viernes, 22 de agosto de 2014

SALAMANCA. Colegio Mayor de Santiago o de Fonseca




En el siglo XVI la capital del Tormes era una ciudad universitaria y clerical en pleno crecimiento.
Entre sus tejados y torres sobresalía el cimborrio de la capilla del “Colegio del Arzobispo”, la fundación debida a don Alonso de Fonseca, cuyas obras se ultimaron en 1558.
Todavía estaban sin concluir la catedral y la iglesia del convento de San Esteban.
En los tres edificios intervino el maestro Juan de Álava, a quien se debe la construcción del Colegio del Arzobispo Fonseca, también conocido como Colegio de Santiago y Colegio de los Irlandeses.
Lo primero por su fundador, lo segundo por su patrono, lo tercero por sus colegiales.


Salamanca estaba viviendo su Siglo de Oro, que, desde el punto de vista arquitectónico, se plasmó en el estilo plateresco que enriqueció la ornamentación de todas las superficies con un amplio repertorio decorativo que, en un gran despliegue de inventiva, cubrió columnas y pilastras, cornisas y aleros, con temas caprichosos y formas fantásticas, ejecutados en la agradecida piedra dorada de Villamayor.
Reinaba Carlos V, y el nuevo estilo se convirtió en expresión del Imperio.


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El Colegio de Fonseca fue uno de los cuatro colegios mayores de Salamanca, rango que sólo tenían seis en toda la Corona de Castilla.


Es el único colegio mayor salmantino que ha llegado hasta nosotros tal y como arquitectónicamente lo concibió su fundador, el único que se ha salvado de renovaciones y de los estragos causados por los franceses.


El edificio del Colegio de San Bartolomé fue objeto de remodelación neoclásica en el siglo XVIII.
Los Colegios de Cuenca y Oviedo, en estado ruinoso tras la Guerra de la Independencia, fueron demolidos.


El Colegio del Arzobispo hoy ha sido rehabilitado como residencia de profesores e investigadores.
Es el mismo edificio que frecuentaron figuras del humanismo universitario salmantino como Francisco de Vitoria o Fray Luis de León.


Frente a los sólo cuatro Colegios Mayores, en Salamanca hubo veinticuatro Colegios Menores, además de los cuatro de las órdenes militares.
Ello pone de manifiesto el carácter selecto que tuvieron los Mayores, que llegaron a ejercer gran influencia en la Administración y en la Iglesia.


Pensados inicialmente sólo como centros para acoger a candidatos sin fortuna pero dotados para el estudio, sin embargo terminaron por convertirse en instituciones de gran peso social y político, en parte debido a la sólida formación allí recibida.


El número de colegiales en los Mayores fue siempre exiguo, entre diez y quince durante el siglo XVI.
Se distinguían entre sí por el distinto color de sus ropas y beca. La beca de los del Fonseca era de color escarlata.


El número inicial de los colegiales del Fonseca, establecido por el fundador en su testamento, fue de doce más un capellán, número de simbolismo apostólico que también recuerda el mínimo de las fundaciones monásticas durante la Edad Media.


Pese a tratarse de una fundación secular, la vida colegial tenía mucho de conventual, su organización era parecida a la de las órdenes religiosas en cuanto a la intergración del individuo en una comunidad: Las ropas, sobrias e iguales para todos los del mismo colegio, el silencio de su claustro, las devociones, los horarios, la obediencia, la clausura, etc., todo conformaba una vida fuertemente disciplinada y virtuosa, tal como recogen las respectivas constituciones de cada Colegio, al margen de los incumpliminetos, las licencias y los cambios que el tiempo y las personas introdujesen. La disposición adoptada desde el principio para los Colegios Mayores se basó en el esquema del monasterio, en el que la vida se desarrollaba entre iglesia, claustro, celdas individuales y espacios comunes abiertos en torno al patio.


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A través de su fundación, respetada por el tiempo, el Arzobispo Fonseca ha logrado la inmortalidad que deseaba (el anhelo humanista de alcanzar la fama que sobrevive a la muerte).


