miércoles, 21 de septiembre de 2011

TRASMOZ, II


Trasmoz es la corte de las brujas.
El lugar de reunión
de las brujas más importantes de la comarca.
El conventículo en el que las brujas
celebran sus fiestas nocturnas,
como en los campos de Barahona,
como en el valle de Zugarramundi.


Conviven con los invisibles tenedores del castillo
y con los ángeles negros
que por la noche guardan la fortaleza
con espadas de fuego.


Ciertas noches del año
brujas de todo el reino acuden aquí,
a este castillo que consideran suyo
por haberlo construido un nigromante.
Aquí formulan sus diabólicos conjuros.
Aquí invocan a la trinidad de los infiernos:
a Astarot, a Belial y a Belcebú.


Se deslizan por las estrechas y empinadas callejas
y se van reuniendo en el interior de las ruinas,
como una bandada de cuervos
cuya negrura se confunde con la oscuridad de la noche.


Se deslizan por las desiertas callejas
raudas y silenciosas,
con su cargamento de pócimas y ungüentos
con los que celebrar su liturgia.


Son brujas antiguas
que han conocido a los poderosos genios
capaces de construir palacios en una noche
y de hacer desaparecer montañas.
Sus fiestas, ahora,
tienen algo de melancólico.
Se han apoderado del castillo
pero saben que es un castillo abandonado.
Desde las inexistentes almenas
contemplan las inmensas extensiones deshabitadas
y llaman a sus compañeras de remotas tierras.


Acuden. Todas van acudiendo,
rápidas, a la morada que para ellas construyera
un viejo hechicero.


Mientras el sol se va ocultando
paseo entre las plácidas ruinas.
De pronto, oigo un seco chasquido en el aire.
Se ha hecho de noche, de pronto.
Y las veo.
Las brujas, llegando, cabalgando en el viento,
oscuras y veloces.
Ocupan la plaza de armas,
se instalan en su castillo.
Deben haber oido
una llamada que yo no he percibido.


Bailan. Gritan.
Sus alaridos se escuchan por todo el somontano,
retumban en el interior hueco del Moncayo.
Observo sus giros vertiginosos.
Son sombras enloquecidas.
No puedo distinguir sus rostros,
son sólo sombras alucinadas
que danzan a mi alrededor.


Con un segundo chasquido, desaparecen.
Estoy sola en el castillo y es de noche
y no sé cuánto tiempo ha pasado.
Siento aún la embriaguez de la danza,
de los aullidos fieros,
de los giros frenéticos.
Recuerdo las palabras incomprensibles
que he oido pronunciar a las brujas,
sus misteriosas letanías,
sus diabólicas oraciones.
Recuerdo sus risas.
Pero no he visto sus rostros.
Han sido sólo sombras que de pronto han ocupado las ruinas,
han llenado la atmósfera,
han acelerado la puesta de sol.
No puedo explicar lo que ha ocurrido,
qué han hecho,
para qué se han reunido.
Sólo sé que de pronto la atmósfera
se ha llenado de sombras ululantes
que eran brujas acudiendo a una llamada,
volando desde lugares remotos,
concentrándose en su castillo
para celebrar una ceremonia
que nadie más debía presenciar.


No esperaban que yo estuviera aquí
pero no me han hecho daño.
Me han permitido verlas,
me han permitido oirlas,
pero no me dejan recordar su fiesta,
recuerdo sólo retazos inconexos,
sus giros en el aire,
su lenguaje incomprensible.
No he podido distinguir sus rostros,
ni entender sus salmodias,
y quizás he participado en su fiesta
pero no lo recuerdo.

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