En 2008 se emprendieron trabajos
para la ampliación del Instituto de Enseñanza
Azarquiel,
ubicado en el Cerro de La Horca.
En Toledo es obligatorio realizar un estudio
arqueológico
antes de acometer una obra urbana.
En agosto se hicieron sondeos
en la zona ajardinada sobre la que se iba a
edificar.
Ante lo encontrado en los jardines,
en septiembre comenzó la excavación arqueológica.
Acababa de descubrirse el cementerio judío de
Toledo.
***
Siempre ha sido difícil identificar
los antiguos cementerios de Toledo
porque, se ha dicho, no interesa remover la tierra,
ya que a nadie le gusta saber que vive sobre un
cementerio.
En la llanura extramuros
es probable que, al caminar por las calles,
se esté pisando tumbas.
La llanura norte empieza a expandirse urbanísticamente
a mediados del siglo XX.
Hoy está completamente urbanizada.
Sin embargo, ese amplio valle ceñido por el Tajo
es un gran cementerio
en el que las distintas comunidades religiosas de la
ciudad
fueron enterrando a sus muertos
hasta la Edad Media.
En la zona hay cementerios romanos y visigodos,
musulmanes y cristianos.
Existe documentación sobre las diversas necrópolis.
Se encuentran entre la Puerta de Bisagra Vieja,
y el Cerro de La Horca,
los barrios de los alrededores del Hospital Tavera
y la Vega Baja.
La necrópolis romana se ubicaba junto al Circo.
La visigoda, junto a Santa Leocadia.
En la historiografía de Toledo
se indican diferentes lugares de enterramiento
para las distintas confesiones que hubo en la ciudad
medieval:
musulmanes, judíos y cristianos,
mozárabes, mudéjares, conversos...
Se ignora si estos espacios de enterramiento
se hallaban separados
o si la vasta extensión de terreno
fue compartida por las distintas religiones.
La decadencia en la que entró Toledo a partir del
siglo XVII
ha permitido la conservación de numerosos restos.
Por fuentes históricas y excavaciones
arqueológicas,
se conoce desde hace tiempo
la localización de las necrópolis musulmana y
cristiana.
En cambio, la ubicación de la judía
había sido hasta ahora una incógnita.
***
El cementerio islámico (maqbara) aparece documentado
hacia 1010.
Se encontraba ubicado cerca de la muralla,
junto a los caminos principales y las salidas de la
ciudad:
puerta del Cambrón,
puerta de Alfonso VI (o Bisagra Vieja),
puerta de Bisagra,
puerta del Vado;
se extendía desde la basílica Santa Leocadia, a
orillas del Tajo,
hasta la ermita de San Eugenio.
No se sabe si se trataba de un solo cementerio o de
varios.
El enterramiento musulmán suele consistir en una
simple fosa
cubierta con tejas, ladrillos o sólo tierra
y señalizada mediante un cipo funerario
(acumulaciones de piedras en la cabecera de la tumba
que pueden presentar inscripciones en caracteres
cúficos).
Después de que Toledo fuera recuperada por los
cristianos en 1085,
los mudéjares continuaron recibiendo sepultura
extramuros de la ciudad, en el mismo espacio
funerario islámico.
***
Hubo necrópolis cristianas tanto extramuros
como intramuros (San Andrés, San Lorenzo, San
Bartolomé...)
La comunidad mozárabe fue, durante la dominación
musulmana,
la única confesión religiosa que contravino los
preceptos
de enterrarse fuera del espacio amurallado de la
ciudad,
ya que dispuso intramuros de varios templos
en los que llevó a cabo enterramientos.
Los cristianos de repoblación,
llegados desde el Norte a la ciudad tras la
recuperación de ésta,
traen consigo sus propios ritos funerarios:
tumbas antropomorfas, con cabeceras rectangulares o
redondeadas,
o fosas trapezoidales.
Se han encontrado en Santa Leocadia y en San Antón.
Los cristianos nuevos se enterraban
en el Pradillo de San Bartolomé,
cementerio de conversos en el que se seguía el
ritual judío,
por lo que se prohibió a los cristianos viejos
enterrarse en él.
***
De los espacios funerarios judíos
sólo se tenían noticias aisladas e imprecisas, que
los ubicaban
en el Pradillo de San Bartolomé y en el Cerro de La
Horca.
