miércoles, 30 de octubre de 2013

TOLEDO. Catedral (VII). Pedro Tenorio, Arzobispo de Toledo



Don Pedro Tenorio nació en Talavera de la Reina hacia 1328,
en el seno de una familia perteneciente a la oligarquía toledana.

Estudió gramática, retórica y filosofía.
Inició su carrera eclesiástica en la catedral de Toledo,
donde obtuvo una canonjía en 1359,
a comienzos del reinado de Pedro I.


Pero su padre se integró en el bando de Enrique de Trastámara
y ese mismo año la familia tuvo que huir de Toledo
y se refugió en Francia.

Pedro Tenorio inició sus estudios de Derecho en Toulouse.
Años después, explicó Leyes en Roma y luego en Aviñón.

Comenzó entonces a formar una gran biblioteca,
y él mismo afirmará en 1383
que ningún otro profesor de su tiempo
disponía de más y mejores libros que él.
Al final de su vida, estando ya en Toledo,
donará todos sus códices a la catedral primada,
donde hoy permanecen,
y construirá una sala para alojarlos.

La familia regresó a Castilla.
Los Tenorio participaron en 1367 en la batalla de Nájera,
en la que el bando del Trastámara fue derrotado.
Los Tenorio fueron apresados;
los hermanos de Pedro fueron ajusticiados por orden de Pedro I.
Don Pedro se salvó por su condición de clérigo
y por la intercesión del cardenal legado Guido de Bolonia.


Con la muerte de sus hermanos,
Pedro quedó como cabeza y heredero de la casa familiar.

Fue liberado tras meses de prisión
y, formando parte del séquito del cardenal legado,
marchó con él a Portugal.

En 1369 murió Pedro I
y Pedro Tenorio, que ya gozaba de una sólida posición
en la curia pontificia,
desempeñó para el nuevo rey de Castilla, Enrique II,
el cargo de procurador en Aviñón ante el papa Gregorio XI.

En recompensa obtuvo, en 1371,
la dignidad de arcediano de Calatrava.

Ese mismo año, el papa lo nombró obispo de Coimbra.


En 1375, a la muerte del arzobispo de Toledo, Gómez Manrique,
el cabildo toledano se reunió para elegir nuevo prelado.
Remitieron los nombres de dos candidatos a la Santa Sede
y ésta optó por un tercero:
En 1377 Gregorio XI nombró arzobispo de Toledo
a Pedro Tenorio.
Seguramente a Tenorio le satisfizo grandemente
ocupar la misma dignidad que había ostentado
el cardenal Albornoz, al que admiraba
y al que se asemejaba en personalidad, intereses y trayectoria.
Don Pedro regirá la sede toledana durante 22 años,
hasta su muerte.


La bula de su nombramiento se expidió
en el barco donde navegaba el papa,
un día antes de que la flota que le transportaba de Aviñón a Italia
enfilase la desembocadura del Tíber, rumbo a Roma,
poniendo fin a la estancia de los papas en la ciudad francesa.
Parece probable que el propio Pedro Tenorio
lo acompañase en esa travesía marítima,
pues, como obispo de Coimbra,
estaba actuando como embajador del rey de Portugal
ante la sede apostólica.


***


Don Pedro fue un prelado muy implicado
en los asuntos políticos de su época,
pero no descuidó sus deberes pastorales.

Vivió en la época del Papado de Aviñón y del Cisma de Occidente,
dos acontecimientos clave en el devenir de la Iglesia.


***


En 1294 había renunciado al papado Celestino V.
Le sucedió Bonifacio VIII,
miembro de una familia noble de origen español
establecida en Italia, en Anagni.
Bonifacio, que había alentado la renuncia de su predecesor,
hizo encarcelar a éste de por vida, para evitar un posible cisma.

El hecho más significativo de su pontificado
será su enfrentamiento con el rey de Francia,
Felipe IV, el Hermoso.

