jueves, 5 de noviembre de 2015

ALMAZÁN



Calatrava la Vieja fue un ribat musulmán, “Kalaat Raawak” o “Qal'at Rabah” (Calatrava), traducido como “Castillo de las Ganancias”, ubicado cerca de la actual Ciudad Real.

El enclave era esencial para defender el paso del Guadiana y el tráfico entre Córdoba y Toledo.
De ahí que hacia el año 750 los musulmanes construyeran sobre el cerro una fortaleza.

Alfonso VII de Castilla la conquistó en enero de 1147.


En 1243, en la Historia de los hechos de España, Libro Séptimo, Rodrigo Jiménez de Rada, el primer “historiador” hispánico, contaba lo ocurrido casi un siglo antes en Calatrava la Vieja:
«Atacando el emperador a los moros por la zona de Toledo, tras asediar largo tiempo con asaltos y máquinas de guerra a Calatrava, que constituía un grave peligro para el reino de Toledo, la conquistó y cedió al primado don Raimundo de Toledo la iglesia con sus amplias posesiones y los diezmos de los réditos reales, y conservó algunas aldeas de su término, que tenían buenas defensas, y arrasó otras, a saber, Alarcos, Caracuel, Pedroche, Santa Eufemia, Maestanza, Alcudia y Almodóvar».

En febrero de 1147, “el Emperador” donó a Raimundo Arzobispo de Toledo y a sus sucesores y a los canónigos de la Catedral de Santa María, como compensación por el apoyo económico de esta sede arzobispal en la campaña, y porque «todo el mundo sabe en España cuántos males y cuántas persecuciones han venido al pueblo y ciudad de Toledo a través de Calatrava mientras estuvo en poder de los musulmanes»:
«la Mezquita Mayor de Calatrava con sus tiendas, viñas y todas las heredades que tuvo y poseyó en tiempo de los moros; y os la doy para que como hasta aquí fue Mezquita de Moros, la hagáis casa de Dios e Iglesia de Fieles, haciendo que diez clérigos, presbíteros y diáconos permanezcan allí para su servicio. Además os doy el diezmo de todas las rentas reales de Calatrava, conviene a saber, de portazgo, del quinto, de las tiendas, de los baños, de los hornos, del pan y vino, de los molinos y de la pesca, y de todo lo que pertenezca al fisco».

Un año después, según consta en un diploma del monasterio de Retuerta de 1148, la fortaleza fue puesta bajo la tenencia de Armengol VI “el Castellano”, conde de Urgel y señor de Valladolid, y pariente del alcaide de Toledo.

En el epílogo del Libro de la tradición, crónica del historiador toledado Abraham Ben David Ha-Levi Ibn Daud (1118-1180), se informa de que en 1154 (año de la muerte de Armengol) era “gobernador de Calatrava” y jefe del ejército de Alfonso VII Jehudám ha-Narí, hijo del magnate granadino Josef ha-Narí Ibn Ezra. Posteriormente Jehudám fue nombrado mayordomo de Alfonso VII, “prosperando en su curia y llegando a ser uno de sus consejeros e importante miembro de su gobierno”. Puede que este personaje sea el amojarife Judá al que Sancho III, en marzo de 1158, entregó cinco yugadas de heredad en Azaña a cambio de la mitad de la aldea de Ciruelos para ceder ésta a la Orden de Calatrava. La otra mitad había sido dada a los monjes de Calatrava en febrero. Allí se instalaría Raimundo de Fitero.

Es posible que el Temple se asentara en Calatrava en 1154, o que se asentara en 1147 y que lo que Alfonso VII cediese a Armengol de Urgel y al caudillo judío fuera sólo una parcela de la jurisdicción real.

Dada la importancia estratégica del lugar como baluarte avanzado de Toledo ante los moros, tras la corta posesión por parte de algunos magnates, el rey quiso asegurar su defensa entregándola a la Orden del Temple, ya que por aquellas fechas no existían los ejércitos regulares ni era fácil poblar las zonas de frontera. Unos años más tarde, ante el empuje islámico, el Temple dio la empresa por perdida y devolvió la fortaleza al sucesor de Alfonso, el rey Sancho III (Alfonso VII murió en 1157).


