La anodina actual plaza de la Trinidad
fue en un tiempo plaza de palacio frecuentada por
la nobleza.
En el plano de la ciudad de 1738
el lugar figura con el nombre de plaza del Conde
de Benavente.
(En sus aledaños estuvo la judería nueva,
en el barrio de San Nicolás).
En ella, junto a la iglesia de San Nicolás,
se encuentra lo que un día fue palacio de los
condes de Benavente.
Uno de los palacios más importantes de la ciudad.
A lo largo del siglo XV,
los Pimentel ejercieron una intensa labor de
edificación
en diversos puntos de su solar de Benavente.
Para completarla, en 1475,
el IV conde y I duque de Benavente, don Rodrigo
Alfonso Pimentel,
adquirió en Valladolid unos terrenos, que se
extendían
desde la plaza de la Trinidad hasta el paseo de
Isabel la Católica,
para edificar su casa-palacio en un enclave
privilegiado,
a la salida del Puente Mayor y con vistas a la
ribera del Pisuerga.
En 1466 se había casado con María Pacheco y
Portocarrero,
hija de Juan Pacheco, I marqués de Villena.
Una de sus hijas, Beatriz Pimentel y Pacheco,
casó en 1503 con García Álvarez de Toledo y
Zúñiga,
primogénito de Fadrique Álvarez de Toledo, II
duque de Alba,
que falleció en vida de su padre, por lo que
heredará la Casa de Alba
su hijo Fernando Álvarez de Toledo y Pimentel.
La construcción del palacio vallisoletano comenzó
en 1515,
siendo ya conde duque el hijo de Rodrigo, Alonso
Pimentel y Pacheco.
Era la época de la agitación de las Comunidades,
y en 1518 las obras, ya casi concluidas, fueron
paralizadas
a causa de una denuncia de los enemigos del
conde,
que sostenían que se trataba de una fortaleza,
con torres y troneras,
que contravenía la disposición de los Reyes
Católicos
que habían ordenado eliminar de las residencias
nobiliarias
los elementos que pudieran poner en peligro el
poder de la Corona
y habían prohibido levantar nuevas casas fuertes.
En la denuncia se afirmaba: «no hay otra casa
más fuerte ni tanto,
mayormente como se hace en ella cubos y troneras
de gran edificio
alrededor de toda la casa».
Tras una inspección de lo construido,
se dio permiso para la continuación de las obras,
limitando el espesor de sus muros,
aunque el conde logró poder edificar algunos
torreones.
Era una edificación aún vinculada a la tradición
medieval,
aún no estrictamente un palacio urbano,
y las limitaciones en su fábrica
no se debieron a falta de recursos o de
ambición,
sino a las prohibiciones que la constreñían.
La obra concluyó en 1520.
Se cree que su artífice fue el cantero García de
Entrambasaguas.
Carecemos de una descripción detallada de aquel
primer palacio
y es muy poco lo que queda de él, entre incendios
y adaptaciones.
***
Impresionaba por sus grandes dimensiones
y por la riqueza de sus aposentos,
como si de un palacio real se tratara.
De hecho, sirvió de residencia a los reyes:
Inicialmente, y durante años, en sus estancias en
Valladolid,
Carlos I se había hospedado en
casa de Francisco de los Cobos.
Pero la muerte de éste en 1547
y el hecho de que poco antes hubiese fallecido
allí la princesa María,
hicieron que el príncipe Felipe optase por
trasladarse
al también fastuoso palacio de los Pimentel.
Allí, en 1548, presidió el enlace matrimonial
entre su hermana María y Maximiliano, archiduque
de Austria,
los cuales residirán en el mismo durante tres
años
como regentes del Reino en ausencia de Carlos I y
de don Felipe.
También la infanta Juana actuó como gobernadora
de Castilla
durante cinco años desde la misma casa,
que era citada ya como “palacio real”
con ocasión de las Cortes allí celebradas en
1555.
En 1559 volvía a alojarse en él el ya rey Felipe II.
En 1582, Frías, en Diálogo en alabanza de Valladolid,
afirmaba que las casas del conde de Benavente
«competen justamente en grandeza de aposento,
en nobleza y magnificencia de edificio
con qualquiera Alcáçar Real de España;
en la qual se han visto aposentadas
la Reina María, la de Francia, la Princesa,
el Emperador, el Príncipe don Carlos,
los Mayordomos mayores y ottros muchos
officiales».
Cuando en 1600 se decidió el traslado de la corte
a Valladolid,
el palacio de Benavente ya tenía tradición como
palacio real.
En una visita de Felipe III a la villa en julio de 1600,
previa al traslado oficial de la corte,
Cabrera de Córdoba
(Relaciones
de las cosas sucedidas en la Corte de España
desde 1599 hasta 1614)
se refirió a las casas de Pimentel y de Cobos -ésta
entonces
propiedad de su descendiente el marqués de
Camarasa-
como las mejores de Valladolid.
Quien se alojó en esta última fue el embajador
de Francia.
Previamente a la llegada de los monarcas el 9 de
febrero de 1601,
se realizaron en el palacio del conde duque
algunas reformas,
pues el edificio debía acoger además Consejos y
Contadurías.