El conflicto se inicia cuando Felipe el Hermoso
pretendió hacer tributar al clero francés.
El papa respondió prohibiendo el cobro de impuestos al clero
sin el consentimiento papal, bajo pena de excomunión.
El objetivo último de Felipe tenía mucho más calado,
pues pretendía el reconocimiento de la jurisdicción suprema del rey
sobre todos sus súbditos en los asuntos temporales,
es decir, de la superioridad del rey sobre el papa
en el interior de su reino.
Se trataba de la relación entre el poder temporal y el espiritual.
La réplica del papa fue afirmar la existencia
de un sistema jerárquico con supremacía pontificia:
«Existen dos gobiernos, el espiritual y el temporal,
y ambos pertenecen a la Iglesia.
El uno está en la mano del papa y el otro en la mano de los reyes;
pero los reyes no pueden hacer uso de él más que por la Iglesia
y con el permiso del papa.
Si el poder temporal se tuerce,
debe ser enderezado por el poder espiritual.
Así pues, declaramos, decimos, decidimos y pronunciamos
que es de absoluta necesidad para salvarse,
que toda criatura humana esté sometida al pontífice romano».

La reacción de Felipe IV fue acusar a Bonifacio VIII de herejía
y decidir su procesamiento.
Encargó al consejero Guillermo de Nogaret
su captura y traslado a París.

El papa, en su residencia veraniega de Anagni,
conoció las intenciones del rey
y preparó una bula de excomunión de éste.

Pero no llegó a promulgarla:
Un día antes, Guillermo de Nogaret y sus aliados
llegaron a Anagni y asaltaron el palacio papal.
Bonifacio esperó a los agresores sentado en su trono.
Sciarra Colonna amenazó de muerte al papa y lo abofeteó.
Los conjurados hicieron prisionero al papa
y durante tres días lo sometieron a toda clase de humillaciones.
Ello acabó provocando la reacción ciudadana:
El pueblo de Anagni se levantó y liberó al pontífice.
Éste huyó a Roma, pero murió un mes después,
sin haber podido tomar medidas contra sus enemigos.

Bonifacio VIII fue el último representante
de la soberanía pontificia universal propia de la Edad Media.
Su derrota en el enfrentamiento con la Francia “nacional”
no fue sólo un fracaso personal, sino el de su tesis.

Tras el atentado de Anagni,
durante buena parte del siglo XIV
la Iglesia va a quedar a merced de los reyes franceses.

En 1303 murió el papa Bonifacio VIII
y le sucedió Benedicto XI.
Éste falleció pocos meses después, en 1304.

Los cardenales se reunieron en nuevo cónclave.
Estaban divididos en dos bandos,
unos sumisos a Felipe IV de Francia
y otros seguidores de la línea de Bonifacio VIII.

Incapaces de elegir a uno de los cardenales presentes,
buscaron a una persona de fuera del cónclave
y en 1305 eligieron como nuevo pontífice
al arzobispo de Burdeos, Bertrand de Got,
que tomó el nombre de Clemente V.


El nuevo papa no quiso trasladarse a Roma,
debido a las continuas revueltas de los romanos.
Vivió durante dos años, sucesivamente,
en Burdeos, Lyon, Poitiers y Toulouse,
y en 1309 se estableció de forma definitiva en Aviñón,
pequeño territorio perteneciente al emperador de Alemania,
que lo había dado en feudo a la familia real de Nápoles.
En esta decisión influyó la presión sobre el papa francés de Felipe IV,
que consiguió así tener al papado bajo su control.

De este modo se inició el destierro de los papas en Aviñón.
El papado estará fuera de Roma durante casi setenta años.


*


En 1311, Clemente V, dominado por el rey de Francia,
convocó el Concilio de Vienne,
en el que los principales temas a tratar
respondían a los intereses del monarca:
el proceso contra Bonifacio VIII,
la supresión del Temple
y el carácter herético de algunas corrientes cristianas.

Felipe IV quería que se abriese un proceso judicial contra Bonifacio,
para declararlo hereje y quemar su cadáver.
El Concilio, no obstante, consideró ortodoxo al papa difunto,
aunque eximió al rey francés de toda responsabilidad
en el ultraje de Anagni.

Sin embargo, ese sobreseimiento tuvo un precio:
El papa, condicionado por el rey,
impuso la apertura de un proceso contra los templarios.

Tras la celebración de éste,
la mayoría de los padres conciliares
no encontró culpabilidad en los monjes.
Pero, en contra de la opinión del Concilio,
el papa decidió la supresión de la Orden.
En la bula Vox in excelso (1312)
se especificaba que la supresión se hacía,
no en virtud de una sentencia judicial,
sino por una disposición administrativa.
Los bienes materiales del Temple se asignaron,
en Francia, a la Orden de San Juan;
en España, a las Órdenes Militares españolas;
y en Portugal, a la Orden de Cristo,
fundada expresamente para heredar esos bienes.

