domingo, 24 de febrero de 2013

MALAMONEDA (HONTANAR), II




En un paraje remoto de los Montes de Toledo,
en un valle circundado por sierras,
está el caserío abandonado de Malamoneda.
Desolado. Mágico.


Partiendo de Hontanar hacia el Risco de las Paradas,
justo enfrente al llegar a la carretera,
sale una pista de tierra blanca.
Recorrido un trecho, un sendero, a la izquierda,
conduce al despoblado de Malamoneda,
conocido por los del lugar como “la Torre” o “las Tumbas”.


Cerca, a pocos kilómetros
del comienzo del Parque de Cabañeros,
hacia Navas de Estena, a través de la sierra,
está el Risco de las Paradas.
Desde allí se puede ver el circo de montañas
de Corral de Cantos,
todo el valle y las pedrizas de las crestas de los montes.


Posiblemente una epidemia de paludismo
motivó, en el siglo XIV, el abandono de Malamoneda
y la fundación de Hontanar.
En las Relaciones de Felipe II se fecha tal fundación hacia 1376
y se hace referencia a la torre y el castillo de Malamoneda,
ya ruinosos ambos,
aunque en Malamoneda quedó algún habitante
hasta el siglo XVI.


Desde la prehistoria hasta nuestros días
ha sido un lugar frecuentado por los cazadores.
En el Libro de Montería de Alfonso XI
se dice que el lugar es “bueno de oso en invierno”.


Lo cruzan los arroyos Cedena y Pasadero
(actualmente conocido como Malamonedilla).
Ambos nacen en los Montes de Toledo.
Pasadero desemboca en el Cedena en Malamoneda
y ya ambos corren juntos hasta llegar al Tajo.
Hasta fechas recientes hubo en ellos varios molinos harineros
y un batán en la zona de la presa del Cedena.


***


Una leyenda explica la denominación del paraje abandonado:


En la época de la repoblación de la zona por los templarios,
el castillo fronterizo de Cedena,
perteneciente a la encomienda de Montalbán,
fue cercado por los musulmanes.
Como los moros no conseguían tomar la fortaleza por las armas,
decidieron utilizar otro medio.
Una noche secuestraron a dos caballeros
y les ofrecieron una importante recompensa en oro
si les abrían un portillo.
Uno rechazó la propuesta airadamente y fue ejecutado.
El otro aceptó y recibió una moneda de oro como adelanto.
Al llegar la noche, el templario traidor abrió una puerta
por la que entraron los moros.
Encontrándose los templarios dormidos,
los árabes los mataron a todos y se adueñaron de la posición.
El traidor, al intentar cobrar la recompensa, fue decapitado.
Los sarracenos arrojaron todos los cadáveres fuera de la fortaleza,
a los roquedales,
y después abandonaron el lugar.
Cuando llegaron nuevas huestes cristianas,
advirtieron que los cadáveres de los monjes-guerreros
habían derretido el granito y se habían hundido en la roca,
formando unas cavidades a modo de tumba.
Sólo un cadáver había quedado en la superficie,
devorado por las alimañas;
su esqueleto apretaba una moneda en una de sus manos.
Era el templario traidor.
Esta moneda dio nombre al lugar
y al arroyo al que fue arrojada, Malamonedilla.
Cuentan que por las noches
el ánima del templario busca la moneda
que fue el precio de su infamia,
para pagar al diablo el rescate de su alma.


***


El lugar fue habitado desde antiguo.
Se han encontrado piedras talladas e inscripciones
de época romana.


El doble epígrafe funerario esculpido en una gran roca,
al que los lugareños llamaban “las tablas de la ley”
por su aspecto,
recordaba a un padre e hija difuntos:

1) Dis Manib/us Caecilia / Parata Ca/ecili Severi/ni f(ilia)
an(norum) / XV h(ic) s(ita) e(st) s(it) / t(ibi) t(erra) l(evis)

2) [Dis M]a[nibus] / Caecilius [Se]/ver[i]nus
a[n(norum)] / [XX]XV h(ic) s(itus) e(st) / s(it) t(ibi) t(erra) l(evis)

Son las tumbas de Cecilio Severino, de 35 ó 45 años,
y de su hija Cecilia Parata,
que habitarían en alguna finca inmediata.

En fechas recientes alguien robó las inscripciones,
dejando sólo los huecos del díptico en el bloque granítico.


También se han hallado tallas con motivos visigodos,
aunque la mayoría de los testimonios materiales
son de los siglos XII y XIII.


La torre vigía se construyó reutilizando
grandes piedras talladas de origen romano.
En la base de uno de sus ángulos
había un sillar con inscripciones latinas.
Era una lápida en memoria de un rico comerciante extremeño
que falleció por estos parajes.
Hoy se encuentra en el Museo de Santa Cruz de Toledo.
La torre ha perdido un lateral
y se mantiene en difícil equilibrio,
destacando entre ruinosas casas de labranza
construidas en parte con los restos de la atalaya.
En tiempos desde aquí se controlaba el cruce del Cedena
que abría el paso hacia los Montes,
entre los cerros del Puerco y el Aceral.


El castillo se halla entre los dos arroyos.
En él, tras ser abandonado,
habitaron algunos cuadrilleros de la Santa Hermandad.


Existen testimonios gráficos de que hasta inicios del siglo XX
contaba con una barbacana y un foso hoy desaparecidos.