En unas escrituras de venta se dice
que unas tierras situadas en la Vega Baja lindaban
“con la carrera que iba al fonsario de los judíos”
(sería el Pradillo de San Bartolomé).
De un segundo núcleo, situado en el Cerro de La
Horca,
se tenía constancia por la existencia
de lápidas monolíticas con inscripciones,
que se hallan en museos
o formando parte de las cimentaciones
de algunos monumentos góticos.
Había, pues, al menos, dos osarios judíos,
debido quizás al aumento de población que se da
desde 1085
y, sobre todo, desde mediados del siglo XII y
durante el siglo XIII,
con judíos procedentes de Al-Ándalus
que huyen de la persecución almohade.
De estas dos necrópolis se desconocía
tanto su extensión como su ubicación exacta.
Se ha tendido a identificar el osario del Pradillo
con unos restos encontrados cerca del Circo Romano,
pero resulta difícil deslindarlo
de una zona de enterramiento musulmana.
En el Cerro de La Horca, las numerosas obras
públicas
que se han desarrollado a partir de los años setenta
del siglo XX,
habían ido proporcionando numerosos indicios
de la existencia de un gran núcleo de
enterramientos.
***
Ahora, con motivo de las obras de ampliación
del Instituto de Educación Secundaria Azarquiel,
se ha encontrado el cementerio judío.
***
En el limitado espacio excavado, unos 300 metros
cuadrados,
en lo más elevado del cerro,
se han descubierto 107 tumbas.
Los trabajos se han limitado al área afectada por
las obras,
aunque se ha podido constatar que la necrópolis
tiene continuidad
por el resto de la ladera.
El arqueólogo que ha dirigido las excavaciones,
el toledano Arturo Ruiz Taboada,
(profesor del Centro de Estudios Internacionales
de la Fundación Ortega-Marañón, en Madrid)
asegura que el cementerio judío
ocupa “una parte importante de la llanura norte de
Toledo”
bajo zona edificada,
“una extensión espectacular, enorme”,
que no ha podido precisar en hectáreas.
Lo que se ha excavado, el jardín del Instituto,
constituye tan sólo una pequeña parte.
***
Tras la expulsión en 1492 de los judíos no conversos,
las lápidas funerarias con inscripciones en hebreo
fueron retiradas
y reutilizadas en la construcción de edificios;
algunas continúan actualmente en los muros de las
casas
y en los dinteles de los portales;
otras sirvieron, vueltas del revés,
como piletas para lavar ropa o como pesebres.
El Museo Sefardí también conserva algunas de estas
lápidas:
A comienzos del siglo XX,
Francisco de Borja de San Román,
director del Archivo y Museo Arqueológico
Provincial,
intentó la apertura de un “Museo de la cultura judía”
en la sinagoga del Tránsito, precursor del actual;
San Román recogió todas las lápidas que se
encontraron sueltas
en diferentes puntos de la ciudad;
se ha creado así en el Museo
una especie de segundo cementerio judío.
El terreno del osario se reaprovechó como campo de
cultivo.
A partir de ese momento se desdibuja
la delimitación de los distintos cementerios.
***
Las primeras exploraciones de la zona
pusieron de manifiesto que se trataba de una
necrópolis
diferente de los otros cementerios medievales
toledanos
conocidos hasta el momento,
lo cual llevó a pensar que tal vez, por fin,
se había localizado una de las necrópolis judías
de Toledo.
Tras los trabajos realizados,
no se han encontrado lápidas
ni objetos rituales ni ajuares funerarios.
Sin embargo, se sabe que se trata del cementerio
judío
y se sabe la fecha en que estuvo en uso.
Se conoce que hubo enterramientos en el siglo XIII
gracias al hallazgo de una moneda:
No había rastro de corpus epigráfico hebreo.
Solamente aparecieron tres objetos, en tres tumbas
distintas:
un anillo con un dibujo estrellado, un pendiente de
plata
y una moneda de Alfonso VII.
La moneda, fechada a mediados del siglo XII,
por su coloración se ha supuesto que fue utilizada
en el siglo XIII.
Dado el estilo mudéjar de las construcciones,
los límites cronológicos de la necrópolis
han de estar entre los siglos XI y XV.
