viernes, 23 de marzo de 2012

VALENCIA. Monasterio de San Miguel de los Reyes. Germana de Foix


Germana de Foix.
Por Gregorio Bausá, siglo XVI
(Museo de Bellas Artes de Valencia)


La última reina de Aragón había nacido en Francia.
Era hija de Juan Gastón de Foix, vizconde de Narbona,
y de María de Orleans, hermana del monarca francés.
Su linaje reinaba en Navarra.

Muerto su padre, la niña se crió en París,
en la corte del rey Luis, bajo la tutela de éste;
creció envuelta por el solemne ceremonial borgoñón,
creció rodeada por el lujo y la fiesta,
por la música, la buena mesa y los juegos,
por la afición a las nuevas corrientes llegadas de Italia.

Le gustaba cantar y bailar,
le gustaban los encajes y las joyas,
los cosméticos y los perfumes,
la comida y la moda,
pero también la charla ingeniosa,
la cultura y la espiritualidad.

Era hermosa. Cojeaba un poco.
Una princesa jovial, educada y dulce.
Un buen partido, con muchos pretendientes.

Monasterio de San Miguel de los Reyes

Su tío decidió su matrimonio
y en 1505 Germana partió para España.


Era una princesa de 18 años.
La aguardaba un rey casi anciano,
enfermo y desfigurado por una hemiplejia.
El rey Fernando había enviudado de Isabel la Católica
un año antes.
Germana era joven y hermosa
y aportaba los derechos de Francia en el reino de Nápoles
y los derechos de los Foix en Navarra.


Al casarse con Fernando, Germana
se convertía en reina consorte
de Aragón, Valencia, Mallorca, Nápoles y Sicilia,
y condesa consorte de Barcelona.

Monasterio de San Miguel de los Reyes.
Claustro nuevo, jerónimo

Germana fijó su residencia en Valencia,
primero en un palacete de la calle Caballeros,
propiedad del conde de Oliva, Serafín de Centelles y Urrea,
y más tarde en el Palacio Real.
Ambos lugares se convirtieron en el escenario
de las fiestas cortesanas más coloristas de la época,
donde se daban cita artistas y nobles.

La nueva reina era amiga de mucho holgarse
y andar en juegos, banquetes y fiestas;
introdujo en Castilla comidas soberbias,
siendo los castellanos sobrios y moderados;
constantemente convidaba y era convidada;
la dama que más festejos organizaba para ella,
más era su amiga.


Pero Germana también era lista
y en 1507 el rey la nombró lugarteniente general
de Aragón, Cataluña y Valencia
y como tal presidió Cortes en ausencia de su marido,
ocupado en las empresas italianas y norteafricanas.
Como había hecho la reina Isabel,
Germana compartió labores de gobierno con su esposo.


Tuvo un hijo del rey
pero el niño sólo sobrevivió unas horas.

En la corte de Fernando II de Aragón
Germana fue galanteada por muchos hombres.
El rey estaba enfermo.
Sorprendió a su vicecanciller requiriendo de amores a Germana
y lo hizo encarcelar en Simancas.
Pero el rey estaba enfermo.
Tomaba hierbas vigorizantes
que iban a devolverle la juventud y permitirle procrear.
Pero estaba enfermo, e intoxicado por los brebajes,
y en la corte había muchos jóvenes nobles
y Germana era alegre.


El ansiado heredero no llegó
y en 1516 murió Fernando, envenenado por las hierbas virilizantes.


Su nieto Carlos vino a España
y se encontró con la reina en Valladolid.
Germana iba acompañada por Alonso de Aragón,
arzobispo de Zaragoza, hijo ilegítimo de Fernando el Católico
y que había asumido la regencia de Aragón
hasta la llegada de Carlos.
Germana era una mujer de 29 años, madura, discreta y afectuosa,
con la que Carlos podía hablar francés.
Ambos habían sido educados en tierras extranjeras.
Carlos, adolescente de 17 años, derrochó cortesía.
En Valladolid organizó torneos y banquetes en honor de su abuela.
Germana y sus damas francesas
quedaron instaladas en un palacio frontero al de Carlos
y el rey hizo construir un puente de madera
para comunicar ambas casonas discretamente.


