martes, 22 de abril de 2014

SEGOVIA. Monasterio de San Antonio el Real




Enrique IV vivió en Segovia desde los 4 años, cuando aún no era rey.
Llamaba a la población “mi Segovia”,
la consideraba la ciudad más bella y se sentía segoviano.

En época de Enrique, la corte de Castilla aún era itinerante,
pero durante su reinado podría decirse
que la capital de Castilla fue Segovia,
que vivió sus años de mayor esplendor.

A las afueras de la ciudad, extra-muros,
disponía Enrique de una finca llamada El Campillo,
un lugar de recreo y de cacería
que le donó su padre, el rey Juan II, en 1439,
al cumplir Enrique los 14 años
y nombrarle su padre Señor de Segovia.

Allí don Enrique se hizo construir un palacete para organizar fiestas,
casa de campo y pabellón de caza.

Desde la Plaza del Azoguejo,
siguiendo los pilares de los arcos del Acueducto,
que va alejándose del recinto histórico,
se llega, tras pasar la caseta de decantación del agua,
a un muro que se hunde en la tierra.
Desde ese punto, a unos metros a la derecha,
se puede ver la tapia en el lugar donde estuvo el palacio,
que se hallaba, pues, junto al arranque del Acueducto.


***


En 1455, un año después de la coronación de Enrique,
fray Alonso de la Espina, franciscano de origen converso,
acudió al rey para informarle del conflicto que existía en Segovia
entre franciscanos observantes y franciscanos claustrales:
Los observantes eran partidarios de una vida más austera
y acusaban a los claustrales de haberse relajado
y no estar respetando la regla.
Fray Alonso, en nombre de los observantes,
pidió al Rey que obligase a los frailes claustrales
a entregar a los frailes observantes
el convento de San Francisco (hoy Academia de Artillería).

El monarca dirimió el problema
donando la casa de El Campillo a los franciscanos observantes
para que fundasen allí un nuevo convento,
cuya construcción patrocinó el mismo monarca.

El nuevo cenobio se puso bajo la advocación de San Antonio.
La bula fundacional del papa Calixto III,
con fecha de 18 de junio de 1455,
se conserva en el Archivo del Monasterio.

Así, el palacete, al igual que sucedió con otras residencias
que fueron donadas como obras piadosas,
se convirtió en convento,
aprovechando en lo posible la construcción palaciega.


***


La reina Isabel, sin embargo, dentro de las reformas
realizadas en las órdenes religiosas bajo su reinado,
dispuso que los observantes regresaran al convento de San Francisco
y que San Antonio fuera ocupado por las clarisas,
rama femenina de los franciscanos.

Las clarisas de Santa Clara la Nueva, hasta entonces,
habitaban precariamente un pequeño convento en la Plaza Mayor.

La nueva comunidad de San Antonio fue fundada
por bula de Inocencio VIII, de 20 de marzo de 1486.

Las monjas se trasladaron e instalaron pronto.
En 1498 se incorporaron a ellas las clarisas de Santa Clara la Vieja
y el monasterio obtuvo el rango de Patronato Real,
lo cual le permitió una vida holgada.

Entre 1486 y 1492, los franciscanos levantaron a toda prisa,
en terrenos contiguos a la iglesia del cenobio,
un segundo convento, denominado La Vicaría,
en el que permaneció un grupo de la antigua comunidad,
que continuó en el lugar para prestar apoyo
a las recién llegadas monjas de Santa Clara.

Ambos grupos utilizarán la misma iglesia,
con los coros separados.
Durante un siglo existió de hecho casi un monasterio dúplice
(unos 20 franciscanos y unas 100 clarisas)
gobernado por la abadesa,
puesto que el cometido de la pequeña comunidad franciscana
era de mero soporte.
Las dos comunidades convivieron hasta comienzos del siglo XVIII,
cuando los franciscanos abandonaron La Vicaría.


Las monjas clarisas han habitado San Antonio
ininterrumpidamente hasta la actualidad,
en rigurosa clausura desde su fundación.
Con el transcurso de los siglos
la comunidad religiosa se ha ido empobreciendo,
pero el edificio ha permanecido incólume.
No ha sufrido incendios, que tan habituales fueron en el pasado,
ni le afectó la Desamortización,
ni la Guerra de la Independencia, ni la Guerra Civil.
El lugar se ha ido librando de destrucciones y expolios.
La conversión del monasterio franciscano en casa de clarisas
salvó al cenobio de la Desamortización,
pues muchas comunidades de monjas
fueron expropiadas de sus tierras, pero no de sus edificios.
Lo apartado y olvidado de su ubicación
y lo extremadamente sobrio, pobre, de su exterior
quizás lo han resguardado en épocas de guerra.
El convento no ha padecido en su larga historia ninguna agresión,
ni en los años más difíciles
para la mayoría de las comunidades religiosas españolas.
Ello le ha permitido conservar en buena medida
las estructuras originales del siglo XV,
que en lo esencial se mantienen
a pesar de la reforma llevada a cabo en el siglo XVIII
y de que la función de las estancias haya cambiado.
En la actualidad las clarisas de San Antonio
son una comunidad pequeña, envejecida y pobre,
pero que ha sabido preservar un auténtico tesoro
histórico y artístico.