Se conoce que se trata del cementerio judío
porque el tipo de inhumación hallado en él
es distinto del de los enterramientos musulmán y
cristiano
y se adscribe exclusivamente a la religión judía:
La forma de enterramiento que se ha encontrado
en la mayoría de las tumbas
recibe el nombre de “lucillo”, que significa
“sepulcro”,
y se caracteriza por disponer una bóveda de medio
cañón, de ladrillo,
como cierre subterráneo de la tumba
sobre el ataúd o el cuerpo.
Se construía después de depositar el cadáver
en el fondo de la fosa:
Sobre el féretro o el cuerpo se colocaba un
encimbrado de madera
(del que han hallado improntas durante la
excavación)
y sobre éste se construía la bóveda,
que después se tapaba con la tierra previamente
extraída
y, en superficie, se delimitaba la tumba con lápida.
Han aparecido lucillos también en otros
enterramientos:
en el Circo Romano,
en la cripta de la Concepción Franciscana
y en la Catedral,
donde apareció un lucillo frente a la Puerta de
Santa Catalina.
Deben ser enterramientos de conversos,
que en los primeros tiempos conservaron rituales
judíos.
Las fosas del Cerro de La Horca
se caracterizan por su gran profundidad,
que alcanza en algunas de ellas los 3 metros.
La finalidad era que el difunto quedara conservado
eternamente.
De hecho, gracias a esa profundidad,
las tumbas se han encontrado intactas.
Otro rasgo que las caracteriza como fosas judías
es el cuidado en evitar que las tumbas
se superpongan o entren en contacto entre sí,
lo que sí ocurre en los enterramientos musulmanes y
cristianos,
cuya profundidad además no suele llegar a 1 metro.
Los arqueólogos han identificado la impronta de los
sudarios.
La posición anatómica de los cuerpos,
contraídos y con los hombros alineados,
también demuestra que les cubría un sudario.
En el ceremonial judío,
los cuerpos se colocan extendidos, en decúbito
supino,
con las manos sobre los coxales o la pelvis,
y la cabeza mirando al frente o hacia el Sureste,
con frecuencia apoyada sobre una almohadilla de
tierra.
Los musulmanes depositaban los cuerpos
flexionados y mirando al Este.
Los cristianos colocaban a los suyos
con los brazos doblados sobre el pecho
y la cabeza en un ábside, mirando al cielo.
La fosas judías del Cerro de La Horca
se excavarían antes de que llegara el cadáver.
Después, una comitiva trasladaba al difunto,
recorriendo el kilómetro que mediaba entre la
judería y el Cerro.
Los cuerpos se depositaban sin ajuar.
Los únicos materiales asociados a los huesos
encontrados
han sido restos de sudario, los menos de los casos,
y, mayoritariamente, madera y clavos de los ataúdes.
Grandes rabinos tales como
Yonah Ben-Abraham Gerundi (fallecido en 1263)
y Asher Ben-Yehiel (fallecido en 1328)
murieron en Toledo.
Tal vez fueron enterrados aquí.
***
Las excavaciones tuvieron lugar
entre septiembre de 2008 y enero de 2009.
En el verano de 2008,
una nota en La
Tribuna de Toledo, un periódico local,
comentaba que los alumnos que iniciasen el curso en
septiembre
iban a encontrarse con una sorpresa:
unas tumbas judías que habían aparecido en el jardín
de su Instituto.
En noviembre de 2008 (Kislev 5769),
el Centro de Estudios ZAKHOR
para la protección y transmisión del patrimonio
judío
(radicado en Barcelona, y que ha cesado su actividad
en 2012)
publicaba el artículo “Toledo ¡¿Un caso más?!”,
en el que David Stoleru contaba:
«Hace un mes, un corto artículo
aparecido en la prensa local de Castilla La Mancha
contaba con tono lacónico
que los alumnos de un colegio público de Toledo
iban a iniciar el nuevo curso en presencia de nuevos
compañeros,
“los restos de un cementerio judío medieval
encontrado
durante las obras de construcción de seis nuevas
aulas”.
Así empezamos a recabar información
y, unos días después, viajamos hacia Toledo,
acompañados de expertos venidos de Israel.
Lo que pasó hace un año y medio en Tàrrega,
pequeña ciudad de Cataluña,
se repite ahora en la “capital de Sefarad”, Toledo,
cuya comunidad representó lo más desarrollado de
la cultura judía
en la historia de la Península Ibérica.
