Calatrava la Vieja fue un ribat musulmán, “Kalaat
Raawak” o “Qal'at Rabah” (Calatrava), traducido como “Castillo de las
Ganancias”, ubicado cerca de la actual Ciudad Real.
El enclave era esencial para defender el paso del
Guadiana y el tráfico entre Córdoba y Toledo.
De ahí que hacia el año 750 los musulmanes
construyeran sobre el cerro una fortaleza.
Alfonso VII de Castilla la conquistó en enero de
1147.
En 1243, en la Historia
de los hechos de España, Libro Séptimo, Rodrigo Jiménez de Rada, el primer
“historiador” hispánico, contaba lo ocurrido casi un siglo antes en Calatrava
la Vieja:
«Atacando el emperador a los moros por la zona de
Toledo, tras asediar largo tiempo con asaltos y máquinas de guerra a Calatrava,
que constituía un grave peligro para el reino de Toledo, la conquistó y cedió
al primado don Raimundo de Toledo la iglesia con sus amplias posesiones y los
diezmos de los réditos reales, y conservó algunas aldeas de su término, que
tenían buenas defensas, y arrasó otras, a saber, Alarcos, Caracuel, Pedroche,
Santa Eufemia, Maestanza, Alcudia y Almodóvar».
En febrero de 1147, “el Emperador” donó a Raimundo
Arzobispo de Toledo y a sus sucesores y a los canónigos de la Catedral de Santa
María, como compensación por el apoyo económico de esta sede arzobispal en la
campaña, y porque «todo el mundo sabe en España cuántos males y cuántas
persecuciones han venido al pueblo y ciudad de Toledo a través de Calatrava
mientras estuvo en poder de los musulmanes»:
«la Mezquita Mayor de Calatrava con sus tiendas,
viñas y todas las heredades que tuvo y poseyó en tiempo de los moros; y os la
doy para que como hasta aquí fue Mezquita de Moros, la hagáis casa de Dios e
Iglesia de Fieles, haciendo que diez clérigos, presbíteros y diáconos
permanezcan allí para su servicio. Además os doy el diezmo de todas las rentas
reales de Calatrava, conviene a saber, de portazgo, del quinto, de las tiendas,
de los baños, de los hornos, del pan y vino, de los molinos y de la pesca, y de
todo lo que pertenezca al fisco».
Un año después, según consta en un diploma del
monasterio de Retuerta de 1148, la fortaleza fue puesta bajo la tenencia de
Armengol VI “el Castellano”, conde de Urgel y señor de Valladolid, y pariente
del alcaide de Toledo.
En el epílogo del Libro de la tradición, crónica del historiador toledado Abraham Ben
David Ha-Levi Ibn Daud (1118-1180), se informa de que en 1154 (año de la muerte
de Armengol) era “gobernador de Calatrava” y jefe del ejército de Alfonso VII
Jehudám ha-Narí, hijo del magnate granadino Josef ha-Narí Ibn Ezra.
Posteriormente Jehudám fue nombrado mayordomo de Alfonso VII, “prosperando en
su curia y llegando a ser uno de sus consejeros e importante miembro de su
gobierno”. Puede que este personaje sea el amojarife Judá al que Sancho III, en
marzo de 1158, entregó cinco yugadas de heredad en Azaña a cambio de la mitad
de la aldea de Ciruelos para ceder ésta a la Orden de Calatrava. La otra mitad
había sido dada a los monjes de Calatrava en febrero. Allí se instalaría
Raimundo de Fitero.
Es posible que el Temple se asentara en Calatrava
en 1154, o que se asentara en 1147 y que lo que Alfonso VII cediese a Armengol
de Urgel y al caudillo judío fuera sólo una parcela de la jurisdicción real.