*** 

San Antonio podría haber sido panteón real.
Tanto Enrique como Isabel apuntaron en algún momento de sus vidas
la posibilidad de ser enterrados en San Antonio.

Don Enrique pensó en recibir sepultura
en el monasterio que había fundado y que contribuyó a erigir.

Tras el muro del scriptorium, hay un panteón inacabado,
cubierto con bóvedas de crucería,
en cuyos arranques figura el escudo de Enrique IV,
proyectado como lugar de enterramiento del monarca.

También doña Isabel, en su testamento,
indicó el monasterio como posible sepultura
después de Granada y San Juan de los Reyes de Toledo,
en caso de que no pudieran ser estos dos
por distancia o por tiempo.

Al final, ninguno de ambos monarcas fue sepultado aquí.
Enrique reposa en el Monasterio de Santa María de Guadalupe
e Isabel en la Capilla Real de la Catedral de Granada.


***


El origen del edificio, el primitivo pabellón de Enrique IV,
es la zona de la actual clausura, por lo cual no es posible visitarlo.
Se encuentra pegado al refectorio,
y al exterior muestra una galería de arcos carpaneles
y una portada plateresca, hoy tapiada,
con dos estatuas orantes de los Reyes Católicos,
acompañados por San Francisco y Santa Clara
y los escudos del Reino de Castilla,
de la Orden Franciscana y de los Caballeros del Santo Sepulcro
(en referencia a la custodia de Tierra Santa por los franciscanos).


En la actualidad se accede al convento por una portada de 1488,
quizá de Juan Guas, arquitecto favorito de la Reina Católica,
con dos escudos de Enrique IV.


Como es frecuente en las construcciones mudéjares,
un exterior discreto contrasta con la riqueza de los interiores.

Hasta hace poco sólo podía visitarse la iglesia.
Desde hace unos años, también están abiertos al público
el claustro y las dependencias anejas.


***


Tras atravesar un pequeño zaguán, se entra en la iglesia.
El templo, desierto, produce una intensa impresión de soledad.


En 1730 la iglesia fue objeto de una remodelación
en estilo barroco (se dice que llevada a cabo por Churriguera,
aunque esto no está confirmado).


Se elevó el techo de la nave, para proporcionarle más luz
elevándola por encima del muro del claustro.


Con ello se perdió su cubierta mudéjar.
Afortunadamente no se alteró el artesonado del presbiterio.


La espléndida decoración de este artesonado
tiene los colores de la heráldica de Enrique IV, azul, rojo y oro,
y ramos de granadas que hacen alusión a este monarca,
cuya “empresa” era una granada con el lema “AGRO DULCE”,
simbolizando la mezcla de rigor y clemencia
con la que un rey debe gobernar.
(Posteriormente los Reyes Católicos también utilizarán la granada,
tanto en relación con este significado
cuanto como símbolo de la ciudad conquistada en 1492).


Toda la cubierta se despliega a base de estrellas
de cinco y de diez puntas, representando los astros.
Se ha dicho que el objetivo de una estancia con este tipo de cubierta
es recoger la inaudible armonía de las esferas celestes.
El artesonado se apoya sobre un friso de yesería
con la heráldica de Enrique IV.


En el retablo del altar mayor, de época barroca,
figuran los símbolos de los franciscanos y las clarisas.


En la nave hay un valioso retablo, realizado en Flandes hacia 1460,
más de cien figuras en madera de nogal policromada
que, en abigarrada y minuciosa estructura,
escenifican todo el relato de la Pasión,
con tallas delicadas y expresivas,
de movimientos variados, naturales e intensos.
Esta pieza fue donación de Enrique IV
y seguramente fue el retablo del altar mayor
hasta que se sustituyó por el actual, barroco.
La arquitectura gótica del retablo de la Pasión desapareció
y en la actualidad tiene un enmarcado del siglo XIX.


La iglesia no tiene torre, sino sólo un escueto campanil,
con arreglo a la sencillez franciscana.


***


Para seguir avanzando, hay que llamar a la puerta
que, desde la capilla mayor, da a la sacristía.
Una señora que hace las veces de guía sale a abrir.
Es una mujer que sabe mucho y habla con pasión,
como no suelen hacerlo los guías “profesionales”.
Manifiesta entusiasmo hacia el monasterio
y admiración y afecto por sus moradoras,
que tanto cuidado han puesto en la conservación del edificio.

En el exterior del edificio,
un modesto cartel indica que el monasterio contiene
“interesantes muestras de arte mudéjar e hispano-flamenco”.
Pero lo que se ve es mucho más que una “muestra interesante”.

