miércoles, 23 de abril de 2014

SEGOVIA. Monasterio de Nuestra Señora del Parral




El monasterio jerónimo de Santa María del Parral
se halla enclavado extra-muros de la ciudad de Segovia,
en el paraje conocido como la Alameda, en la ribera del río Eresma,
en un hermoso paisaje que se extiende
entre el monasterio premostratense de Santa María de los Huertos
(hoy casi desaparecido)
y el del Parral.


***


Segovia está edificada en lo alto de una colina yerma,
sometida a los fríos invernales.
La rodean los valles de dos ríos:
La angosta vega por donde antaño discurrió el Clamores
y la más ancha del Eresma.
De este modo, una doble arboleda envuelve el caserío
y lo aísla del árido campo circundante.

A finales del siglo XVI, Enrique Cook describía así Segovia:
«Su sitio es en un otero alto,
y de levante pasa un riachuelo llamado Eresma
en cuya ribera abajo está una buena alameda
y en ella algunos monasterios».


En las márgenes del Eresma, el hombre
con la fuerza de su agua movió molinos y levantó industrias,
entre las que destaca la Ceca o Fábrica de Moneda,
próxima al Parral e ideada por Juan de Herrera.
(En el siglo XIX, cuando El Parral ya estaba en ruinas,
escribía Quadrado:
«El puente de la Casa de la Moneda conduce
al monumento más grandioso del otro lado del Eresma,
al monasterio del Parral»).
El Eresma era un río industrioso
en la época en que Segovia vivía de sus paños y de sus curtidos.

Pero sobre todo fue lugar escogido
para las primeras fundaciones monásticas de Segovia.


En una vida del mítico San Jeroteo, primer obispo de Segovia,
publicada en 1643,
se incluye un esquemático plano del valle
lleno de iglesias y monasterios.
De Oriente a Poniente:
Santa María y San Vicente, de monjas cistercienses;
Santa Cruz, de dominicos;
Santa María de los Huertos, de premonstratenses;
Santa María del Parral, de jerónimos,
y Santa María de Rocamador, inicialmente de trinitarios,
ocupado desde 1566 por carmelitas descalzos.


La Alameda del Eresma es el resultado
de una constante planta de árboles, desde el siglo XVI,
primero al borde del camino que une Los Huertos y El Parral
y luego por toda la zona.


El Parral forma parte de una línea mística:
Santuario de la Fuencisla,
Convento de San Juan de la Cruz,
Iglesia de la Vera Cruz,
Monasterio del Parral
y Cueva de Santo Domingo de Guzmán.


***


Con anterioridad a la construcción del monasterio
existía en el lugar una ermita dedicada a la Virgen
a la cual una parra daba nombre.


En un recodo de la cuesta que conduce al monasterio,
en la pared de una huerta,
una lápida recoge la leyenda de la fundación del cenobio:
«Traidor, no te valdrá tu traición,
pues, si uno de los que te acompañan me cumple lo prometido,
quedaremos iguales».
Son las palabras que habría pronunciado
el doncel y favorito del príncipe Enrique, don Juan Pacheco.
Éste se había citado junto a la ermita
para un duelo por una cuestión de faldas o de deudas.
Don Juan salió del Alcázar, cruzó el Eresma y se dirigió al despoblado.
Su rival (cuya identidad no conocemos)
acudió acompañado por dos sicarios,
con lo que la lucha se desequilibraba.
Pero Pacheco, con tales palabras, logró sembrar la confusión
y venció a su contrincante.
Don Juan, en agradecimiento,
habría prometido convertir en monasterio
la ermita de Nuestra Señora del Parral.


La realidad no se corresponde con la leyenda:
La fundación del monasterio fue idea del príncipe Enrique.
Pero no era correcto que, siendo todavía príncipe,
tomase tales iniciativas,
por lo cual le encargó su realización a don Juan.
Así lo narran los historiadores de la Orden,
fray Gabriel de Talavera y fray José de Sigüenza.


***


En 1440 Juan II había entregado Segovia a su hijo don Enrique,
quien, por haberse criado en ella, siempre sintió afecto por la ciudad,
a la que favoreció con privilegios y obras
(por ello es estimado por los segovianos actuales).

A él se deben reformas en el Alcázar y el Palacio de San Martín
y los monasterios de San Antonio el Real y El Parral.

El príncipe echaba de menos en Segovia
un lugar donde poder hospedarse para seguir los oficios divinos.
Le atrajo la Orden Jerónima, por entonces en pleno crecimiento.


