La Merindad de Sotoscueva se encuentra
al pie de la Cordillera Cantábrica
y es un territorio de densos bosques cruzados por arroyos
cuyos cursos han ido originando
abundantes grietas, cañones, sumideros y grutas
y, en épocas de lluvias y de deshielo, numerosas cascadas.
En los dispersos vallejos se ubican pequeñas poblaciones.
La primera mención conocida de Sotoscueva se encuentra
fechada en el año 816, en un documento de donación
al desaparecido monasterio cántabro de San Vicente de Sístoles.
El nombre de Sotoscueva designó primero
un pequeño lugar “bajo la cueva”
y de ahí pasó a aplicarse a todo el valle
y posteriormente a toda la Merindad.
Desde sus orígenes, los concejos de los regidores de la Merindad
se han celebrado en distintos lugares de reunión:
Primero, en torno a una Encina Sagrada;
luego, en una cueva cercana a la ermita de San Bernabé;
a partir de 1924, en el nuevo Ayuntamiento, ubicado en Cornejo.
Todo el valle de Sotoscueva
es rico en leyendas y ritos y tradiciones mágicas.
***
Bajo una parte de la Merindad de Sotoscueva
se extiende el complejo kárstico de Ojo Guareña.
El karst de Ojo Guareña es un complejo de cavidades,
más de 100 kilómetros de galerías subterráneas,
cavernas y corredores situados a 6 distintos niveles,
formados durante siglos por la corriente subterránea del Guareña,
con zonas de entrada y salida de vías de agua.
Casi todo el entramado de galerías se encuentra conectado,
conformando un enorme e intrincado laberinto de varios pisos;
también hay cavidades que no conectan a la red principal
o que están enlazadas sólo por las corrientes de agua.
Es el complejo kárstico más grande de España
y está entre los doce mayores del mundo
y seguramente es el más interesante.
El estudio del karst fue iniciado en 1956
por el Grupo Espeleológico Edelweiss, de Burgos,
que fue poniendo nombre a las salas.
En 1958, la expedición ‘Ojo Guareña’ fue considerada
“la mayor aventura subterránea del mundo”.
En ella participaron sesenta expertos:
espeleólogos franceses, italianos, monegascos y españoles.
Era la primera exploración en profundidad del karst.
Hoy se han catalogado casi 400 cavernas
y el complejo sigue siendo fuente de descubrimientos y de misterios;
aún no se ha explorado en su totalidad.
Se encuentra en el valle del río Guareña,
cerrado por el Ojo del río,
acceso directo a los niveles inferiores activos
por los que circula el río subterráneo.
El Ojo del Guareña, que da nombre al lugar,
es el actual sumidero por el que el río se introduce en el suelo.
El río Guareña desaparece en su interior,
recorre bajo tierra aquellos campos
y resurge en la Cueva de la Torcona.
Por los niveles superiores ya no circula el agua
y en ellos el hombre ha dejado su impronta a lo largo del tiempo.
La Cueva-Ermita de San Bernabé es el antiguo sumidero
que da acceso a los niveles superiores inactivos.
Bajo la ermita, una de las principales entradas a las galerías,
se encuentra el antiguo sumidero.
La ermita es la única cueva visitable, abierta al público desde 1996,
situada en el enclave paisajístico e histórico
más emblemático de la zona.
Es visitable también un pequeño recorrido
(accesible con guía y con casco)
de unos 400 metros por las galerías que comunican la ermita
con la Sala del Ayuntamiento de la Merindad de Sotoscueva.
Unas galerías en las que siempre hace frío.
***
Los diferentes restos encontrados demuestran
que los pobladores de esta zona han vivido o utilizado estas cuevas
desde el Paleolítico hasta la Edad Media.
(Se han hallado también 53 especies de invertebrados cavernícolas).
Además de la ermita de San Bernabé, de origen medieval,
destacan los siguientes hallazgos de época prehistórica:
- Restos de cazadores en la cueva de Prado Vargas (Paleolítico).
- Improntas de pies descalzos en la Sala de las Huellas (Paleolítico).
- Dibujos de la Sala de Pinturas en la Cueva Palomera (Paleolítico).
- Grabados de la Cueva de Kaite (Neolítico).
- Grabados de la Sala de la Fuente (Edad de los Metales).
- Esqueleto de la Sala de la Fuente (Edad de Hierro).
La “Sala de las Pinturas”, de unos 60 metros de largo,
llamada por algunos “santuario de los triángulos”,
conserva restos pictóricos de cultos ancestrales:
46 triángulos, óvalos, trazos ondulados y zigzagueantes
y 29 representaciones de animales.
El conjunto posee gran carga simbólica
y parece responder a un criterio planificado.
La “Sala de las Huellas” es una extensión de 300 metros
de pisadas de pies descalzos,
única en España y excepcional en Europa.