Todas las dependencias que se visitan tienen
impresionantes techos de madera
de estilo mudéjar, muy del gusto de los Trastámara,
con un colorido espectacular y en muy buen estado,
una colección única del siglo XV conservada in situ
y cuidada por las monjas.
Son unos artesonados magníficos
tanto por su traza y color como por el simbolismo que contienen,
y siguen en su lugar, indemnes,
tal como los vieron don Enrique y doña Isabel.

Aunque parte de los artesonados está recubierta con pan de oro,
todo el conjunto arquitectónico, en realidad, fue edificado
con materiales modestos, ladrillo y madera,
pero el resultado es deslumbrante,
y en él se combina lo palaciego y lo místico.

La construcción de San Antonio el Real tiene mucho de simbólico:
trataba de aportar serenidad y armonía a un tiempo turbulento.

El monasterio, además, está lleno de las heráldicas regias,
de Enrique de Castilla y Juana de Portugal
y de Isabel de Castilla y Fernando de Aragón.


***


El claustro es un ejemplar único,
por tener sus cuatro pandas cubiertas con artesonados.


En el siglo XVIII se cerraron todos los arcos del claustro
para paliar un poco el frío invernal.
Este cerramiento ha contribuido a conservar el bello artesonado.


En los muros de sus ángulos hay tres pequeños trípticos
realizados en Utrecht en la misma época que el retablo de la iglesia.


Están esculpidos en “tierra de pipa” policromada
y son muy raros, pues la arcilla es un material muy frágil
y poco utilizado en el arte.


Eran retablos de viaje o campaña, pues son cajas que se cierran
y, por lo tanto, se pueden transportar fácilmente.


En el centro del jardín hay una pila de granito
y en su interior media esfera de bronce
con una inscripción en letra gótica que dice
“Beati Antoni ora pro rege Enrico”.


El suelo del claustro fue utilizado
como enterramiento de las monjas hasta el siglo XX.

Al claustro se abren cuatro estancias:


***


La primera dependencia conventual es la sacristía.


Sirve de zona de paso
pero su multicolor artesonado de motivos vegetales
llama la atención.


***


Le sigue la sala capitular.


Tiene una magnífica cubierta estrellada, elaborada en plata y oro,
y su decoración incluye los emblemas de Castilla y León.


***


A continuación, en la misma panda del claustro, se encuentra
una estancia de mayor tamaño conocida como sacristía interior.


Fue el scriptorium de los frailes.


Las monjas lo reconvirtieron en sala del trono,
en la que se recibía a los miembros de la casa real.


En esta sala hay un pequeño museo, en el que se exponen
cantorales, documentos papales, sellos de los Reyes Católicos...


Incluye un San Antonio de plata sobredorada
que perteneció a Enrique IV.


***


En la panda contraria se halla el refectorio,
de grandes dimensiones
(puesto que en pasado la comunidad fue numerosa).
En su puerta figura un escudo con las armas de Enrique IV.
En sus muros hay pequeñas hornacinas con puertas de madera
en las que las monjas guardaban su plato, su vaso y su cubierto.


Sobre ellas se extiende un friso de pintura mural
realizado por una monja clarisa en el siglo XVIII,
con ingenuas imágenes de santos y búcaros con flores
y que ha sido repintado muchas veces por las religiosas;
no tiene valor artístico, pero resulta entrañable.


El testero de cabecera fue pintado en 1481,
cuando el monasterio todavía no había sido entregado a las clarisas.
El púlpito, de madera y yesería, con decoración mudéjar,
presenta en su base las armas de Enrique IV y ramos de granadas.


***


El monasterio transmite una mezcla de deslumbramiento y sosiego.
Es el monasterio mejor conservado de Segovia,
y de gran importancia histórica y artística.
Y sin embargo, al hallarse en lugar algo apartado,
y al margen de los circuitos turísticos,
es un monumento bastante desconocido,
incluso para los segovianos.

Las visitas son tan pocas que la señora que lo enseña
parece sorprenderse de tu llegada
y te pregunta cómo has sabido de la existencia del cenobio.

***

El conjunto monacal es de considerables dimensiones
y las monjas, en la actualidad pocas, ancianas y pobres,
no podían mantenerlo.

Por eso, en fechas recientes cedieron una parte del mismo,
la zona correspondiente al segundo convento franciscano, La Vicaría.
En ella se ha instalado un hotel, que abrió en 2008.

3 comentarios:

  1. Me toca volver. Lo tenía en la lista, pero el tiempo no pudimos estirarlo más. Impresionante. Gracias.

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    1. Je, je. Lo suponía. Queda a trasmano, y poca gente lo visita. Pero vale la pena.

      En cualquier caso, es una buena excusa para volver.

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  2. Que maravilla quien tenga la suerte de poder visitarle serán afortunados.

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