***


Europa había atravesado durante el siglo XIV crisis de todo tipo
y una reconversión religiosa que hizo surgir movimientos eremíticos.
En Italia hubo varios que tomaron como modelo a San Jerónimo,
que fue ermitaño en Calcis (Siria).
Algunos españoles se sumaron a esa corriente.

Con uno de esos grupos, el establecido en El Castañar (Toledo),
entró en contacto Fernando Yáñez de Figueroa,
de noble familia y eclesiástico en la corte de Pedro I,
y pronto optó por esta nueva forma de vida.
Le acompañó su amigo Pedro Fernández Pecha,
también de ilustre cuna y camarero del rey.

Los ermitaños se trasladaron
a la ermita de Nuestra Señora de Villaescusa (Orusco, Madrid).
Después, a instancias de Alfonso,
hermano de Pedro y obispo de Jaén,
pasaron a Lupiana (Guadalajara), donde un familiar de ambos
había construido la ermita de San Bartolomé.

Pero la independiente vida de los eremitas suscitaba recelos
y para hacer frente a las acusaciones acudieron al papa:
Pedro Fernández Pecha y Pedro Román se encaminaron a Aviñón
para solicitar la conversión de su grupo en orden monástica.

Gregorio XI lo autorizó
y el 15 de octubre de 1373 quedaba fundada
la Orden de San Jerónimo.
Su regla es una síntesis de la vida cartuja, trapense y benedictina.
Su hábito es blanco y pardo.

Los ermitaños de Lupiana
pasaron de la vida eremítica a la cenobítica.
En 1374 San Bartolomé se transformó en monasterio,
el primero de la Orden.

Rápidamente los jerónimos comenzaron a expandirse,
protegidos por los reyes y los nobles.
En 1389, Juan I de Castilla,
a petición del obispo Juan Serrano,
último prior secular de Nuestra Señora de Guadalupe,
les entregó este santuario mariano
(del que procederán los monjes que fundarán Santa María del Parral).

En el siglo XV, descartada su transformación en orden militar,
los jerónimos alcanzaron un papel preponderante
en la espiritualidad española.
Dedicados en especial a la alabanza divina
(su solemne liturgia se hizo famosa),
se convirtieron en la orden preferida de la monarquía.
(Cuando Felipe II funde San Lorenzo de El Escorial,
se lo entregará a ellos,
para que recen siempre por el alma de los reyes de España).

Los jerónimos siempre han sido una orden española,
o más bien peninsular, puesto que hubo jerónimos en Portugal,
pero ni siquiera pasaron a América.
En España, sus casas estuvieron entre los cenobios más importantes:
Nuestra Señora de Guadalupe (1389),
San Jerónimo de Yuste (1415),
San Isidoro del Campo, Santiponce, Sevilla (1431),
Santa Engracia de Zaragoza (1459),
San Jerónimo de Granada (1496),
San Miguel de los Reyes, Valencia (1544),
San Lorenzo de El Escorial (1561), etc.


***


El príncipe Enrique expuso su proyecto a Juan Pacheco
y le encomendó su puesta en práctica.

Pacheco encontró el sitio adecuado junto al Eresma,
en un paraje que Sigüenza describe como:
«un poco levantado en la ladera de una cuesta,
abrigado con ella y con unas peñas de los cierzos fríos,
que lo son mucho en aquella tierra,
puesto al mediodía,
donde le da el sol desde la mañana hasta la noche,
a tiro de ballesta de los muros, frontero del Alcázar real,
algo subido al oriente,
templado cuanto allí puede desearse y como una primavera perpetua,
comparado con el frío a que está sujeta la ciudad,
por estar puesta al cierzo y por la vecindad de la sierra.
Allí había una ermita, de tiempos atrás,
llamada Nuestra Señora del Parral,
porque estaba cubierta de una parra.
Yo la vi, y cogí algunos años harto sabrosas uvas de ella,
porque me crié a su sombra y no puedo olvidarme de ella
y le seré agradecido eternamente.
En el contorno y junto a la ermita,
debajo de unos grandes riscos que tiene a las espaldas,
hay muchas fuentes caudalosas, de buen agua,
en que ni por lluvias continuas ni por calores ni secas del tiempo,
jamás vi ni crecimientos ni menguas».

Este lugar, al abrigo del farallón calizo,
escogió Pacheco para fundar el monasterio.

Hoy día permanece inalterado el paisaje que describió Sigüenza,
y de las numerosas fuentes no ha cesado de manar agua.

El enclave respondía a las condiciones
que había de reunir toda fundación jerónima:
ermita preexistente y alejamiento del núcleo de población,
suficiente para el aislamiento que la vida monástica requiere,
pero no tanto que impidiera a los seglares asistir al culto divino.

