Cerca de Sebúlcor, en las hoces del río Duratón, se
encuentra
la cueva que es considerada el primer templo
cristiano
que se erigió en la provincia de Segovia.
Las paredes de la gruta fueron talladas por eremitas
visigodos
tras la conversión de Recaredo al catolicismo.
Excavaron unas hornacinas como altares para la
oración.
En la actualidad sólo se distinguen cuatro,
ignorándose por qué se hace referencia a siete.
Como era habitual en estas primeras comunidades,
cada anacoreta viviría solo
y se reunirían en el templo para efectuar ritos en
común.
***
Enrique Aguilera y Gamboa, Marqués de Cerralbo,
publicó en 1918 El
arte rupestre en la región del Duratón,
un estudio de la cueva.
Sus hipótesis sobre el origen de este templo
rupestre
estaban equivocadas.
Pese a ello, su análisis tiene el mérito de ser el
primero
y en la actualidad resulta curioso de leer:
«Hemos dejado
para lo último el estudio de la Cueva de los Siete Altares, porque estamos
firmemente convencidos de que es una localidad arqueológica única en su clase,
y el monumento, por lo tanto, de mayor interés de esta región.
Por lo mismo
que reconozco y proclamo la extraordinaria novedad y rareza de este hallazgo y
monumento, a lo que se añade la época de su antigüedad eneolítica, es natural
me halle perplejo en sus explicaciones, y más aún en su interpretación:
Época
de gran misterio, al que tantos y tan doctos arqueólogos levantaron un
monumento grandioso, pero que se asienta en tantas partes sobre las gallardas
columnas de la hipótesis, a las que sólo será posible dar firme cimiento por la
mano de la excavación.
La Cueva de
los Siete Altares es una gran cavidad natural, sobre la que trabajaron los
hombres neolíticos, tal vez los primeros iberos, con sus hachas de piedra para
mejorar esas sus primitivas habitaciones, y sobre todo para dedicarla a templo
de su espíritu en la más alta concepción para ellos, en su superior culto a los
muertos; el hombre neolítico, que comenzó viviendo en los abrigos y cuevas
naturales en aquella época de temperatura templada y húmeda, que sucedía al
frío seco de la Magdaleniense, sale de aquéllos, como de los antros de las
cavernas, llevándose de la naturaleza la idea de la bóveda, de los muros, de
los pilares, y discurriendo por las radiadas galerías la noción del hipogeo, y,
así, reformando las cuevas naturales, tantas dedicó a panteones, los que
pretenden surgieron de los dólmenes con galería.
Y hallándome
ante la Cueva de los Siete Altares, con la atención fijada por tales recuerdos,
he de considerarla como un monumento fúnebre, una sepultura dedicada a un gran
guerrero o a un gran pontífice, si es que no reunió el muerto ambos absorbentes
y soberanos cargos, como ocurrió luego entre los celtíberos.
Sólo á un
poderoso dominador o a un amadísimo venerando pudo dedicarse tal neolítica
grandeza y aspirada a novedad artística del monumento. De él hay algunas
representaciones aparentadas en España y en el extranjero, pero ninguno alcanza
los caracteres asignados a esta cueva del Duratón, prosiguiendo así la
supremacía artística de la Iberia en el arte rupestre durante el inmenso
período paleolítico, como en el neolítico y aun en la primera edad de los
metales.
Subiendo desde
el río por escarpada roca se llega á penosa altura, en que se abre la cueva.
Ya
en el vestíbulo, pero aún al aire libre, se anuncia sorprendente el monumento
por el rectángulo excavado en la roca, para establecer en el centro el rarísimo
simulacro de una figura antropomorfa.
(...)
Me inclinaría
á entender que el ídolo, pues que se halla a su ingreso, pero al aire libre, y
se contempla desde fuera, pretendiere ser emblema del personaje allí sepultado
o del dios protector de la cámara fúnebre para que pudiere ser visto y venerado
por las multitudes y peregrinos, sin tener que profanar la cueva sepulcral,
pues en varias, como la de Grotte des Fées, en Fontvielle, se hallan tan
desgastados los escalones y galenas que acusan antigua enorme concurrencia.
(...)
Entrando en la
cueva, á la mano derecha, se halla el desarrollo del monumento, que le componen
tres otras representaciones antropomorfas que en su circular superior
representación obtienen parecido radio, pues en algo disminuye desde el número
2 al 4; pero la mayor diferencia se halla en la ornamentación, muy rica y
singular para su época en la número 2 y del mismo orden, pero simplificada en
detalles, en los números 3 y 4.
(...)
Yo me
inclinaría a interpretar el número 2 como representación del soberano que allí
sepultaran, y así se engrandece la figura con la diadema soberana de grabados y
pinturas, que parecen coronar la cabeza, terminando la corona con irradiaciones
que se tuvieran como de divino y supremo poder en imitación de la insuperable
grandeza del Sol. Volveré después a ocuparme en la novedad de la ornamentación
romboidal inscripta.