Germana, enamorada de su nieto,
acompañó al joven monarca en sus viajes por España.


Después, Carlos marchó en busca de un Imperio.
Puso fin a los amoríos con su abuelastra
y casó a ésta con un amigo, el marqués de Brandeburgo,
miembro del séquito personal del soberano.


En 1523, Germana, con su nuevo marido,
regresó a Valencia como virreina,
en sustitución de Diego Hurtado de Mendoza,
que había sido el primer virrey de Valencia, nombrado en 1520,
y que había sido expulsado de la ciudad
durante la rebelión de las Germanías.
Juan de Brandeburgo, a su vez,
era nombrado capitán general del Reino.

Al comienzo del reinado de Carlos I
se había producido en Valencia la sublevación de las Germanías:
Durante el reinado de Fernando II de Aragón,
los burgueses del Reino de Valencia habían obtenido el privilegio
de formar milicias para hacer frente a las flotas berberiscas.
En 1519 hubo una epidemia de peste
y, ante la huída de la nobleza de la ciudad,
las clases medias se hicieron cargo del gobierno,
estableciendo la “Junta de los 13″,
formada por un representante de cada gremio,
para regir la capital valenciana.
Esta rebelión se tornó en revuelta antinobiliaria y se radicalizó,
llegándose al saqueo de las tierras de los nobles.
La nueva virreina combatió con firmeza a los agermanados
al tiempo que tenía que hacer frente
a diversas sublevaciones de los moriscos.
Sólo durante el verano de 1524,
en que Germana acudió a la corte del emperador Carlos,
el marqués de Brandeburgo estuvo al frente del virreinato.
El resto del tiempo fue Germana quien llevó el gobierno.


En 1525 la virreina enviudó otra vez
y regresó temporalmente a la corte de Carlos.

Monasterio de San Miguel de los Reyes.
Claustro viejo, cisterciense

El napolitano Fernando de Aragón, duque de Calabria,
biznieto de Alfonso el Magnánimo,
nieto del rey Fernando I de Nápoles,
hijo del rey Federico I de Nápoles,
había ido a Portugal a recoger a Isabel de Braganza,
la dama que iba a casarse con el emperador.
En Sevilla se casaron Carlos e Isabel, en 1526,
y en la misma Sevilla, durante los festejos de la boda,
el César convino el enlace de Germana y Fernando
y se celebró el mismo.
Germana y el duque se habían conocido
cuando, en 1505, el italiano fue a Barcelona
para recibir a la joven francesa que venía a casarse con el rey.
Se dice que ya entonces Germana se había enamorado del duque
con el que ahora se casaba por razones políticas.
Germana y Fernando habían sido padrinos en la boda del emperador
y éste y la emperatriz lo fueron en la del duque y la virreina.
Ambas parejas estuvieron juntas
durante la estancia de los emperadores en Sevilla, Córdoba y Granada.


Carlos I nombró a los recién casados
virreyes vitalicios y lugartenientes generales de Valencia.
El 28 de noviembre de 1526 los virreyes entraron en Valencia
para residir definitivamente en el Palacio Real.
Entraron por la puerta de San Vicente
y en la catedral juraron su cargo.

En 1528 el emperador se alojaba en el Palacio
con motivo de su viaje a Valencia para jurar los Fueros.
Y desde Palacio contempló las luminarias y desfiles
con que la ciudad lo agasajó.

Monasterio de San Miguel de los Reyes

En el tiempo en que el nuevo matrimonio
convivió con la pareja imperial
Germana y Fernando asumieron
la idea de poder al que representaban y sus formas de expresión.