La ermita era propiedad del cabildo catedralicio
y muy frecuentada por los segovianos desde el siglo XIII.
En ella se daba culto a Santa María.
En 1301, la reina doña María de Molina había donado al cabildo
los huertos y el parral que estaban junto al santuario.

Pacheco negoció con el cabildo.
El día 7 de diciembre de 1447 se efectuó la compraventa pertinente:
Don Alonso González de la Hoz, secretario del príncipe,
en nombre de don Juan Pacheco,
entregaba al cabildo diez mil maravedíes
y fray Rodrigo de Sevilla,
prior del monasterio de San Blas de Villaviciosa, Guadalajara
(y primer prior del Parral),
recibía la ermita y anejos
en nombre del General de la Orden de los Jerónimos.
El acto oficial de toma de posesión tuvo lugar tres días después,
fecha en que don Enrique fue a la catedral,
acompañado de don Juan,
del hermano de éste, don Pedro Girón, maestre de Calatrava,
del obispo de Ciudad Rodrigo,
de la clerecía y de numerosos caballeros.
Desde allí, y en solemne procesión,
acompañados por la futura comunidad,
que procedía de Guadalupe y a quien se iba a hacer la entrega,
bajaron a la ermita, ante cuya puerta se ratificaron los acuerdos.

Una vez obtenida la bula fundacional, otorgada por Nicolás V,
por la que se concedían al Parral
los mismos privilegios que al monasterio de Guadalupe,
don Juan hizo construir unas casillas donde aposentar a los monjes,
mientras se edificaba el monasterio.

Sin embargo, Pacheco no hizo nada de lo prometido
y el proyecto quedó paralizado,
al extremo de que la incipiente comunidad
estuvo a punto de abandonar el sitio.
Si no lo hizo fue por la mediación de influyentes familias de la ciudad,
entre ellas la de La Hoz.


***


En 1454 falleció Juan II y fue proclamado rey su hijo.

Enrique IV ese mismo año asumió como propia la fundación
e inició las obras,
comenzando por encauzar todos los manantiales,
que habrían de suministrar agua a las fuentes y pilones del recinto
(todos cuantos hablan del Parral se refieren a sus manantiales).
Y en poco tiempo levantó un buen edificio.
La empresa corrió íntegramente a sus expensas,
como lo testimonia la heráldica real, con las ramas de granado
(“Agridulce es el reinar”, era su lema o mote).


***


Con arreglo a lo habitual en los monasterios jerónimos,
el cenobio dispuso de cuatro claustros:


El claustro principal o de las procesiones, con sus dependencias.
Los gruesos pilares de ladrillo, pintados de blanco y rojo,
sugieren que su prototipo pudiera estar en Guadalupe,
de donde procedía la comunidad fundadora del monasterio.
En las pandas se ubican distintas capillas nobiliarias,
la sala capitular, el refectorio, la antigua celda del prior,
una portada de acceso a la sacristía…
pero todo ello no es visitable.
En la actualidad, un arco timbrado con el escudo de Enrique IV
da paso a una estancia, adornada con pinturas de monjes jerónimos,
a la que se permite la entrada a los visitantes
para que, desde una puerta acristalada, puedan ver el claustro,
que está en la zona de clausura.


Cuenta Sigüenza que Enrique adornó muchas estancias
con artesonados de estilo mudéjar,
que Sigüenza, hombre del Renacimiento, consideraba
trabajo minucioso, “aunque de poco ingenio”;
pero, pese a su gusto por el arte renacentista (vivía en El Escorial),
el fraile califica El Parral como una de las mejores casas de la Orden.


Había un claustro menor para hospedería,
donde el rey acudía “a recrear y comunicar con los religiosos,
que los amava tiernamente”.
Como tal claustro destinado a acoger a huéspedes seglares,
parecía el patio de una casa noble segoviana.
Hoy sólo quedan los pilares,
y en 1974 el centro fue convertido en estanque.
Ofrece una espectacular vista del Alcázar.


El claustro de la enfermería está rematado por una cornisa
con una decoración de bolas
que lo incluyen en el círculo arquitectónico de Guas.


El cuarto claustro es el de la portería,
que constituía una suerte de barrera frente al mundo secular.
Desde el pórtico, por puerta timbrada con el escudo de Enrique IV,
se entra a este pequeño claustro.
En el centro de su jardín, una fuente, de reciente factura,
pero con algún elemento antiguo.
En una de las pandas, otra fuente, de granito,
arroja el agua por las fauces de un león.


Todo la zona monástica es de clausura
y, por lo tanto, vedada a la visita del público,
excepto el pórtico y el claustro de la portería.

Todo el conjunto está rodeado por huertas cercadas por tapias.


