En la catedral de Burgos, en la Capilla de la
Visitación,
fue enterrado su benefactor, don Alfonso de
Cartagena,
hijo de don Pablo de Santa María.
ALFONSO DE CARTAGENA
«Don Alfonso Cartagena,
hijo legítimo de D. Pablo de Santa María, nació en Búrgos el año de 1381, y no
el de 1396, como sientan algunos con poco fundamento. Heredero de su padre en
la carne y en el espíritu, no solo siguió sus huellas en el negocio importante
de su conversión á la fe católica, sino que le imitó también en el amor á la
sabiduría y en la vocación al Sacerdocio. Aplicado á todo género de lectura se
decidió por el estudio de los libros sagrados, y por el de la historia y
jurisprudencia, en que se hizo famoso.
No tenia veinte años aun quando se
buscaba su dictamen; y quando, si no se le hubiera visto resuelto á consagrarse
al Santuario, se le hubiera conferido un alto puesto en la Magistratura: en
cambio se le recomendó de orden del Rey á la Santa Sede, y obtuvo con un
Canonicato de la Catedral de Búrgos los Deanatos de Segovia y de Compostela.
Sin embargo de que en
aquellos tiempos se miraba con harta indiferencia la incompatibilidad de
Beneficios, D. Alfonso renunció el Deanato de Segovia, y pasó á recibir el de
Santiago. Tardó poco en conocerse en aquella Iglesia su grande ilustración:
fiáronsele negocios graves que había pendientes en ella; y el Cabildo quedó tan
satisfecho de su desempeño, que en recompensa envió una comisión particular al
Rey, sin otro objeto que el de recomendar su mérito.
No era el ánimo del
Cabildo de Santiago que se premiase á D. Alfonso fuera de su Iglesia; pero S.
M., que ya contaba con este eminente sugeto para asuntos de mucha importancia,
le envió con uno á Lisboa, y después al Concilio de Basilea en calidad de
Consultor del Conde de Cifuentes D. Juan de Silva, Embaxador nombrado para
asistir en aquella sagrada Junta. La Religión y la España no olvidarán jamas lo
que Don Alfonso trabajó en honor suyo en este Concilio. No omitió fatiga para
cortar el cisma que habían levantado en la Iglesia algunos Cardenales,
deponiendo al Papa Eugenio IV de la Silla Apostólica, y colocando en ella á
Félix V, ó Amadeo de Saboya; y sufrió contradicciones violentas para asegurar
al Rey de Castilla la preferencia de asiento que en la Cámara Pontificia le
disputaba el de Inglaterra, y asimismo para hacer que se declarase que
correspondía á Castilla y no á Portugal la conquista de las Islas Canarias.
Durante su mansión en
Basilea fué nombrado D. Alfonso Embaxador al Emperador de Alemania Alberto, á
la sazón que este estaba metido en una guerra sangrienta con el Rey de Polonia:
ninguna mediación había podido acordar las pretensiones de ambos Príncipes:
trató no obstante de hacerlo D. Alfonso al tiempo crítico de darse una batalla
decisiva cerca de Brecella; y ademas de conseguirlo, aseguró una paz sólida,
inspirando y concluyendo el matrimonio del Rey de Polonia con una hija del
Emperador.
Desde Alemania volvió D.
Alfonso á Basilea; y disuelto el Concilio siguió al Papa Eugenio en sus
peregrinaciones hasta Roma. Era tal el aprecio que este Sumo Pontífice hacia de
su mérito, que al paso que no se hallaba sin tenerle cerca, se le oyó decir mas
de una vez, que se cubría de rubor al sentarse en su presencia en la silla de
San Pedro.
Este era el predicamento de D. Alfonso en Roma, quando su padre,
anciano ya, y achacoso, renunció el Obispado de Burgos, y le recomendó para que
le sucediese en él. Admitió el Papa la renuncia de D. Pablo, y convino en darle
por sucesor á su hijo; pero sintió en extremo su separación, y la sintió no
menos toda Roma, que en su ausencia temía hallar un vacío bien difícil de que
le pudiese llenar otro.
Vuelto á España D.
Alfonso, y entrado apénas en su Diócesis se encontró con la noticia de la
muerte de su padre. Este golpe le hubiera sido insoportable, si no le hubiera
recibido al mismo tiempo que una preciosa carta, que poco ántes de morir le
había escrito D. Pablo, llena de importantes documentos, y que, como él propio
dice en otra á su hermano D. Álvaro, fué la regla de su vida pública y privada.
En efecto, gobernado en todo por ella D. Alfonso, no conocieron sus ovejas la mudanza
del pastor: humano, liberal, zeloso por el bien de las almas y por la gloria de
la Religión era una copia fiel de su digno padre. No faltó, no obstante, quien
le tuviese por de mal corazón, y por enemigo de la privanza de D. Alvaro de
Luna; pero los testimonios que la historia ofrece mas autorizados, lo son, no
de rivalidad, sino de obediencia y de respeto á su Soberano. Si como Canciller
mayor del Reyno, y como Consejero privado, en cuyos honores sucedió también á
su padre, tuvo que intervenir en la causa de D. Alvaro, ni la lisonja ni la
envidia envilecieron su alma generosa, ni corrompieron su carácter íntegro.
Casi siempre ocupado D.
Alfonso en el exercicio de sus funciones políticas y apostólicas, era poco el
tiempo que habia podido dedicar al estudio; con todo, entre otras obras que
cita su criado Hernán Pérez de Guzman, en su Valerio de las historias, merecen
estimación sus Homilías sobre los Evangelios, la Genealogía de los Reyes de
España, dedicada á su Cabildo de Búrgos, y la Traducción de los doce libros de
Séneca. Nombrado Embaxador extraordinario para transigir con la Corte de
Portugal algunas diferencias, que comprometian demasiado á la de Castilla, y
que logró componer á gusto de ambos Gabinetes, tuvo que abandonar una
Paráfrasis del Génesis, que se sabe había emprendido: acaso la concluiria ó
continuaria después; mas por desgracia se ignora, y también el paradero de este
trabajo qualquiera que fuese.
Vuelto de Portugal, se
desembarazó de los empleos políticos que tenia, y se dedicó á reformar la
disciplina de su Iglesia, y á concluir algunas obras y fundaciones que había
comenzado: construyó y dotó la Capilla de la Visitación de la Catedral, en
donde yace; y deseoso de purificar su alma por medio de una vida penitente, dió
principio á ella por visitar, cubierto de cilicio, el sepulcro del Apóstol
Santiago.
Salió de Búrgos en el mes de Mayo de 1456; cumplió de un modo
edificante esta santa peregrinación; y a su regreso le acometió una enfermedad
aguda en un pueblo de su Diócesis, llamado Villasandino, de la que murió el 12
de Julio del mismo año; coronando con su paciencia y sufrimiento las demás
virtudes que habían sido el ornato de su vida».
[Retratos de
Españoles ilustres, con un epítome de sus vidas
Anónimo
Madrid, 1791]
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