Para ello, el prelado dotó generosamente su obra, más allá de lo que hubiera requerido desde un punto de vista meramente funcional un centro en el que acoger y tutelar a un reducido grupo de jóvenes sin recursos económicos, de entre quince y veintitrés años, hasta que alcanzaran los grados de bachiller y, en el mejor de los casos, de licenciado y doctor por la Universidad de Salamanca.


Don Alonso de Fonseca y Acevedo (1476-1534), salmantino, fue hijo del Arzobispo de Santiago y Patriarca de Alejandría don Alonso de Fonseca y Acevedo y de doña María de Ulloa.


El apellido Fonseca estuvo ligado a las más altas prelaturas de la Iglesia española, comenzando por Alonso de Fonseca (1418- 1473), Arzobispo de Santiago y de Sevilla, a quien se conoce como Alonso de Fonseca I para distinguirlo de su sobrino Alonso de Fonseca II, fallecido en 1512, que fue Arzobispo de Santiago y Patriarca de Alejandría, y del hijo de éste, Alonso de Fonseca III, fundador del Colegio salmantino. Éste también tuvo descendencia, con doña Juana Pimentel, pero ya no se repitieron los destinos eclesiásticos que, como en el caso de la sede compostelana, parecían hereditarios.


La carrera eclesiástica del tercer Fonseca fue muy rápida, desde su nombramiento como canónigo de la catedral de Santiago de Compostela, a los catorce años de edad, hasta ocupar su silla arzobispal en 1507.
En 1506 acompañó a Italia a Fernando el Católico y más adelante tendría trato frecuente con el emperador Carlos, que le había hecho Canciller Mayor de Castilla. En 1523 fue nombrado Arzobispo de Toledo, desde donde apoyó el movimiento erasmista en España. En esta ciudad conoció al grupo de artistas que hicieron de Toledo uno de los focos más importantes del Renacimiento hispano.


Fonseca encargó obra a pintores, escultores y arquitectos como Juan de Borgoña, Alonso de Berruguete, Alonso de Covarrubias y Diego de Siloé. Impulsó construcciones en Toledo, Salamanca y Santiago.


Don Alonso fundó otro Colegio en la capital compostelana al poco tiempo de la erección del Colegio salmantino, y el mismo papa Clemente VII que había dado la bula para el de Salamanca en 1525, al año siguiente la expidió para el de Santiago.
Ambos institutos quedarán hermanados por el nombre, bajo la advocación de Santiago Zebedeo el primero y de Santiago Alfeo el segundo.


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La fundación del Colegio Mayor de Salamanca, como iniciativa de un prelado, coincide y rivaliza con las iniciativas de otros obispos y príncipes de la Iglesia que, a lo largo de los siglos XV y XVI, levantaron a sus expensas otros monumentales edificios con el mismo fin.


El gran cardenal don Pedro González de Mendoza fundó el Colegio de Santa Cruz de Valladolid, el cardenal Cisneros fundó el Colegio de San Ildefonso en Alcalá de Henares, en Salamanca don Diego Míguez, obispo de Oviedo, fundó el de Oviedo, y don Diego Ramírez y Fernández, obispo de Cuenca, fundó el llamado de Cuenca (aunque en realidad tenía también como patrono al apóstol Santiago).


Además de los Colegios de Cuenca y de Fonseca, Salamanca contaría en el siglo XVI con un tercero también dedicado a Santiago, perteneciente a la orden militar de este nombre.


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Hacia 1521, sobre parte de un solar cedido por el inmediato convento de San Francisco, se iniciaron las obras del Colegio de Fonseca.


En 1529 se alojaban los primeros cuatro colegiales, en un edificio aún inacabado. Se terminó en 1534.


