miércoles, 13 de agosto de 2014

SALAMANCA. Cueva de Salamanca




Enrique de Villena fue un estudioso de la astrología, interesado también por “algunas uiles y rehaces artes de adeuinar e interpretar sueños e estornudos e señales e otras cosas tales que nin a principe real e menos catolico christiano conuenian”.

Por ello el rey Juan II ordenó a fray Lope de Barrientos quemar los escritos del marqués. El propio Lope de Barrientos (obispo de Cuenca y antiguo estudiante en Salamanca, en el Colegio de los Dominicos de San Esteban), en su obra titulada Especie de adeuinança, recuerda la orden del monarca cuando, refiriéndose a uno de los libros de magia del marqués de Villena, dice: “Este es el libro aquel que tú, como Rrey cristianísimo, mandaste a mí, tu siervo y fechura, que lo quemase a vueltas de otros muchos”.

Hernán Núñez, el llamado Comendador Griego, en su edición de Laberinto de Fortuna, de Juan de Mena (Sevilla 1499, revisada y enmendada en Granada, 1505), en la nota a las coplas CXXV-CXXVIII, cuyo tema es la cuarta orden de Febo, alusiva a Enrique de Villena, a quien se elogia, dice: “Elogio o testificación muy justo, porque siendo este caballero de sangre real, tío del rey don Juan y muy principal en estos reinos, reconoció que el verdadero linaje y tener es la posesión de la virtud, y ésta raramente se alcanza sin las letras, más aún en el arte de la mágica, tanto que se cuentan de él cosas maravillosas; y dejó muchos libros compuestos llenos de mucha doctrina y erudición”. Comentando la copla CXXVIII, Hernán Núñez reitera que Enrique de Villena “dejó muchos libros de varias y diversas doctrinas, entre los cuales dejó algunos de arte de la mágica, los cuales fueron quemados en el monasterio de Santo Domingo el Real de Madrid, no por sentencia de don Lope de Barrientos, como algunos falsamente piensan, sino por mandato del rey don Juan, y quemólos en el sobredicho lugar don Lope de Barrientos, obispo de Cuenca, fraile de la Orden de los predicadores, maestro del príncipe don Enrique. Lo cual ser así como yo digo demuestra el mismo don Lope de Barrientos en un tratado de las especies de adevinança que copiló por mandamiento del rey don Juan”.
El Comendador Griego se esfuerza por disculpar al obispo Barrientos, que no hizo más que obedecer la orden del rey, quien, según el mismo Hernán Núñez, también se arrepintió más tarde de tal decisión.

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En Salamanca, descendiendo la calle de San Pablo (antiguamente de San Polo), y antes de llegar a los ahora semi-restaurados restos de la antaño iglesia de San Polo, a mano derecha arranca la costanilla de Carvajal, que desemboca en la plazuela del mismo nombre.
En aquel lugar se levantó, a finales del siglo XI, la iglesia de San Cebrián.

El historiador salmantino del XIX Manuel Villar y Macías expone, en Historia de Salamanca (1887), en qué estado de ruina se hallaba el templo a mediados del siglo XIX: “De la iglesia de san Cebrián tenemos noticias en 1156 por la donación que hicieron al Cabildo de unas casas que tenían en su feligresía el caballero Martín Franco y su mujer doña Melina (...) Hallándose ruinosa, la agregaron en 1580 a la de san Pablo, y cuatro años después vendieron casi toda su piedra en 160 ducados para la obra de la Catedral”.

San Cebrián, nombre popular de San Cipriano, fue inicialmente un mago que, convertido al cristianismo, acabó siendo prelado de su Antioquía natal y, durante la persecución desencadenada por Diocleciano, sufrió martirio en Nicomedia el año 304.

Sobre San Cebrián (Cipriano), Calderón de la Barca (que fue escolar en Salamanca) escribirá la comedia titulada El mágico prodigioso.

Una obra que tuvo gran difusión en España, sobre todo en el siglo XVI, fue el Libro de San Cipriano, que contenía conjuros e invocaciones al diablo capaces, según sus adeptos, de proporcionar conocimientos maravillosos.

La llamada Cueva de Salamanca era precisamente la sacristía de la iglesia de San Cebrián.

Villar y Macías describía la situación en que se encontraba aquel lugar el año 1887: “La sacristía no tenía nada de profundísima cripta, y era subterránea sólo por bajarse a ella desde el pavimento de la iglesia (...); pero, siendo allí rapidísimo el declive del terreno, quedaba algo cubierta por él por ambos lados, pero libre y desembarazada por la parte que miraba a oriente, y era base del ábside, que casi tocaba con el muro viejo de la ciudad, que desde allí atravesaba por la cuesta. La mitad de la cueva existe aún con su bóveda de piedra, y la puerta con vestigios de los escalones que descendían de la iglesia; la otra mitad y el ábside que sobre ella se alzaba fueron demolidos en 1584, para aprovechar la piedra; pero todavía se descubre el cimiento semi-circular, removiendo la tierra”.

En 1951, Manuel García Blanco (en “Cervantes y el entremés de La Cueva de Salamanca”) describía el estado en que se encontraba en esa fecha: “Lo que actualmente se conserva en este recinto es la mitad, aproximadamente, de la sacristía, con su bóveda de piedra, y la puerta abocelada, abierta en el muro del fondo, con vestigios de los escalones que daban acceso a la iglesia”.

