domingo, 11 de diciembre de 2011

SÁSABE


El valle de Borau. Un rincón oculto del Pirineo.
En la cuenca del Aragón.
Entre los valles de Canfranc y de Hecho.
En el primitivo Condado de Aragón.


El monasterio se fundó en el siglo X.
Como parte de la campaña de reconquista,
los monasterios se encargaban de organizar los territorios
de sus respectivos valles.

El monasterio se construyó
en la confluencia de los barrancos Calcil y Lupán
que originan con su fusión el río Lubierre,
afluente del Aragón.

El río Lubierre pasa a pocos metros del templo,
y a mayor altura que éste.
El agua se filtra, empapa el terreno, brota por doquier,
baja en pequeñas cascadas
por los escalones hacia el interior del templo.


Los monasterios se edificaban en lugares
próximos a cursos de agua,
pero no en zonas inundables.

Los constructores de los templos románicos
elegían el lugar para erigirlos con idea de perdurabilidad,
y asentaban sus muros sobre estratos de sólida roca
que garantizaran su estabilidad.


Pero en Sásabe no se hizo así.
El de Sásabe es un templo distinto a todos los templos.
Se edificó con criterios
ajenos a la lógica y a las reglas arquitectónicas,
ajenos a la tradición y a la seguridad.
En el entorno hay espacios
con mejor calidad para cimentar un edificio,
así que la elección del emplazamiento
debió obedecer a algún criterio oculto.
Debió ser un motivo de gran importancia,
para que provocara tan excepcional y extraña decisión.
Quizás una señal que no se nos ha transmitido.

Se ubicó el templo en un terreno sin asiento firme.
Se cimentó sobre un terreno húmedo,
abundante en materiales de arrastre de los barrancos.
Cimientos no de piedra sino de madera.
La cimentación del templo se realizó
con puntales de madera soterrada.
Algún motivo de gran importancia debió de existir
para edificar aquí y de forma tan excepcional.
Alguna causa muy poderosa debió llevar a afrontar la dificultad.


Se edificó “sobre el agua”.


Quizás en busca de la hierofanía,
de la manifestasción de lo sagrado.

En la portada oeste,
la arquivolta central apea en capiteles labrados.
En uno de ellos,
a pesar de su deterioro,
se distinguen en la cara interior varias figuras:
Seres desnudos entre ondas,
ninfas del agua,
almas en proceso de purificación
por medio del agua que limpia y vivifica.
Quizás ahí, en la piedra,
está escrito el secreto de Sásabe.
Un mensaje de muerte y renacimiento.


En el año 922
el monasterio se convierte en transitorio obispado
del Condado de Aragón.

Es una época en la que, ocupada Huesca por los sarracenos,
no hay sede episcopal fija
sino unos obispos itinerantes
muy relacionados con los monasterios.

Moraron en el monasterio de Sásabe cuatro obispos:
Ferriolo, Fortuño, Atón y Oriol.


Aquí hubo un monasterio
en el que unos pocos visigodos
huyendo de los árabes
escondieron el Santo Grial.
En esta impresionante soledad
cercada por el agua
estuvo una vez el Grial.
En este valle rodeado de bosques
brillaba por la noche el vaso de ágata
protegido por unos pocos visigodos
que huyeron hacia el Norte
para escapar de la invasión.
En la noche, en la oscuridad total,
en el miedo que provoca el bosque
por la noche,
unos pocos monjes
se reunían en torno del Grial
buscando protección.
El cáliz de ágata brillaba en la tiniebla
iluminando los rudos rostros de los monjes.
Al otro lado de los muros de piedra
soplaba el viento helado del Pirineo.
El río traía el agua oscura
procedente de la montaña.


En el monasterio casi invisible
entre la vegetación y el agua
se refugiaron unos pocos visigodos
con el único tesoro que importaba.


Mientras el mundo entero estaba en lucha,
mientras en el mundo se sucedían las dinastías,
se asediaban castillos,
se conquistaban poblaciones,
mientras todo era caos,
entrechocar de espadas,
galopar de caballos,
sangre y fuego,
golpes y alaridos,
este pequeño enclave casi invisible
era el reducto de lo sagrado
protegido por el bosque y el viento
y la corriente de agua.


La noche aquí era la noche más oscura
pero en su centro brillaba el Cáliz
en torno al cual unos pocos visigodos
contemplaban extasiados su Luz.
En medio de la oscuridad del mundo
en este bosque ignoto
que nadie atravesaba
brillaba lo sagrado.


Ramiro I instituyó un “obispo de Aragón”
con sede en Sásabe
para ganarse el favor de la prelatura
en su tarea de consolidación del poder.
Así pues, el monasterio de Sásabe fue catedral de Aragón
en tanto que sede de su obispo.

El último de los obispos de Aragón en Sásabe, don García,
hijo de Ramiro I y hermano de Sancho Ramírez,
llevó el Grial a Bailo.


En el siglo XVIII del monasterio sólo quedó su iglesia,
la ermita de San Adrián.

Tres obispos de Aragón permanecen bajo su suelo.
En un sillar cercano a la portada sur, hacia poniente,
hay una inscripción que recuerda que en este lugar descansan
los restos de tres obispos:
"HIC REQVIESCVNT TRES EPISCOPI".


Aquí brilló una vez lo sagrado.
Después el cenobio quedó abandonado
y nunca hubo abandono mayor.
El viento sopló con fuerza,
las puertas quedaron abiertas,
la vegetación creció a su alrededor
y el agua entró y cubrió el suelo.
Las viejas losas sobre las cuales
unos pocos visigodos
pasaban la noche arrodillados
alrededor de la Luz del Grial,
quedaron cubiertas por el agua helada,
por el agua más fría del mundo,
el agua de la desolación,
el agua de la tiniebla,
que arrasó el lugar
donde había brillado la Luz.


Por eso ésta no es una ruina cualquiera,
no es un abandono cualquiera.
Éste es un abandono tenebroso,
el abandono que queda
cuando la Luz deja de brillar.


Ahora la noche en este lugar
es la noche más oscura,
porque una vez aquí brilló lo sagrado
y hoy no hay más que abandono
y un agua helada
que ha cubierto las losas del suelo
y ha borrado toda posible huella.


Desaparecido el monasterio,
el río llenó de derrubios el interior del templo,
lo fue colmatando
y lo sepultó hasta no dejar a la vista más que su porción superior.

Había que acceder al templo
por un ventanal situado sobre la portada,
que permanecía, al igual que el ábside, bajo los escombros.

El interior durante mucho tiempo fue un verdadero aljibe.


El río pasa justo junto a la ermita.
Tan cerca, que cuando crece la inunda.
Quedó abandonado el santuario
y el agua fue filtrándose
hasta dar a la iglesuela
un aspecto sobrecogedor.

Hace unos años se desenterró y drenó
pero los últimos metros de la cabecera
permanecen bajo el nivel del suelo
por lo que desde el exterior no se aprecia
la gran altura de la nave.

No es fácil acceder a la ermita.
En época de estiaje
se puede llegar haciendo equilibrios
sobre piedras que sirven de pasaderas
sobre el río Lubierre.
Pero cuando baja más agua, y si además hay helada,
el templo se vuelve inaccesible.

El ábside se sigue reflejando en el agua que lo rodea.

En el interior, circundando la nave,
un canaloncillo excavado en su suelo
encauza el agua al exterior.
Su rumor continuo
sigue haciendo de Sásabe
un templo distinto a todos los templos.

Un templo en el que sólo el agua
conoce el misterio.

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