La Mesa de Ocaña, a modo de peldaño,
se eleva con abruptos escarpes desde la ribera
del Tajo, al Norte,
y desciende bruscamente, al Sur, en el escalón de
La Guardia;
sus laterales están delimitados por los barrancos
de los ríos Algodor (al Oeste) y Cedrón (al
Este),
que han erosionado las margas yesíferas.
Es una altiplanicie diferenciada de la llanura
manchega;
se levanta más de 100 metros sobre el valle del
Tajo
y enlaza con la llanura por el Sur y por el Este.
Es un paisaje duro y abierto, de páramos y
yesares,
combinado en algún paraje
con humedales, fuentes, regueros y lagunas,
cárcavas y carrizales,
lomas horadadas por galerías y cuevas...
Kilómetros y kilómetros de estepas.
Amplias y despobladas estepas salinas.
Cerros de tierra blanca.
Caminos no transitados.
Una intensa sensación de soledad.
El reino de los insectos y las culebras.
Una tierra áspera en la que es fácil pensar en la
muerte,
tierra de espectros y alucinaciones,
tierra a un tiempo radiante y sombría,
de grandes silencios, de grandes tristezas.
Un paisaje desolado, inhóspito, de extraño
aspecto lunar.
***
Los bordes de los barrancos y las cimas de los
oteros
fueron ya fortalezas geológicas para los iberos.
Después, en esos mismos enclaves
se erigió la arquitectura defensiva:
los castillos de Oreja, Huerta de Valdecarábanos,
Monreal, La Guardia...
Durante siglos la Mesa de Ocaña fue tierra
de órdenes militares y de señoríos eclesiásticos.
Sobre el paisaje destacaban
los campanarios de las iglesias y las torres de
los castillos.
La línea defensiva del extremo sur estaba formada
por las fortalezas
de La Guardia, Monreal y Huerta de
Valdecarábanos.
*********
A 6 kilómetros al Sur de Dosbarrios, en lo alto de un cerro,
en el límite de La Mesa,
se encuentra el castillo de Monreal,
también llamado de Carabanchel o de La Vega,
en el lugar donde hasta el siglo XVI existió una
población.
Ya en el siglo XII se documenta su existencia,
con el nombre de Caravanchiel,
cuando Alfonso VIII lo cedió a la Orden de Santiago
para completar la defensa del Sur del Tajo.
Al amparo de la fortaleza nació un pueblo
llamado
Monte-Reyal.
Durante un tiempo
el castillo fue residencia de
personajes notables.
Perdida su función defensiva, en el siglo XIV
el comendador santiaguista cedió el castillo, con
la vega aneja a él,
al cercano pueblo de Dosbarrios.
Lugar llamado así porque en su origen hubo dos núcleos
urbanos
separados por el valle de Carábanos.
El caserío de Monte-Reyal se fue despoblando
y en el siglo XV la fortaleza quedó abandonada.
En 1809, durante la batalla de Ocaña contra los
franceses,
el brigadier José Zayas se sostuvo en la plaza de
Monreal.
Tras la toma de Ocaña por los soldados de Girard
y de Desolles,
Zayas tuvo que retirarse con sus tropas,
retrocediendo ordenadamente hasta Dosbarrios,
donde los franceses los apresaron y quemaron la
villa.
Tiempo después, la mayor parte de las piedras del
castillo
fueron arrancadas para la construcción de una
gran casa de labranza
en la vega inmediata.
Hoy de la fortaleza sólo queda parte de una torre
y unos pocos restos de bóvedas y arcos.
Se encuentra en una finca
cuyo guarda no permite
el acceso.
***
En Dosbarrios, en el comienzo del barranco
por el que corre el arroyo de la Madre,
hay una fuente contruida por Juan de Herrera.
Es una fuente parecida a la de Ocaña,
pero empequeñecida y simplificada.
Herrera tuvo una intensa relación con esta
comarca:
construyó las fuentes de Ocaña y de Dosbarrios,
el estanque hoy conocido como Mar de Ontígola
y al parecer también intervino
en la habilitación de la Cueva de Sopeña,
que debió estar por estos parajes...
Quizás ese hombre, arquitecto, geómetra y
matemático
y estudioso de lo oculto,
encontró algo en esta tierra, algo que se nos
escapa...
***
Tras visitar la fuente, echo a andar por la
carretera.
Hay poco tráfico. Sólo de camiones.
Me cruzo con una grúa que está recogiendo una
furgoneta.
Al poco veo a dos hombres que caminan delante de
mí.
Los alcanzo. Me saludan y uno me dice:
- Haciendo la ruta,
¿eh?
No sé en qué ruta piensa, pero le digo que sí.
Me explica que han tenido una avería
y que están intentando que algún conductor los
recoja.
Los dejo atrás.
El castillo aparece tras un badén de la carretera.
Va surgiendo conforme asciendo por el desnivel,
primero lo alto de la torre,
luego poco a poco el resto de la fortaleza, de lo
que queda de ella,
ubicada en lo alto de un promontorio, controlando
el congosto.
Es el camino que lleva a La Guardia y luego a La
Mancha.
El enclave en el que se halla el castillo es un
lugar muy solitario.
Un lugar sin sonidos humanos.
En el suelo abunda el espejuelo.
Rodeada como estoy de cereal y olivos en plena
floración,
voy sintiendo cómo se me agudiza la reacción
alérgica.
Retomo la carretera y camino con los ojos
cerrados,
confiando en que si se acerca algún vehículo
lo oiré con la suficiente antelación.
Abro los ojos de vez en cuando
para cerciorarme de que me mantengo en el arcén,
y vuelvo a cerrarlos.
Lo lamento, porque el paisaje está precioso,
los campos verdes salpicados de amapolas, la luz
dorada.
Camino por la carretera con los ojos cerrados,
confiando en los ángeles.
Creer para ver.
*********
El castillo de Monreal se encuentra a igual
distancia
de Dosbarrios y de Huerta de Valdecarábanos.
La tierra arcillosa del surco del arroyo de la
Madre o Reguera Madre
conecta ambas poblaciones.
Tras la reconquista, el territorio de Huerta de Valdecarábanos
fue entregado por Alfonso VIII a la Orden de Calatrava.
A finales del siglo XII la Orden levantó, sobre
un cerro,
un castillo desde donde dirigir la nueva
encomienda.
El castillo fue residencia de los comendadores de
Calatrava
hasta que Carlos I vendió la fortaleza, junto con
sus tierras y rentas,
a don Álvaro de Loaysa, noble talaverano.
Loaysa en 1539 se construyó un palacio en la
plaza del pueblo,
y abandonó el castillo.
En el siglo XVIII se describe ya el edificio
como sin puertas ni techo ni rejas.
En el siglo XIX parte de sus piedras
fueron utilizadas para construir el cementerio
municipal.
Del castillo no queda prácticamente nada,
y los escasos restos están rodeados por postes
repetidores.
Arriba no hay nada que ver,
y hasta el cerro es feo, amarillento incluso en
plena primavera.
Desde allí se divisa la iglesia de Yepes,
que se halla a tan sólo unos 5 kilómetros.
Compro un refresco en un bar
y me siento en un banco, a la sombra,
a tomarme la bebida, descansar y recuperarme de
la crisis alérgica.
Pasan dos niños pequeños en bicicleta, un niño y
una niña.
Se paran junto a mí y se quedan mirándome.
Posiblemente encuentran extraño mi aspecto:
el bastón, la mochila, el sombrero.
Me he convertido en un entretenimiento para los
niños del pueblo
en la tarde que declina...
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