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La tradición local contaba que a principios del siglo XIV el sacristán de la iglesia de San Cebrián (otros afirman que se trataba de un bachiller, y otros que era el diablo en persona) impartía en la cueva subterránea lecciones de magia, de astrología y de otras artes y ciencias misteriosas non cumplideras de saber. El número de alumnos admitidos debía ser siete; y siete eran también los años que los iniciados habían de emplear en sus estudios. Al final de los mismos se echaba a suertes cuál de los siete discípulos tendría que pagar al maestro. En caso de no abonar la deuda, debería quedar preso en la cueva.

A comienzos del siglo XV, la tradición hechiceril de la cueva acrecienta su fama al ligarse a ella la figura de Enrique de Villena, cuya aureola de mago y de astrólogo era ampliamente conocida en el reino y avalada por la intervención personal del rey Juan II al ordenar a Lope de Barrientos la quema de los libros del marqués.
Comienza a contarse que éste formó parte de uno de aquellos grupos de siete alumnos que estudiaron en la cueva de San Cebrián, y que, finalizado el periodo de siete años requerido, le deparó el sorteo que fuese él quien abonara al maestro el estipendio estipulado. A don Enrique le resultó imposible pagar la deuda, y tuvo que quedar preso en la cueva. Pero ideó una solución ingeniosa: se ocultó dentro de una tinaja que había en el recinto, de modo que, cuando el maestro y los restantes discípulos regresaron al caer la noche, sin reparar en la tinaja, constataron que el marqués había desaparecido. Asombrados, abandonaron corriendo el lugar, proclamando el prodigio. En su precipitación dejaron abierta la puerta de la cripta, lo que aprovechó el marqués para abandonar su escondite, llegar a la iglesia, esconderse tras uno de los altares, pasar allí la noche y al hacerse de día salir de la iglesia cuando se abrieron sus puertas para la misa.

Lope de Vega, en El desconfiado, pone en boca de Feliciano unas palabras en que, aludiendo a Madrid, le dice a don Juan:
Es la maravilla octava,
porque es Madrid un compuesto,
don Juan, de provincias varias,
y con Madrid compararon
la cueva de Salamanca:
siempre, de los muchos que entran,
se queda alguno...

Bernardo Dorado, en su Compendio histórico de la ciudad de Salamanca (1763), recoge las palabras de Diego Pérez de Mesa, (catedrático de Matemáticas de la Universidad de Alcalá, cátedra que abandonó hacia 1559 para trasladarse a la de Sevilla), publicadas en 1595 como Adiciones al Libro de las grandezas y cosas memorables de España (1548), de Pedro de Medina Medina:
“De la Universidad de Salamanca finge el vulgo la cueva, que no sé por qué es llamada de Clemesín, en donde entraban debajo de tierra siete estudiantes á estudiar por siete años, aprendiendo el arte mágica de una cabeza de alambre, y al cabo de ellos se quedaba uno allá dentro, sin volver a verse más. Muéstrase la entrada de esta cueva á espaldas de la iglesia catedral, en sitio donde estuvo la parroquial de san Ciprián, la que se vé allí, y está cerrada, y ha llegado á tanto su fama que muchos escritores han hecho mención de ella. Estudiando yo en Salamanca, procuré averiguar la verdad, y hallé que el Maestro Francés, gran filósofo y catedrático antiguo de Salamanca, estaba en la opinión de que la invención de esta fábula fue en la manera siguiente: un cetre de la iglesia de san Ciprián sabía mucho de las artes mágicas vedadas y prohibidas; enseñábalas á algunos estudiantes, y entre ellos á un hijo del marqués de Villena, y porque no le hallasen en aquella lectura y pasantía, metíase con los discípulos a enseñarles en una cueva ó concavidad grande que había detrás del altar mayor de la iglesia, logró sacar algunos discípulos bien diestros y entre ellos el referido don Enrique de Villena”.

