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viernes, 10 de julio de 2015

BURGOS. Cartuja de Miraflores (II)




JUAN II E ISABEL DE PORTUGAL



El rey Juan II de Castilla
era hijo de Enrique III el Doliente y de Catalina de Lancaster.

Se casó a los 15 años, en 1420, con su prima María de Aragón,
hija de Fernando de Antequera y hermana de los Infantes de Aragón.
Del matrimonio nacieron cuatro hijos:
Tres niñas muertas en la infancia:
Leonor (1422-1424), Catalina (1423-1425) y María (1428-1429),
y Enrique (futuro Enrique IV de Castilla, 1425-1474).

En 1447, a la edad de 42 años, Juan II casó en segundas nupcias,
en Madrigal de las Altas Torres,
con Isabel de Portugal,
hija de Isabel de Barcelos y el rey Juan de Portugal.
De esta unión nacieron dos hijos, hermanastros de Enrique IV:
Isabel, futura reina de Castilla, y el infante Alfonso.

Don Juan murió en Valladolid en 1454.

La muerte de su marido provocó a la reina cierta enajenación mental,
por lo que se le confinó con su madre e hijos en el castillo de Arévalo,
donde residió durante 42 años, hasta su fallecimiento en 1496.



En 1489 Gil de Siloé, por encargo de Isabel la Católica,
empezó a trabajar en el sepulcro de los reyes Juan e Isabel,
realizado en alabastro llevado de Guadalajara.
Para transportar el material se emplearon cien de carretas de bueyes.
La cancillería real emitió en 1489 un documento
ordenando que la comitiva no pagara portazgos,
que se permitiera pastar a los bueyes
y que se dejara cortar madera para reparar los carros.
El trabajo de Siloé concluyó en 1493.



El monumento funerario de los padres de la reina Isabel
es único en Europa: una estrella de ocho puntas
en cuyo centro se encuentran las estatuas yacentes de los reyes
y a su alrededor unas quinientas figuras y una densa decoración.

Ocupa la cabecera de la iglesia, ante el altar mayor.
Bajo el cenotafio se halla la cripta, un pequeño habitáculo
al que se accede, verticalmente, mediante una escalera de mano.



Durante la Guerra de la Independencia,
la Cartuja fue usada como Cuartel General de las tropas francesas,
que saquearon las tumbas reales.
Se cuenta que levantaron el suelo en busca de tesoros,
llevándose, entre otras cosas, las espuelas de oro del rey.

A su partida, los cartujos recogieron los restos óseos
y volvieron a depositarlos en la cripta,
probablemente en el mismo suelo.

A comienzos del siglo XX se procedió al arreglo de la misma
y se colocaron los huesos en un arca
de madera y bronce, forrada de tafetán carmesí.



En 2006, con ocasión de la restauración de los sepulcros,
se extrajo y estudió el contenido de esta urna.

La exhumación de los restos se hizo en presencia
del padre cartujo José María, Procurador de la Cartuja.

Se concluyó que el arca contenía restos de dos personas.



Una de ellas era un hombre,
cuyo esqueleto se conservaba casi completo,
salvo la mayoría de los huesos pequeños,
lo que indica que se trata de un enterramiento
realizado a partir de otra inhumación anterior,
proceso en el cual los restos fueron removidos
y se perdieron los de menor tamaño.
La calavera está parcialmente destruida,
como si hubiera sido golpeada,
lo que debió de ocurrir durante el saqueo napoleónico.



Este esqueleto correspondería al rey Juan II.
Sería un hombre alto, de 179 centímetros,
con cara fina y nariz larga y con caballete.
El tabique nasal estaba desviado
a consecuencia de un golpe sufrido en la infancia;
los cornetes nasales izquierdos estaban atrofiados
y el derecho muy desarrollado,
lo que le impediría respirar con normalidad.
En la edad adulta se fracturó la escápula izquierda,
lo que habría reducido la movilidad de hombro y brazo izquierdos.
Murió a los 49 años, de malaria,
fiebre que no dejó evidencias en los huesos.



Junto a este esqueleto de varón, se hallaron sólo
cuatro fragmentos de huesos largos de una mujer adulta,
atribuibles a Isabel de Portugal
(su ADN se corresponde con el de su hijo Alfonso).

La desaparición del resto de los huesos de la reina
debió de producirse durante el saqueo.



Terminado el análisis, los restos han vuelto ha ser depositados
en la urna donde se encontraban.

En el acto de inhumación, el padre José María ofició un responso.



[Información procedente
de los CUADERNOS DE RESTAURACIÓN DE IBERDROLA,
“La Cartuja de Miraflores”].


jueves, 9 de julio de 2015

BURGOS. Cartuja de Miraflores (I)




En el siglo XV Enrique III el Doliente
se hace con la propiedad de unas tierras próximas a Burgos,
en el lugar que se llamará Miraflores;
una zona boscosa (hoy Parque de Fuentes Blancas)
a unos 3 kilómetros de la ciudad.