***


Por último, el rey abordó la obra de la iglesia,
para acceder a la cual hay que salir del recinto monástico.

Fray José de Sigüenza, que, por haber profesado en El Parral,
conocía bien la historia del monasterio,
afirma que era sabido que Enrique IV
había pensado en la capilla mayor para su enterramiento
(«siempre se entendió la hazia para su entierro»),
pero que, estando ya avanzada la obra,
el Marqués de Villena se la había pedido para panteón familiar.
Escribe Sigüenza, para quien Pacheco carecía de honor:
«Viendo don Juan Pacheco
(que ya era Marqués de Villena, y Maestre de Santiago,
y lo que quería)
que el monasterio del Parral estaba tan acabado,
y la iglesia en tan buenos términos,
pareciole tomársela para sí,
por quitarle [al rey] no solo el reino, mas aun la sepultura».
(Enrique IV acabará enterrado en Guadalupe,
junto a su madre doña María de Aragón).

En 1472 el Marqués encargaba la capilla mayor a los maestros
“Bonifacio y Juan Guas, vecinos de Toledo,
y Pedro Polido, vecino de Segovia”.
Bonifacio parece ser Martín Sánchez Bonifacio,
maestro de la catedral de Toledo,
y Juan Guas es el arquitecto que había llegado a Segovia en 1471
para hacer el claustro de la catedral;
Pedro Polido era un converso segoviano.

Durante dos años estuvieron trabajando estos maestros;
al fallecer el Marqués sin haberles abonado los salarios,
la tarea quedó temporalmente abandonada.


***


En octubre de 1474 moría don Juan Pacheco
y en diciembre del mismo año el monarca.
Don Diego López Pacheco, hijo de don Juan,
participó activamente en la guerra sucesoria,
del lado de la Beltraneja.
La guerra terminó en 1479 con la victoria de Isabel.

Don Diego perdió todos los lugares del marquesado
que se alzaron contra los Reyes Católicos;
nunca volvió a recuperarlos,
aunque se le permitió ostentar el título de Marqués de Villena.
El 28 de febrero de 1480, en la escritura de capitulación,
don Diego cedía a la Corona prácticamente todo el Señorío:
las villas de Villena, Almansa, Hellín, Chinchilla, Albacete, Tobarra,
La Roda, Villarrobledo, El Bonillo, Munera, Lezuza,
Villanueva de la Jara, Iniesta, Sax, Ves, San Clemente,
Villanueva de la Fuente, Utiel, Yecla
y otras poblaciones de La Mancha, Murcia, Alicante y Valencia.

La fortuna de don Diego había quedado muy menguada,
pero el prior de El Parral fue a Escalona
para entrevistarse con los hermanos del segundo Marqués
y consiguió de ellos el dinero necesario para reanudar las obras.


***


Tiempo después, don Diego recuperó parte de sus bienes
y en 1483 comenzó a interesarse por la iglesia
e hizo realidad el deseo de su padre
de convertir el Parral en panteón familiar.

Fuente: http://viajarconelarte.blogspot.com.es/

Los trabajos se finalizaron, en lo esencial, en 1503.
Lo que nunca se terminó fue la fachada de la iglesia,
suspendida la obra a la altura del arco de ingreso.
El proyecto se atribuye a Juan Guas
y en su labra pudo intervenir también Sebastián de Almonacid.

La iglesia se levanta al fondo de un atrio
configurado por las rocas a un lado y el convento al otro.
El atrio queda acotado por un murete de granito decorado con bolas,
ornamento del gusto de Juan Guas.

La decoración de la portada ayuda a encubrir
que es una fachada sin terminar.


Los blasones de don Diego López Pacheco
y de su mujer, doña Juana Enríquez,
se encuentran por todas partes en la iglesia.
En la fachada pueden contemplarse,
encima de la ventana, encuadrados en una moldura de bolas,
los esculpidos por Francisco Sánchez Toledo:


El blasón de Diego López Pacheco, segundo Marqués de Villena,
ostenta las siguientes armas:
en el primer cuartel,
dos calderas con dos cabezas de sierpes a cada lado, de los Pacheco;
en el segundo cuartel,
el ajedrezado del linaje de los Portocarrero;
en el tercer cuartel,
cinco escudetes, cada uno con cinco roeles, armas de Portugal,
junto con la cruz floreteada de los Pereyra y las cuñas de los Acuña,
tal y como se repiten en el castillo de Villena
y en tantos otros del Marquesado;
y en el cuarto cuartel,
las armas de su mujer, doña Juana Enríquez.

El blasón de Juana Enríquez ostenta como armas
dos castillos sobre león rampante.