En el Teatro Crítico Universal del padre Feijóo (1676-1764), en el discurso titulado “Cuevas de Salamanca y Toledo, y mágica de España”, se registra el testimonio de un catedrático de la Universidad de Salamanca llamado Juan de Dios:
“Relación acerca de la misma cueva, comunicada al Padre Maestro Feijóo por don Juan de Dios, catedrático de la Universidad de Salamanca.
En cuanto á la cueva de san Ciprián, lo que hemos podido averiguar es que donde la cruz de piedra en el atrio ó plazuela que llaman de el Seminario de Carvajal, había una iglesia parroquial llamada de san Ciprián, la cual estaba unida con la de san Pablo. En ésta había una sacristía subterránea á modo de cueva, que se bajaba unos veinte y tantos pasos, la cual era muy capaz y vistosa. En esta hubo un sacristán que enseñaba arte mágica, astrología judiciaria, geomancía, hidromancía, piromancía, aereomancía, chiromancía, necromancía. Los siete primeros discípulos que tuvo el tal maestro propusieron qué estipendio se le daría y acordaron determinada cantidad y echaron suerte entre los siete á cuál había de tocar pagar por todos, pactando, primero, que al que tocase pagar si no pagaba pronto, había de quedar detenido en un tránsito ó aposentillo que había en la misma sacristía, hasta que sus amigos se lo prestasen ó se lo enviasen de su tierra, y que habiendo otros siete discípulos, los nuevos hubiesen de hacer lo mismo, y creciendo el número, siempre para la paga, se procediese por el número septenario. Sucedía que unos podían pagar luego y otros nó, y así solían estar detenidos ó presos tres ó cuatro juntos. Duró esto hasta tres cúrias, en una de las cuales vino un hijo de el marqués de Villena; y como en el sorteo, los compañeros le barajasen la suerte, pagó una vez por todos. Pero haciendo con él la misma trampa segunda vez, quiso ser de los detenidos, pero fué para hacer una pesada burla al maestro, sin ser bastante á estorbarla cuantas artes sabía, y desde entonces cesaron dichos estudios en la cueva ó sacristía. Sucedió por los años 1322, ciento veintidós años después de fundada la Universidad”.
“Porque deseará saber la burla del marqués de Villena, de quien se dice que se hizo entonces invisible, según en un manuscrito antiquísimo hallamos, fue de esta forma, advirtiendo que falta una ú otra cláusula, porque el manuscrito está allí ilegible. En el aposentillo determinado para la cárcel de los que no podían pagar de contado, á un rinconcillo estaba una tinaja de agua, hendida, por cuya razón estaba vacía; encima de la tapadera había unos trastos de la misma sacristía. En ésta se metió y con maña dispuso que los trastos se volviesen á quedar como estaban. La tinaja debió ser más que mediana y él no debía ser muy alto, pues cupo en ella agachado. Era tiempo que el criado le viniese á traer luz y cena, y un amigo que venía acompañándole, y el sacristán ó bachiller con él, porque tenía la llave de tal aposentillo con candado por de fuera, abrieron, y no viéndole, quedaron suspensos, no sabiendo cómo se hubiese salido. Encima de la mesa había uno ú dos libros de arte mágica, y no dudaron mucho de que la hubiese puesto en práctica. Saliéronse, no cuidando de cerrar la puerta. El criado y el amigo cada uno se fué para su casa, el bachiller se subió á su cuarto, y todos con el susto del desaparecimiento. El marqués, luego que vió que se habían ido, se salió de la tinaja, y cuando presumió que el bachiller y muchachos estarían ya dormidos, se subió por la sacristía. En las puertas estaban colgadas las llaves de las alacenas y cajones, y llevóselas de camino. En la iglesia con la luz de la lámpara, reparó en un altar de un Santo Cristo que tenía cortinas, subióse a él, y metióse detrás de ellas hasta la mañana, que el muchacho salió á abrir la puerta principal de la iglesia; y así que el muchacho se volvió para adentro y comenzó á bajar algunos pasos para la sacristía, se bajó del altar y se puso con disimulo, como que había entrado á hacer oración. Salióse de la iglesia sin que nadie le viese y se fue á la casa de un amigo, y contando lo que había, le encargó el secreto. Díjole también que se fuese a ver lo que sus condiscípulos decían, y yendo á la hora de los estudios, encontró con los más de ellos, y cada uno hablaba del desaparecimiento, á medida de su caletre. A pocos días el marqués volvió las llaves y publicó el suceso, confesando que había ido á aquellos estudios por curiosidad, y procuró desvanecerlos de allí adelante, agenciando al bachiller un empleo, cuya ocupación le precisase dejarlos”.
Aparte del colofón moralista que trata de exonerar al marqués de su fama de mago, mostrándolo como un burlador que deja en evidencia la insensatez y falsedad de estas prácticas, hay un error evidente: los sucesos se datan “en 1322, ciento veintidós años después de fundada la Universidad”, mientras que Villena nació en 1384, detalle que el propio padre Feijóo puntualiza más adelante.
Por otra parte, los biógrafos de Enrique de Villena no han constatado que éste asistiera nunca a las aulas salmantinas.
En el apartado VIII de este “discurso sobre las Cuevas de Salamanca y Toledo, y mágica de España”, el padre Feijóo llega a la conclusión de que “el sacristán engaitase a los muchachos con algunos juegos de manos que sabía, y por enseñárselos le sacase los cuartos que pudiese. Todo lo demás lo fue añadiendo el vulgo poco a poco, hasta formar una gigantesca fábula”.

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Y en ese agigantamiento se incorporarán nuevos elementos folklóricos universales (arquetipos) como son la redoma, la sombra eternamente perdida y la estatua o cabeza parlante.

El año 1464 publica Raoul Le Feure o Lefebre su Recueil des Histoires de Troye. En el libro II, relatando las hazañas de Hércules, alude a la estancia del héroe en Salamanca, a donde llega dispuesto a fundar Escuela. Con tal fin cava en tierra un pozo en el que deposita las siete artes liberales y un rimero de libros. A continuación invita a los lugareños a que visiten la cripta que ha construido. Pero los ‘salmantinos’ de su tiempo no captaron de inmediato sus prodigiosas enseñanzas. Dado que el héroe, en su papel de civilizador, debía marchar a otros países necesitados de sus hazañas, modeló una estatua suya y la dotó del don de la palabra. Era esta estatua la que, como si del propio Hércules se tratara, daba respuesta a las preguntas que se le formulaban por parte de los estudiantes ‘salmantinos’ deseosos de aprender. En su antiguo francés medieval, el pasaje dice así: “Marchó Hércules a la ciudad de Salamanca y, como estaba muy bien poblada, decidió instituir allí un solemne Estudio. Ordenó que se practicara en tierra un grandísimo agujero, a modo de Estudio, y depositó en él las siete artes liberales con otros varios libros e hizo que los lugareños acudieran allí a recibir enseñanza. El renombre de tal Estudio fue grande por el país y dicho Estudio duró hasta el tiempo en que Santiago convirtió a España a la fe”.

