domingo, 7 de agosto de 2011

ÚBEDA


Se ha hecho de noche.
Las calles
se han quedado vacías.
Durante largo rato
en la oscuridad
contemplo la interminable extensión de olivos
bajo la luna llena.
Una luna enorme
que ilumina los campos
convirtiéndolos en escenario
para la magia.
Los campos de olivos
bajo la luna
adquieren un aspecto misterioso.
Entre los árboles
la luna se refleja en hilos de niebla
y entre esas vagas nubes desprendidas del cielo
se mueven los duendes.


Se mueven tan veloces que es muy difícil verlos,
se confunden con hojas mecidas por el viento,
son del mismo color que la aceituna,
son livianos como la bruma,
van y vienen
ocupados en una labor que no comprendo,
silenciosos, fantasmales, ingrávidos.
Los contemplo extasiada durante largo rato.
Al fondo se eleva
la oscura silueta de Sierra Mágina
guardando secretos.


Los duendes se afanan
en una indescifrable tarea
que observo fascinada.
Son duendes blancos como los rayos de luna,
verdes como las aceitunas,
azulados como las montañas,
translúcidos, quizás, y reflejan el color que les rodea.


Cuando echo a andar me parece que yo
también me he transformado en un duende,
en un ser de la noche,
llevo a los duendes dentro,
yendo y viniendo en una labor incomprensible,
una labor que quizá consiste
en transformar en duendes
a los humanos que han llegado a verlos.


Camino por una callejuela blanca,
siento cómo los duendes se afanan incansables
en mi interior,
camino convertida en duende
por la callejuela blanca.


Se oye una voz que canta.
Una voz clara como la luna.
Camino como un duende hechizado
por esa voz que canta.
Veo a dos niñas sentadas
a la luz de un farol.
Cuando me acerco, la voz calla
y una de las niñas le dice a la otra:
- É una mushasha.


Yo las miro y sonrío;
creo que ellas son duendes también,
que los duendes las han atrapado
también a ellas.
Me alejo y la niña ciega vuelve a cantar
y yo camino por la callejuela blanca
habitada por las personas-duende.

No hay comentarios:

Publicar un comentario