domingo, 16 de diciembre de 2012

GUADALAJARA, V. Convento de San Francisco




La reina Berenguela I de Castilla
fundó en la ciudad de Guadalajara
una casa para caballeros templarios,
junto a las murallas, al final de la calle de La Carrera,
por la que desfilaba el alarde de los antiguos caballeros.


Tras la disolución del Temple, a comienzos del siglo XIV,
la infanta Isabel, hija de Sancho IV y señora de Guadalajara,
convirtió la casa en convento franciscano.


Poco después los Mendoza se hicieron cargo de su patronato.


Pedro González de Mendoza, “el de Aljubarrota”,
en su testamento dejó mandas a favor de los franciscanos
y ordenó su entierro en el convento.


En 1394 la casa fue arrasada por un incendio.
El Almirante Diego Hurtado de Mendoza,
hijo de don Pedro,
allegó el dinero necesario para su reconstrucción,
a cambio del privilegio de ser sepultado en su Capilla Mayor,
de la que obtuvo el patronazgo,
que compartió con su esposa María de Castilla y sus descendientes.
También fue enterrada allí, en 1431, su hermana Juana de Mendoza,
la “ricahembra de Guadalajara”, bisabuela de Fernando el Católico.


El Marqués de Santillana,
uno de los grandes protagonistas de la historia de Castilla
en la primera mitad del siglo XV
y uno de sus grandes poetas,
mantuvo el mecenazgo,
enriqueciendo el convento con aportaciones suntuarias
y convirtiéndolo en el favorito de los Mendoza.
Continuó las obras iniciadas por su padre,
mandó esculpir los sepulcros familiares
y reconstruir la iglesia del convento,
donde sería enterrado, en 1458,
junto a su mujer Catalina Suárez de Figueroa y junto a su padre.


El Gran Cardenal, hijo del Marqués,
impulsó la conclusión de los trabajos del templo
a finales del siglo XV.
Se atribuye la obra al arquitecto Juan Guas.
Es el templo más grande de la ciudad.
Encargó también el Cardenal un retablo, hoy destruido,
al que quizás pertenecieron
las denominadas “Tablas de San Ginés”,
pinturas ejecutadas por el Maestro de los Luna
que hoy se conservan en el Ayuntamiento
y en las que figura un retrato de don Pedro en oración
acompañado de otros obispos.
Don Pedro amplió la Capilla Mayor
para dar mejor cabida a los mausoleos familiares.


En la Capilla Mayor fueron enterrados
el primer Duque del Infantado,
los sucesivos Duques y muchos de sus familiares,
y otros fuera de la capilla, bajo el pavimento.


Al ser durante muchos años el único,
y luego el principal convento de Guadalajara,
otras familias nobles alcarreñas
obtuvieron las capillas laterales para su enterramiento,
llegando a haber, en el siglo XVI,
70 frailes en el convento,
para cumplir las numerosas mandas testamentarias.


En el siglo XVII, el mecenazgo sería continuado
por Ana de Mendoza y Enríquez de Cabrera,
sexta Duquesa del Infantado.
A ella se debió la construcción, hacia 1630,
de la primera cripta bajo la iglesia,
para dar sepultura a su padre, a sus dos maridos, Rodrigo y Juan,
a sus hijos y a sí misma.

Llegó a haber 22 sepulturas
y la cripta pronto resultó insuficiente.


En 1696, don Juan de Dios de Silva Mendoza,
décimo Duque del Infantado y sexto Duque de Pastrana,
renovó la cripta,
para adecuarla como mausoleo de los Duques del Infantado,
a imagen del Panteón de los Reyes del monasterio de El Escorial.
El antiguo panteón sería aprovechado para pudridero del nuevo.


Se proyectó una sala de planta oval
a la que se baja por una escalinata de 55 escalones.
Todos los paramentos, pavimentos y bóvedas
fueron cubiertos con placas de mármoles negros y rosas,
ornamentados con ménsulas y roleos de alabastro dorados.
Los nichos para los sarcófagos se emplazaron en los muros
en orden vertical,
salvando el vano de la entrada
y el de comunicación con la capilla aneja para los funerales;
una capilla barroca, rica en mármoles, yesos y jaspes.
Es obra de Felipe Sánchez y Felipe Peña.
Su construcción terminó en 1728.


Sin embargo, a comienzos del siglo XIX,
el convento de San Francisco se convirtió
en el centro militar en Guadalajara de las tropas napoleónicas,
sirviendo como cuartel general por su situación estratégica.



El panteón fue saqueado y profanados los sarcófagos,
rotos y abiertos, en busca de botín y diversión.
Tras el saqueo, los franceses incendiaron el cenobio
y su biblioteca y su archivo desaparecieron.