Monasterio de San Miguel de los Reyes.
Bóveda de la escalera

Ambos ejercieron un duro gobierno,
teniendo que hacer frente a los agermanados, los moriscos,
el bandolerismo, la piratería, las exigencias de los nobles…


Pero, al mismo tiempo, Germana de Foix y Fernando de Calabria
convirtieron su Palacio
en una auténtica corte real donde la fiesta era permanente.
Una corte dichosa en la que espíritu lúdico e inquietud cultural
se alimentaban mutuamente,
sucediéndose las manifestaciones festivas, literarias y musicales.
Se combinaba saber y diversión
y hasta los problemas políticos adquirían un carácter distinto.

Escudo de Germana de Foix

Mientras que la corte imperial de Carlos era itinerante,
en Valencia los duques crearon una corte estable,
siguiendo el ejemplo de las italianas del momento.
La corte virreinal se relacionó con otras cortes europeas
y fue conocida y alabada en el extranjero.
La formación, personalidad y gustos de ambos cónyuges
hizo que el Palacio Real de Valencia fuera
una de las residencias más ricas, atractivas y frecuentadas
de toda España.


La cultura cortesana impulsada por los duques de Calabria
fue la más activa de la Península.
Los duques llegaron a tener a más de doscientas personas a su servicio,
muy por encima de las otras cortes virreinales;
había castellanos y valencianos, italianos y borgoñones,
produciéndose allí una fusión de tradiciones y culturas.
La corte virreinal no fue una mera imitación de la imperial;
los virreyes y sus oficiales tenían
un conocimiento directo de la cortes reales hispana y napolitana,
y trasladaron al virreinato la idea de majestad
plasmada tanto en comportamientos como en posesiones,
tanto en las demostraciones de magnificencia
como en los bienes que eran trasunto del linaje
y que exigían un marco arquitectónico acorde.
El matrimonio acometió obras en el Palacio
para acomodarlo al despliegue del fasto de carácter representativo
y al desarrollo de actividades lúdicas e intelectuales.

Escudo de Fernando de Nápoles

Se incorporaron novedades renacentistas,
motivos pintados, grutescos.
Los suelos se cubrieron con azulejos de Manises.

La parte nueva se dedicó
para servicio de los reyes, audiencias, fiestas y recepciones.
Se prestó especial atención a espacios
donde los virreyes pasaban más horas:
el estudio, la capilla y los recintos de reunión galante.
Los aposentos del rey se situaban en la torre principal,
llamada de los Ángeles.
En la planta noble estaban las habitaciones privadas,
las salas destinadas a usos sociales
y numerosas dependencias dedicadas a conservar las colecciones.
Doña Germana hizo construir un jardín suspendido
contiguo a sus aposentos y al patio de los baños.
Don Fernando encargó nuevas estancias
que dieran cabida a su biblioteca napolitana.
Escaleras, pasillos, aposentos...
Las estancias se fueron añadiendo
originando una complicada configuración laberíntica.
Se le llamó el Palacio de las 300 llaves,
por el número de habitaciones que llegó a tener.

Sobre la iglesia se construyó una tribuna
para presenciar procesiones y festejos.
La barandilla sufría desperfectos cuando se agolpaban los invitados
para ver correr los toros en las fiestas celebradas en el patio.


Contaba el Palacio con una colección zoológica
compuesta de leones, osos, ciervos, faisanes, pavos reales...
Las jaulas de los animales, como la denominada “casa de los leones”,
se disponían en torno a un patio secundario.

Palacio Real. Dibujo de Van Den Vijngaerde, 1563, encargo de Felipe II

Las opiniones de los viajeros eran unánimes
sobre la belleza del emplazamiento,
la amenidad de sus huertas, muy amplias,
con acequias y estanques y cientos de árboles frutales,
y el atractivo de sus jardines,
tan ensalzados por los visitantes extranjeros.

Caballeros y damas se divertían con juegos galantes
y se reían con las ocurrencias y las riñas
de los bufones Ester y Gilot.
Debatían sobre las cualidades
del buen cortesano y el perfecto amador,
danzaban en bailes de máscaras,
participaban en cacerías,
asistían a representaciones,
escuchaban los versos de poetas llegados de otras cortes.
Interminables juegos, banquetes, torneos, artificios…
Afamados pintores participaban en la confección de escenografías
para las obras de teatro que se representaban en Palacio.