Estos emblemas heráldicos se repiten en el interior del templo:
Policromados sobre el arco que sostiene el coro;
seis, labrados, encima de las ventanas de la capilla mayor;
dos sobre la puerta lateral de entrada a la sacristía.


Dos arcos dan acceso al interior de la iglesia.
En sus dovelas, los ramos de granados
aluden a la divisa de Enrique IV: “Agridulce es el reinar”.


El coro elevado a los pies de la nave
es característica de las iglesias jerónimas.
En sus nervaduras, ángeles portando blasones,
idénticos a los de la fachada en el primer tramo,
y los de Juan Pacheco y María de Portocarrero en el segundo.
El espacio del coro se prolonga por los lados de la nave,
a modo de balcón en el que se ubicaban los órganos,
muy importantes en la liturgia jerónima
y que desaparecieron en la Desamortización.


A ambos lados de la nave se suceden las capillas funerarias.
Todas las capillas laterales fueron enterramientos de la nobleza.


Las del muro del evangelio no responden a un plan preestablecido
sino que son adiciones al cuerpo de la nave,
quizás aprovechando la antigua ermita.
Las del muro de la epístola sí obedecen a un planteamiento unitario.
En la actualidad las capillas apenas cuentan con ornato,
pues las obras de arte que las decoraban
se han perdido o se encuentran dispersas en distintos museos.


En el muro del evangelio, entre el crucero y la primera capilla,
está el púlpito, decorado con bajorrelieves.
Una de las figuras, la Fe,
sostiene el escudo de Diego López Pacheco.


La primera capilla del evangelio, inmediata al crucero,
es la capilla de San Jerónimo.
Fue fundada en 1482 por don Alonso González de la Hoz,
secretario y contador de Juan II, Enrique IV y los Reyes Católicos;
gestionó la compra al cabildo de la vieja ermita
y auxilió a los monjes fundadores para que no volvieran a Guadalupe.
Esta capilla fue la primera que se abrió en la iglesia,
antes de que se erigiese la capilla mayor,
tal como consta en el “Libro del Parral”:
«labró y edificó [don Alonso la capilla]
antes que se hiciese la capilla mayor ni la iglesia»;
se utilizó para ella probablemente la primitiva ermita,
que quedó así integrada en la nueva construcción.


A continuación se halla la capilla de la Asunción.
Fue fundada a fines del siglo XV
y pronto adquirida por don Sancho García del Espinar
(uno de los caballeros presentes
en la proclamación de la princesa Isabel como reina de Castilla).
Se cree que formaba parte, junto con la anterior, de la ermita.


Le sigue la capilla del Descendimiento o del Crucifijo.
Fue fundada por Hernán Pérez Coronel,
nombre que adoptó tras su conversión el judío Abrahan Senneor;
fue hombre relevante en la corte de los Reyes Católicos
y el judío más importante de Castilla,
rabino y banquero, almojarife mayor de Castilla y administrador real;
se convirtió al catolicismo
y fue bautizado en Guadalupe el 15 de junio de 1492,
apadrinado por los Reyes Católicos,
quienes le cedieron el linaje de los Coronel;
fue abuelo de María Coronel,
segunda esposa de Juan Bravo, el caudillo comunero,
y ascendiente de Pablo Coronel,
catedrático de la Universidad de Salamanca
y colaborador de Cisneros en la edición de la Biblia Políglota.
Ambos están enterrados en la capilla.


Por último está la capilla de la Natividad.
Perteneció a la familia de los Heredia.
Fue la última en construirse.


En el lado de la epístola también se suceden las capillas.

La primera empezando por los pies
es la capilla de la Virgen de los Cuchillos,
que ocupa el espacio bajo la torre.
Perteneció a los Brihuega.

La siguiente es la capilla de la Anunciación.
Perteneció al mayorazgo de los Pascual.
El frontal está adornado con las armas de Castilla.
Actualmente se utiliza como oratorio de la comunidad.

Le sigue la capilla de San Gregorio,
a la que no se accede por la nave sino desde la capilla anterior.
Fue propiedad del regidor Gaspar de Oquendo y su linaje.

La última del lado de la epístola es la capilla de San Sebastián.
Sus muros están decorados con la venera de Santiago:
Muy posiblemente, en 1480,
acogió los restos de Juan Pacheco y María de Portocarrero,
hasta que se terminara la capilla mayor.
Después fue sepulcro de la familia de don Pedro Tapia,
consejero de Enrique IV,
y de los Solís.


***


El crucero cuenta con seis ventanales
adornados con las armas de los Marqueses de Villena.

