sábado, 25 de febrero de 2012

ALCIRA


El Valle de la Murta.
Aquí, en el siglo VI, reinando Leovigildo,
San Donato había fundado un monasterio servetano
que en el siglo VIII asolaron los árabes.
Aquí quedó, destruida, la tumba del fundador.


En el siglo XV los monjes jerónimos
se instalaron en el Valle de la Murta.
Encargaron la construcción del cenobio a Jaume Gallent,
maestro de obras del Palacio Real de Valencia.


El monasterio de Santa María de la Murta
creció y se enriqueció rápidamente
gracias a las abundantes donaciones,
como las del Cardenal Cisneros
o las de la ilustre familia valenciana de los Vich.


La familia Vich tuvo capilla funeraria en el claustro,
en la cual fue sepultado Luis Vich,
Maestre Racional de Valencia.


El cardenal Guillén Ramón Vich
embajador del cabildo de Valencia en Roma,
impulsó nuevas obras
que fueron continuadas por Jerónimo Vich,
embajador en Italia de Fernando el Católico y de Carlos I
e introductor del Renacimiento en Valencia,
obras que fueron relizadas
por artífices que habían trabajado
en la Catedral de Valencia y en el Consulado del Mar.


En el siglo XVI el cenobio fue visitado por Felipe II,
acompañado por sus hijos.
El rey inauguró el nuevo puente de acceso al recinto monacal.
A finales del siglo XVI,
el arzobispo Juan Vich, embajador de España en la Santa Sede,
promovió numerosas obras de mejora y creó la biblioteca.

En el siglo XVII, Luis Vich,
virrey de Mallorca y caballero de Santiago,
donó al cenobio un importante legado.
Otro tanto hizo su hermano, Juan Vich,
que fundó en la iglesia una capilla
como nueva sepultura familiar.
Diego Vich, último miembro de la dinastía,
fue uno de los mayores protectores del cenobio
y encargó el retablo mayor de su templo
al autor de los retablos de los Santos Juanes
y del monasterio de San Miguel de los Reyes de Valencia.

El monasterio de Santa María de la Murta
fue uno de los monumentos histórico-artísticos
más importantes del levante español.
Su rico patrimonio contó con obras de Durero,
Juan de Juanes, El Greco, Juan Ribalta, José de Ribera...


Pero en el siglo XIX las disposiciones dictadas por Diego Vich
dejaron de respetarse.
En 1835, a raíz de la Desamortización,
el monasterio fue clausurado
y el edificio pasó a manos privadas,
iniciándose un proceso de olvido, abandono y expoliación
hasta su total ruina,
agravada por el crecimiento de la naturaleza circundante.


Se perdió su tesoro artístico.
Se perdió su bliblioteca.


Pero el principal patrimonio de Santa María
era su carga espiritual.


Hoy el recorrido del pueblo al monasterio sería muy hermoso
si no estuviera abierto al tráfico rodado.
Constantemente
el paso de vehículos me obliga a hacerme a un lado.


Camino entre campos de naranjos
rodeados de montes rocosos.
Hace un tiempo perfecto.
Un perfecto día de diciembre,
claro, luminoso, tibio.
El sol se concentra en las esferas
ya anaranjadas
que brillan entre las hojas verdeoscuras.
Sería un paseo precioso
si no pasaran coches constantemente.


A poca distancia de las ruinas
se ha acondicionado un inmenso aparcamiento,
así que todo el mundo llega en coche
hasta las proximidades del monasterio.


Los metros restantes, son un constante
ir y venir de gente
que acaba de bajar de sus automóviles
o que regresa a ellos.


El camino al monasterio
ha perdido toda capacidad iniciática.
Incluso si se recorre a pie,
los vehículos imponen su presencia
e impiden que el caminante acceda con sosiego
a lo que podría ser un enclave maravilloso.


Es un enclave maravilloso
y profanado.
Violado por el ruido de los motores
y por la afluencia de gente
que llega sin esfuerzo.


El monasterio está siendo restaurado.
Hay vallas que impiden
el acceso al interior de las ruinas.
Alrededor de su perímetro,
alborotan los grupos de excursionistas.


He venido en un día de fiesta
y sin duda me he equivocado.
Quizás en un día laborable
el lugar sea más apacible.
Pero hoy,
debido a que es posible el acceso en vehículo,
las ruinas se han convertido en merendero,
en parque infantil,
en destino de domingueros.


Este lugar no se construyó para eso.
Para eso hay muchos lugares.
Este lugar se hizo para el silencio,
para el recogimiento,
para la trascendencia.


Ahora, a pocos metros,
hay un inmenso aparcamiento
lleno de vehículos
de los que constantemente descienden
ruidosos grupos,
familias, novios, amigos,
ruidosos grupos
más destructores que el paso del tiempo,
más destructores que la intemperie.

Llegan hasta aquí en sus coches
como podrían llegar a un parque de atracciones,
no vienen a recoger ningún mensaje,
vienen sólo a corretear, a dar voces,
a comer al aire libre.


No permanezco mucho tiempo en el lugar expoliado.
Recorro los alrededores, también llenos de gente,
y emprendo el regreso.


El día es hermoso. El lugar es hermoso.
Pero no hay magia.
La sacralidad del lugar se ha roto.


Tras la destrucción del patrimonio artístico
llevada a cabo por los desamortizadores,
los turistas están destruyendo
el patrimonio espiritual del Valle.

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