En el siglo XVII aquella estatua se había convertido en una cabeza parlante.
A ella alude el mejicano Juan Ruiz de Alarcón, cuando (entre 1613 y 1626) lleva al teatro su comedia La cueva de Salamanca. En 1600 Ruiz de Alarcón se trasladó de Méjico a Salamanca, donde se le convalidan los estudios que había cursado en América y obtiene el grado de bachiller en Derecho Civil. Ruiz de Alarcón vivió largo tiempo en la ciudad del Tormes y conoció las consejas que por ella corrían.
Según la comedia del mejicano, Villena llega a Salamanca desde Madrid atraído por la fama de la cueva nigromántica y por la existencia en ella de una cabeza parlante de bronce. Otro personaje, don Diego, pone a don Enrique al tanto de la ‘verdad’, haciéndole saber que quien habita en la cueva es el propio mago, llamado Enrico y nacido en Francia. La comedia tiene por argumento principal las aventuras estudiantiles del de Villena; y al final de la misma se registran los otros dos motivos que, incorporados a la leyenda, se han conservado como parte esencial de ésta: la redoma y la sombra.
En cuanto a la redoma, ha experimentado una metamorfosis aquella inicial tinaja en que se ocultó don Enrique para burlarse del maestro. Ahora es una redoma en la que se supone encerrado el marqués o el diablo.
El torreón contiguo al lugar que ocupaba la iglesia de San Cebrián es denominado “de Villena”́. En una de sus ventanas se suponía colocada la redoma en cuestión.
En cuanto a la sombra, se decía que don Enrique había sido capaz de escapar de su prisión, pero a cambio había tenido que dejar en prenda su propia sombra, de la que se vio privado para siempre:
...Y porque es justo
que el noble auditorio sepa
por qué dicen que engañó
el gran Marqués de Villena
al demonio con su sombra,
oíd: la razón es ésta.
Como el Marqués estudió
esta diabólica ciencia,
tuvo el infierno esperanza
de su perdición eterna.
Mas murió tan santamente,
que engañó al demonio, y ésa
es la causa porque dicen
que con la sombra lo deja.
Dicen que entregó su cuerpo
a una redoma pequeña,
porque en su sepulcro breve
incluyó tanta grandeza,
que quiso hacerse inmortal,
dicen, porque su nobleza,
su saber y cristiandad,
alcanzaron fama eterna.
Y con eso demos fin
a la historia verdadera
del principio y fin que tuvo
en Salamanca la cueva,
conforme a las tradiciones
más comunes y más ciertas.

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A mediados del XVIII el toledano Rojas Zorrilla vuelve a llevar a las tablas el mismo tema que desarrollara Ruiz de Alarcón. El título de la comedia será Lo que quería ver el marqués de Villena. En ella presenta a don Enrique inmerso en la vida estudiantil salmantina, preocupado fundamentalmente por dos cosas: por sus aventuras amorosas y por las enseñanzas mágicas. A este respecto, todo gira en torno a la célebre cueva, en la que vive el mago Fileno (o el diablo), poseedor de un espejo mágico que ofrece al de Villena respuestas maravillosas. Vuelven a aparecer los temas de la redoma y de la sombra; pero los siete discípulos asistentes a las enseñanzas nigrománticas han sido reducidos a cuatro. En un pasaje dialogan Fileno y Zambapalo:
FIL. Con condición me enseñó
esta ciencia no adquirida,
que su esclavo había de ser
como en la muerte en la vida,
y que de cuantos mi engaño
enseñase la magía
un discípulo le había
de dar por feudo cada año
y cómo faltar no puede
este paso.
ZAMB. Hay tal azar.
FIL. Cada año se ha de sortear
uno que conmigo quede;
todos suertes se han echado
para esta satisfacción,
trece discípulos son
los que en trece años le he dado:
y así, hoy os conformáis
a obedecer lo que os digo:
uno ha de quedar conmigo
de los cuatro que aquí están.
Hoy el plazo se llegó...

