El
río Eresma nace en los pinares de Valsaín,
de
la confluencia de varios arroyos
que
bajan de las laderas de la sierra.
Pasa
por la ciudad de Segovia, la cual rodea en un meandro
(a
los pies del Alcázar se junta con el Clamores),
y
desemboca en el Adaja, el río de Ávila.
El
Eresma se acerca a Segovia a través del barrio de San Lorenzo,
que
hasta hace poco constituía una especie de caserío separado.
Más
arriba, cerca del punto en el que el Eresma
recibe
las aguas del Cigüeñuela,
se
encuentra el monasterio de San Vicente el Real.
En
el tramo del valle del Eresma que se extiende junto a la ciudad,
proliferaron
las fundaciones religiosas.
En
la actualidad se conservan ocho construcciones,
con
culto siete de ellas,
y
las ruinas de una novena,
y
existió otra en las proximidades de la Casa de la Moneda,
una
iglesia de la que no quedan vestigios,
que
fue dedicada a San Blas y San Gil
y
que se dice fue mandada construir por San Geroteo,
primer
obispo de la ciudad.
Siguiendo
el curso del Eresma, se hallan, en apenas un kilómetro:
el
monasterio de San Vicente,
la
iglesia de San Lorenzo,
el
monasterio de Santa Cruz (hoy sin culto),
el
monasterio de Santa María de los Huertos (en ruinas),
el
monasterio de Santa María del Parral,
la
iglesia de la Vera Cruz,
la
iglesia de San Marcos,
el
monasterio de Santa María de Rocamador (hoy carmelitas)
y
el santuario de la Fuencisla.
El
monasterio de San Vicente el Real
está
emplazado a la derecha de la corriente,
antes
de llegar a la ciudad.
Se
levanta en un paraje de pronunciada pendiente,
lo
que condiciona en su construcción acusadas diferencias de nivel
entre
las distintas dependencias monásticas.
Se
dice que tiene sus orígenes en un templo romano,
parece
que dedicado a Júpiter.
En
cualquier caso, se trata del convento más antiguo de Segovia.
Sus
orígenes son inciertos.
Se
cree que ya en el siglo XII estaba ocupado por monjas bernardas,
sobre
la base de una inscripción a modo de friso
que
recorre los muros de la iglesia,
en
la que se atribuye la construcción del templo
a
la Orden del Císter en 1156.
Es
una inscripción probablemente del siglo XV, renovada en 1676.
Desde
antiguo el monasterio se vio favorecido por los reyes.
Ya
Alfonso VIII acogió a las monjas de San Vicente
bajo
su encomienda y protección en 1211,
privilegio
que les fue confirmado por todos los monarcas posteriores.
En
el siglo XIII, Alfonso X otorgaba nuevas mercedes al monasterio
y
el concejo segoviano, en cumplimiento del mandato regio,
ordenaba
a sus aldeas que no escatimasen sus derechos al cenobio.
Pocos
años después el rey recordaba a las autoridades segovianas
que
tenían que hacer respetar su anterior carta abierta.
Las
monjas siguieron teniendo dificultades
para
hacer cumplir las disposiciones reales,
y
se quejaron al rey,
que
ordenaba otra vez que se respetase el privilegio,
expresaba
su malestar tanto respecto a los labradores desobedientes
como
respecto al cabildo municipal que lo consentía
e
imponía elevadas penas económicas a nuevos incumplimientos.
Siglos
más tarde, las monjas seguían pleiteando
para
obtener el pago de esas tasas por parte de los labradores,
pleitos
que finalmente perderán.
Por
lo demás, el devenir de este monasterio es bastante desconocido.
Aislado
a orillas del Cigüeñuela,
parece
haberse mantenido al margen de la historia.
De
la primera fábrica románica sólo se conserva
el
ábside de la iglesia.
A
lo largo del siglo XV fue reconstruido en estilo gótico.
En
el siglo XVII el cenobio sufrió un grave incendio,
lo
que motivó una segunda reconstrucción.
Desde
entonces ha sido objeto de nuevas intervenciones,
y
el conjunto actual es el resultado
de
la superposición de actuaciones a lo largo de siglos.
Las
últimas reformas se han realizado en 1990 y en 2006.
En
la actualidad el cenobio sigue habitado por religiosas de clausura,
que
viven de su huerta y de la venta de flores.
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