Hasta tal punto que se llegó a compararla con
Jerusalén.
Toledo marcó especialmente la vida judía
a través de lo que más la singulariza: su Ley.
Los rabinos de la ciudad,
entre ellos el Rabenu Yonah Gerondi
y el R’osh, Rabí Asher Ben Yejiel,
son las piedras angulares de la tradición rabínica
y del judaísmo tal y como lo conocemos hoy.
El R’osh, nacido en 1250, llegó de Ashkenaz
(Alemania)
huyendo de las matanzas
que tuvieron lugar a principios del siglo XIV.
En Toledo se convierte en el Rabino de la ciudad.
Sus amplias enseñanzas serán introducidas 170
años después
en el cómputo clásico de la tradición judía,
el “Shuljan aruj” (la “Mesa Puesta”).
Esta ciudad hizo soñar a decenas de generaciones de
judíos
estudiosos del Talmud, con la ayuda de los textos de
estos rabinos,
y a millones de judíos que reconocen en ella
una vivencia cultural excepcional.
Dada la enorme importancia del caso de Toledo,
el Centro de Estudios Zakhor
solicitó inmediatamente a las autoridades locales
que el cementerio fuese preservado
y que los restos encontrados en las tumbas excavadas
puedan ser reinhumados in situ.
Toledo puede, si lo decide así, seguir siendo
un referente de respeto hacia las distintas culturas
que la formaron.
Nuestro deber es explicar la sensibilidad judía
respecto a los antiguos lugares de entierro
y exigir un deber de memoria a nuestros
conciudadanos.
De esta preocupación depende el futuro
de centenares de cementerios medievales
y refleja, por encima de las demás consideraciones,
el respeto de nuestra tradición hacia la Vida».
***
Efectivamente, la noticia causó gran impacto
en el mundo judío.
En 1992 el Estado español había firmado un acuerdo
de cooperación
con la Federación de Comunidades Judías de España,
entidad que representa a la colectividad
a nivel nacional e internacional,
y que cuenta con la colaboración
del Comité para la Preservacion de Cementerios
Judíos en Europa.
En virtud de este acuerdo,
los cementerios judíos fueron reconocidos como
lugares de culto.
En 2007 la Federación de Comunidades Judías de
España
entregó al Ministerio de Justicia
un protocolo de actuación
en el que se establece el procedimiento
que debe respetarse en casos como el presente.
Casos similares habían ocurrido ya con las
necrópolis judías
de Montjuïc (Barcelona), Sagunto (Valencia), Lucena
(Córdoba),
Sevilla, Zaragoza y Ávila.
En Les Roquetes (Tàrrega) se realizó,
pese a la oposición de los arqueólogos,
un reenterramiento de los restos de 228 judíos del
siglo XIV
con un estricto ritual conforme a la Halajá, la ley
judía,
y oficiado por un rabino,
como si hubieran muerto en la actualidad.
Siguiendo lo indicado en el protocolo,
el Ayuntamiento de Toledo dio aviso del hallazgo
a la Federación de Comunidades Judías.
La Federación lo comunicó a la Agencia Judía de
Noticias,
que se hizo eco del descubrimiento.
El Comité para la Preservacion de Cementerios Judíos
en Europa
intervino para garantizar la preservación del cementerio.
El Estado israelí no puede actuar,
al tratarse de un patrimonio nacional,
pero el Gran Rabino de Israel
tuvo una reunión con el Ministro de Justicia
español.
Las autoridades españolas llegaron a un acuerdo
con la Federación de Comunidades Judías de España
para poder estudiar los restos
y luego volverlos a enterrar.
Siguiendo las bases del protocolo,
en octubre
las autoridades
firmaron un acuerdo con la Federación de Comunidades
Judías,
estableciendo la alternativa
de reenterrar los huesos en otro lugar de Toledo
o trasladarlos, como marca el procedimiento,
al cementerio judío más próximo, el de la Comunidad
de Madrid.
Se barajó la posibilidad
de transferir todas las tumbas, bajo control
rabínico,
a un parque urbano en el cual estará el nuevo cementerio
judío,
que recuerde a la antigua judería de Toledo.
Las obras no podían continuar detenidas,
ya que el Instituto tenía que ampliar sus aulas.