Hoy no quedan más que cuatro paredes sin techo
que cierran un recinto invadido por la vegetación.


El antiguo poblado debió ser una granja fortificada,
protegida por el castillo y la torre.


La necrópolis se extiende por toda la superficie granítica,
dándole al paisaje un extraño y misterioso aspecto.
Hay más de cien tumbas excavadas en las rocas.
Una de ellas conserva, parcialmente desplazada,
la tapa de cierre.


Según testimonios de habitantes de la zona,
en el siglo XIX se profanaron muchas sepulturas
hasta entonces intactas,
y los ajuares de los difuntos fueron expoliados.


Entre los vecinos de Hontanar
circulaba una leyenda sobre un verraco de oro enterrado
que durante un tiempo hizo acudir a numerosos buscadores.


Han frecuentado también el lugar
los buscadores de la Mesa de Salomón.
Los restos de la torre pudieran ser
los vestigios del antiguo castillo de Faras,
donde se dice que fue ocultada la Mesa.


Hubo aquí minas de hierro
y quizás ello atrajo a hechiceros y alquimistas.


Se afirma que las abundantes aguas de este paraje
poseen virtudes terapéuticas.


Cerca, en Dos Hermanas,
discurre el mágico arroyo Merlín...


El santuario dedicado a Nuestra Señora
parece haber existido, aunque en ruinas,
hasta los años 60 del siglo XX.


Se conserva el recuerdo de la aparición de la Virgen
en una encina cercana.
La imagen apareció sin varios dedos,
porque el leñador que la encontró
había clavado su hacha en el árbol que la custodiaba.
De la herida de la mano de la Virgen
manaba abundante sangre.
Allí se levantó el santuario
y en torno a él surgió un pequeño poblado
al que se llamó Buenamoneda,
y, a la Virgen, Nuestra Señora de Buenamoneda.


Hasta no hace mucho, allí acudían el día de Todos los Santos
los vecinos de Hontanar que tenían algún familiar enfermo,
para pedir a la Virgen una muerte dulce
si no era posible su curación;
a cambio, dejaban velas sobre la roca
y pasaban por ella una moneda, que llevaban al enfermo;
si éste sanaba, la guardaba como amuleto toda su vida,
y, si fallecía, lo enterraban con ella en la mano.


La ermita estuvo gestionada por la Orden de San Jerónimo
hasta el siglo XIX.
Los monjes cultivaron a su alrededor
huertas y campos de árboles frutales.
La Desamortización los expulsó de aquí.


La imagen de la Virgen de Malamoneda se trasladó a Hontanar.
El templo y los labrantíos fueron vendidos.
Ése fue el comienzo de su rápido olvido y destrucción.


El monasterio jerónimo que hubo junto a la iglesia
fue abandonado en el siglo XVI
y sus propiedades fueron subastadas en el siglo XIX.
Hoy no quedan del mismo más que unas pocas piedras.


Restos de distinta índole testimonian
la existencia en el lugar de otros santuarios más antiguos,
como una pila redonda con cazoleta tallada,
que pudo ser un ara para sacrificios u ofrendas.
Aquí, en lo alto del conjunto granítico,
en ancestrales ceremonias se derramaría la sangre
de animales rituales, para recoger su fuerza.
Altares, círculos de piedras, asientos de roca...
Aquí se celebraron asambleas y ritos religiosos,
funerales e iniciaciones...


Hay quien cree que aquí existió un centro de culto romano
dedicado a los dioses del mundo de los muertos:
Proserpina y Hades.


Cuenta el Conde de Mora:
«A una legua de este lugar hay un valle
al que llaman Oledor u Oledero
por lo bien que dicen que huele en cualquier tiempo del año.
Un religioso del convento jerónimo de la Sisla de Toledo,
para tratar de identificar ese olor,
quemó todos los brezales del valle,
para comprobar si eran las hierbas las que olían.
Pero, después de quemadas,
el valle daba el mismo olor.
Y así se cree que el aroma debe proceder
de algún cuerpo santo que Dios tiene allí guardado,
que desde la pérdida de España está allí escondido
y no se ha dado con el sitio donde está;
y su Divina Majestad revelará el lugar
cuando le pareciere más conveniente».


Éste ha sido un enclave sagrado.
Para todas las culturas. En todos los tiempos.


***


Desde el siglo XIX
ha habido una continuada destrucción de todo el enclave.
La zona ha sido intensamente expoliada por particulares.
Muchos restos arqueológicos han pasado a formar parte
de construcciones privadas en fincas de los alrededores.


En 1973 Ventura Leblic ya advertía del deterioro:
«Malamoneda no puede estar más tiempo
en la situación en que se encuentra,
pues corren el riesgo los vestigios históricos que quedan
de ser borrados».

Croquis de comienzos del siglo XX
por Eduardo Carmena Valdés

Quedan restos de cabañas y establos.
En algunas de las casas de labranza deshabitadas
se encuentran sillares muy bien trabajados
que pueden proceder del castillo, la torre o el monasterio.


El lugar fue declarado Bien de Interés Cultural
el 14 de abril de 2007.
Sin embargo, se encuentra en un completo abandono.
En Malamoneda, hoy, los perros del pastor
que guarda su ganado junto a la Torre,
las cabras, las gallinas,
son los únicos habitantes.
O quizás no...

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