alfonso “el Viejo” le sucede su hijo Alfonso “el Joven”,
pero en 1424 éste muere sin descendencia
y el ducado revierte a la Corona.


*** ***



En 1485 el cardenal Rodrigo de Borja, futuro papa Alejandro VI,
compró desde Roma el Ducado de Gandía a Fernando el Católico
para su hijo Pedro Luis de Borja,
que se convirtió así en primer duque de Gandía.
De este modo el cardenal consolidaba el vínculo con su tierra natal.
Con Pedro Luis se inició la saga de los duques borgianos de Gandía
que se prolongará durante doce generaciones.


A Pedro Luis le sucedió su hermano Juan,
que casó con María Enríquez de Luna,
prima de Fernando el Católico.


Juan de Borja fue asesinado en Roma en 1497.
Le sucedió su hijo Juan de Borja Enríquez de Luna,
que casó con Juana de Aragón,
hija del arzobispo de Zaragoza Alonso de Aragón
(hijo ilegítimo de Fernando el Católico)
y hermana de dos arzobispos zaragozanos
sucesores de su padre, Juan y Fernando.

Palacio Ducal. Salón de Coronas

Juan de Borja y Juana de Aragón
fueron los padres de Francisco,
nacido en Gandía en 1510.
El IV duque casó con Eleanor, noble portuguesa
de la corte de la Emperatriz Isabel.


Francisco de Borja y Aragón
había sido, como otros muchos en la corte,
deslumbrado por la belleza de la Emperatriz.
En mayo de 1539 moría Isabel en Toledo,
y el entonces marqués formó parte de la comitiva
encargada de trasladar el cadáver a Granada,
donde iba a ser enterrado.
Como parte del ceremonial,
el Caballerizo Mayor de la emperatriz, don Francisco,
era el encargado de cerrar el féretro
tras depositar en él el cadáver
y de abrirlo al llegar al lugar del enterramiento,
para dar fe de que el cuerpo guardado en el ataúd
seguía siendo el mismo.
El cortejo fúnebre transportó el cuerpo de la reina
por los caminos manchegos y andaluces,
bajo un sol ya casi de verano.
Doña Isabel había ordenado que no se la embalsamase...
En Granada don Francisco abrió el ataúd
para reconocer el cadáver,
para certificar la identidad del cuerpo.
El caballero contempló con horror a su bellísima Emperatriz.
El rostro de la difunta, aquel rostro fascinante,
estaba ya en proceso de descomposición.
El cuerpo tan bello de aquella mujer
se había corrompido por el camino.
De su belleza no quedaba nada.
El marqués abre la caja y mira, y lo que ve lo cambia para siempre.


Don Francisco decidió entonces:
«Nunca más servir a señor que se me pueda morir».
Al término de la peregrinación por tierras castellanas,
don Francisco se aparta del mundo para siempre.

Palacio Ducal. Capilla Neogótica

Sin embargo, durante unos años
tuvo que seguir habitando el palacio.


En la Capilla Neogótica se conserva hoy
el crucifijo del santo.

Palacio Ducal. Celda-oratorio de Francisco de Borja

Y se conserva también su celda-oratorio,
cuyo techo tiene forma de ataúd
y cuyas paredes están decoradas con grisallas
realizadas por Filippo de San Leocadio,
hijo de Paolo de San Leocadio.


En 1546 Eleanor murió
y Francisco de Borja, IV duque de Gandía,
marqués de Llombay, Grande de España y Virrey de Cataluña,
pudo abandonar la vida mundana
para incorporarse a la orden de los jesuitas,
renunciando al ducado en favor de su hijo Carlos.


Inmediatamente se le ofreció a Francisco el título de cardenal.
Lo rechazó, prefiriendo la vida de predicador.
En 1565 se convirtió en Padre General de la Orden.
Fundó el Colegio Jesuíta de Gandía,
el primero en recibir alumnos seglares.


*** ***



Muerto el último de los duques Borja sin descendencia,
palacio y ducado pasaron a manos de los duques de Osuna.
A finales del siglo XVIII los duques de Osuna
dejaron el palacio, que quedó abandonado durante cien años.


En 1890, ante el estado ruinoso del edificio,
el palacio fue sacado a pública subasta como solar,
contando con que la construcción sería derruida.