Cuelgan de las paredes del crucero dos sargas
que, procedentes del convento dominico de Santa Cruz,
pasaron, a raíz de la exclaustración, a otros cenobios
y finalmente al Museo del Prado, que las adquirió en 1949;
forman parte de un conjunto de dieciséis
que el museo cedió en depósito al Parral en 1950.


La capilla mayor fue panteón familiar de los Pacheco,
pero muchos de sus enterramientos se han perdido.

Nada queda de los sepulcros
de Diego López Pacheco, muerto en 1529,
y de Juana Enríquez, fallecida en 1530,
a los que se debe la finalización de la iglesia,
ni de las laudas de cobre de otros miembros de la familia,
que cubrían el suelo de la capilla
y fueron arrancadas y vendidas en 1838.

Entre los sepulcros desaparecidos estaban también
el de don Diego López Pacheco, III marqués de Villena
y el de su mujer doña Luisa Cabrera y Bobadilla.
Según acuerdo tomado en 1838
por la Junta de Enajenación de Edificios y Efectos de Conventos
de la provincia de Segovia,
fueron vendidas en pública subasta dos laudas de bronce
que adornaban ambos sepulcros.
Las dos llevaban inscripciones en latín
y los escudos de Villena, Escalona y Moya.
Se desconoce su paradero.


Sí se conservan, en el crucero, las laudas
de don Francisco López Pacheco, IV Marqués de Villena (1574),
y su mujer doña Juana Lucas de Toledo (1595).
Y, a la izquierda del crucero,
la lauda de su hijo tercero, don Diego López Pacheco,
muerto en el regreso de la Armada Invencible (1588);
la lápida está bajo un escudo policromado sostenido por dos esfinges.


A la derecha del crucero
se encuentra la portada de acceso a la antesacristía,
atribuida a Juan Guas y Egas Cueman;
a los lados, ángeles tenantes
con los escudos del primer marqués de Villena.


Algunos autores defienden que en origen
la portada fue el arcosolio del sepulcro de Beatriz de Pacheco (1491),
condesa de Medellín e hija de don Juan
(la mayor de los 19 hijos que tuvo el Marqués,
entre legítimos y naturales),
y así parece corroborarlo la noticia, recogida en el “Libro del Parral”,
de que doña Beatriz había donado 90.000 maravedíes
para hacer “el arco rico donde agora está enterrada”.
En la actualidad el sepulcro se encuentra
a la izquierda de la portada y mal encastrado en el muro.
Se trata de una figura yacente labrada en mármol.
Pudo ser obra de Juan Guas o de un discípulo.
Con el traslado se trastocó la inscripción, hoy ilegible.
La condesa de Medellín era enemiga acérrima de Isabel la Católica
y la leyenda dice que la reina ordenó
retirar su sepulcro del centro de la capilla.


En el suelo de la antesacristía, cubierta en parte por la cajonería,
se halla la lauda de doña Luisa Pacheco,
primera esposa de don Diego Roque López Pacheco, VII Marqués,
que se encontraba en el suelo de la capilla mayor,
cercana a las gradas del altar,
desde donde fue trasladada.
En el silencio de la antesacristía se escucha
el murmullo del agua que corre bajo el pavimento.


***


La Capilla Mayor fue trazada por Juan Gallego en 1459
y finalizada hacia 1485 por Juan Guas y Martín Sánchez Bonifacio.

Es iluminada por una intensa luz
que proviene de seis amplios ventanales
adornados por encima de las claves
con las armas de don Diego Pacheco y de doña Juana Enríquez.
En 1654 fueron sustituidas las vidrieras originales, coloreadas,
por otras blancas.
En el 2003 el artista segoviano Carlos Muñoz de Pablos las decoró
con las armas de la Orden de San Jerónimo,
león rampante bajo capelo cardenalicio,
y las de Enrique IV, que son las de Castilla con las granadas.

El retablo mayor consta de tres calles principales
y dos secundarias que enlazan con los sepulcros de los Villena,
colocados a los lados.

Corona el retablo un Crucificado;
a los lados, ángeles tenantes de las armas de la casa de Villena.

En 1480 fueron traídos desde Guadalupe los restos de Juan Pacheco,
siguiendo el testamento otorgado en 1472 por el Marqués,
que establecía su expreso deseo de ser enterrado en el Parral.
Junto con los de su segunda esposa, María de Portocarrero,
primero recibieron sepultura en lo que en los documentos se llama
“capilla vieja”, quizá la actual capilla de San Sebastián
(en cuyos muros figura la venera de Santiago),
y, una vez abovedada la capilla mayor,
fueron trasladados al centro de la misma en sepulcros exentos.
En 1528, su hijo, Diego López Pacheco,
encargó los actuales sepulcros parietales de alabastro
a los maestros Juan Rodríguez y Lucas Giraldo
(discípulos de Vasco de la Zarza, gran escultor del siglo XVI).
El de don Juan ocupa el lado izquierdo del espectador,
como es norma;
el de doña María, el de la derecha.
Ambos monumentos tienen la misma composición,
con sendas hornacinas;
sobre los sepulcros, las figuras orantes de los Marqueses.

