El
documento más antiguo
que
acredita una fundación de monjas dominicas en la ciudad
es
un privilegio otorgado por Alfonso XI en Madrid en 1345,
en
el que el rey concede
«a
las dueñas del monasterio de Sancto Domingo de Segovia»,
para
que recen por él y sus antepasados,
«la
exención del portadgo en todos nuestros rreynos
de
las cosas que traxieren e ovieren menester
para
mantenimiento dellas mismas e de su monasterio.
E
por las fazer mas bien e mas merced mandamos
que
non den chançilleria de las cartas que ellas ovieren menester
para
sy e para pro de su monasterio
e
tenemos por bien e mandamos que les sean guardados
los
previllegios e libertades que han de la iglesia de Roma
para
que puedan soterrar los cuerpos
de
los omes que en su casa se mandaren enterrar
e
que ninguno non ge los enbargue nin ge los fuerçe
e
ninguno sea osado de los entrar en su monasterio por fuerça
nin
de matar nin de ferir a ninguno dentro de sus casas
nin
en la iglesia nin en el compas della».
Por
lo tanto el convento ya debía de existir
desde
hacía algunos años.
La
primera casa se funda junto a la ermita de Santa Susana,
al
lado del comienzo del acueducto,
cerca
de la caseta de decantación del agua.
En
el lugar que hoy ocupan la iglesia de San Gabriel
y
el convento de los Misioneros del Corazón de María.
En
la misma zona en que después se asentaría
el
monasterio de San Antonio el Real.
El
enclave era húmedo y desértico;
se
hallaba a las afueras de la ciudad,
en
un sitio alejado y aislado, rodeado de barbechos,
por
lo que la fundación inicial tomó el nombre
de
Santo Domingo de los Barbechos.
Era
una comunidad pobre y de estricta observancia.
Juana
de Luna, viuda de Luis Mejía,
con
tres de sus hijas, María, Mayor de Guzmán y Catalina,
profesan
en el convento y lo enriquecen con su hacienda.
Siendo
doña Mayor priora,
el
10 de mayo de 1513 comunica a la comunidad
que,
«por la necesidad que tienen»,
ha
comprado a Juan Arias de la Hoz
la
casa que fue de su padre, Juan de la Hoz de la Armuña.
Para
poder pagar el precio, las monjas venden su viejo convento
«por
ser casas que estavan para caher e hundir mucha parte dello
y
ellas no tienen con que o rreparar
e
por ser en la parte e logar que es en cabo del arrabal desta
a
donde rrentan poco las casas».
La
casa de los Arias resulta insuficiente,
por
lo que a esta compra se añaden
las
de otras casas señoriales vecinas.
El
13 de junio de 1513 la comunidad se traslada
a
este espacio dentro del casco de la población,
que
ofrecía mejores condiciones de seguridad y salubridad.
(Esta
decisión de mudarse al interior de las ciudades
la
toman también otros cenobios femeninos por la misma época).
El
viejo convento fue ocupado
por
los franciscanos descalzos de Pedro de Alcántara,
bajo
la advocación del arcángel San Gabriel.
Éstos
reconstruyeron el edificio.
En
el siglo XIX, los claretianos, a su vez,
derruyeron
el convento franciscano para levantar el suyo.
La
nueva ubicación de las dominicas, la casa de los Arias,
era
una antigua vivienda-fortaleza del siglo XII.
La
Torre de Hércules, que le da nombre,
tiene
posiblemente un origen anterior.
En
torno a ese núcleo principal estaba el resto de casas adquiridas.
El
convento ocupa actualmente una manzana
circunscrita
por la plaza de San Nicolás,
la
calle de San Quirce, la calle de la Trinidad
y
la calle de Capuchinos, donde está la entrada.
Se
trata de uno de los edificios civiles
más
antiguos e interesantes de la ciudad.
La
fortaleza fue conocida como “alcázar viejo”
y
también como palacio de don Alimán
y
fue residencia de los Arias Dávila
(en
el coro de la iglesia se conservan escudos de la familia).
El
claustro es el primitivo patio de la casa
y
es el mayor de la arquitectura civil segoviana.
La
Torre es una construcción de origen incierto.
A
mediados del siglo XVI, el segoviano Garci Ruiz de Castro
escribe
sobre la historia de la ciudad.
Dice
que Segovia fue fundada por Hércules y el rey Ispahán
y
que ambos construyeron en ella
«algunas
casas, como fue el alcázar viejo,
que
era una casa de Juan de la Hoz.
Es
ahora monesterio de monjas de señor Santo Domingo,
que
se pasaron de Santa Susana
y
compraron esta casa por poco dinero.
En
la torre, a la subida,
está
Hércules cavallero en un animal de piedra».
En
1637 el cronista Diego de Colmenares,
en
su Historia de la Insigne Ciudad de
Segovia, escribe:
«Una
gran casa o fortaleza,
que
se nombró de Hércules, por fundación suya,
hasta
los años mil y quinientos y trece del nacimiento de Jesucristo,
que,
entrando a habitarla monjas dominicas,
comenzó
a nombrarse Santo Domingo el Real, como hoy se nombra.
Donde
en una escalera en la pared maestra de una fortísima torre
se
ve una estatua de Hércules sobre un puerco montés.
Es
de más que medio relieve.
Está
troncada la maza, desbozada la bestia
y
gastados los perfiles de toda la escultura,
señal
de su mucha antigüedad en tan dura materia.