Sin embargo, entonces intervinieron
los sectores más conservadores de la comunidad judía
internacional,
que, sin haberse puesto en contacto con las
autoridades españolas,
publicaron, en un foro
auspiciado por la Asociación de Estudios Judíos,
una declaración, firmada
por el rabino Lazar Stern y por el doctor Bernard
Fryshman,
en la que tachaban la excavación de “sacrilegio” y
“profanación”.
En enero
de 2009, en cuanto acabaron las excavaciones,
los arqueólogos entregaron lo desenterrado.
En abril
de 2009
la comunidad jasídica de Nueva York
y la Sociedad Internacional para la Preservación
de lugares santos judíos
se unieron al debate,
exigiendo que los cuerpos retirados
fueran devueltos a sus lugares de enterramiento.
Se produjeron protestas
frente a algunos consulados españoles.
Hubo manifestaciones de organizaciones judías
frente a la embajada de España en Tel- Aviv.
Representantes de la comunidad judía ultraortodoxa
se presentaron en las obras para pedir
explicaciones.
La excavación recibió la visita
de la asociación Asra Kadisha, de Israel,
que vela por la salvaguarda
de los cementerios judíos en todo el mundo
y se opone a que se excave cualquier espacio sagrado
judío
y a que se manipulen restos humanos difuntos de su
religión,
sean de la época que sean.
Mijael Freund, director de la organización Shavei
Israel,
que actúa en España para reforzar los lazos
hispano-judíos,
dijo que “la intención de ampliar una escuela
a costa de un viejo cementerio
es un duro golpe a la herencia sefardí”
e instó a parar las obras
y orientar la ampliación de la escuela hacia otra
zona.
Por razones halájicas, la federacion judía local,
apoyada por la Conferencia Europea de Rabinos
y el Comité para la Preservacion de Cementerios
Judíos en Europa,
demandó que los huesos fuesen regresados
a sus lugares de descanso originales.
Según la ley judía, un hebreo enterrado
tiene una conexión especial con su lugar de
inhumación.
En mayo
de 2009 la Federación de Comunidades Judías de España
y la Consejería de Cultura llegaron a un acuerdo:
Reenterrar los restos en una zona libre y poco
transitada
del espacio afectado.
El 21 de junio
de 2009 los huesos removidos de 107 judíos
fueron vueltos a enterrar en el lugar inicial.
El presidente del Comité para la Preservación de
Cementerios,
Rabbi Elyokim Schlesinger, de 87 años,
participó en los preparativos del entierro
y quiso involucrarse personalmente en la mitzva.
La inhumación se realizó con respeto a la Halajá
y fue supervisada por rabinos
del Comité para la Preservacion de Cementerios
y presidida por el venerable Rabbi Schlesinger.
Intervinieron en la ceremonia:
Rab Moshé Bendahan,
Presidente del Consejo Superior Rabínico de España,
Jacobo Israel,
Presidente de la Federación de Comunidades Judías en
España,
David Levy,
Presidente de la Hebrá Kadishá de Madrid,
Marcos Gozal,
de la Junta Directiva de la Comunidad Judía de
Madrid.
Al nuevo entierro asistieron numerosas
personalidades:
representantes de gobierno local y nacional,
líderes de la Federación de Comunidades Judías en
España.
También estuvierton presentes
representantes del Instituto
y representantes de la empresa constructora.
The Jerusalem Post daba la noticia,
recogiendo declaraciones de Philip Carmel,
Director de Relaciones Internacionales
de la Conferencia Europea de Rabinos:
«Toledo tiene un lugar único en la historia
de la Edad Dorada de los judíos de España
y el gobierno español entendió esto
y ha respetado la santidad de este sitio.
A lo largo de nuestras negociaciones con las
autoridades,
nosotros insistimos que estos judíos de Toledo
fueran enterrados exactamente en las mismas tumbas
de donde habían sido sacados.
Ellos pensaron este espacio como su lugar de
descanso eterno
y era nuestro deber asegurar que fueran reenterrados
de acuerdo a sus deseos».
Arturo Ruiz Taboada dialogando con miembros de la asociación Asra Kadisha, que viajó desde Israel para detener las excavaciones arqueológicas. |
Fotografías facilitadas a la prensa por el arqueólogo Arturo Ruiz Taboada.
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