Allí el rey se construyó un palacete,
un pabellón de descanso, recreo y caza,
del que no quedan restos.


El hijo de Enrique, Juan II, decide convertirlo en monasterio,
instalando la iglesia en una de las salas palaciegas
y las celdas en las habitaciones de la zona alta.
Lo entregó a la Orden de la Cartuja en 1441.
Los primeros tres monjes llegaron de la Cartuja de Sevilla.

En Borgoña, los Duques habían manifestado su preferencia
por esta severa Orden
y habían fundado cerca de la capital, Dijon, la Cartuja de Champmol,
que convirtieron en panteón ducal, con monumentales sepulturas.

También los reyes de Castilla sintieron predilección por los cartujos
y Juan II piensa en instalar en Miraflores su capilla funeraria.

En 1452 un incendio destruyó el palacio-convento.


El rey encargó su reconstrucción a Juan de Colonia,
el arquitecto contratado por el obispo Alonso de Cartagena.
Es entonces cuando el nuevo cenobio recibe su nombre actual,
cartuja de Santa María de Miraflores.

Pero el rey fallece en 1454, con la construcción inacabada.
Su cuerpo fue depositado en sucesivos conventos:
En un primer momento, San Pablo de Valladolid,
de donde fue trasladado a Burgos,
primero a Las Huelgas y después a San Pablo.

Durante el reinado de su hijo y sucesor, Enrique IV,
el desarrollo de las obras se estancó
por falta de medios y de protección real.


En 1483 la ya reina Isabel reside una larga temporada en Burgos,
visita Miraflores y manifiesta su voluntad
de dotar a su padre de un sepulcro adecuado
en el lugar donde él había deseado ser enterrado.


Hasta entonces, los más suntuosos panteones castellanos
los estaban erigiendo las grandes familias nobles,
bien personales,
como el de Álvaro de Luna y su mujer en la catedral de Toledo
o el de Gómez Manrique y la suya en Fresdelval,
bien dinásticos,
como el de los condestables de Castilla en Medina de Pomar
o el de los almirantes de Castilla en Santa Clara de Palencia,
e incluso de grandes prelados,
como el de Alonso de Cartagena en la catedral de Burgos.

Durante los reinados de Juan II y Enrique IV
el poder de la nobleza había ido en aumento
y con él su afán de construir conjuntos funerarios
destinados a la glorificación de sus linajes.

En el reinado de Enrique IV
algunos nobles aspiraron a ser enterrados en la cartuja burgalense.
Cuando Isabel lo supo, prohibió estos enterramientos:
Sólo la monarquía debía tener allí sepultura.
Allí iban a ser enterrados su padre Juan II,
su madre, la segunda esposa del rey, Isabel de Portugal,
y su hermano, el infante Alfonso, fallecido en 1468.
Aquel ámbito iba a ser el Panteón Real
de una de las monarquías más pujantes de fines de la Edad Media.

Isabel quiso que la sepultura real
estuviera por encima de las nobiliarias.
Hacía más de ochenta años que no se había hecho
ningún sepulcro digno para la realeza castellana.


Lo primero era terminar la construcción,
tarea que encomendó a Simón de Colonia,
hijo de Juan de Colonia, ya fallecido.

En 1484 la iglesia estaba terminada.


En 1486 tuvo lugar el encuentro entre Isabel y Gil de Siloé,
por entonces el escultor más importante de los reinos peninsulares
y residente en Burgos.
Siloé, aunque de origen posiblemente flamenco,
quizás se había formado ya en Burgos,
en la cantería abierta por encargo de Alonso de Cartagena
en las torres a los pies de la catedral, debidas a Juan de Colonia.
(Casos similares eran los de Simón de Colonia y Juan Guas,
que, procedentes del Norte, tuvieron ya una formación hispana).
Aunque Siloé trabaja ya a finales del siglo XV,
se mantuvo ajeno a las nuevas corrientes italianas
y se convirtió en el mejor representante del gótico isabelino,
combinación de influencias mudéjares y flamencas
exclusiva de España.


A él encargará la reina los sepulcros de su hermano y sus padres,
que en la actualidad son considerados
obras de las más importantes del mundo en alabastro.
También fue obra de Siloé el retablo mayor,
en colaboración con el pintor Diego de la Cruz,
obra en la que figuran los reyes Juan e Isabel
a ambos lados de la Cruz.


El sepulcro que la reina Isabel encargó para su hermano Alfonso
estuvo terminado en 1492.
El de sus padres, don Juan y doña Isabel, en 1493.
Juan II finalmente, por orden de su hija,
sería inhumado en Miraflores, como había sido su voluntad.