Cuando
faltaran la autoridad de escritores
y
la tradición de las edades,
bastaba
sólo este monumento para asegurar
que
nuestra Segovia fue fundación de Hércules egipcio».
Basarte
en 1804 detalla:
«Entrando
en el convento, y subiendo la escalera principal del patio,
á
los últimos peldaños para desembarcar en la galería alta,
se
ve á mano derecha que sale de la pared
la
cabeza de un jabalí colosal.
Sus
formas fuéron buenas, aunque ya muy destruidas y gastadas:
el
sitio de los ojos y las orejas se conocen muy bien:
el
hocico está desbaratado:
por
la frente, con direccion á el hocico, le baxa una correa
que
se distingue todavía con certeza:
conserva
los colmillos muy rebaxados de relieve
contra
la quixada superior.
Sobre
la cabeza del puerco en la misma pared á poca distancia,
hay
un relieve de figura humana.
Su
diseño es de la última imbecilidad del arte;
de
manera que el gótico más gótico no es peor.
Si
la figurilla tuvo algun instrumento en las manos,
ya
no puede saberse qual sería».
En
1834, Gómez de Somorrostro,
en
su libro El acueducto y otras
antigüedades de Segovia,
asegura
que el grupo representa a Hércules y al jabalí de Erimanto
y
que lo habían puesto en la torre
en
memoria de un antiguo templo preexistente.
Y
Quadrado en 1884 especifica:
«No
es difícil ver en él al membrudo Hércules
en
el momento de descargar la clava sobre el jabalí de Erimanto.
Sin
necesidad de admitirle como fundador de la ciudad,
pudo
en ella tener culto el semi-dios».
Así
pues, es claro el interés que ha despertado la Torre de Hércules
desde
el siglo XVI hasta nuestros días.
La
figura a la que hacen referencia estos autores
se
encuentra empotrada en una de las paredes de la torre
y
es visible desde el claustro.
Se
trata de la cabeza de un verraco
y
sobre ella un hombre que parece llevar una maza
y
que se ha identificado con Hércules
venciendo
al jabalí de Erimanto.
La
estancia de la planta baja de la torre está adornada
con
un zócalo pintado en rojo sobre fondo blanco,
en
el que alternan recuadros de dibujos geométricos y figurados.
Las
representaciones naturalistas incluyen
piñas,
aves, una sirena y escenas varias;
en
una de ellas, un can ataca una gacela;
en
otra, un muchacho entrega una vasija a otro,
que
lleva un frutero y al que precede un perro;
en
otra, dos soldados, con escudos y espadas,
avanzan
hacia un castillo defendido por musulmanes
que
arrojan piedras a los cristianos
que
se disponen a asaltarlo con escalas.
En
casi todos los recuadros aparece
una
enigmática flor de cuatro pétalos.
Embebida
en el muro, una escalera, techada con losas,
sube
a la segunda planta,
que
se mantiene tal como fue en la Edad Media;
aún
se conserva la hoja original de la puerta;
hay
un arca de piedra, con tapa de madera,
destinada
a guardar armas o provisiones;
se
ha preservado muy bien el suelo tintado de rojo
y
perforado por puntos de vigía cerrados con tapas de madera.
Las
paredes también están decoradas con el zócalo rojo y blanco,
con
recuadros alternando geometrías y figuras
y
omnipresente la flor de cuatro pétalos.
Las
representaciones comprenden también varias escenas:
una
cigüeña picotea un pez;
debajo
de un halcón, hay un caballero cristiano
a
las patas de cuyo corcel hay un musulmán caído
al
que ataca un galgo;
otro
caballero, también con halcón y galgo, alancea a un musulmán;
y
dos jinetes y dos infantes, cristianos y musulmanes, combaten.
Completa
el ciclo una inscripción en caracteres cúficos,
a
la izquierda de la puerta según se entra, que dice:
“La
soberanía pertenece a Dios, la alabanza es para Dios”.
Como
escribe Ruiz Hernando,
«zócalos
pintados hubo, y quedan numerosos restos,
en
el Alcázar y casas de la Canonjía,
pero
los de la Torre de Hércules
son
un conjunto notabilísimo a nivel nacional.
¿Quién
los pintó y qué representan?
La
inscripción en árabe aboga por un musulmán,
sin
embargo en las escenas guerreras el triunfo es para el cristiano.
En
cambio, el profesor Turienzo interpreta las pinturas
como
el proceso de ascensión espiritual en la teología almohade.
Una
escalera de caracol lleva a la tercera planta,
que
está más desfigurada por obras posteriores.
Sobre
los muros blancos,
la
servidumbre de los señores de la casa
pintó
con carbón castillos, barcos,
los
escudos de sus amos, armas fálicas, escenas religiosas
e
incluso copias de temas de los zócalos de las otras estancias.
Una
escalera adosada al muro,
en
el primer tramo de piedra y después de madera,
conduce
al caballero, la parte más alta de la torre,
que
también ha sufrido reformas recientes,
hasta
el punto de que parece de factura moderna.
En
las distintas dependencias del convento
se
conservan interesantes restos de las primitivas construcciones,
pero
nada de ello es visitable, salvo la capilla.
Conocí la estatua de Hércules de la escalera del Convento de Sto. Domingo en 1975. Fue difícil que me dejaran entrar pues es de clausura. M.González MÉXICO
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