martes, 25 de marzo de 2014

DURATÓN. Santuario de San Frutos




En las cercanías de Burgomillodo,
el río traza grandes meandros verdes entre los farallones.


Aquí, en una especie de pequeña península,
vivieron los anacoretas.


En esta soledad que resuena en el agua, en el viento,
en el vuelo de las grandes rapaces
que anidan en las paredes rocosas.


En el cielo estremecedoramente azul,
los grandes buitres danzan como derviches.
Los buitres dibujan curvas contra el cielo
y el sol se enreda en las hermosas alas desplegadas,
cubriéndolas de oro.


No son aves. Son ángeles.
Ángeles que protegen el enclave sagrado.
Ángeles que hacen guardia sobre las ruinas
de lo que fuera ermita y monasterio.


Ángeles oficiantes que giran en el cielo,
celebrando una antigua ceremonia sagrada.


Sus sombras se reflejan en la lámina verde del río,
duplicando su vuelo deslumbrante.


***


En la época mozárabe, fueron muchos los ermitaños
que se instalaron en cuevas del tajo del Duratón,
que se convirtió así en una especie de primitivo conjunto monástico.


A finales del siglo VII, tres hermanos,
Frutos, Valentín y Engracia,
eligieron este lugar para retirarse del mundo.


Habían nacido en Segovia,
en el seno de una acomodada familia cristiana.

Renunciaron a sus riquezas y echaron a andar.
Aquí, en este solitario peñón,
los hermanos sintieron una energía especial,
y aquí se quedaron.


Se instalaron, siguiendo la costumbre eremítica de la época,
en ermitas separadas:


Frutos en lo más alto,
en la plataforma sobre el acantilado;


Valentín en la pared rocosa,
en una cueva a la que se accede por un pasillo natural sobre la piedra
de menos de un metro de ancho entre roca y precipicio;


Engracia cerca de la orilla del río, en el meandro,
junto al batán de su mismo nombre.


Aquí los eremitas dieron cobijo
a cristianos que huían de la invasión musulmana.
Frutos hacía milagros cuya fama se extendió por la zona.


Perseguidos por los sarracenos,
un grupo de habitantes de Sepúlveda llegó hasta el enclave.
Frutos hizo frente a los perseguidores
y con su bastón trazó una línea en el suelo.


«Y su santo bastón allí mismo
una raya en el suelo marcó,
y, rasgando la piedra, un abismo
entre Frutos y el moro se abrió».
(Copla popular)


Allí se abrió una grieta que impidió el paso a los moros,
salvándose de este modo los que huían.


«Bramaba el viento, llovía sangre,
Duratón corría turbado,
temblaba el monte,
y todo aquel horizonte
lleno de asombros se vía.
[…]
Inquietole al Santo el alma,
si no su temeridad,
la improvisa novedad
de ver Moros en la calma
de su alegre soledad.
[…]
Llegaba el escuadrón fiero
del Santo a la estancia dura;
pero como el cual procura
darles a entender primero
nuestra ley a su locura,
aquel ímpetu repara
con la fe de quien ampara;
y, atento el Moro confuso,
la Cruz hizo, y luego puso
sobre un peñasco la vara.
Diciendo que les mandaba
por Dios que se sosegasen
y la raya no pisasen
que en su nombre señalaba
primero que le escuchasen.
Con esto la dura peña
obedeciendo su seña
se dividió en dos pedazos
que desde cuyos ribazos
el monte su centro enseña».
(Fragmento del “Poema castellano que contiene la vida
del bienaventurado San Frutos
y de sus gloriosos hermanos San Valentín y Santa Engracia”,
de Frutos de León Tapia, siglo XVII).


***


Frutos murió anciano, y sus hermanos lo enterraron
en el mismo oratorio en que había vivido.

A continuación, Valentín y Engracia se marcharon a Caballar
(cerca de Turégano),
donde fueron capturados por los moros,
que los decapitaron y tiraron sus cabezas a una fuente.

Se conservan las cabezas en un relicario de la iglesia del pueblo.
En tiempos de sequía, para pedir que llueva,
el cura de Caballar sumerge las cabezas en el agua de la fuente,
en el ritual llamado “de las mojadas”.


***


En el extremo de la hoz del Duratón, en un humilde templete,
se encuentran las tumbas de los tres hermanos,
aunque están vacías.


Junto a ellas hay un pequeño cementerio
en el que sólo pueden ser sepultados
los vecinos de las aldeas próximas.


Mucho tiempo después de su muerte,
los restos de los santos fueron trasladados a la catedral de Segovia,
donde se encuentran en la actualidad.

San Frutos es el patrón de Segovia
(personaje similar al santo patrón de Soria: San Saturio).
El 25 de octubre se celebra una romería en su ermita.
El 26 de octubre es la fiesta de sus hermanos.


A San Frutos se le representa con un libro abierto en sus manos.
San Frutos pasa una página del libro
cada año, la noche del 24 al 25 de octubre, a las 12 en punto.


Según la leyenda, cuando los dedos del santo pasen la última página,
se acabará el mundo.


***


En el siglo XII, en la hoz del Duratón,
en el mismo lugar en que habían vivido los santos,
se instaló el llamado priorato de San Frutos.


Fue un monasterio benedictino
fundado por monjes procedentes de Santo Domingo de Silos.


En el siglo XVI se convirtió en el monasterio de “castigo”
al que se enviaba a los monjes rebeldes
de los demás cenobios de la Congregación.


Se accede al centro religioso cruzando un pequeño puente de piedra
que salva la grieta de la Cuchillada,
la resquebrajadura que abrió Frutos con su bastón.


En el lado izquierdo de la hendidura
quedan los restos de una tosca escalera tallada en la roca
para bajar al fondo del cañón.


En el exterior del templo, junto al ábside,
hay varias tumbas antropomorfas excavadas en la roca,
donde serían enterrados los monjes.


La presencia de los benedictinos se mantuvo
hasta que en 1835 se vieron obligados a abandonar las instalaciones
debido a la desamortización de Mendizábal.


El abandono conllevó la rápida ruina del edificio.
Las alcobas, la cocina, el refectorio, el horno,
la despensa, la bodega, el pajar, el gallinero, las caballerizas,...
Todo fue desplomándose.


De la fundación benedictina se conservan unos pocos restos informes
y el templo, que en la actualidad sirve de ermita.


En ella, en algunos de sus catorce capiteles,
aparecen representados los santos Frutos, Valentín y Engracia.


***


Ya sólo quedan desoladas ruinas,
pero aquí están las claves.


Los ermitaños que habitaron estas soledades hace siglos
encontraron aquí las claves,
no quisieron seguir caminando, hallaron aquí suficiente respuesta.


En estas aguas verdes,
en el mensaje de ese vuelo duplicado,
en este lugar protegido por los ángeles.


Aquí los eremitas, en lo más alto de la roca, descifraron
el sentido del vuelo duplicado de los ángeles
que trazan círculos en el cielo,
que escriben claves en el agua verde.


Ha desaparecido el cenobio,
pero la gran hoz es un hermoso templo
guardado por los ángeles.

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