Pero la Compañía de Jesús adquirió el palacio
para conservar la memoria de Francisco de Borja,
nacido en él.

Palacio Ducal. Salón de Coronas

Los jesuitas emprenden la restauración de la casa,
la recuperación del recuerdo del santo
y la adaptación de parte de las estancias
para residencia, culto religioso y docencia.


Se conserva, entre otras salas, el Salón de Coronas,
remodelado en tiempos de Francisco de Borja,
durante los primeros años de su mandato al frente del ducado.
Se llama así por el elemento decorativo del techo,
la doble corona ducal, que llena todo el artesonado;
Alejandro VI utilizó esa enseña
como símbolo en su coronación papal,
y sus hijos lo adoptaron como distintivo propio.
En el friso superior se recoge,
en una inscripción que rodea la sala,
el consejo del duque a sus hijos,
tomado de las epístolas de San Pablo,
y que traducido del latín dice:
«Corred para obtener el premio,
pues sólo será coronado el que haya combatido según la ley».
Cubriendo las paredes,
ocho sargas en las que se plasma un ciclo de escenas
de la vida de Francisco de Borja.
Presidiendo el salón, un retrato del IV Duque
vestido con los hábitos de Caballero de Santiago.


Aquí tenían lugar las audiencias
y se despachaban los asuntos más importantes
en los tiempos de gloria del Ducado...

 

viernes, 24 de febrero de 2012

SIMAT DE VALLDIGNA


La fundación de monasterios era, para los reyes,
un medio de consolidar la tierra reconquistada.

Así lo fue para Jaime II,
hombre culto, religioso y austero,
nacido en el Palacio Real de Valencia.


En 1297 Jaime II donó al Cister
el valle que desde entonces se llamó Valldigna
(que había sido conquistado por su abuelo Jaime I en 1240)
para la construcción allí de un nuevo cenobio.
Trece monjes llegaron para formar la nueva comunidad.
Su abad se convertía en señor del valle,
de su castillo, sus caseríos y sus alquerías.
El rey le concedió incluso jurisdicción sobre el mar
cinco millas adentro,
y ahí figura, en el escudo del monasterio
una torre sobre las olas del mar,
como símbolo de posesión de las aguas.

El cenobio se levantó en el valle,
al pie de la Mola del Toro,
y se organizó como una comunidad agrícola autosuficiente.
Un acueducto le llevaba el agua
desde la fuente de Cirer.


Pronto el monasterio de Santa María de la Valldigna
se convirtió en centro de cultura y poder.
Sus abades disponían de voz y voto en las Cortes Valencianas.
Tuvo propiedades en Valencia, Játiva, Alcira, Gandía
y muchas otras poblaciones.


En 1396 parte del edificio tuvo que ser reconstruido
tras sufrir un terremoto.

A finales del siglo XV
el abad Rodrigo de Borja (futuro papa Alejandro VI)
encargó la construcción de la sala capitular
a Pere Compte, el artífice de la Lonja de Valencia.
En las claves de su bóveda,
la Virgen, San Benito, San Bernardo,
los abades Rodrigo Borja y César Borja,
los escudos de Valldigna y de la ciudad de Valencia.

En en siglo XVI
también fueron abades de la Valldigna
Luis de Borja y Alonso de Borja.

La zona residencial del cenobio alojó
a Martín el Humano, Alfonso el Magnánimo y Felipe II.

En 1644 otro terremoto destruyó la iglesia
y fue nuevamente levantada.
En las pechinas de la cúpula del crucero,
cuatro escudos representan las armas hispánicas:
las armas de Aragón, Navarra, Sicilia, Portugal y Jerusalén,
las armas de León, Castilla, Granada y Portugal,
las armas de Flandes, Tirol, Brabante, Austria y Borgoña,
las armas del Reino de Valencia, Valldigna y el Cister.


En 1835, con la Desamortización,
los monjes tuvieron que abandonar el monasterio
y comenzó el proceso de expolio y destrucción del monumento.
Partes del mismo fueron vendidas a particulares,
otras fueron derruidas para dedicar el terreno a plantaciones,
produciéndose una terrible devastación de aquel gran centro.
Los sillares de los muros y las losas del pavimento
fueron utilizados como material de construcción.

