jueves, 9 de agosto de 2012

SALVATIERRA



Entre Ciudad Real y Calzada de Calatrava
se extiende un paisaje sin edificaciones,
de suaves colinas con cultivos de cereal.


Calzada fue un pueblo
concebido como granero de la fortaleza calatrava.


Hoy es una población de lamentable urbanismo.


Recorro la interminable calle Cervantes.
¿Para qué hacer varias calles,
pudiendo prolongar interminablemente una sola?


Ya cerca de la plaza de España,
busco la Casa de la Tercia,
que fue construida en el siglo XVII
como lugar de recaudación de los diezmos de la Mesa Maestral.
La encuentro, pero de ella no queda
sino el resto desdibujado de un escudo
en una fachada cochambrosa.


Otro tanto se puede decir de la Hospedería de los Caballeros,
construida igualmente en el siglo XVII por la Orden
como hospedaje y enfermería para sus caballeros,
y que se encuentra también cerca de la plaza de España,
en la calle Empedrada.


En la misma calle se encuentra la Casa de los Claveros,
otro edificio del siglo XVII
construido como residencia del clavero,
administrador de la Orden.
Dicen que su patio es uno de los mejores de la provincia,
pero, como en los dos casos anteriores,
que al parecer también tienen patios notables,
se trata de propiedades privadas no visitables,
y las fachadas apenas conservan recuerdo de lo que fueron.


Así que doy por terminada
la decepcionante búsqueda del pasado de Calzada.


En el pueblo no hay nada que ver.
No hay nada que invite a quedarse.




***




Desde Calzada se divisan con nitidez los dos castillos
que controlaron el paso del puerto
en la vía que conduce a Puertollano
y a Sierra Morena.




Echo a andar por este camino de siglos,
subyugada por las dos siluetas
recortadas contra el cielo de la mañana.




¡Qué poco costaría abrir un sendero paralelo a la carretera,
que permitiese al caminante contemplar el paisaje
en vez de ir pendiente del tráfico!
Apenas hay arcén, así que se hace difícil
atender al mismo tiempo a los vehículos y al horizonte.




A poco más de un kilómetro de Calzada
un camino de tierra a la izquierda
lleva a la casa de la finca la Sacristanía,
en cuyo terreno se encuentra el castillo de Salvatierra.




A la casa se puede llegar con facilidad,
pero el acceso al castillo está vallado.
Al otro lado de la valla pasta el ganado vacuno.
¡Quién fuera el propietario de esta finca!


Vuelvo a la carretera y sigo adelante.
Ya a la altura de los cerros enfrentados, a mi izquierda,
el Camino de la Bodega conduce
a la ruinosa Casa del Puerto,
y, desde ella, otro caminillo,
en el que quedan restos de la antigua calzada,
lleva a Salvatierra.
Pero el Camino está cerrado.
Hay una puerta, una alambrada
y un cartel que indica que la finca está vigilada.




***




La fortificación de Salvatierra se encuentra
en lo alto del cerro de la Atalaya,
a unos 5 kilómetros de Calzada de Calatrava
en dirección a Puertollano.
Se halla frente a Calatrava la Nueva,
en el paso que, desde el Campo de Calatrava,
conducía al puerto de Muradal.
Fue un antiguo “hisn” musulmán.


Tras la batalla de Alarcos,
los almohades, confiados en su contundente victoria,
relajaron un poco su vigilancia,
lo cual aprovecharon los caballeros de la Orden de Calatrava
para tomar Salvatierra en 1198.


En un golpe de mano, varios caballeros de la Orden
asaltaron por sorpresa el castillo de Salvatierra,
que protegía el acceso a Sierra Morena.


Allí se mantuvieron durante años,
totalmente aislados de socorros.


La fortaleza fue sitiada una y otra vez por los musulmanes.
Cuando, en 1211, las condiciones de vida se hicieron insostenibles,
se pactó el abandono de la fortaleza, que no la rendición.
Los musulmanes recuperaron el castillo.


El día 9 de julio de 1212,
el ejército cristiano pasó por delante del castillo de Salvatierra,
camino de Sierra Morena.
Las tropas cristianas no se plantearon su asedio.


El día 11, el jefe de la vanguardia del ejército cristiano,
Diego López de Haro,
decidió que se adelantasen su hijo Lope y sus dos sobrinos,
para ocupar las alturas del norte de Sierra Morena,
que se levantaban ante ellos,
antes de que las tomasen los moros.


El jueves 12, esta avanzada estableció contacto con el enemigo
en el puerto del Muradal, junto al castillo del Ferral o de La Cuesta.
Los cristianos, sorprendidos por los musulmanes,
tuvieron grandes dificultades para tomar la cumbre,
pero, finalmente, lograron plantar allí sus tiendas y hacerse fuertes.
El lugar se conoce hoy como La Ensancha.
El grueso del ejército cristiano llegó al pie del monte
a primera hora de la tarde
y acampó cerca del cauce del Guadalfaiar,
conocido hoy como río Magañas.


El viernes 13, tras encomendarse a Dios,
los reyes cristianos emprendieron el ascenso al monte
y acamparon en La Ensancha.
Ese mismo día tomaron el castillo del Ferral.
Según refiere el arzobispo de Narbona, no fue necesario asaltarlo,
ya que sus defensores huyeron ante el avance cristiano.
Hoy de este lugar sólo quedan restos de su torre.
Las avanzadillas musulmanas se replegaron
hacia la actual población de Santa Elena,
donde se asentaba el real del califa,
conocido entre los cristianos como Miramamolín.


En los dos días siguientes
los cristianos intentaron en vano forzar el paso de la Sierra
y se produjeron choques
que quedaron reflejados en la toponimia:
Cerro de las Calaveras, Collado de la Matanza.


