domingo, 18 de diciembre de 2011

OTURIA (I): YEBRA DE BASA



En el año 714, los musulmanes se acercan a Huesca.


Los cristianos huyen, llevándose consigo el Santo Cáliz.
Dejan las tierras bajas y se encaminan a las montañas.


Al macizo de Santa Orosia,
al monte Oturia,
en la comarca del Serrablo,
en el Alto Aragón.
Lugar áspero y aislado.


El Serrablo era una comarca abrupta,
alejada de los pasos naturales del Pirineo central,
carente de vías de comunicación,
de difíciles condiciones de suelo y clima,
casi deshabitada,
atravesada sólo por sendas de cazadores.
Los iacetanos de los tiempos primitivos,
los romanos, después,
apenas habitaron estas tierras.
Sólo había minúsculos enclaves humanos.


Los estrechos senderos que recorren el macizo
son caminos antiguos.
Caminos transitados desde siempre
por la escasa población montañesa
que vivía en aisladas aldeas.



Caminos tortuosos, zigzagueantes,
abiertos en el difícil terreno
por el lugar más adecuado,
quizás por el único lugar posible,
para remontar las laderas
y salvar los farallones
que separan el Valle del Sobrepuerto.



Caminos empinados y pedregosos,
con frecuencia encharcados por las lluvias,
arrimados a las paredes pétreas
o desdibujados por la vegetación.
Caminos peligrosos.


A los pies del macizo,
en el valle de Basa,
existía ya la aldea de Yebra.



Pero los fugitivos se instalaron
en una cueva de la montaña.
Una cueva escondida y de complicado acceso.


Ahora ya no hay por aquí caminantes habituales.
Las sendas son, ahora, caminos abandonados,
caminos seculares
que la maleza habría borrado
si no los mantuvieran las romerías.


Hoy el acceso a la Cueva del Grial
sigue siendo difícil.


Una senda arranca de la aldea
y se interna en los prados.



Si es época de lluvias, hay que vadear arroyos caudalosos
que invaden el camino.



Después, comienza el ascenso
por la rocosa ladera.

A lo largo del camino
se suceden las pequeñas ermitas.


Conforme se avanza, el sendero se convierte
en un estrecho tajo abierto en la roca.


Si es época de lluvias,
conforme se asciende se irá escuchando
el rumor del agua, cada vez más intenso,
hasta transformarse en estruendo.


Es la cascada que resguarda la ermita rupestre
en la que se refugiaron los huídos
tratando de ponerse a salvo
del invasor sarraceno.


La ermita es una cueva
ante cuya entrada se ha levantado una pared.


En los días sin niebla, la cascada se ve desde lejos.




Omnipresente, a lo largo del camino.




En ella se concentra el brillo del sol
y la magia del lugar.




Y de pronto la cascada está frente a nosotros,
como una bóveda de agua
cubriendo el camino
frente a la cueva.


Y ahí, tras la cortina de agua,
está la cueva-ermita.
Ahí, en ese lugar inhóspito e inaccesible
vivieron los custodios del Grial.


Día y noche el estruendo del agua
se mezclaría con las plegarias.


Agua y roca parecían hacer de este refugio
un lugar casi imposible de encontrar,
casi imposible de alcanzar.


Sin embargo, también allí
los cristianos se sintieron amenazados
por el avance musulmán.


También de allí tuvieron que huir,
siempre hacia el Norte,
hacia montañas más altas,
en busca del lugar seguro
donde guardar el Cáliz.

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