En 1733 el caballero Francisco Botello de Moraes y Vasconcellos publica en Salamanca una satírica Historia de las cuevas de Salamanca, en seis libros, en la que mezcla realidades históricas con elementos legendarios que el relato ha ido incorporando en el decurso de los siglos, a los que añade fantásticas aportaciones de su propia inventiva.
En la “Archicueva de los Nigromantes”, como denomina a la de San Cebrián, impartía sus enseñanzas el propio diablo, a quien sólo el marqués de Villena fue capaz de burlar. En una parodia que recuerda el descenso de Eneas al Hades o el de Dante a los Infiernos, el autor -Botello de Moraes- desciende a la Cueva de Salamanca. A la puerta lo recibe, como la vieja sibila virgiliana, una anciana enlutada, con garras de león y uñas de grifo, que es la madre Celestina, que le servirá de guía en su aventura subterránea. Cruzado el umbral, descubre un país en el que reina una perenne primavera y las calles y las casas han sido sustituidas por jardines y palacios. El putrefacto río Cocito virgiliano-dantesco es aquí un río de leche, que hay que cruzar para llegar a una paradisíaca isla en la que gobierna Amadís, que será quien narre al autor la historia de la cueva, cuyos orígenes remontan a Mercurio. En un momento dado de su visita, Botello de Moraes llega a lo que denomina Universidad nigromantesca, donde las enseñanzas corren a cargo de un maestro fantasmal, de quien sólo se aprecia un brazo. Asiste a una de sus lecciones, cuyo tema son los antiguos personajes que han tenido algo que ver con la magia: el rey don Rodrigo, la Celestina, Amadís de Gaula, el marqués de Villena, e incluso Cipriano, el mágico prodigioso calderoniano, que se convertiría en San Cebrián, titular y patrono de la iglesia que arropaba la cueva salmantina.
En un fragmento de la obra se dice:
“Mi primer cuidado en Salamanca fue ver sus Nigromantescas Grutas. Diéronme noticia de la de san Cyprian, no lexos de la Iglesia Mayor, al pie de una colina en la que está fundado el Seminario de Carvajal (...) Volví a casa. Preguntóme la ama de la posada dónde había estado. I contándoselo yo, puso ambas manos en la cabeza; i suspirando, me dixo: Señor, por un solo Dios no se meta V. Merced en la tal Cueva. En ella es el Demonio Cathedrático; i por salario se queda con un Estudiante de cada siete que entran. Solo el Marqués de Villena lo engañó, dexándole la sombra en vez del cuerpo. Mas padeció el Marqués el trabajo de no tener sombra desde aquel tiempo; cosa que hace estremecer las Carnes. El modo de enseñar también es endemoniado; pues sobre una silla Infernal que tienen allá dentro, solo se ve un brazo que parece Hombre, el qual habla i se menea sin cessar; i assi explica todas las Hechicerías i maldades. La cueva está tapiada, como V. Merced ha visto; pero no por esso dexan de entrar los Escolares por otras sendas. De las demas gentes nadie se ha atrevido ni se atreve a acercarse a aquella boca d’el Infierno. Entró acaso una gallina en una breve rotura de lo tapiado; i empezó luego a quexarse terriblemente. ¡Considere V. Merced qué dolores padecería el inocente animalito, i qual estaría su corazón viéndose en poder de aquellos Sayones! Oyó sus quexas la mujer que la buscaba; i la encomendó al primer día del mes de Noviembre; quiero decir a todos los Santos. Salió la gallina, pero sin pluma, ni señal de haberla tenido; mas pelada y lisa que sus mismos huevos”.
El libro fue muy leído en el siglo XVIII, y el padre Feijóo le dedica grandes elogios. No así Villar y Macías, que dice de él: “La libre fantasía de estos poetas no se ha ajustado siempre a la tradición, sirviéndoles sólo de pretexto para lucir las galas de su inspirado ingenio, como de pretexto sirvió, en el siglo pasado, al caballero Francisco Botelho de Moraes y Vasconcelhos, en su obra Las Cuevas de Salamanca, libro de intolerable lectura”.

Por último, en 1839 el escritor romántico Juan Eugenio Hartzenbusch llevó a las tablas una comedia titulada La redoma encantada, que gira en torno a Enrique de Villena y a la Cueva de Salamanca, aunque sólo le interesa uno de los temas legendarios: el que da pie al título.

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Desde finales de la Edad Media gozó de gran fama el mágico estudio, la Cueva de Salamanca y su vinculación con el marqués de Villena.

El propio nombre de Salamanca ha sido en más de una ocasión puesto en relación con el mundo de la magia, haciéndolo significar etimológicamente “lugar de encantamiento”.
Así, a comienzos del XVII, Sebastián de Covarrubias -antiguo colegial salmantino que alcanzaría altas dignidades eclesiásticas-, bajo el epígrafe “Salamanca”, escribía en su Tesoro de la Lengua Castellana: “Algunos quieren que este nombre (sc. de Salamanca) sea griego, de psallo y mantici, divinatio, quasi cantus divinus; parece aludir a la fábula de que en Salamanca se enseñaba la encantación y arte de nigromancia, en una cueva que se llama de San Cebrián. Esto tengo por fábula”.
Villar y Macías, por su parte, nos dice: “Los que atribuyeron origen helénico a Salamanca dan el significado de ‘sede o sitio de adivinación’ a la palabra Helmantica, nombre con que Polibio la menciona por la primera vez, compuesto de dos voces griegas: hela, que entre los laconios significa ‘cátedra’, ‘asiento’, y mantiké, ‘arte de adivinar’, ‘adivinación’; y de aquí Hel-mantiké, elidiendo el alfa del primer vocablo”.

Esta antigua etimología, vinculada al origen mítico de la cueva -y de la ciudad- que se decía abierta por Hércules, aparece también en textos literarios, como el Bernardo de Balbuena, quien dice:
A las artes mágicas y los agüeros
quien aquí le enterró vivo y deste agüero
a Salamanca dio nombre primero.
Según Balbuena, el enterrado en la cueva es el sabio Clemesí (el Clemesín mencionado por Bernardo Dorado en su Compendio histórico de la ciudad de Salamanca), de quien octavas antes ha dicho:
Hércules hizo esta espantosa cueva
y en ella enterró vivo un agorero,
el sabio Clemesí...
La obra se titula El Bernardo o victoria de Roncesvalles, y fue publicada en 1624. Es un extenso poema cuyo tema central es la leyenda de Bernardo del Carpio. Su autor, Bernardo de Balbuena, era natural de Valdepeñas, aunque la mayor parte de su vida transcurrió en Méjico y murió en Puerto Rico. Fue abad mayor de Jamaica y obispo de Puerto Rico.

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Durante la Edad Media, el estudio de la magia y de la alquimia era tarea erudita y se incluía entre las siete artes liberales.
Tales estudios mágicos eran especialmente fructíferos entre árabes y judíos; y encontraron arraigo y expansión en las tres ciudades culturalmente más afamadas de la España musulmana: Toledo, Sevilla y Córdoba. Destaca en particular la primera, en donde desde el siglo XII cobra arraigo la ars Toletana, nombre con que se designa a la ciencia mágica y, en general, al ocultismo.
Apenas se crea el Estudio Salmantino, y tan pronto como su Universitas se hace famosa, aquella ars sienta cátedra a orillas del Tormes. Y si en Toledo era una cueva -que la tradición aseguraba ser obra de Hércules-, otro tanto ocurrirá en Salamanca, donde también al héroe tirintio se le asignaba el papel de instaurador.