Los restos mortales de los Duques
se mezclaron, se dispersaron, se perdieron...


Los pocos restos recuperados
fueron recogidos y guardados en 1813.

Capilla funeraria

En 1835, con la Desamortización, el convento quedó vacío.
En 1841 fue entregado al Ministerio de la Guerra.
Durante las guerras carlistas se convirtió en cuartel,
siendo llamado desde entonces “el fuerte”.
Después se levantó en torno al convento
un conjunto de edificios militares y colonia de viviendas
al que se denominó genéricamente Fuerte de San Francisco.


Al morir el décimo tercer Duque del Infantado
hubo pleito entre su hijo natural legitimado, Manuel de Toledo,
y el heredero legal.
En 1852 se llegó a un acuerdo:
El Duque del Infantado tenía tantos títulos
que le cedió uno a Manuel de Toledo:
el de Duque de Pastrana.


Manuel era muy religioso y, con el permiso del Duque del Infantado,
en 1859 reunió los restos de Infantados y Pastranas
en siete urnas intactas
y los llevó desde San Francisco a la cripta de la colegiata de Pastrana,
que fue modificada para ello.


La de la iglesia colegiata de Pastrana era otra cripta mendocina:
allí se hallaban ya los sepulcros de los Príncipes de Éboli
y de algunos más de los primeros Duques de Pastrana.


Durante muchos años San Francisco ha sido sede
del Centro Electrotécnico de Ingenieros Militares.
El Ejército se ocupó de mantener el monumento,
pero no restauró el mausoleo mendocino.

El 31 de diciembre de 1999 el Ejército abandonó “el fuerte”.
y cedió su propiedad al Ayuntamiento de Guadalajara.

Cripta antes de la restauración

El Consistorio inició la tarea de restauración.
La cripta presentaba un aspecto desolador.
Se limpió su suelo,
se devolvieron a su emplazamiento original
los canecillos y ménsulas que se conservaban,
se repararon los elementos decorativos deteriorados,
se pulieron los mármoles originales que no se habían perdido,
se repusieron los que faltaban...

Cripta después de la restauración

Fue abierta al público el 1 de abril de 2011.


En un Inventario de 1983 se registraba la existencia en la cripta
de 26 hornacinas, 17 de ellas ocupadas por féretros marmóreos.


Aunque es presumible,
no hay constancia de que todos los restos de los Mendoza
que estaban en la Capilla Mayor
fueran bajados al panteón de la Duquesa Ana,
y luego trasladados al panteón del Duque Juan de Dios.


De los enterramientos de la iglesia,
en la actualidad sólo pueden verse
las trazas de un arco funerario en la capilla inmediata al presbiterio,
al lado de la epístola,
No se sabe a quién puede corresponder.


Entre los restos trasladados a Pastrana
se cree que estaban los del primer Marqués de Santillana,
aunque es difícil asegurarlo
tras haber sido abiertos los sepulcros de San Francisco
y revuelto su contenido.
Al haber desaparecido el archivo del convento en el incendio,
tampoco puede descartarse que el Marqués
siga enterrado bajo el suelo del templo.

2 comentarios:

  1. Yo desciendo de los Mendoza y, tal vez por eso mismo, me encanta la historia de la Baja Edad Media. En lo concerniente a mis antepasados y Guadalajara... solo decir que me parece increíble la desidia que el patrimonio de mis antepasados ha tenido que soportar. Hub tiempos en que, gracias a ellos, Guadalajara era un centro de poder, de arte, de cultura y de grandeza. Hubo un tiempo en que Guadalajara se enorgullecía de sí misma. Lástima que decidiera entregarse a la pereza y, poco a poco, fuera cambiando piedra antigua por ladrillo nuevo. Algunos se hicieron muy ricos, pero la ciudad perdió su alma. Hoy, los nuevos gerifaltes de la modernidad pretenden hacer Centros de Interpretación y otras lindezas carísimas que, a buen seguro, justificarán jugosas comisiones para general regocijo de algunos y gran fanfarria para el pueblo. Hubiera bastado, simplemente, con amar el pasado propio y conservar aquellas casas, calles y palacios.
    Un saludo

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  2. Sí, Jose, lo que ha ocurrido en Guadalajara es triste. Era una ciudad brillante, y hoy es poco más que una ciudad-dormitorio. Era una provincia importante, y hoy es irrelevante. Apenas se recuerda su pasado. El abandono en el que ha estado el convento de San Francisco, por ejemplo, es incomprensible y lamentable. Y muchas cosas ya son irrecuperables. Es poco lo que se puede decir ante esa dejadez...

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