Palacio Real

En los extensos jardines se dispusieron artilugios
para el solaz de los cortesanos,
como la “Fuente del Deseo”, hecha de plata
y con una columna rematada por la figura de Cupido,
y a cuyos caños los enamorados acercaban sus labios pidiendo un deseo,
que sólo se concedía si el agua manaba.
La sala principal del Palacio se utilizó en una fiesta
para remediar “el desamor que había en Valencia”,
organizándose una audiencia en la que los duques,
actuando como jueces,
escuchaban las desavenencias entre los esposos,
y aconsejaban una solución a sus problemas.

Palacio Real. Maqueta realizada en 1999. Fachada

Fernando de Calabria se había relacionado en Italia
con humanistas y hombres de letras y artes,
y había formado una significativa corte literaria y musical.

Palacio Real. Maqueta realizada en 1999. Jardines

Ahora, Fernando y Germana convirtieron la corte virreinal valenciana
en un activo foco de cultura humanista,
puerta de entrada de las nuevas tendencias
y centro del Renacimiento español.
Congregaron a su alrededor a músicos, literatos y artistas
y actuaron como generosos mecenas
en un ambiente cosmopolita
en el que se hablaban distintas lenguas.
Eran continuos los festejos, con cantores y lecturas poéticas,
sobre todo de Ausiàs March,
y el Tirant lo Blanc fue libro de culto de una corte
exquisita y brillante, a un tiempo frívola y educada.
donde se organizaban interminables veladas musicales
y había bufones al igual que en las cortes italianas.

Valencia desde el Palacio. Dibujo de Van Den Vijngaerde

Los gustos culturales de Germana
encontraron su par en los de Fernando.
A la capilla musical del duque, con músicos y compositores
de las más destacadas escuelas polifónicas de Europa,
se unieron los poetas cortesanos,
como Luis de Milán, también destacado vihuelista,
y autor del Libro de motes de damas y caballeros,
o Juan Fernández de Heredia,
autor del Coloquio de las damas de Valencia,
ambos textos insertos en las fiestas lúdico-literarias del Palacio,
y algunos nobles también dedicados a la lírica,
como el conde de Oliva,
a quien fue dedicado el Cancionero General de Hernando del Castillo,
publicado en Valencia.
Un sinfín de cortesanos que frecuentaban el Palacio
aparecen en las obras de los poetas
que con ellos compartieron los saraos.
La esposa de Fernández de Heredia,
Jerónima Beneito Carroz Pardo de la Casta,
se convirtió en la principal dama de compañía de Germana,
compartiendo aficiones y confidencias.

Monasterio de San Miguel de los Reyes.
Cripta. Mausoleo de Fernando de Nápoles

El Cancionero de Uppsala
(o Upsala en la ortografía sueca anterior a 1906),
también conocido como Cancionero del Duque de Calabria,
es un libro que contiene villancicos españoles de la época renacentista.
Fue recopilado en la corte de los virreyes de Valencia
y publicado en 1556, en Venecia.
El único ejemplar conocido de la edición fue encontrado hacia 1907
en la biblioteca de la Universidad de Uppsala, en Suecia.

Monasterio de San Miguel de los Reyes.
Cripta. Mausoleo de Germana de Foix

En una de esas fiestas galantes del Palacio,
ante una pregunta de Fernández de Heredia,
doña Germana indica que el mal que le afecta es comezón;
el poeta, que versificaba en valenciano y castellano,
responde con picardía, para regocijo de los cortesanos:
«Si el mal que su Alteza tiene
es como es de calor,
tome al Duque por doctor
que le ordene
que él mismo se desordene
para curalle mejor.
Comezón de tal manera,
yo digo, con mi simpleza,
que si estuviera
dentro el mal, como de fuera,
por más doliente tuviera
al Duque que a vuestra Alteza».

