DIEGO ORDÓÑEZ RETA A LOS ZAMORANOS
Ya cabalga Diego Ordóñez,
ya del real había salido,
armado de piezas dobles,
sobre un caballo morcillo;
va a retar los zamoranos,
por muerte del rey su primo.
Vido estar a Arias Gonzalo
en el muro del castillo;
allí detuvo el caballo,
levantóse en los estribos:
—¡Yo os reto, los zamoranos,
por traidores fementidos!
¡Reto a mancebos y viejos,
reto a mujeres y niños,
reto también a los muertos
y a los que aún no son nacidos;
reto la tierra que moran,
reto yerbas, panes, vinos,
desde las hojas del monte
hasta las piedras del río,
pues fuisteis en la traición
del alevoso Vellido!
Respondióle Arias Gonzalo,
como viejo comedido:
—Si yo fuera cual tú dices,
no debiera ser nacido.
Bien hablas como valiente,
pero no como entendido.
¿Qué culpa tienen los muertos
en lo que hacen los vivos?
Y en lo que los hombres hacen,
¿qué culpa tienen los niños?
Dejéis en paz a los muertos,
sacad del reto a los niños,
y por todo lo demás
yo habré de lidiar contigo.
Mas bien sabes que en España
antigua costumbre ha sido
que hombre que reta a concejo
haya de lidiar con cinco,
y si uno de ellos le vence,
el concejo queda quito.
Don Diego cuando esto oyera
algo fuera arrepentido;
mas sin mostrar cobardía,
dijo: —Afírmome a lo dicho.
ARIAS GONZALO SE PREPARA PARA LIDIAR EL RETO
Tristes van los zamoranos,
metidos en gran quebranto;
retados son de traidores,
de alevosos son llamados;
más quieren todos ser muertos
que no traidores nombrados.
Día era de san Millán,
ese día señalado,
todos duermen en Zamora,
mas no duerme Arias Gonzalo;
aún no es bien amanecido,
que el cielo estaba estrellado,
castigando está a sus hijos,
a todos cuatro está armando,
las palabras que les dice
son de mancilla y quebranto:
—Yo he de lidiar el primero
con don Diego el castellano;
si con mentira nos reta,
vencerle he y hágoos salvos;
pero si cualquier traidor
hay entre los zamoranos,
y él nos reta con verdad,
muerto quedaré en el campo.
Morir quiero y no ver muerte
de hijos que tanto amo.
Las armas pide el buen viejo,
sus hijos le están armando,
las grebas le están poniendo.
Doña Urraca que allí ha entrado,
llorando de los sus ojos
y el cabello destrenzado:
—¿Para qué tomas las armas?
¿Dónde vas, mi viejo amo,
pues sabéis, si vos morís,
perdido es todo mi estado?
¡Acordaos que prometistes
a mi padre don Fernando
de nunca desampararme
ni dejar de vuestra mano!
Caballeros de la infanta
a don Arias van rogando
que les deje la batalla,
que la tomarán de grado;
mas él sólo da sus armas
a su hijo don Fernando:
—¡Dios vaya contigo, hijo,
la mi bendición te mando;
ve a salvar los de Zamora,
como Cristo a los humanos!
Sin poner pie en el estribo,
don Fernando ha cabalgado.
Por aquel postigo viejo
galopando se ha alejado
adonde estaban los jueces,
que ya le están esperando;
partido les han el sol,
dejado les han el campo.
ARIAS GONZALO ARMA CABALLERO A SU HIJO PEDRO PARA
EL COMBATE
El hijo de Arias Gonzalo,
el más joven, Pedro Arias,
para responder al reto
velando estaba sus armas;
era su padre el padrino,
la madrina, doña Urraca,
y el obispo de Zamora
es el que la misa canta;
estaban sobre la mesa
las nuevas y frescas armas,
dando espejos a los ojos
y esfuerzo a quien las miraba.
Salió el obispo vestido,
dijo la misa cantada,
y el arnés, pieza por pieza,
bendice, y arma a Pedro Arias:
enlázale el rico yelmo,
que como el sol relumbraba,
adornado con mil flores,
cubierto de plumas blancas.
Al armarle caballero
sacó el padrino la espada,
y le dio con ella un golpe
diciendo aquestas palabras:
- Caballero eres, mi hijo,
hidalgo y de noble casta,
criado en buenos respetos
desde los pechos del ama;
hágate Dios tal que seas
como yo deseo que salgas:
en los trabajos sufrido,
esforzado en las batallas,
espanto de tus contrarios,
venturoso con la espada,
de tus amigos y gentes
muro, esfuerzo, esperanza.