Conectadas por un análogo destino aparecen Toledo y Salamanca en la obra que en esta última ciudad publica Pedro Ciruelo en 1538, titulada Reprobación de las supersticiones y hechicerías. Era Ciruelo catedrático de Matemáticas en Salamanca y experto en Astronomía, por lo que busca una explicación ‘científica’ astral al hecho de que fueran precisamente Toledo y Salamanca lugares en que las enseñanzas mágicas encontraran especial arraigo. Y así, después de atribuir a Zoroastro y a los magos persas el origen de la nigromancia, escribe: “Aquella arte en tiempos pasados se ejercitó en nuestra España, que es de la misma constelación que Persia, mayormente Toledo y Salamanca”. Así acaba admitiendo lo mismo que censura. ¿No procedían de allá los Reyes magos? Pero a continuación manifiesta que, gracias a la Iglesia, prácticas semejantes han sido felizmente erradicadas.

A similar prohibición de enseñanzas mágicas en la cueva toledana, en la salmantina y en cualquier parte de España, aludía el canónigo de Zaragoza Bernardo Basin en su Tractatus de artibus magicis et magorum maleficiis, publicado en 1483, en donde leemos: Et quibus simul cum optimum illius regni politia infero, quod nec apud Toletum nec apud Salmanticam aut quemlibet aliam Hesperie partem hac tempestate (esto es, en su propia época) Magicae artes tolerantur.

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A finales del siglo XV hace escala en Salamanca el viajero alemán Hieronimus Monetarius -o Münzer-, que apunta en su diario esta nota: De specu Nigromantiae. Est una specus subterranea magna, in qua plures fornices et cripte. Et super eam stat una capella beati Cipriani... Vulgus variis deliramentis de hoc antro loquitur.

En 1561 otro viajero alemán, Conrad Gestner, en una carta, aludía a los lugares subterráneos en los que se llevaban a cabo prácticas mágicas. Entre estos lugares menciona la Cueva de Salamanca en los siguientes términos: Equidem suspicor illos ex druidarum reliquis esse qui apud Celtos veteres in subterraneis locis daemonibus aliquod annis erudiebantur quod nostra memoria in Hispania adhuc Salamancae factitatum constat.

Un nuevo viajero, español en esta ocasión, visita Salamanca en el último tercio del XVI: Cristóbal de Villalba y Estaña, más nombrado como el Doncel de Jérica y autor de El pelegrino curioso y grandezas de España, publicado en 1580. El viajero acude a la famosa cueva, y, mientras aguarda a que le franqueen la entrada, repentiza un soneto (no muy bueno) que deja escrito en la pared:
Cueva que en Salamanca estás sitiada:
de siete que en ti entraban seys salían,
los cuales, aunque muy doctos venían,
con muy justa razón fuyste cerrada.
Ahora está la cueva tan nombrada
abierta a veynte mil, si la acudían,
y salen erudentes que incluían
el mundo con su ciencia aventajada.
Cerraste una boquita muy estrecha,
abriendo un boquerón tan afamado
que es su valor del mundo el más jocundo.
Eras escuela, academia te has tornado
que das doctos que rijan todo el mundo.

En la segunda mitad del XVII pasa por Salamanca el alemán Joham Limberg von Roden, abad del monasterio de Bruck an der Mur, en Estiria. Va registrando todo cuanto le llama la atención. En Salamanca le cuentan que en la calle de San Pollo, en los bajos de la casa de un panadero, existía una cueva dotada de ricos salones y jardines, y que en ella sentaba cátedra el diablo, que impartía sus enseñanzas a siete estudiantes, con la sola condición de que, al término de sus estudios, uno de ellos se quedara en la cueva al servicio de su maestro. Uno de esos siete estudiantes era el Marqueso de Villano, a quien le cayó en suerte el papel de siervo del demonio, de lo que logró zafarse a costa de su sombra, que nunca más pudo volver a recuperar. En cuanto a la redoma, Limberg cuenta cómo el marqués ordenó a unos esclavos negros que tenía que lo hicieran pedazos e introdujeran éstos en el recipiente de cristal, del que luego saldrá íntegro e ileso.

Es probable que el relato de Limberg tuviera cierta difusión en Alemania, y hay que considerarlo como fuente de inspiración para la novela de Adelbert von Chamisso, titulada Peter Schlemihl wunderbare Geschichte (’La maravillosa historia de Peter Schlemihl’), aparecida en 1814, y que los españoles conocemos como Pedro, el diablo: su tema central es el de un hombre que vende su sombra a Satanás.

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En 1589 se publica La Araucana del vizcaíno Alonso de Ercilla y Zúñiga. En la Tercera parte, en la octava 31 del canto XXVII, el mago Fitón, que habita en una cueva semejante a la de Toledo, le enseña al conquistador-poeta Ercilla el globo terráqueo; y, al citarle las ciudades más renombradas de España, se expresa así:
Ves a Burgos, Logroño y a Pamplona;
y bajando al poniente, a la siniestra,
Zaragoza, Valencia, Barcelona;
a León y a Galicia, de la diestra.
Ves la ciudad famosa de Lisbona,
Coimbra y Salamanca, que se muestra
felice en todas ciencias, do solía
enseñarse también nigromancía.

