lunes, 2 de noviembre de 2015

CASTILLEJO. Ermita de la Virgen de Paúl



Por un camino solitario
se llega a la cueva.
El antiguo eremitorio
escondido entre rocas y vegetación.


El camino serpentea
entre viñedos y barrancos
y al internarse en él
se abandona todo lo conocido,
se deja atrás
la sociedad, las tribulaciones diarias,
la propia vida.
El camino conduce
a un lugar que está más allá de las normas,
más allá de las obligaciones,
más allá de la pesadumbre.
Conforme se avanza
entre viñedos y barrancos
el corazón se aligera,
las ataduras se aflojan,
se alejan las preocupaciones,
se olvidan errores y tropiezos,
peleas, traiciones, desengaños…


Éste es un camino iniciático
que limpia y enseña,
que prepara
para el conocimiento.


El espíritu se va recomponiendo,
las heridas sanan,
las grietas cierran,
el cansancio desaparece.
Todo el cansancio
que la vida acumula en el alma
y que va convirtiéndose en piedras
pesadas y negras.
Todo el dolor
que nos producen los demás.
Todas las dudas.
Todo el miedo.
Todo eso va quedándose por el camino
y se llega a la ermita con un corazón nuevo
y sin lágrimas,
un corazón tranquilo, pacificado.


La cueva está colgada de la peña,
solitaria, oculta, secreta.
Es el refugio ancestral,
la seguridad.


La ermita-refugio,
desde la que se escucha el rumor del agua
y el viento entre las hojas de los árboles.
Un viento suave
que refresca el interior de la cueva.


Allí se puede entrar en contacto
con el primer habitante de la gruta.
Basta con respirar, cerrar los ojos
y disponerse para recibir el mensaje.


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