Faltaba por rematar la iglesia, que pasó de ser capilla del Colegio a templo funerario donde reposarían los restos mortales de su fundador, según éste dejó expresado en su testamento, pues, de ser enterrado en la catedral de Toledo, apenas se le recordaría entre otros muchos y muy importantes prelados «donde non se hace cuenta sinon del entierro del cardenal don Pedro González de Mendoza».
Siguiendo el ejemplo de Cisneros, que en vez de en Toledo fue enterrado en Alcalá de Henares, don Alonso de Fonseca prefirió volver a su ciudad natal, ya que «eligiendo allí el entierro siempre havrá mucha memoria y maior perpetuidad así de la sepultura como de los capellanes y capellanías, por razón de los muchos deudos y dados que allí tiene esta persona y por las casas perpetuas de maiorazgo de su linage, cuios sucesores perpetuamente se preciarán de favorecer y acrecentar y sustentar aquello y non permitirán que pereza», según indica un informe de hacia 1530 sobre el lugar más conveniente para su inhumación.
El Arzobispo Fonseca en su testamento establece: «Yten mandamos que para el dicho nuestro entierro hagan e manden hacer nuestros testamentarios lo mas bien que ser pudiere junto al dicho nuestro colegio, en el sitio que mas conveniente pareciere, una iglesia de cantería...»


Así, la capilla colegial hubo de agrandarse, prolongándose las obras hasta 1549, fecha en que puede darse por concluido el Colegio.


Durante estos años fueron varios los maestros que intervinieron, entre ellos Juan de Álava, Diego de Siloé, Rodrigo Gil de Hontañón y Alonso de Covarrubias.
Juan de Álava era por entonces uno de los artífices más reputados y con mayor obra en Salamanca, donde tenía la maestría de una parte de la catedral nueva, daba las trazas e iniciaba la construcción del convento dominico de San Esteban y dirigía la obra del Colegio del Arzobispo, además de otras obras menores.


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En la fachada figuran medallones con los escudos de Fonseca, y Santiago como miles Christi en la batalla de Clavijo.


La planta del edificio se inscribe en la tradición monástica.


Desde el desaparecido Colegio Mayor de San Bartolomé en Salamanca hasta el de Santa Cruz en Valladolid, el siglo XV marcaba lo que iba a convertirse en modelo para los colegios del siglo XVI:


Un gran patio o claustro al que se accede desde la calle a través de un zaguán; a un lado de éste se encuentra la capilla y al otro el llamado “general”, a modo de aula magna, como sucede en el Colegio del Arzobispo, de tal forma que estos tres elementos dan contenido a la crujía de la fachada.


Las demás piezas que no deben faltar, dormitorios o celdas, refectorio, cocinas y otros servicios, se disponen en torno al patio.
La biblioteca, la sala rectoral, piezas para criados, etc., fueron completando el programa de necesidades propuesto por el rector Pérez de Oliva.


En el Fonseca, desde el punto de vista de la composición, la principal novedad estriba en situar las escaleras en el centro de dos de las pandas, de un modo distinto al habitual en otros Colegios Mayores, que suele ser en un rincón de claustro, posibilitándoles además un desarrollo palaciego.


El claustro es considerado una de las joyas del Renacimiento español, y en él se intenta recuperar el clasicismo del orden romano.


A la capilla se accede desde el vestíbulo.


En el centro de la nave, bajo el gran cimborrio, descansaron los restos del fundador. 


Sin embargo, a finales del siglo XVIII se trasladaron a un sencillo arcosolio que hoy los cobija.


Ha desaparecido el otrora sostenido culto en memoria de Fonseca, quien había pensado que en este lugar habría «mayor perpetuidad así de sepultura como de capellanes».


Una larga inscripción recuerda la fecha de la terminación de la capilla: “A.D. 1549”.


Calle abajo se encuentra, inmediata a la iglesia, la antigua hospedería barroca, que después fue, hasta hace unos años, Facultad de Medicina.


Miss Fly, un personaje de Galdós que vive los días del sitio francés a la ciudad, exclamaba con entusiasmo al ver éstos y otros edificios de Salamanca:
«Todo aquí respira la grandeza de una edad ilustre y gloriosa. ¡Cuán excelsos, cuán poderosos no fueron los sentimientos que han necesitado tanta, tantísima piedra para manifestarse!».

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