Toledo y Salamanca, junto con Sevilla, vuelven a aparecer vinculadas a las enseñanzas de artes demoníacas en el año 1600 en las Disquisiciones mágicas (Disquisitionum maleficarum libri) del demonólogo jesuita Padre Martín del Río. Según él, las prácticas mágicas se expandieron por España a raíz de la invasión árabe, y tuvieron especial arraigo en las tres ciudades mencionadas. Respecto a la salmantina, afirma que le fueron mostradas las ruinas de la cripta en la que se impartían tales enseñanzas; y añade que el lugar fue tapiado y clausurado unos cien años antes por orden de Isabel la Católica (aserto no corroborado en ninguna parte).
Escribe Martín del Río: Legimus post sarracenicam per Hispaniam illuvionem tantum invaluisse Magicam, ut cum litterarum bonorum omnium summa ibi esset inopia et ignorantia solae firme demoniacae artes palam Toleti, Hispali et Salmanticae docerentur. In hac quidem civitate bonarum nunc artium matre, cum illic degerem, ostensa est mihi fuit crypta profundissima gymnasii nefandi vestigium, quam virilis animi mulier Isabella regina, Ferdinandi Catholici uxor, vix ante annos centum caementis saxisque iusserat obturari.
(“Leemos que, después de la invasión sarracena, tuvo tanto desarrollo la magia que, dada la ignorancia y la profunda ausencia de conocimientos de todas las artes liberales que reinaba en el país, lo  único que abiertamente y con rigor se enseñaba en Toledo, en Sevilla y en Salamanca eran las artes demoníacas. Encontrándome yo precisamente en esta útima ciudad, en la actualidad madre de las mejores enseñanzas, se me enseñó una profunda cripta, vestigio de aquella nefanda escuela, mandada cegar con cemento y piedra hace apenas cien años por la reina Isabel, mujer de arrojo propio de un hombre y esposa de Fernando el Católico”).

La fama nigromántica de la gruta salmantina espoleó pronto la imaginación de los escritores.
Miguel de Cervantes escribió un entremés titulado La cueva de Salamanca, que fue publicado en 1615.
El labrador Pancracio, que debe emprender un viaje nocturno, es despedido por su esposa Leonarda, que parece profundamente afligida por verse separada de su marido. Pero apenas ha cerrado la puerta, no puede contener un arrebato de alegría: “¡Allá darás rayo, en casa de Ana Díaz! ... ¡Vayas y no vuelvas! La ida del humo...”. Acto seguido, Leonarda y su criada Cristinica se disponen a pasar una noche divertida en compañía del sacristán (Maestro Reponce) y del barbero del pueblo (Maese Roque), noche que se iniciará con una opípara cena. Cuando están a punto de recibir a sus invitados, se presenta inesperadamente un estudiante de Salamanca que solicita albergue. Las mujeres le permiten que duerma en el pajar, no sin aconsejarle que haga oídos sordos y ojos ciegos a cuanto pueda oír y ver aquella noche, y que no se lo cuente a nadie. En ese momento hacen su entrada el sacristán y el barbero, portadores de una canasta de provisiones.
Cuando los preparativos de la cena se hallan en pleno apogeo, regresa Pancracio, el marido, a quien se le ha averiado el carro y ha tenido que volver a casa. Llama a la puerta, pero su mujer, Leonarda, para dar tiempo a que el sacristán y el barbero se escondan en la carbonera, demora el descorrer los cerrojos pidiendo detalles que identifiquen a la persona que golpea a la puerta.
En estas circunstancias irrumpe el estudiante salamanqués, que, hambriento, intuye la ocasión de llenar gratuitamente su estómago. Delante de Pancracio y de las mujeres, temerosas, evoca las maravillosas enseñanzas que dice haber recibido en la Cueva de Salamanca, y promete que es capaz de conseguir que todos (Pancracio, Leonarda, Cristinica y él) disfruten de una buena cena servida por los diablos, que acudirán sometidos a la fuerza de sus hechicerías. Para que tales sirvientes demoníacos no tengan una apariencia aterradora, decide que se aparezcan bajo la figura de personajes conocidos del pueblo, el barbero y el sacristán. Leonarda y Cristinica siguen el juego del estudiante. Éste, acercándose a la entrada de la carbonera, en la que están escondidos los amantes, pronuncia un conjuro en el que, para darle un aire arcaizante, emplea octavas de arte mayor, a la manera de Mena:
Vosotros, mezquinos, que en la carbonera
hallasteis amparo a vuestra desgracia,
salid, y en los hombros, con prisa y con gracia,
sacad la canasta de la fiambrera.
No me incitéis a que de otra manera
más dura os conjure: salid, ¿qué esperáis?
¡Mirad que, si a dicha, salir rehusáis,
tendrá mal suceso mi nueva quimera!
Y el ‘milagro’ se realiza: los falsos demonios salen de la carbonera.
Se suceden las burlas, las situaciones equívocas y cómicas, cantos, cena y despedida:
Y al diablo que le acusare
que le den con una tranca,
y para el tal jamás sirva:
la cueva de Salamanca...

De comienzos del XVII es una composición de Juan Ramón de Trasmiera (llamado en otras ocasiones Pedro González de Trasmiera), titulada Triunfo Raimundino o coronación en que se celebran las antigüedades y linajes de Salamanca, a la que pertenecen los siguientes versos:
Estudio nigromántico
de la Cueva Cipriana,
do es opinión castellana
de siete quedar un preso.