La figuración
antropomorfa número 3 pareciérame la de la diosa fúnebre, por ya varias veces
descubierta en algunas otras cuevas reformadas por el hombre y que se
clasificaron de época chalcolítica ó de transición de la piedra á los metales,
que al indicar yo la de este monumento las tengo por coetáneas; y consecuente
con la acción divinal, que sospecho como todos los arqueólogos concedían los
neolíticos a la dicha diosa fúnebre, designo a esta mía por la diosa
regeneradora de la muerte, según luego explicaré. El que el número 3 se
considerase en su tiempo representación divina lo patentiza la especie de ara o
como mesa de altar que ante ella labraron, y tan evidente de forma y destino
parece, que así la tradición y la voz del país llamóla de por siempre la Cueva
de los Siete Altares, por las cuatro figuraciones que se conservan y otros tres
que pudieron considerarlas por su imaginación las gentes, ayudándose en ciertos
trazos y oquedades, éstas naturales, y los otros obra humana.
La figura
antropomorfa número 4 debe representar á la diosa femenina de otras cuevas,
pues en el grabado y en el perfil se detallan los rituales pechos. La figura
número 3 pudiera ser un dios masculino con que se adelantase al desdoblamiento
de la diosa femenina, según Déchelete, á constituir la pareja divina neolítica,
más frecuente en los monumentos occidentales; y como en varias cuevas y estelas
se han hallado representaciones antropomorfas masculinas; las masculinas se
caracterizan por no tener pechos y cruzar el suyo con una banda, bien pudiera y
debería admitirse que en una cueva de la grandeza artística de la en que me
ocupo se representasen las dos divinidades, afectando la preferente inclinación
neolítica al antropomorfismo.
Los cuatro
símbolos tienen una cavidad bajo de ellos como para depositar homenajes u
ofrendas, creencias o culto, pero en la figura número 3 sirvió para que algún
visitante moderno del tipo frecuentísimo de los destructores metiese en el
agujero ya pico o azada, y apalancando saltase un trozo del ara.
Al pie de las
figuras corre un pasadizo artificial tal vez para permitir el acceso a la
adoración, y en ese mismo camino, bajo de cada figura, labraron una oquedad
sobre plano horizontal.
Como para
apoyarse y besar los pechos de la figura número 4, labraron un escalón en su
altar correspondiente, o ya para depositar ofrendas.
(...)
Y llegando
ahora á la explicación antropomorfa de las figuraciones en la Cueva de los
Siete Altares, he dé consignar que no otra cosa puede entenderse después de
muchas que así fueron traducidas y por divinidades interpretadas en tantas
cuevas, ya de Francia, ya de Italia y aun de nuestro país, que las describen y
reproducen en grabado muchos autores, entre ellos mi inolvidable maestro, y
querido amigo el heroico y extraordinario sabio M. DécheFette, y ya también
otro célebre autor y arqueólogo y buen amigo M. Siret, y con tantos más que por
no extender estos apuntes me veo obligado á consignar somerísimamente.
También en la
gruta de Courjeonnet, valle del Petit-Morin (Marne), como en otras siete más,
se halla algo parecido, pues en el mismo lienzo de roca, donde se abre la
entrada á la cueva en forma algo semejante á la figura 1 de la de Siete
Altares, y al lado de aquel ingreso hay esculpida en bajo relieve una
simplísima y grosera representación antropomorfa, que desde los ya citados M.
Déchelette y M. Siret, con un general intermedio de sabios arqueólogos, la
tienen por representación de una divinidad femenina, con misión fúnebre.
Muchas son las
figuras tosquísimas que se han hallado en Francia, Italia y España,
correspondiendo á tal emblema y por semejante técnica: casi todas son de piedra
bruta, afectando varias la forma de las de los Siete Altares: unas grabadas,
otras esculpidas, y algunas con indicios de pintura infinitamente menos
determinadas que la del Duratón, excediéndose á todas las rudimentarias, por
más serio, las de las inmediaciones de París.
Las caras de
aquéllas se reducen á una indicación de ojos por dos puntos, ó dos agujeritos ó
dos resaltos circulares, y entre ambos la nariz, que sólo por el sitio de
colocación se adivina: jamás tienen boca, pues casi única excepción es la que
aparece ligeramente indicada en la de la Cueva de Croizard, á la que, én
cambio, faltan los ojos y los pechos.
Las piedras
antropomorfas á que antes me referí dirán que algunas, como son estelas, tienen
una especie de cabeza, pero también hay muchísimas sin aquella determinación.
Entre las representaciones británicas, una, la más perfecta de las conocidas, y
la otra rudimentaria.
Sospecho,
pues, que en las cuevas y sepulturas neolíticas y de la primera edad del metal
la figura antropomorfa que se halla en ellas o en sus inmediaciones sea
representación de una divinidad protectora del muerto para tornarle á la vida: por
eso a la que designo para tan incomparable reacción en la Cueva de los Siete
Altares la titularía La Diosa regeneradora de la Muerte.
(...)
Quise dar una
noticia de mi descubrimiento de la Cueva de los Siete Altares en el Duratón,
noticia para la Real Academia de la Historia, pero de noticia pasé a informe, y
extendiéndolo demasiado di en abuso de vuestra atención, de vuestra paciencia y
de vuestro tiempo; pero si seguro estoy me disculpe la gran bondad con que me
favorecéis, añado en mi descargo vuestro extraordinario saber, que se adelanta
al reconocimiento de la grandísima importancia, la extraordinaria novedad, la
gran significación científica de la Cueva de los Siete Altares, que por sí
misma y por su situación es hoy caso único en Arqueología».
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