Los paisajes esculpidos como fondo de las escenas
que hay tras ambas figuras,
recogen perspectivas de la población de Villena.
Tras la Marquesa,
una torre de tres cuerpos, con chapitel piramidal,
que es la iglesia de Santiago de Villena;
un trozo de la antigua muralla de la villa;
y, en lo alto, el arranque del castillo de la Atalaya.
Tras el Marqués, otras torres de la villa.


En el lado del evangelio, don Juan.
Viste armadura decorada con grutescos
y se apoya en un reclinatorio adornado con la cruz de Santiago.
Le acompaña un paje, también arrodillado,
que le sostiene el yelmo y un escudo con la venera de Santiago.
El fondo es un altorrelieve con un Llanto sobre Cristo muerto,
ambientado en la ciudad de Villena.
En las enjutas del arco, las armas de don Juan.
En el segundo cuerpo, en nichos, están San Esteban y San Lorenzo,
y corona la composición Santiago Matamoros,
en referencia a la condición de caballero de Santiago del difunto.


En el lado de la epístola, doña María.
El mausoleo de la marquesa es similar al de don Juan,
excepto que la orante no dispone de reclinatorio
y le acompaña una dueña.
Al fondo de la hornacina, ante la ciudad de Villena, el Santo Entierro.
En las enjutas, las armas de doña María.
En los nichos aparecen Santa Elena y Santa Lucía,
y remata el conjunto un relieve de la Aparición de Cristo a la Virgen.


***


Son muy escasas las noticias que se tienen de El Parral en esa época,
a pesar de que, desde antiguo, fue uno de los edificios más visitados
por los viajeros que llegaban a Segovia,
debido a su fama y belleza.
Pero la Invasión Francesa y la Desamortización
destruyeron sus archivos y desperdigaron sus tesoros,
perdiéndose mucha de la documentación.

En los siglos XVI al XVIII, la vida monástica
giró en torno a la liturgia solemne y la iluminación de libros,
y también la redención de cautivos.

A comienzos del siglo XIX, con la Invasión Francesa,
los monjes fueron exclaustrados y el cenobio saqueado.

En 1813 la comunidad volvió al monasterio,
pero en 1835 la Desamortización suprimió la Orden
(los 46 monasterios con los 1001 monjes que en ellos residían
desaparecieron).
El convento fue abandonado,
y sus obras de arte y su biblioteca
(que Caimo, viajero del siglo XVIII, consideraba magnífica),
dispersadas y perdidas.

El 10 de noviembre de 1835 la comunidad dejaba el cenobio,
cumpliendo las leyes desamortizadoras.
Ya nunca se oficiaría la misa de alba por el alma de Enrique IV.


***


La grandeza y servidumbre de la Orden Jerónima
fue su carácter estrictamente español, o ibérico.
Nunca había rebasado las fronteras de la Península.
Cuando cesó el furor desamortizador,
muchas órdenes pudieron restaurarse y ocupar sus antiguos cenobios
con religiosos procedentes del extranjero,
pero eso era imposible en la jerónima.
Existían monasterios jerónimos en Portugal,
pero en la misma época a ellos les afectó otra exclaustración.

No obstante, algunos de los monjes
volvieron a El Escorial (en 1854) y a Guadalupe (en 1884).
Pero su avanzada edad y otros contratiempos
hicieron que a los pocos meses, en ambos casos, fracasara el intento.
Esos ancianos jerónimos exclaustrados
acabaron sus días desperdigados.

Así pues, la Orden de San Jerónimo,
la orden religiosa favorita de los reyes Austrias de España,
la orden a la que Felipe II entregó el monasterio de El Escorial,
quedaba disuelta.

Parte de sus libros acabaron en el Trinity College de Dublin.
La reliquia más famosa, un hueso de Santo Tomás de Aquino,
después de distintas peripecias,
ha terminado en el convento de dominicos de Ocaña (Madrid).
Los cuadros de Ricci que adornaban el claustro han desaparecido,
así como los retablos que constan en los inventarios del siglo XIX.
La reja de la capilla mayor y las laudas de bronce que había en ésta
fueron vendidas como simple metal.