Además, se creó en la zona de la ribera del río
un parque al que se salía por tres puertas,
los denominados “Arcos de Benavente”.
Desde el palacio se llegaba “Las Moreras”,
lugar antes denominado “Paseo del Espolón”,
que terminaba en un embarcadero
desde el cual se podía cruzar en barca el
Pisuerga
para acceder a la finca de la que allí dispuso el
monarca
(en el actual barrio de “La Huerta del Rey”),
donde hubo una casa llamada “Palacio de la
Ribera”.
Así, aun sin pertenecer a la Corona,
la residencia del conde duque de Benavente
fue el primer palacio real de la nueva capital.
Durante muchos meses fue la sede de la monarquía
y lugar de nacimiento de dos infantas,
hijas de Felipe III y Margarita de Austria:
en 1601, doña Ana Mauricia, futura reina de
Francia,
y en 1603, doña María, que murió al poco de
nacer.
Mientras, el Duque de Lerma estaba adaptando como
palacio real
el que había pertenecido a don Francisco de los
Cobos y Molina.
Terminadas las obras, el Duque vendió al rey el
renovado palacio,
que se convirtió así en la residencia oficial de
los reyes.
***
Trasladando el plano de Ventura Seco de 1738 a la
foto actual
se puede apreciar el terreno que ocupaba el
palacio de Benavente.
La fachada trasera, que daba al río, tenía una
galería de 26 arcos
que conectaban con una torre con escaraguaitas
desde la que se contemplaba la ribera del Pisuerga,
tal como puede verse en el dibujo de Valentín
Carderera de 1836.
Bien pudo ser esta torre, por su posición y
fábrica,
el desencadenante de la denuncia de 1518.
Fue demolida en el siglo XIX.
La fachada que daba al tranquilo jardín trasero,
dibujado por Ventura Seco con grandes parterres
centralizados,
era un trasunto de peristilo romano, con una
galería de 19 arcos.
El edificio se estructuraba en torno a dos
patios.
Como era costumbre, las estancias más
distinguidas
(salas de recreo, biblioteca y una impresionante
pinacoteca)
se encontraban en la planta noble.
Había cuartos diferenciados para el conde y la
condesa:
Las crujías de la fachada principal eran las
dependencias del señor.
Las de la condesa se hallaban del lado del
jardín,
más íntimas pero con vistas a la calle
y acceso a la galería que conducía a la torre o
mirador del río.
De ese lado se encontraba además el “salón de
recibimiento”,
una sala principal dedicada a los actos de
recepción de los señores,
en equilibrio con el otro eje representativo, el
de la fachada principal,
desde la que se presidían los festejos
celebrados ante la plazuela “del duque” o de palacio,
espacio empedrado que constituía un elemento
esencial
para resaltar el valor escenográfico del
edificio.
El palacio comunicaba mediante un pasadizo
con el cercano convento de San Quirce, de monjas
cistercienses,
que fue apoyado económicamente
por los monarcas Carlos I, Felipe II y Felipe III
y en el que profesaron damas de la alta nobleza
a las que con frecuencia visitaba Margarita de
Austria,
la esposa de Felipe III.
A mediados del siglo XVII, Juan Francisco Alonso
Pimentel
albergó en el palacio un gran número de obras de
arte,
la mejor colección privada de pinturas que ha
existido en Valladolid,
entre las que se encontraban cuadros de
Caravaggio y de Ribera,
que se perdieron poco tiempo después, en dos
desastres:
***
El palacio sufrió graves incendios en 1667 y
1716;
este último asoló la segunda planta del edificio
y las torres,
en él murieron varias personas
y se perdieron casi todas las riquezas;
hubo rogativas y procesiones en los conventos
próximos;
nada consiguió frenar el avance de las llamas;
«en más de un mes se hallaba lumbre entre las
ruinas»,
según cuenta Ventura Pérez.
El edificio quedó en ruinas y fue abandonado.
A partir de entonces sufrió transformaciones y
cambios de uso:
En el siglo XIX fue adquirido por la Diputación
y convertido en hospicio.
Se derribó el torreón situado cerca del río
y se vendió parte del jardín, destruyendo sus
galerías y paseos;
los escudos que figuraban en la fachada fueron
picados,
desapareciendo así todo rastro de tan notable
familia.
Hasta la plazuela cambió de nombre,
pasando a denominarse del Hospicio.
En 1863 la plaza recibía su nombre actual, de la
Trinidad,
por un convento de trinitarios que allí hubo.
El palacio fue orfanato hasta los 70 del siglo
XX,
años en los que, por su mal estado, quedó nuevamente
abandonado.
En 1990 se convirtió en Biblioteca pública tras
una profunda reforma,
en la que se intentó rescatar lo que quedaba de
sus orígenes.
Pero esos vestigios son muy escasos.
Conserva, aunque alterada, la primitiva portada
de acceso,
con los restos de lo que fueron escudos de los
Condes-Duques.
En la parte posterior subsiste una balconada,
pobre muestra de las largas galerías que daban al
Pisuerga.
Y parte de los patios...
Nada más...
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