Dada la importancia estratégica del lugar como
baluarte avanzado de Toledo ante los moros, tras la corta posesión por parte de
algunos magnates, el rey quiso asegurar su defensa entregándola a la Orden del
Temple, ya que por aquellas fechas no existían los ejércitos regulares ni era
fácil poblar las zonas de frontera. Unos años más tarde, ante el empuje
islámico, el Temple dio la empresa por perdida y devolvió la fortaleza al
sucesor de Alfonso, el rey Sancho III (Alfonso VII murió en 1157).
Cuenta Rodrigo Jiménez de Rada:
«Llegó el rey Sancho a Toledo, y empezó a tomar
cuerpo la noticia de que un gran ejército árabe marchaba sobre Calatrava. Los
frailes de la orden del Temple, que ocupaban la fortaleza de Calatrava, ante la
posibilidad de que no fueran capaces de resistir la embestida de los árabes,
acudieron al rey Sancho a rogarle que se hiciese cargo de la fortaleza y de la
villa de Calatrava, ya que ellos no tenían fuerzas suficientes para hacer
frente a los árabes y no habían encontrado ningún poderoso dispuesto a asumir
el riesgo de la defensa. Se encontraba por entonces en Toledo un clérigo,
Raimundo, abad de Fitero, acompañado de un monje llamado Diego Velázquez, de
origen noble y antaño experto en cosas de la milicia, y que era oriundo de la
Bureva y se había criado en su adolescencia junto al rey Sancho.
Al darse cuenta de la preocupación del rey ante el
peligro que corría Calatrava, aconsejó al abad que le solicitara ésta al rey; y
aunque en un principio el abad se mostró reticente, acabó por acceder a los
ruegos del monje, antes soldado, y, presentándose al rey, le solicitó
Calatrava. Y aunque algunas personas lo consideraron una temeridad, sin embargo
fue voluntad del Señor que el rey diera su aprobación, y sin demora el abad y
el monje se presentaron al primado Juan, que entonces gobernaba la iglesia de
Toledo; al oír éste su loable intención, dio gracias a Dios y al punto les
aportó ayuda de su propio patrimonio y dispuso que se hiciera público que
ganarían indulgencias de todos los pecados todos los que acudieran a la defensa
de Calatrava.
Y se produjo tal conmoción en la ciudad que apenas
si se podía encontrar a alguien que o no fuera en persona o no contribuyese con
caballos, armas o dinero. Y el rey Sancho concedió inmediatamente al abad y a
Santa María de Fitero la posesión a perpetuidad de la villa y la fortaleza de
Calatrava.
Y con el Señor como guía llegaron a ésta el abad y
el monje Diego Velázquez, y sucedió, por voluntad del Altísimo, que el ejército
agareno, del que tanto se había hablado, no se presentó. Y entonces muchos a
los que animaba su devoción, aligeradas sus vestimentas tal como exige la
movilidad militar, entraron en esa orden, y en seguida comenzaron a acosar y
atacar a los árabes, y con la ayuda del Señor fue tomando cuerpo la proeza a
impulsos de los monjes.
Entonces marchó el abad al monasterio, y al volver
a Calatrava trajo con él rebaños de vacas y ovejas y cantidad de utensilios, de
lo que por entonces poseía Fitero con creces, y también gran cantidad de
combatientes, a quienes proporcionó soldada y viático, dejando allí solamente a
los enfermos e impedidos para que procurasen el mantenimiento del monasterio».
Así pues, en 1157, ante la situación creada por el
abandono de los templarios y el inminente peligro, el rey reunió a sus notables
y ofreció Calatrava a quien se hiciera cargo de su defensa. Entre la sorpresa y
las bromas de los nobles, Raimundo, abad del monasterio cisterciense de Fitero,
alentado por el monje de su monasterio Diego Velázquez, que había sido
anteriormente guerrero, aceptó el reto. Al no haber alternativa, el rey cumplió
su palabra, entregando Calatrava a los monjes de Fitero.
Según algunos, la renuncia de los templarios a
defender Calatrava, el abandono de su misión, supuso un duro golpe a su
prestigio militar en Castilla, donde fueron sustituidos en la estima por la
nueva Orden recién surgida.