Cuenta Rodrigo Jiménez de Rada:
«Llegó el rey Sancho a Toledo, y empezó a tomar cuerpo la noticia de que un gran ejército árabe marchaba sobre Calatrava. Los frailes de la orden del Temple, que ocupaban la fortaleza de Calatrava, ante la posibilidad de que no fueran capaces de resistir la embestida de los árabes, acudieron al rey Sancho a rogarle que se hiciese cargo de la fortaleza y de la villa de Calatrava, ya que ellos no tenían fuerzas suficientes para hacer frente a los árabes y no habían encontrado ningún poderoso dispuesto a asumir el riesgo de la defensa. Se encontraba por entonces en Toledo un clérigo, Raimundo, abad de Fitero, acompañado de un monje llamado Diego Velázquez, de origen noble y antaño experto en cosas de la milicia, y que era oriundo de la Bureva y se había criado en su adolescencia junto al rey Sancho.
Al darse cuenta de la preocupación del rey ante el peligro que corría Calatrava, aconsejó al abad que le solicitara ésta al rey; y aunque en un principio el abad se mostró reticente, acabó por acceder a los ruegos del monje, antes soldado, y, presentándose al rey, le solicitó Calatrava. Y aunque algunas personas lo consideraron una temeridad, sin embargo fue voluntad del Señor que el rey diera su aprobación, y sin demora el abad y el monje se presentaron al primado Juan, que entonces gobernaba la iglesia de Toledo; al oír éste su loable intención, dio gracias a Dios y al punto les aportó ayuda de su propio patrimonio y dispuso que se hiciera público que ganarían indulgencias de todos los pecados todos los que acudieran a la defensa de Calatrava.
Y se produjo tal conmoción en la ciudad que apenas si se podía encontrar a alguien que o no fuera en persona o no contribuyese con caballos, armas o dinero. Y el rey Sancho concedió inmediatamente al abad y a Santa María de Fitero la posesión a perpetuidad de la villa y la fortaleza de Calatrava.
Y con el Señor como guía llegaron a ésta el abad y el monje Diego Velázquez, y sucedió, por voluntad del Altísimo, que el ejército agareno, del que tanto se había hablado, no se presentó. Y entonces muchos a los que animaba su devoción, aligeradas sus vestimentas tal como exige la movilidad militar, entraron en esa orden, y en seguida comenzaron a acosar y atacar a los árabes, y con la ayuda del Señor fue tomando cuerpo la proeza a impulsos de los monjes.
Entonces marchó el abad al monasterio, y al volver a Calatrava trajo con él rebaños de vacas y ovejas y cantidad de utensilios, de lo que por entonces poseía Fitero con creces, y también gran cantidad de combatientes, a quienes proporcionó soldada y viático, dejando allí solamente a los enfermos e impedidos para que procurasen el mantenimiento del monasterio».


Así pues, en 1157, ante la situación creada por el abandono de los templarios y el inminente peligro, el rey reunió a sus notables y ofreció Calatrava a quien se hiciera cargo de su defensa. Entre la sorpresa y las bromas de los nobles, Raimundo, abad del monasterio cisterciense de Fitero, alentado por el monje de su monasterio Diego Velázquez, que había sido anteriormente guerrero, aceptó el reto. Al no haber alternativa, el rey cumplió su palabra, entregando Calatrava a los monjes de Fitero.

Según algunos, la renuncia de los templarios a defender Calatrava, el abandono de su misión, supuso un duro golpe a su prestigio militar en Castilla, donde fueron sustituidos en la estima por la nueva Orden recién surgida.


En 1572 publicó la Crónica de la Orden el freire calatravo Francisco de Rades y Andrada, primer historiador de la Orden.

Rades y Andrada recogió el episodio de la rendición templaria: Cuenta que los caballeros de “la Orden del santo Templo, que se decían Templarios” controlaron Calatrava y la defendieron de los moros «con grandes gastos de su hacienda y peligro de sus personas, por que cada día eran combatidos de Moros», y que Calatrava estuvo en manos del Temple hasta que la devolvieron al rey, tras enterarse de que un gran ejército almohade se dirigía a Calatrava para conquistarla:

«Pues como el Maestre de los Templarios tuviese noticia y aviso de como los Moros pretendían venir a poner cerco a Calatrava con tan poderoso ejército, fuese para el Rey don Sancho el deseado, que estaba en Toledo, y díjole que él no se atrevía a defender la villa de Calatrava de tan grueso ejército de Moros, por tanto le suplicaba fuese servido de tomar aquella villa para su Corona Real, y enviar gente que la defendiese. El Rey aceptó la petición y luego el Maestre hizo dejación y renunciación de la Villa y sus términos en el Rey».

Rades cuenta que el monje cisterciense Diego Velázquez convenció a Raimundo de Fitero de que pidiera Calatrava al rey y asumiera su defensa, y asimismo convenció al monarca de que accediese a tal solicitud.


Y aclara Rades:
«Aunque esta concesión y donación fue en Toledo, la escritura de ella se hizo en Almazán, pasando por allí el Rey».


El 1 de enero de 1158 se escritura en Almazán esta donación:
«Por inspiración divina hago carta de donación, y texto de escritura para siempre valedero, a Dios, y a la bienaventurada virgen María, y a la santa congregación del Císter, y a vos don Raymundo, abad de Santa María de Fitero, y a todos vuestros frailes, así presentes como por venir, de la villa que se llama Calatrava, para que la tengais y poseáis ahora, libre y pacífica, por juro de heredad desde ahora para siempre, y la defendáis de los Paganos, enemigos de la Cruz de Cristo, con su favor y nuestro. Y digo que os la doy con sus términos y montes, tierras, aguas, prados y pastos, entradas y salidas, y con todos los derechos pertenecientes a la dicha Villa: para que la tengáis y poseáis por juro de heredad (como tenemos dicho) vos y todos vuestros sucesores que fueren de vuestra Orden, y quisieren servir a Dios allí, para siempre».