El Concilio, finalmente, estudió el problema
de las nuevas corrientes heréticas
y suprimió el movimiento de los “begardos” y las “beguinas”,
hombres y mujeres que, sin pertenecer a ninguna orden conventual,
hacían profesión de vida religiosa;
afirmaban que el ser humano puede llegar a tal grado de perfección
que, liberado del pecado,
ya no tenga que cumplir regla alguna.

A Clemente V le sucedieron, en el periodo de Aviñón,
Juan XXII, Benedicto XII, Clemente VI,
Inocencio VI, Urbano V y Gregorio XI.
Clemente VI, en 1348,
compró el condado a la reina Juana de Nápoles
y lo integró en los Estados Pontificios.

En 1377 Gregorio XI regresó definitivamente a Roma
y fijó la residencia papal en el Vaticano,
abandonando la anterior del palacio del Laterano.


*


Gregorio XI murió pocos meses más tarde, en 1378.

Los cardenales se reunieron en cónclave para elegir sucesor.
El pueblo romano, temeroso de que fuese elegido otro papa francés
y se trasladase de nuevo la curia a Aviñón,
se arremolinó ante el cónclave exigiendo un papa italiano.
Los cardenales, asustados,
y, como había ocurrido en 1305,
incapaces de designar papa a uno de los presentes,
buscaron nuevamente a alguien de fuera del cónclave.
Por unanimidad eligieron al arzobispo de Bari,
Bartolomeo de Prignano,
que tomó el nombre de Urbano VI
(será el último papa elegido fuera del colegio de cardenales).


Pronto Urbano VI manifestó un carácter autoritario
y los cardenales empezaron a sentirse ofendidos
por las continuas vejaciones.

Trece de ellos se trasladaron a Anagni
y allí hicieron pública una declaración
en la que afirmaban que la elección de Urbano VI
había sido hecha bajo coacción, y que por tanto no era válida.
A ellos se unieron otros cuatro cardenales,
entre éstos el español Pedro de Luna.


Bajo la protección de los reyes de Francia y Nápoles,
estos cardenales marcharon a la ciudad de Fondi
y allí, en el mismo año 1378,
eligieron un nuevo papa,
el cardenal Robert de Genève, pariente del rey de Francia,
que tomó el nombre de Clemente VII.


Se abría así una crisis en la Iglesia que durará casi medio siglo,
el llamado Cisma de Occidente.

Clemente VII intentó entrar en Roma
pero los soldados de Urbano VI se lo impidieron
y el nuevo papa se instaló de nuevo en Aviñón.
Los dos papas se excomulgaron mutuamente.

En 1389 falleció Urbano VI.
El cisma podía haber terminado
si los cardenales romanos hubiesen reconocido a Clemente VII,
pero prefirieron elegir a otro papa: Bonifacio IX (1389-1404),
al que sucedieron Inocencio VII (1404­ 1406)
y Gregorio XII (1406-1415).

A su vez, Clemente VII murió en 1394.
Los cardenales aviñoneses eligieron también un nuevo pontífice,
el cardenal español Pedro de Luna,
que tomó el nombre de Benedicto XIII (1394-1417).


Para superar el cisma,
el colegio cardenalicio decidió convocar un Concilio,
prescindiendo de los dos papas en litigio.
El Concilio se reunió en Pisa en 1409.
Se depuso a los dos pontífices por cismáticos
y se eligió a otro, que tomó por nombre Alejandro V.

Pero el nuevo papa murió al año siguiente.
En 1410 se designó como su sucesor a Juan XXIII,
hombre excesivamente mundano
y de costumbres reprobables,
que no logró la aceptación general.

Ahora, en lugar de dos papas, la cristiandad tenía tres
(el romano Gregorio XII,
el aviñonés Benedicto XIII
y el pisano Juan XXIII).


A instancias del emperador Segismundo,
se convocó un nuevo Concilio,
que se reunió en Constanza en 1414.

En 1415 Juan XXIII fue depuesto.
Gregorio XII abdicó
y terminó su vida como cardenal de Porto.
El emperador Segismundo acudió a Perpiñán
para hablar con Benedicto XIII y lograr su abdicación,
pero el papa Luna rechazó la propuesta;
el Concilio entonces lo depuso y él se retiró a Peñíscola
(donde murió en 1423 convencido de su legitimidad).

En 1417, los cardenales reunidos en Constanza
eligieron como papa al cardenal Otonne Colonna,
que tomó el nombre de Martín V.


***


Todos estos hechos influyeron en don Pedro Tenorio,
en su comprensión de la vida eclesiástica
y en sus decisiones.