En 1572 publicó la Crónica de la Orden el freire
calatravo Francisco de Rades y Andrada, primer historiador de la Orden.
Rades y Andrada recogió el episodio de la rendición
templaria: Cuenta que los caballeros de “la Orden del santo Templo, que se
decían Templarios” controlaron Calatrava y la defendieron de los moros «con
grandes gastos de su hacienda y peligro de sus personas, por que cada día eran
combatidos de Moros», y que Calatrava estuvo en manos del Temple hasta que la
devolvieron al rey, tras enterarse de que un gran ejército almohade se dirigía
a Calatrava para conquistarla:
«Pues como el Maestre de los Templarios tuviese
noticia y aviso de como los Moros pretendían venir a poner cerco a Calatrava con
tan poderoso ejército, fuese para el Rey don Sancho el deseado, que estaba en
Toledo, y díjole que él no se atrevía a defender la villa de Calatrava de tan
grueso ejército de Moros, por tanto le suplicaba fuese servido de tomar aquella
villa para su Corona Real, y enviar gente que la defendiese. El Rey aceptó la
petición y luego el Maestre hizo dejación y renunciación de la Villa y sus
términos en el Rey».
Rades cuenta que el monje cisterciense Diego
Velázquez convenció a Raimundo de Fitero de que pidiera Calatrava al rey y
asumiera su defensa, y asimismo convenció al monarca de que accediese a tal
solicitud.
Y aclara Rades:
«Aunque esta concesión y donación fue en Toledo, la
escritura de ella se hizo en Almazán, pasando por allí el Rey».
El 1 de enero de 1158 se escritura en Almazán esta
donación:
«Por inspiración divina hago carta de donación, y
texto de escritura para siempre valedero, a Dios, y a la bienaventurada virgen
María, y a la santa congregación del Císter, y a vos don Raymundo, abad de Santa
María de Fitero, y a todos vuestros frailes, así presentes como por venir, de
la villa que se llama Calatrava, para que la tengais y poseáis ahora, libre y
pacífica, por juro de heredad desde ahora para siempre, y la defendáis de los
Paganos, enemigos de la Cruz de Cristo, con su favor y nuestro. Y digo que os
la doy con sus términos y montes, tierras, aguas, prados y pastos, entradas y
salidas, y con todos los derechos pertenecientes a la dicha Villa: para que la
tengáis y poseáis por juro de heredad (como tenemos dicho) vos y todos vuestros
sucesores que fueren de vuestra Orden, y quisieren servir a Dios allí, para
siempre».
A continuación tiene lugar en la misma villa de
Almazán la fundación de la Orden de Calatrava:
Según Rades, el rey sugirió a Diego Velázquez y
Raimundo de Fitero que “sería bien fundar en Calatrava una Orden de Caballería”,
y el arzobispo Juan de Toledo otorgó indulgencia para quienes fuesen a defender
Calatrava, “o fauorescieessen con dineros, armas, cauallos, o qualquier otra
cosa”.
El abad regresó a Fitero, dejando como caudillo de
Calatrava a fray Diego Velázquez.
En poco tiempo Raimundo formó en Fitero y tierras
de Aragón un gran contingente de monjes (dejó en Fitero sólo a los ancianos y
los enfermos) y soldados, que unió a los hombres que había reclutado fray Diego
Velázquez en las cercanías de Calatrava.
De este modo se formó un importante ejército que
reforzó las defensas de Calatrava, lo que hizo que los almohades desistiesen de
su idea de ocuparla; no atacaron, sino que se retiraron hacia el sur.
Raimundo llevó igualmente a Calatrava muchas vacas
y ovejas y bienes muebles del monasterio y hombres para repoblar el Campo de
Calatrava (llamado entonces Tierra de Alvar Fáñez).