El coro de la iglesia fue desmontado
y llevado al monasterio de la Zaidía, de Valencia.
Pero en 1936 el monasterio de la Zaidía
fue asaltado y el coro quemado.

Dos grandes óleos que adornaban las paredes del transepto
permanecen en el Museo de Bellas Artes de Valencia.

Los desolados restos de Santa María
fueron utilizados como silo y establo,
como almacén de maquinaria,
como depósito de explosivos...


Del llamado Claustro del Silencio
sólo quedan los vestigios de unos pocos arcos ojivales.


El Palacio Abacial es una ruina.


Del pequeño claustro que distribuía las dependencias del abad
se conservan columnas y arcadas
y el pozo de piedra en su centro.
Sobre este claustro bajo
se elevaba un hermoso sobreclaustro.

Residencia del Canto del Pico

En 1920 este claustrillo fue desmontado
y trasladado en piezas
a la localidad madrileña de Torrelodones,
a la residencia que se estaba construyendo
en la finca del “Canto del Pico”
el Conde de las Almenas, José María del Palacio y Abárzuza.

Residencia del Canto del Pico

En 1991 la Generalitat Valenciana adquirió el monasterio
e inició su recuperación.


En 2003 la Generalitat compró el sobreclaustro.


En 2007 lo repuso en su lugar original.













Hoy hay fiesta en el antiguo monasterio,
hay música en la iglesia
y gente en el jardín.


Yo me alejo.
Paseo por los campos de naranjos.


El pueblo se halla
en un hermoso valle próximo al mar,
cubierto por el intenso verde de la hoja del naranjo
y empapado por el aroma del azahar.


Paseo por los campos del monasterio
escuchando las voces del coro
que canta en la iglesia.


El día es radiante,
una brisa fresca sacude las flores blancas
de los naranjales,
el cielo brilla inmensamente azul.


El viejo monasterio ha sido destrozado
por el tiempo y los hombres
y los escasos restos emanan
una aguda tristeza.


Recojo una pequeña piedra suelta
del suelo primitivo.


Una piedra redondeada y blanquecina,
suave, humana.


La aprieto en mi mano
buscando en ella el nexo transmisor
que me ayude a ver el pasado.
Y, a través de ella, escucho.


Aquí ya no hay monjes
pero presto atención y, entremezcladas
con las voces del coro,
puedo oir sus pisadas, pisadas blandas
de pies calzados con sandalias.


Esto fue una rica abadía del Císter.


Aquí vivieron esos monjes
de hábito blanco y espíritu orgulloso,
acostumbrados a tratar con nobles y guerreros.


Aquí trabajaron la tierra, aquí rezaron,
por aquí caminaron.


Puedo oir sus pasos quedos
y puedo ver sus sombras encapuchadas,
tan blancas como las flores de los naranjos.


Me refugio en el apartado claustro
con la piedra apretada en mi mano,
escuchando, viendo.


Ya no oigo los cantos del coro
que hoy da un concierto en lo que fuera iglesia,
sino los murmullos de los muertos.


Me siento en el brocal del pozo,
entre columnas blancas como los monjes,
a escuchar los ecos de los rezos
que la piedra ha guardado.


Se me acerca un hombre,
un extraño hombre vestido de blanco.


Me saluda
y me pregunta si este lugar
me trae recuerdos.


No sé qué responder a la enigmática pregunta.
Recuerdos... Quizá sí...
Quizá estoy recordando...


El hombre permanece en pie a mi lado.
Su presencia lo está impregnando todo
de melancolía.


Me habla con voz pausada
de no sé qué.


Comprendo que lo que importa no es lo que dice
sino el triste sonido de su voz,
su presencia.


Al cabo de un rato, se despide
y lo veo caminar entre las ruinas,
blanco, apesadumbrado.


No sé quién es, pero me siento
unida a él por un íntimo vínculo.


Él me ha comprendido,
yo he compartido su pena.


Me quedo sola, con la piedra apretada en la mano.
No sé lo que ha ocurrido, no sé
cuánto tiempo ha pasado.


Estoy sola en el claustro,
el cielo se ha nublado,
el coro ya no canta.


De algún modo,
he visto el interior de ese hombre
y él ha estado en mi corazón.

Y ahora tengo recuerdos que apenas reconozco
y quizá él, allá a donde haya ido
recuerda mi pasado. O mi futuro.