Algunos viajeros extranjeros y españoles
comienzan a llamar la atención sobre la destrucción del monasterio.
Cuando a mediados del siglo XIX lo visita Quadrado, es una ruina:
«Hoy reina allí la soledad,
y el agua de sus fuentes,
tan diestramente recogida y encañada por el primer arquitecto
para los usos y comodidades del monasterio
y para derramar limpieza y frescura por todas las estancias,
parece no tener ya más oficio que llorar con triste monotonía
su gradual aniquilamiento».
En 1839, ante su progresivo deterioro, se piensa en demolerlo.
En 1844 el duque de Frías, de la casa de Villena,
reclama el monasterio por haber sido fundación de sus antepasados,
y detiene la amenaza de demolición.
En 1847 una Real Orden pone el cenobio bajo la tutela
del superintendente de la Casa de la Moneda
y ordena la reparación de la iglesia.

En 1825 había profesado en El Parral fray Julián Casado
(el último monje que vivió en Segovia, donde falleció en 1890
ejerciendo la función de capellán de Nuestra Señora de la Fuencisla).
En ocasiones se acercaba a las ruinas de su viejo cenobio,
aún vestido con su hábito blanco y pardo.
El monje logró salvar algunos ornamentos, altares y esculturas,
que depositó en iglesias de Segovia.
Y en 1875 consiguió que allí residiera
una comunidad de Concepcionistas.
Pero, ante lo apartado del lugar, a los pocos años
la comunidad se trasladó al actual convento de Las Peraltas.

En 1917 se proyectó convertir el convento en seminario,
pero en 1919 se desplomó la cubierta de la sala capitular.
A principios del siglo XX seguían desmoronándose muros y arquerías.


***


La rama masculina de la Orden de San Jerónimo,
de hecho, había desaparecido,
pero no canónicamente, ya que, según las leyes eclesiásticas,
han de transcurrir 100 años para que una orden quede extinguida.
Desde 1915, la rama jerónima femenina
busca el modo de restablecer la rama masculina
antes de que se cumplan esos 100 años;
en 1935 se cumplía el plazo necesario para la prescripción canónica.
En el monasterio de la Concepción Jerónima de Madrid
las monjas expresan su preocupación a don Manuel Sanz Domínguez,
más tarde fray Manuel de la Sagrada Familia,
caballero amigo de la comunidad.
Don Manuel decide consagrarse a la recuperación
de la que se convertirá en su Orden.
Acude a Roma, donde obtiene la bula de Pío XI.


En 1925, a instancias del obispo de Segovia,
la Dirección General de Rentas Públicas
pone a disposición de la mitra segoviana las ruinas de El Parral,
y llegan los primeros postulantes.
Un grupo de jóvenes se establece de nuevo
en el destartalado monasterio de Santa María del Parral,
bajo la regla jerónima.
En 1927 se emiten los primeros votos en la iglesia.
Al mismo tiempo, empieza a restaurarse el edificio.


En 1931, sin embargo, con la llegada de la Segunda República,
se suspendieron las obras
y parte de la comunidad abandonó el monasterio,
quedando sólo cinco monjes.
En la noche del 7 al 8 de noviembre de 1936,
fray Manuel fue detenido
y murió asesinado en Paracuellos del Jarama (Madrid).
(En 2013 fue beatificado).


Los monjes restantes constituirán la base
sobre la que en 1941 se retomará el proyecto.
Santa María del Parral se convirtió en la Casa Madre de la Orden
y de allí saldrán monjes para otros tres monasterios:
San Isidoro del Campo (Santiponce - Sevilla: 1956),
San Jerónimo de Yuste (Cuacos - Cáceres: 1958)
y Nuestra Señora de los Ángeles (Jávea - Alicante: 1964).

Sin embargo, ante la posterior crisis de vocaciones,
en 1978 se suprimen el de Santiponce y el de Jávea.


Al mismo tiempo, se va recuperando el edificio de El Parral,
con intervenciones no siempre acertadas
que han alterado la estructura de la iglesia
y han eliminado el claustro de la hospedería,
convertido en jardín con estanque.


Se han ido recuperando piezas que formaron parte del monasterio.
Las aguas se han encauzado,
la huerta vuelve a ser cuidada.
La liturgia jerónima vuelve a atraer a los fieles
(la misa de 12 de los domingos en El Parral es muy concurrida).


La Orden Jerónima renació en El Parral en el siglo XX
y hoy, tras el cierre del monasterio de Yuste
a comienzos del siglo XXI,
los únicos jerónimos de todo el mundo, trece frailes y un postulante,
viven en el Monasterio de El Parral.

1 comentario:

  1. Lo visitamos por el exterior, estaba cerrado hasta las 11 y no nos daba el horario más de sí. Interesante lo de la misa. Gracias por todas tus explicaciones.

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