«Entonces muchos de aquellos a quienes la devoción
había incitado a ir con el Abad, tomaron un hábito moderado y templado de
religión, como convenía para el ejércicio de la guerra, conforme a la
institudio de orden militar que hizo el Abad, bajo la orden del Cister, que
llaman de san Bernardo; con este hábito al punto comenzaron a hacer la guerra a
los Moros, y lograron contra ellos victoria muchas veces».
El compromiso de defender Calatrava se mantuvo,
pero los caballeros rechazaron tener por superior a un Abad del Císter y vivir
entre los monjes y eligieron un Maestre. Los monjes se retiraron a Ciruelos y
los caballeros a Ocaña, donde se convirtieron en una Orden militar, la primera
hispana, que adoptó el nombre de Calatrava.
Explica Rades de Andrada:
«Llamaron a esta orden, Milicia de Calatrava, porque
fue instituida en la villa de este nombre. Es miembro de la del Cister, y como
tal fue incorporada en ella, y aprobada por la santa madre Yglesia, el año de
mil ciento sesenta y cuatro... Las personas de esta orden, así legos como
clérigos, se llamaron Freyles y no Frayles, por diferenciarse de las otras
Órdenes que no son militares».
Américo Castro escribe:
«Me atrevería a sugerir que, si bien la forma de
constituirse las órdenes españolas fue debida al ejemplo de los templarios, la
materia y el espíritu de aquéllas fueron hispano-islámicos (...) Es presumible
que la primitiva organización de los caballeros de Calatrava, lejos de surgir
como envidiosa imitación de la pujanza templaria, hubiera sido más bien una
reacción de ascetismo guerrero frente a un ocasional desfallecimiento de
aquella institución extranjera [el Temple] (...) cuando abandonaba el lugar
fronterizo en 1158, fueren las que fueren las razones de su retirada».
Esta Milicia será la preferida de Alfonso VIII (rey
desde septiembre de 1158), que le otorgó grandes y numerosas mercedes.
Rodrigo Jiménez de Rada, en el capítulo XXVII del
Libro Séptimo de la Historia de los
Hechos de España, cuenta al respecto:
«Sancho, su añorado padre, dio a Fitero Calatrava,
el noble Alfonso lo sancionó: acogió la vida monacal la orden de caballería y
el punto de partida de los frailes fue Fitero. El rey Alfonso los formó y con
muchas heredades los enriqueció. Zurita, Almoguera, Maqueda, Aceca y Cogolludo
les entregó y les quitó el peso de la pobreza y les añadió bienes adecuados. Su
aumento es la gloria regia, y su instrucción, la corona del príncipe. Los que
entonaban salmos se ciñeron la espada y los que lloraban rezando defendieron la
patria. Un frugal alimento fue su condumio, y la aspereza de la lana, su vestido.
El rigor diario los pone a prueba y la práctica del silencio los acompaña.
Reiteradas genuflexiones los humillan y la vigilia nocturna los mantiene
tensos. La oración fervorosa los enriquece y el trabajo diario los adiestra.
Cada uno vela por los pasos del otro y el fraile incita al fraile a la
perseverancia».
En 1164 una Bula de Alejandro III confirma la Orden
de Calatrava y la regla otorgada por el Capítulo General del Cister.
Se les autorizaban túnicas adecuadas para poder
cabalgar con ellas; algunas forradas con piel de cordero; capas y escapulario
en lugar de hábito clerical. Habían de dormir vestidos y ceñidos y guardar
silencio en oratorio, refectorio y cocina. Pero los paños de sus vestiduras
habían de ser en color y tejido semejantes al hábito del Cister.
Cuenta Jiménez de Rada:
«Raimundo fue enterrado en la villa que se llama
Ciruelos, cerca de Toledo, donde, según se dice, Dios hace milagros con su
mediación.
Por su parte Diego Velázquez vivió más tiempo,
incluso yo recuerdo haberlo visto, y falleció en el monasterio de San Pedro de
Gumiel, y allí está enterrado; descanse en paz».
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