Conoció personalmente la etapa final de Aviñón
durante sus años como profesor
y como representante en Aviñón
de los reyes de Castilla y de Portugal.


En el problema del Cisma de Occidente,
el arzobispo actuó como cabeza de la Iglesia española.


Su autoridad como letrado determinó en principio
la posición del rey castellano,
que en 1378 se decantó por Urbano VI, el papa de Roma;
después el monarca adoptó una actitud neutral,
hasta que se descubriese la verdad;
y en 1388, tras el Concilio nacional de Palencia,
celebrado bajo la presidencia del cardenal Pedro de Luna,
reconoció como papa verdadero al de Aviñón.
Don Pedro asumió esta obediencia,
a la que pertenecía tras la decisión real,
aunque no estuvo de acuerdo con ésta,
sobre todo a partir del momento en que a Clemente
le sucedió Benedicto XIII en Aviñón.


El arzobispo, tras apoyar las vías del compromiso y la renuncia,
finalmente secundó la idea del Concilio general,
y con él lo hizo la mayoría de los prelados castellanos.


Don Pedro se volcó en hallar una solución al problema.
Sin embargo, la muerte le sobrevino en 1399,
antes del desenlace del conflicto.


***


En su diócesis, impulsó un programa
de mejoramiento y reforma.

En lo que se refiere a la política castellana,
la vida de don Pedro Tenorio se desarrolló
durante el reinado de cinco monarcas,
Alfonso XI, Pedro I, Enrique II, Juan I y Enrique III,
y participó activamente en la política de los cuatro últimos.

Tras la muerte de Enrique II en 1379,
durante la minoría de Juan I,
se hizo cargo de facto del control del reino.
Fue consejero principal
durante el reinado de Juan I (1379-1390),
sobre el que tuvo gran influencia.
En 1385 dirigió contra Portugal la batalla del Troncoso,
donde fue derrotado.
Estuvo encargado de los preparativos de la guerra de Granada,
que no llegó a declararse.
Formó parte del Consejo de Regencia
durante la minoría de edad de Enrique III (1390-1393).
En la crisis que atravesó el reino a la muerte de Juan I
don Pedro aseguró el acceso al trono de Enrique III.
En este periodo de regencia, la corte se dividió en dos bandos
y don Pedro pasó un tiempo encarcelado por sus adversarios,
un sector de nobles y religiosos que conspiraban
para facilitar la invasión de Portugal.
En 1393, liberado, retomó su papel protagonista en la corte.


***


A pesar de los turbulentos tiempos que le tocó vivir,
don Pedro Tenorio dispuso de tiempo y recursos
para patrocinar en su diócesis
obras de interés religioso y social.

De hecho, Toledo debe buena parte de su riqueza patrimonial
a sus arzobispos.

Bajo la prelatura de don Pedro,
la catedral toledana recibió un fuerte impulso:
Se terminaron algunas de las obras privadas,
como la capilla funeraria de Albornoz.
Y Tenorio contrató para acabar la catedral a los mejores maestros,
superando un periodo de construcción anónima.


*


La catedral de Toledo no tenía claustro.
La iglesia había ocupado la totalidad del espacio de la mezquita.
Incluso, para completar la cabecera,
Ximénez de Rada había tenido que adquirir terrenos.
También Gil de Albornoz había comprado una parcela
para abrir una plaza delante de la fachada.
El templo estaba constreñido por el entramado urbano de su entorno.
Ni siquiera contaba con el lugar destinado a enterramientos
que exigían las Partidas para las catedrales y conventos.

En el siglo XIV, salvo excepciones, como la catedral de Pamplona,
los claustros catedralicios habían perdido su función básica,
que era proporcionar un espacio
donde el cabildo llevase una vida sometida a regla,
razón por la cual los antiguos claustros
estaban organizados como los de los monasterios,
con capítulo, dormitorio, refectorio y cilla;
en el siglo XIV todo ello ya no era necesario,
los canónigos toledanos, como los de otras catedrales,
carecían de regla que ordenase su vida comunitaria,
pero las galerías de los claustros daban acogida
a actividades de entierro, procesión, retiro y comunicación,
a actividades de carácter no estrictamente religioso,
reservando el templo para el culto.

El espacio donde habría podido erigirse el claustro
estaba ocupado por la alcaicería o alcaná,
el mercado de la ciudad,
lo que dificultaba la compra de esos terrenos.