Monasterio de San Miguel de los Reyes.
Iglesia

Don Luis de Milán escribió años después
un libro titulado El Cortesano,
tomando como modelo la obra de Castiglione
y reflejando la corte de los virreyes valencianos.
El libro, dedicado a Felipe II,
se imprimió en Valencia en 1561.
En él Milán recogía la forma de actuar y de hablar
de los personajes de la corte virreinal,
«haciendo que hablen en nuestra lengua valenciana,
como ellos hablaban,
pues muchos que han escrito usaron escribir en diversas lenguas,
para bien representar el natural de cada uno».
Se trata del mejor testimonio
de aquella vida cortesana en la Valencia del XVI.

Monasterio de San Miguel de los Reyes.
Iglesia

Y Jerónimo Sempere en su Carolea,
poema épico dedicado a la figura de Carlos V,
publicado en Valencia en 1560,
incluía la siguiente descripción del Palacio:
En medio del gran llano, deleitosa, suntuosa y refulgente,
está la Casa Real, eminente vecina del gran Turia
y de los adarves de Valencia.
Señorea la campiña y se ve desde lejos,
de piedra bien labrada.
«Cercada está de huerta muy hermosa
la regia y gran posada preeminente,
de muros y altas torres adornada,
a los Reyes de España dedicada.
De pinos y cipreses se decora,
naranjos y arrayanes la hacen bella,
las aguas, plantas, flores le dan lustre,
y así por las Iberias es ilustre».

Monasterio de San Miguel de los Reyes.
Iglesia

En el Palacio, la virreina conservaba
los retratos de sus esposos anteriores
y una copa de oro que le había regalado el emperador.


Germana envejeció, perdió su belleza.
Hizo testamento junto con Fernando,
dejando los dos su fortuna a los monjes jerónimos.


En el otoño de 1536 se sintió enferma. Tenía 48 años.
Estaba en Liria, en una casa de monjes jerónimos.


Ya no pudo volver a Palacio.
El duque organizó el cortejo fúnebre.

Monasterio de San Miguel de los Reyes

En una masía de Liria llamada “el Espinar”,
que fue propiedad de los jerónimos,
se conserva la reproducción de la lápida que recogió
el fallecimiento y el traslado de los restos mortales de Germana:
«En este histórico monasterio a la sazón de los monjes jerónimos
falleció el 15 de octubre de 1536,
siendo Reina Gobernadora de Valencia,
Germana de Foix, esposa que fue del rey D. Fernando el Católico,
Marquesa de Brandemburgo y Duquesa de Calabria.
Cien clérigos con antorchas
acompañaron sus restos mortales hasta Valencia,
donde reposan en el Monasterio de S. Miguel de los Reyes».


El duque cumplió lo dispuesto por Germana en su testamento:
Envió al emperador una copa de oro
y a la emperatriz la mejor joya de Germana,
un collar de más de cien grandes perlas
aquel hilo de perlas gruesas de nuestra persona,
que es el mejor que tenemos,
en el cual hay ciento treinta y tres perlas»),
con el encargo de que fuera entregado, como indicó Germana:
«a la Serenísima doña Isabel,
Infanta de Castilla, hija del Emperador, mi señor y nieto,
y esto por el sobrado amor que tenemos a su alteza la Infanta»:
Isabel de Castilla, desconocida dama de la corte de la emperatriz,
única hija viva de Germana.
Así lo indica el mismo duque en la carta que escribe a la emperatriz:
«Con ésta irá la copia del testamento,
porque por ella vea Vuestra Majestad
el legado de las perlas que deja a la Infanta doña Isabel, su hija».
La hija que, años atrás, la reina doña Germana había tenido
con su nieto Carlos, el actual emperador.
La única hija de Germana, que se había criado lejos de ella.


Después, Fernando cumplió el último deseo de su esposa:
La construcción, en el monasterio jerónimo de Valencia,
de un mausoleo para Germana y para él.


Monasterio de San Miguel de los Reyes 

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