Eliseo Rubio Marcos, del Grupo Edelweiss,
narraba así el descubrimiento de las huellas:
«Corría el mes de julio de 1969, cuando un pequeño
equipo del Grupo Espeleólogico Burgalés nos disponíamos a explorar bajo tierra.
Se abrió ante nosotros un gran túnel. A medida que
avanzábamos por un suelo arcilloso, de pronto me pareció distinguir huellas de
pies en la arcilla blanda; acerqué mi luz al suelo… y exclamé sobresaltado:
!!huellas de pies¡¡, !!pies descalzos¡¡
Los segundos que siguieron fueron indescriptibles,
llenos de excitación y euforia, cuando los demás miembros del equipo se
acercaron para constatar lo cierto del hallazgo.
La profusión de pisadas era tal que Uribarri,
consciente de que pudiéramos estar ante un descubrimiento sensacional y poner
en peligro la integridad de las huellas, ordenó con autoridad: ¡se suspende la
expedición!
Una somera observación indicaba que las pisadas
eran de pies de diferentes tamaños, prácticamente todas de adultos, con sentido
de ida y vuelta, y que se prolongaban a lo largo de la galería hasta un punto
de retorno, donde un gran tapón de colada cerraba totalmente la galería
impidiendo continuar la incursión de los hombres de pies desnudos y también la
nuestra. Huellas por centenares se localizaban en un recorrido de unos 300
metros a lo largo de dos galerías y una sala intermedia.
Por dónde habían entrado estos hombres hasta un
punto tan distante de la entrada habitual de Palomera, con los medios supuestamente escasos de luz
a través de un medio tan hostil y lleno de obstáculos y peligros y, lo que es
peor, descalzos, no alcanzábamos a entenderlo. Sólo un antiguo acceso desde San
Bernabé, ahora obstruido por derrumbamiento de la galería, que apenas dista 150
metros de dicha entrada, podría considerarse como plausible.
Las conjeturas sobre quiénes fueron los individuos
que llegaron hasta aquí, cuándo se produjo esta incursión y con qué fin, se
agolpaban en la imaginación de todos; lo más verosímil parecería que se trataba
de un grupo de individuos que, bien empujados por un afán de exploración o
curiosidad, bien por llevar a cabo un posible rito iniciático, hubieran hecho
una incursión de ida y vuelta y nunca más hubieran vuelto hasta aquí.
Esparcidos aquí y allá se advertían restos de madera
carbonizada pertenecientes quizás a antorchas con las que presumiblmente este
grupo de individuos había llegado hasta este punto de la cueva.
El final de esta galería, como se ha dicho,
terminaba en una colada que cerraba el paso e impedía proseguir más adelante,
lo que explicaría el sentido de vuelta del grupo.
Tras esta inspección dimos por finalizada la
expedición para al día siguiente dar cuenta a los medios que difundieron la
noticia con la difusión y
despliegue merecidos, pues huellas de pies de características similares solo se
conocen siete en todo el mundo; cinco en Italia y dos en Lascaux, en Francia.
Así, mientras la alta tecnología aeroespacial
permitía al hombre moderno a bordo de una cápsula espacial ver cumplido en esas
fechas su hasta entonces inaprensible sueño de alcanzar la Luna y poner los
pies en su suelo, a nosotros se nos concedía en el mismo espacio temporal
descubrir las primigenias huellas de pies desnudos que miles de años antes un reducido grupo de hombres
prehistóricos dejaron impresas en el vientre de su vecina más próxima, la madre
Tierra».
En 1976 el Grupo Edelweiss halló un esqueleto,
un varón joven y atlético
que al parecer se internó demasiado en las cuevas,
se perdió y murió sin encontrar la salida.
Sus restos fueron hallados junto a una represa artificial
hecha con barro para recoger el agua que caía de las estalactitas
con lo que el hombre trató de aplacar la sed;
las huellas de sus manos quedaron impresas en las paredes.
El esqueleto ahora estña en el Museo Provincial de Burgos
junto con una fíbula de bronce y el broche de su cinturón.
En las distintas cuevas se han encontrado restos de todas las culturas
que han ido habitando la Península Ibérica.
Desde los santuarios prehistóricos
hasta la ermita medieval con intervenciones de siglos posteriores,
Ojo-Guareña es uno de los pocos lugares del mundo
donde se puede seguir la evolución de la religiosidad occidental
desde el Paleolítico hasta la actualidad.
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Se trata pues de uno de los yacimientos arqueológicos
más antiguos y más relevantes del mundo.
Cuevas en las que nuestros antepasados
celebraron sus cultos y adoraron a sus dioses.
Cuevas de nacimiento y de muerte, de iniciación y de miedo.
Cuevas ya conocidas por los primetros pobladores de la Península
y utilizadas hasta nuestros días.
Es una de las redes de galerías subterráneas más extensa del planeta
y quizás uno de los enclaves sagrados de la Prehistoria
más importantes del mundo.
Y es, sin duda, la principal gruta sagrada de la Península.
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