Finalmente, en el Paso de la Losa,
desfiladero angosto
que se encuentra en la vertiente sur del camino del Muradal,
que se confunde con frecuencia con el desfiladero de Despeñaperros,
pero que está unos kilómetros más al oeste,
tuvo lugar el enfrentamiento definitivo.
El lunes 16 de julio Alfonso VIII vengó la afrenta de Alarcos
en el campo de batalla de las Navas de Tolosa.


Tras la derrota, los moros reforzaron las defensas de Salvatierra
y durante años el castillo aguantó el sitio de los cristianos,
mientras se descomponía el califato almohade.


En 1226 Fernando III recuperó Salvatierra
y lo donó a los calatravos.
La frontera castellana se desplazaba al valle del Guadalquivir.


Una vez aseguradas las nuevas tierras,
e instalados los caballeros en su fortaleza de Calatrava
el castillo de Salvatierra cayó en el olvido.


Hoy Salvatierra es una melancólica ruina
que se deteriora deprisa a la vista de todos,
al otro lado de unas vallas.
Alguien debería hacer algo
antes de que desaparezcan sus últimas piedras.




***




Enfrente, al otro lado de la carretera,
lo que queda del castillo de Calatrava
permite imaginar cómo impresionaría esta fortaleza
cuando los calatravos vivían aquí.


La rehabilitación no ha convertido este lugar espléndido
en una reconstrucción falseada y vacía de recuerdos,
como ha ocurrido en algún sitio.


A mediodía, el guarda de Calatrava me dice que ha de irse a comer,
pero me deja quedarme.
Cierra con llave la puerta de acceso.
Me quedo sola en la fortaleza.
Encerrada.
Tengo todo el sacro convento a mi disposición.
Estoy encerrada, en compañía de aquellos caballeros tan altivos
que prefirieron derribar su castillo
antes que dejarlo en manos extrañas.




***




Pocas horas después, el guarda regresa.
Si no hubiera vuelto, quizás yo habría tenido que pasar la noche allí,
en compañía de espectros...


Permanezco allí todavía un rato
contemplando la inmensidad de la llanura,
cerrada a lo lejos por los primeros montes de Sierra Morena.


Después emprendo el camino hacia Aldea del Rey.
He de retroceder por la carretera que va a Calzada
y luego tomar un camino a la izquierda.


Poco antes del desvío,
en la carretera, a la izquierda, un letrero indica:
“Restaurante asador Isabelica”.


El local se halla al final de una sendita en ligera cuesta arriba.
Destacan cuatro parasoles amarillos.
Como un oasis en medio del desierto.
A la entrada del restaurante,
en el corazón del silencio estepario
el sonido de una fuente parece un milagro.
La fachada trata de evocar el rosetón de la iglesia del castillo vecino.


Me siento a la sombra de uno de los parasoles
y pido un refresco.
Podría quedarme allí sentada toda la tarde,
frente a las ruinas de Salvatierra.
El hotel no está terminado.
Me gustaría alojarme allí, frente al castillo.


Una de las camareras charla conmigo.
Le explico que vengo de Calzada, que he estado en Calatrava,
que he intentado llegar a Salvatierra, que me encamino a Aldea...
Desconcertada, la chica me pregunta si se trata de una promesa.
Le digo que no, aunque luego me digo a mí misma
que en cierto modo era un compromiso con los monjes guerreros...


Me arrellano en la silla y entorno los ojos.
¿Existe, el restaurante, o es una alucinación?
Sentada allí a la sombra, en la terraza del restaurante irreal,
escucho el murmullo del agua de la fuente,
contemplo a lo lejos la silueta melancólica de Salvatierra,
respiro el aire limpio,
me siento bien.
Quizás cuando me aleje de allí el restaurante mágico desaparezca,
quizás ha sido cosa de encantamiento. Quizás.
“Isabelica”. Extraño nombre para un lugar encantado.
Quizás sea la dueña de la venta,
o la dama con la que sueña el ventero,
o quizás es el nombre de la maga que ha realizado el hechizo.
La maga Isabelica y su hueste, los camareros y camareras
que me ayudan a creer que estoy en una venta hechizada...


Se oyen balidos y esquilas.
Reemprendo el camino.
En cuanto se toma el desvío,
la silueta de Calatrava desaparece, oculta por otro cerro...




***




Llego a Aldea del Rey.


Hay un hombre sentado a la puerta de una ermita.
Le pregunto por el palacio, y me indica el camino
manifestando en su tono
que el palacio no le merece el menor aprecio.


El Palacio de Clavería fue residencia del Clavero de la Orden
en el siglo XVI.




La misión del Clavero era guardar y defender
el castillo y convento mayor de la Orden,
es decir, su sede de Calatrava la Nueva.
También era lugarteniente del Maestre.




El palacio se cae a trozos, se desmorona.


Por algunas grietas se entrevén las ruinas del interior.








Rodeo su perímetro.
Me detengo a observar la parte trasera,
a la que hay adosado un destartalado corral.




Se oye algún balido.
Un gallo asoma un momento.
Una fila de pollitos cruza el patio.




Pasa un hombre por la carretera, conduciendo un tractor.
Se detiene y me grita:
- ¿Ha perdido algo?
No acierto a distinguir si la pregunta entraña
hostilidad o deseo de ayudar;
le digo que no y continúo contemplando el desaguisado.
El hombre no arranca hasta que me ve alejarme.


Me marcho confiando en que, algún día,
la maga Isabelica se acerque a Aldea del Rey
y, mediante un hechizo, recomponga el palacio...


Y, con un poco de suerte, también,
logre que el propietario de Salvatierra
ceda el castillo para que sea restaurado
antes de que desaparezca.
Debió ser un hermoso castillo...


Debió ser un hermoso castillo.

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