Un gran incendio, sin embargo,
arrasó los comercios de la zona,
y ello posibilitó su adquisición por el arzobispo.

El claustro empezó a construirse en 1389.

A partir de determinado momento,
empieza a ser concebido como marco escenográfico
para el panteón de don Pedro,
cuyo escudo figura en las claves de las bóvedas
(un león rampante barrado con bandas rojas sobre campo de plata).


Todo se planteó en función de la capilla funeraria
que se construyó en un ángulo,
donde se podía dar a la misma la amplitud deseada.
El acceso se realizaba desde la galería,
de modo similar a como la nave de itinerancia de la catedral
conducía a la capilla de Gil de Albornoz.
En aquella época los poderosos deseaban
que sus capillas funerarias fuesen focos de atracción de los fieles,
y las capillas adquirieron carácter monumental.


Los murales de todas las paredes del claustro
recogían un programa iconográfico
concebido en función del significado de la capilla
y que tenía en ella principio y fin.
Esas pinturas han desaparecido,
pero se conserva una detallada descripción de las mismas
por parte del doctor Blas Ortiz, hacia 1549.
Las pinturas se situaban sobre una banda a modo de zócalo
que evocaba la Tierra:
«Muchas imágenes de santos,
campos de pasto y flores,
villas, mar, montes, lagos, arroyos, peñascos,
llanuras, bosques, valles, árboles, prados, yervas, aves, ríos
y otras muchas cosas de este género».
El programa concluía con la escena del Juicio Final,
junto a la entrada de la capilla,
donde figuraba una composición apocalíptica:
«Está pintada la batalla en que el arcángel San Miguel y sus ángeles
peleavan con el dragón».


El claustro estaba preparado para soportar un segundo nivel,
que no se construiría hasta la llegada del cardenal Cisneros.

Al claustro de la catedral de Toledo
se le dieron a lo largo del tiempo muy diversos usos:
lugar de celebración de las sesiones del Ayuntamiento,
almacén de la cera, el aceite, las tapicerías y los pasos,
sala de estudio, capilla mozárabe...


*


Un documento recoge una reunión del arzobispo con el cabildo
en la que el prelado manifiesta su voluntad:
«Había considerado de mandar enterrar su cuerpo en la iglesia,
para lo cual ordenó de fazer una Capilla
a honor y título del Señor S. Blas,
la cual capilla él mandava e mandó fazer a sus propias expensas».


La planta de la capilla de San Blas es cuadrada
pero su abovedamiento es octogonal.
Este tipo de espacios funerarios octogonales
procedía del mundo antiguo,
su modelo era la iglesia de la Anástasis de Jerusalén;
durante la Alta Edad Media inspiró
algunos templos exentos españoles
relacionados con el Santo Sepulcro;
y después algunas capillas funerarias adosadas a otras iglesias.


Las últimas semanas de vida de don Pedro Tenorio
fueron de actividad frenética en la construcción de San Blas.
Un numeroso equipo de canteros y escultores terminó su portada.


El grupo de la Anunciación de la portada
fue obra de Ferrant González,
el artífice más destacado de los que trabajaron en la capilla
y que, consciente de su valía profesional,
firmó como autor el sepulcro del arzobispo;
a su mano se atribuye también el bulto funerario de Vicente Arias.


Una vez acabada el capilla, el resultado pareció poco airoso.
Ya lo único que se podía hacer para darle más altura
era rebajar el suelo,
como así se hizo, en abril de 1399.


La sepultura se empezó a cavar en mayo de 1399
y estuvo dispuesta el día 17,
un día antes de morir don Pedro.
Se le enterraría en ella el día 20.
En diciembre se colocó sobre la tumba
la yacija con el bulto de don Pedro.


Los frescos de la capilla constituyeron
una revolución en la decoración mural
y son únicos en España
en su trasposición del estilo florentino;
en cuanto a la composición de los volúmenes y a los colores,
las hieráticas formas del gótico pictórico florentino,
responden a una estética muy diferente
de la tradicional en la pintura hispana.


Es difícil hacer una lectura del programa iconográfico,
pues se ha perdido buena parte de las pinturas,
pero parece responder al ciclo figurativo del claustro.

El conjunto hace referencia
al carácter reformista del gobierno de Tenorio
y a la defensa de los valores esenciales
en un momento de crisis y cisma de la Iglesia.