No te trates con traidores
ni les mires a la cara;
a quien de ti se fiare
no le engañes, que te engañas;
perdona al vencido triste
que no puede tomar lanza;
no des lugar que tu brazo
rompa las medrosas armas;
mas en tanto que durare
en tu contrario la saña,
no dudes el golpe fiero,
ni perdones la estocada.
A Zamora te encomiendo
contra don Diego de Lara,
que nada siente de honra
quien no defiende su casa.
En el libro de la misa
le toma jura y palabra.
Pedrarias dice: —Sí, otorgo
por aquestas letras santas.
El padrino le dio paz,
y el fuerte escudo le embraza,
y doña Urraca le ciñe
al lado izquierdo la espada.
PEDRO, DIEGO Y FERNANDO ARIAS MUEREN EN COMBATE
Por la puerta de Zamora
sale Pedro Arias armado
a combatir con don Diego
que alevoso le ha llamado.
Hallolo en el campo puesto,
y así lo ha saludado:
—Sálveos Dios, don Diego Ordóñez,
y él prospere vuestro estado;
hágaos en armas dichoso,
y de traiciones librado;
sabed que yo soy venido
para lo que está emplazado;
a libertar a Zamora
de lo que le han levantado.
Y aquesto dice don Diego,
con soberbia y muy airado:
—Todos juntos sois traidores;
por tales os habéis dado.
Ambos vuelven las espaldas
por tomar lugar en campo;
ambos se encuentran a un tiempo
con ánimo denodado;
las lanzas hacen astillas
con el golpe que se han dado;
ningún daño han recibido
por estar muy bien armados;
ponen mano a las espadas,
nueva lid han empezado.
Don Diego dio en la cabeza
a Pedro Arias desdichado,
le ha cortado todo el yelmo
con gran pedazo del casco.
Pedro Arias, de que esto vio,
malherido y lastimado,
abrazose como pudo
con el cuello del caballo;
sacó fuerzas de flaqueza,
y aunque estaba mal parado,
queriendo herir a don Diego,
lo ejecutó en su caballo,
por ser ya tanta la sangre,
que la vista le ha quitado;
por lo cual el sin ventura
Pedro Arias el castellano,
subió el alma al claro cielo
y el cuerpo queda en el campo.
Después que don Diego Ordóñez
a Pedro Arias muerto había,
el rostro vuelto a Zamora,
a grandes voces decía:
- ¿Dónde estás, Arias Gonzalo,
que el segundo hijo no envías?
Ya el primero era difunto,
ya llegó el fin de sus días,
ya acabó su juventud,
ya acabó su lozanía.
El conde envió al segundo,
que Diego Arias se decía;
don Diego sale al encuentro,
nuevo caballo traía.
Presto le hizo tener
a su hermano compañía,
lo cual viendo el viejo conde,
aunque gran dolor sentía,
mandó salir al tercero
no sin temor que tenía.
Llorando de los sus ojos
dice: —Hijo, en este día,
haz como buen caballero;
venga tu infamia y la mía,
que, pues sustentas verdad,
hijo, Dios será en tu día.
Mira tus hermanos muertos
sin culpa, por mi desdicha.
Hernando Arias, el tercero,
al palenque se salía;
mucho mal quiere a don Diego,
cualquier daño le haría,
si fortuna le ayudase,
que esfuerzo y fuerzas tenía.
Vanse el uno para el otro
con destreza y valentía;
hiérense animosamente,
muestran cuán mal se querían.
Hiere a don Diego Hernando Arias,
muy mal herido lo había;
herídolo había en el hombro
que el brazo alzar no podía.
Don Diego furioso de esto,
dio a Hernando una herida;
herídolo ha en la cabeza,
al casco llegado había.
LOS ZAMORANOS LLORAN LA MUERTE DE FERNANDO ARIAS
Por aquel postigo viejo
que nunca fuera cerrado
vi venir pendón bermejo
con trescientos de caballo,
en medio de los trescientos
viene un monumento armado,
y dentro del monumento
viene un cuerpo de un finado
Fernán d'Arias ha por nombre,
fijo de Arias Gonzalo.
Llorábanle cien doncellas,
todas ciento hijasdalgo;
todas eran sus parientas
en tercero y cuarto grado,
las unas le dicen primo,
otras le llaman hermano,
las otras decían tío
otras lo llaman cuñado.
Sobre todas lo lloraba
aquesa Urraca Hernando,
¡y cuán bien que la consuela
ese viejo Arias Gonzalo!:
—Calledes, hija, calledes,
calledes, Urraca Hernando,
que si un hijo me han muerto,
ahí me quedaban cuatro.
No murió por las tabernas
ni a las tablas jugando,
mas murió sobre Zamora,
vuestra honra resguardando.
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