A continuación tiene lugar en la misma villa de Almazán la fundación de la Orden de Calatrava:

Según Rades, el rey sugirió a Diego Velázquez y Raimundo de Fitero que “sería bien fundar en Calatrava una Orden de Caballería”, y el arzobispo Juan de Toledo otorgó indulgencia para quienes fuesen a defender Calatrava, “o fauorescieessen con dineros, armas, cauallos, o qualquier otra cosa”.


El abad regresó a Fitero, dejando como caudillo de Calatrava a fray Diego Velázquez.
En poco tiempo Raimundo formó en Fitero y tierras de Aragón un gran contingente de monjes (dejó en Fitero sólo a los ancianos y los enfermos) y soldados, que unió a los hombres que había reclutado fray Diego Velázquez en las cercanías de Calatrava.
De este modo se formó un importante ejército que reforzó las defensas de Calatrava, lo que hizo que los almohades desistiesen de su idea de ocuparla; no atacaron, sino que se retiraron hacia el sur.

Raimundo llevó igualmente a Calatrava muchas vacas y ovejas y bienes muebles del monasterio y hombres para repoblar el Campo de Calatrava (llamado entonces Tierra de Alvar Fáñez).

«Entonces muchos de aquellos a quienes la devoción había incitado a ir con el Abad, tomaron un hábito moderado y templado de religión, como convenía para el ejércicio de la guerra, conforme a la institudio de orden militar que hizo el Abad, bajo la orden del Cister, que llaman de san Bernardo; con este hábito al punto comenzaron a hacer la guerra a los Moros, y lograron contra ellos victoria muchas veces».

El compromiso de defender Calatrava se mantuvo, pero los caballeros rechazaron tener por superior a un Abad del Císter y vivir entre los monjes y eligieron un Maestre. Los monjes se retiraron a Ciruelos y los caballeros a Ocaña, donde se convirtieron en una Orden militar, la primera hispana, que adoptó el nombre de Calatrava.


Explica Rades de Andrada:
«Llamaron a esta orden, Milicia de Calatrava, porque fue instituida en la villa de este nombre. Es miembro de la del Cister, y como tal fue incorporada en ella, y aprobada por la santa madre Yglesia, el año de mil ciento sesenta y cuatro... Las personas de esta orden, así legos como clérigos, se llamaron Freyles y no Frayles, por diferenciarse de las otras Órdenes que no son militares».


Américo Castro escribe:
«Me atrevería a sugerir que, si bien la forma de constituirse las órdenes españolas fue debida al ejemplo de los templarios, la materia y el espíritu de aquéllas fueron hispano-islámicos (...) Es presumible que la primitiva organización de los caballeros de Calatrava, lejos de surgir como envidiosa imitación de la pujanza templaria, hubiera sido más bien una reacción de ascetismo guerrero frente a un ocasional desfallecimiento de aquella institución extranjera [el Temple] (...) cuando abandonaba el lugar fronterizo en 1158, fueren las que fueren las razones de su retirada».

Esta Milicia será la preferida de Alfonso VIII (rey desde septiembre de 1158), que le otorgó grandes y numerosas mercedes.

Rodrigo Jiménez de Rada, en el capítulo XXVII del Libro Séptimo de la Historia de los Hechos de España, cuenta al respecto:
«Sancho, su añorado padre, dio a Fitero Calatrava, el noble Alfonso lo sancionó: acogió la vida monacal la orden de caballería y el punto de partida de los frailes fue Fitero. El rey Alfonso los formó y con muchas heredades los enriqueció. Zurita, Almoguera, Maqueda, Aceca y Cogolludo les entregó y les quitó el peso de la pobreza y les añadió bienes adecuados. Su aumento es la gloria regia, y su instrucción, la corona del príncipe. Los que entonaban salmos se ciñeron la espada y los que lloraban rezando defendieron la patria. Un frugal alimento fue su condumio, y la aspereza de la lana, su vestido. El rigor diario los pone a prueba y la práctica del silencio los acompaña. Reiteradas genuflexiones los humillan y la vigilia nocturna los mantiene tensos. La oración fervorosa los enriquece y el trabajo diario los adiestra. Cada uno vela por los pasos del otro y el fraile incita al fraile a la perseverancia».

En 1164 una Bula de Alejandro III confirma la Orden de Calatrava y la regla otorgada por el Capítulo General del Cister.
Se les autorizaban túnicas adecuadas para poder cabalgar con ellas; algunas forradas con piel de cordero; capas y escapulario en lugar de hábito clerical. Habían de dormir vestidos y ceñidos y guardar silencio en oratorio, refectorio y cocina. Pero los paños de sus vestiduras habían de ser en color y tejido semejantes al hábito del Cister.


Cuenta Jiménez de Rada:
«Raimundo fue enterrado en la villa que se llama Ciruelos, cerca de Toledo, donde, según se dice, Dios hace milagros con su mediación.
Por su parte Diego Velázquez vivió más tiempo, incluso yo recuerdo haberlo visto, y falleció en el monasterio de San Pedro de Gumiel, y allí está enterrado; descanse en paz».

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