En 1624 Eugenio Narbona afirmó que el autor de las pinturas
había sido Ioto Griego, discípulo de Zimabua.
Desde luego, es evidente que se encuadran
en la tradición giottesca,
en la línea de algunos maestros florentinos
como Gerardo Starnina y Nicolás de Antonio,
que trabajaron en Valencia entre 1395 y 1401
y que en 1395 trabajaban en la catedral de Toledo.
Es posible que participaran en la decoración de San Blas.


*


Las obras de la catedral se convirtieron en referencia artística
para su entorno geográfico.

Además, don Pedro patronizó otras obras
en Toledo y sus proximidades:

El puente de San Martín, en la ciudad de Toledo.

Un puente sobre el río Tajo,
construido junto a la población llamada hoy Puente del Arzobispo,
para permitir el tránsito del ganado de la Mesta
y de los peregrinos a Guadalupe.
En aquel lugar surgió un núcleo de población a la que dotó de fuero,
Villafranca del Puente del Arzobispo, en la cual edificó un hospital.

Restauró el castillo de San Servando, en Toledo,
y también los castillos de Almonacid, Canales y La Guardia,
en la provincia toledana.

Construyó nuevos castillos
en Santorcaz, Alamín, Alcalá la Real y Cazorla.

Hizo erigir el llamado Torreón de Tenorio
en el Palacio Arzobispal de Alcalá de Henares.

Reconstruyó y encomendó a la Orden de los Jerónimos
el monasterio de Santa Catalina, en Talavera de la Reina,
y el monasterio de Guadalupe, en Extremadura.

El lugar de Villafranca del Arzobispo,
en el Adelantamiento de Cazorla,
le debe su título de villa.

Además reunió una rica colección de códices
que donó a la catedral de Toledo.


***


Don Pedro murió en Toledo en 1399
y fue enterrado en el lugar que él había construido para ello,
la capilla de San Blas.
(Le sucedió, ese mismo año, don Pedro de Luna).


*


En el centro de la capilla gótica se encuentran dos sepulcros:
el de don Pedro Tenorio
y el de Vicente Arias Balboa, su sobrino y secretario.


Éste yace en un sepulcro contiguo al de su tío,
un poco más bajo y seguramente del mismo autor.


Don Pedro se rodeó de colaboradores insignes,
hombres capaces e inteligentes.
Entre ellos se encontraba su sobrino.


Don Vicente fue nombrado obispo de Plasencia
en el año 1404.


Escribió dos libros que crearon jurisprudencia:
Glosa al Fuero Real y Comentarios al ordenamiento de Alcalá.
De él dicen las crónicas de Aragón que era
“el mejor letrado del mundo”.
Actualmente se siguen estudiando sus escritos
e incluso existen tesis doctorales sobre sus informes jurídicos.


Ayudó a su tío en la dirección de la archidiócesis de Toledo.
Murió en 1414.



***



Al poco tiempo de la terminación de la capilla
comenzaron los problemas de humedades,
debidos a que la capilla se encuentra por debajo del nivel de la calle.
Desde entonces se ha estado luchando contra ellas,
ensayando soluciones infructuosas,
repintando los muros, ocultando los daños.
El deterioro fue agravándose.


En el siglo XVIII, el cardenal Lorenzana
acometió una profunda remodelación del claustro.
Lo que quedaba de las pinturas renacentistas de Berruguete
en los muros del claustro
se encontraba también afectado por las humedades de la capilla
y se decidió encargar nuevos frescos;
la humedad impidió pintar buena parte de las pandas,
pero en la portada de San Blas se conservan
las pinturas de Francisco Bayeu.


Tras nuevos destrozos provocados por los franceses,
la capilla permaneció cerrada.


En el año 2000 se planteó una restauración a fondo,
contando con las aportanciones de varias empresas patrocinadoras.
Se realizaron los correspondientes estudios
y en 2003 comenzaron las obras.

Las pinturas se hallaban en un estado lamentable
que hacía temer su desaparición.


Las pinturas de la parte baja de los muros
estaban casi destruidas por las humedades
y por un enlucido que las cubrió,
y apenas han podido ser recuperadas.


También el estado de conservación de los sepulcros es malo.
Han perdido la policromía y algunas partes están rotas.


Pese a todo ello, hoy
la restauración de la capilla de San Blas permite conocer
un espacio de arquitectura real de lo que fue la fábrica medieval.
No un edificio de muros descarnados
que deja ver los materiales desnudos,
lo que responde a una estética de los siglos XIX y XX,
sino una arquitectura pintada que busca efectos más plásticos.

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