miércoles, 16 de noviembre de 2011

SAN JUAN DE LA PEÑA, IV



Antes de iniciar sus campañas,
todos los reyes de Aragón rezaban en San Juan
y recibían la bendición del abad ante la congregación reunida.


Junto a los reyes,
acudían también a encomendarse, antes de la batalla,
todos sus caballeros.


Así se originó el ceremonial de la Orden,
así se generó una Orden de Caballería vinculada al monasterio,
la Caballería de San Juan,
cuyos miembros eran enterrados entre sus muros.


Los “Caballeros de San Juan” frecuentaban el monasterio.
Eran guerreros que iban a descansar al cenobio
entre combate y combate.
Estos “Caballeros de San Juan”
adoptaron la cruz de los “auténticos” caballeros sanjuanistas.
En las lápidas del Panteón de Nobles
figuran las cruces patadas de la Orden de San Juan.


Peregrinos y cruzados, en este tiempo de epopeya,
llevaron consigo la noticia de la presencia del Grial
allí, entre abruptas montañas, guardado por monjes y soldados:
Los Caballeros del Grial.


Es durante la estancia del Cáliz en San Juan de la Peña
(de 1082 a 1399)
cuando surgen las narraciones en torno al Grial.


Historias escritas sobre las leyendas
difundidas por peregrinos y juglares
que transitaron por la gran vía de intercambio de ideas
que fue el Camino de Santiago.


La larga presencia del Cáliz en San Juan de la Peña
propició en la zona del Pirineo español
la proliferación de representaciones de Vírgenes portando copas.


Y, sobre todo, dio lugar a las leyendas medievales
sobre el Santo Grial.


***


San Juan de la Peña fue mausoleo, corte y escuela.

Junto con los infantes,
también los hijos de los nobles
se educaban en la escuela de letras y música
del monasterio.
En sus aulas se aprendían
las melodías visigóticas,
los versos de Virgilio,
la gramática latina.

En el monasterio,
donde se cuidaba
la educación de las nuevas generaciones
y el descanso de las generaciones pasadas,
se custodió también la documentación real.
Durante siglos
su scriptorium, su biblioteca y su archivo
serán los mejores del Reino.
En San Juan de la Peña
se miniaban códices y documentos.
En San Juan se escribió la crónica del Reino,
desde unos primitivos «Anales»
hasta «Ad obitu Adefonsi regis».


Los monjes escribían
la crónica de la guerra.
La guerra hecha por reyes
que rezaban aquí,
que aquí se enterraban.


***


Al mismo tiempo, los monjes construían un claustro
que era pura magia hecha piedra:


En 1140,
los monjes encargaron a un escultor de renombre
la arquería del fantástico claustro.


Durante treinta años,
el escultor trabajó la piedra rojiza
y extrajo de ella multitud de figuras
del Antiguo y el Nuevo Testamento
que a continuación fueron policromadas.


Así la Biblia quedó escrita
en la piedra de los capiteles.


El claustro bajo la roca se transformó en un lugar encantado,
un lugar donde cualquier cosa era posible,
donde todo era imaginable.


Un recinto hechizado
donde enterrar a los miembros de la comunidad monástica.


Frente a las montañas,
sin más techo que la propia roca,
junto a la fuente.


Un recinto hechizado
donde comunicarse con Dios
y desde el que viajar a la Luz.


Quedaba así completado el recinto románico:
templo, monasterio, casa real, mausoleo.
Un gran edificio donde fueron siendo enterradas
generaciones de religiosos y guerreros,
reliquias de santos y despojos de soldados anónimos.
Por doquier. Sarcófagos y lápidas.
Huesos bajo los pavimentos, tras los muros,
en panteones y terrazas, en las capillas y el claustro...


Como si fuera una gran construcción funeraria,
un lugar de coexistencia de vivos y difuntos,
cerca del centro mágico.


***


En San Juan siempre hacía mucho frío.
El fuego siempre debía estar encendido.
Hubo múltiples incendios.
En febrero de 1675 las llamas duraron tres días.
Entonces se construyó el monasterio nuevo,
en la pradera alta,
donde en los tiempos oscuros
hubo una fortaleza
olvidada.

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