Por los mismos años el cordobés Francisco de Torreblanca Villalpando, en su tratado De magia (1618) ofrece un nuevo dato que luego será repetido sistemáticamente: “el sacristán que en la cipriana cueva impartía enseñanzas de arte mágica, astrología, judiciaria, geomancía, hidromancía, piromancía, aeromancía y necromancía” tenía un nombre concreto, el de Clemente Potosí.
Por ello unos años antes Diego Pérez de Mesa escribía, aunque sin hallar respuesta, aquello de que “de la Universidad de Salamanca finge el vulgo la cueva, que no sé por qué se llama Clemesín...”.

Del mismo modo, en las Notae in Luitprandum Chronicon, publicadas en 1635, Tamayo de Vargas (conocedor de la noticia de Pérez de Mesa) escribe: Salmantina specus cui non dicta? Visitur hodie ad S. Cyprianum et vocatur Clemensina.

En 1668 el benedictino cardenal fray José Sáenz de Aguirre, catedrático de Teología de la Universidad salmantina, en sus Ludi Salmanticenses, resume los datos de que dispone sobre la Cueva de Salamanca en estos términos:
“Respecto a la cueva salmantina, vulgarmente conocida como Cueva de Salamanca, en la que es fama haberse impartido la tradicional enseñanza de las artes magicas, es algo que, o bien únicamente se basa en el incierto rumor de la gente, que admira sobremanera cuanto mantiene su secreto dentro de los dominios de la magia natural y permitida, o que, si bien los rebasa, no se transmite de forma abierta, sino a escondidas, como se dice que acontecía en aquel obscuro antro que hoy día se muestra a la gente. De dónde pudo emanar esta conseja relativa a la cueva salmantina, puede leerse en Diego Pérez de Mesa, en notas al libro de Pedro Medina titulado Sobre las cosas sobresalientes que existen en España. A este respecto, el poema de Pedro González de Trasmiera echó por tierra toda esa conseja popular al decir:
‘Estudio negromantesco
de la Cueva Cipriana
do es opinión castellana
de siete quedar un preso’.
Precisamente la cueva se halla junto a la iglesia de san Cipriano”.

*** 


La fama de la cueva salmantina perdura a lo largo de los siglos no sólo dentro de nuestras fronteras, sino que se proyecta también en otros países, tanto europeos como hispanoamericanos.

En Alemania, el poeta romántico Theodor Koerner (1791-1813), en su poema Der Teufel im Salamanca (“El diablo en Salamanca”), se imagina al demonio enseñando en la gruta salmantina y echando mano de anécdotas pornográficas cuando veía decaer el interés de sus discípulos:
”En Salamanca, en una cueva abovedada, era enorme la concurrencia, hasta el punto de que el lugar rebosaba de mesas y de bancos, pues la sabiduría que de allí se sacaba era extraordinaria. Cuando las enseñanzas mágicas resultaban demasiado áridas, el demonio soltaba graciosas parrafadas verduscas y chistosos chascarrillos que se ganaban a la audiencia”.

En Inglaterra, el también poeta romántico Walter Scott (1771-1832), en su Lay of the Last Minstrel (“Trova del último juglar”), recuerda a su ancestro Michel Scot (Miguel Escoto) como a uno de los estudiantes que cursaron enseñanzas en la cueva salmantina (hoy se sabe que donde realmente estudió fue en Toledo). El poeta imagina a su antepasado del siglo XIII -filósofo, médico, alquimista y astrólogo- capaz de hacer desde Salamanca que comenzasen a repicar las campanas de Notre Dame de París:
“...El maravilloso Miguel Escoto;
un brujo de tan admirable fama,
que, cuando se hallaba en la cueva de Salamanca
aprendiendo a manejar su varita mágica,
las campanas comenzaban a repicar en Notre Dame”.

En Hispanoamérica el antro salmantino gozó de tal popularidad que el nombre de Salamanca se utilizó para designar cualquier cueva vinculada a circunstancias sobrenaturales o demoníacas.

En el Diccionario general de americanismos de Francisco J. Santamaría (Méjico, 1942) una de las acepciones del término Salamanca es, en Argentina, el de “brujería, ciencia diabólica y, por extensión, cueva o lugar donde se reúnen los brujos de la comarca y bajo la presidencia del diablo, y se enseña brujería. Por analogía, la morada de personas maleantes que a menudo suscitan desórdenes y grescas”.
El Diccionario de la Lengua Española, de la Real Academia, registra como decimoséptima acepción del vocablo Salamanca, en Chile, la de “cueva natural que hay en algunos cerros”.

En Chile, en la zona de Illapel, departamento de la provincia de Coquimbo, existe también una llamada Cueva de Salamanca, relacionada con relatos demoníacos y brujeriles.
Y también en Uruguay, en la Sierra de Sosa, al norte de Aiguá, en el departamento de Maldonado, se ubica otra Cueva de Salamanca, muy amplia.

Los hechos iberoamericanos no se limitan a los países de habla hispana, sino que se extienden también a Brasil, como muestra el trabajo de César Real Ramos titulado “La cueva de Salamanca y la leyenda de Jarau (Una versión híbrida salmantino-brasileña)”.

Esta tradición ha alcanzado nivel literario, basándose en el caudal folklórico hispanoamericano, como lo demuestra el drama en verso del escritor argentino Ricardo Rojas, titulado La Salamanca, auténtico misterio colonial.

En el preámbulo a su drama, el propio Ricado Rojas dice: “Mito cíclico en ese proceso tradicional es la Salamanca, hipogeo del terruño, donde el diablo español asimiló al Zupay indio. Escuela de magia, oficina de sortilegios, capilla del mal, la Salamanca es una alegoría intuitiva de lo subconsciente en el hombre, y se asemeja a las cuevas de los antiguos misterios paganos”.

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