El Passo
Honroso
Por
Mariano Domínguez Berrueta
(León, 1934)
Aquí en la Puente de Órbigo, D. Suero de Quiñones,
hijo del muy noble D. Diego Fernández de Quiñones y de doña María de Toledo,
encarnó las imaginaciones de los caballeros andantes en el más famoso hecho de
armas que vieron y verán los tiempos y los campos de León y Castilla.
Lo dicen las crónicas auténticas.
Y lo admira Don
Quijote de la Mancha.
EL ESCENARIO
La ribera del Órbigo, el viejo puente de los
peregrinos.
Días de sol de verano.
Año de perdonanzas, pasaban los peregrinos camino
de Compostela, cantando las canciones de Ultreya, y ante el aparato guerrero
del Passo se atemorizaban y corría la voz que decía que D. Suero y sus
caballeros interrumpían la santa romería...
Pero se quedaban admirados al ver la gallardía de
los caballeros y el refulgente desfile, en la liza, al tomar posesión del
campo, al estruendo de las trompetas que dirige Dalmao, el mejor trompetero del
rey...
Y oyendo a los juglares y viendo llegar a los aventureros...
EL LUGAR DEL PASSO - LOS PEREGRINOS
He aquí cómo lo describe Gómez Moreno en el
Catálogo monumental de España:
«Entre todos los puentes de la provincia de León,
es el más célebre, por el recuerdo de Suero de Quiñones; además, supera a cuantos
conozco en aspecto de antigüedad, aunque ella no sea verdaderamente mucha. Lo
más antiguo son cuatro enormes arcos agudos y arranque de otro, casi iguales
entre sí, con afilados tajamares y hechos de sillería con marcas que parecen
datar del siglo XIII. [...]»
Posteriormente se han hecho obras de defensa, y
podrá conservarse, que bien lo merece por su antigüedad, por su historia y aun
por su porte de camino de peregrinos.
Por esta última razón eligió este lugar D. Suero de
Quiñones, y en año de “perdonanzas”, como era el año jubilar de 1434, paso de
peregrinos, que todos los años, y aún más aquél, habían de cruzar el puente:
sitio estratégico, en efecto, para que entre las caravanas de los peregrinos
vinieran los caballeros de España y de Europa y las damas “de linage”: aquéllos
para dejar la espuela y la espada y rescatarlas a punta de lanza en sangriento
torneo, y las damas para entregar el guante de la mano derecha y esperar a que
un caballero lo conquistara lidiando en el Passo Honroso.
Don Suero había acotado el lugar del Passo, y por
esto había levantado la liza y las tiendas, “arredrado del camino”, de manera
que los pacíficos peregrinos que no quisieran cuentas con él ni con su amorosa
empresa pudieran apartarse del lugar de la justa y seguir su devota
peregrinación.
Pero también es verdad que a los caballeros que por
allí pasaban les parecía coacción, en su libre caminar, el retador gesto de la
liza y del cartel de desafío del caballero leonés, y a las damas las ofendía
dejar el guante, y más si, como le sucedió a doña Inés Álvarez de Biedma, cuyo
marido, que la acompañaba, Pero García del Cafallo, se negó a pelear para
rescatar el guante de la dama; y a doña Leonor de la Vega, a quien le ocurre lo
mismo con su marido, D. Juan de la Vega, que dijo “non venir preparado para se
probar en aquella aventura”, y dio las gracias al caballero Mosen Davio, que se
ofreció a luchar por el guante de doña Leonor.
Entonces caen en la cuenta los jueces de armas del
rey, que en el Passo estaban, y eran Pero Barba y Gómez Arias de Quiñones, de
lo que decían los peregrinos, y acuerdan devolver el guante a doña Leonor y a
doña Guiomar, su hermana, “por non parescer que iban contra la devición
cristiana de la romería”.
La queja de los peregrinos, principalmente
ofendidos por la entrega de los guantes de las damas, subió de punto, y el
caballero aventurero D. Lope de Sorga, el último día de Juegos, se ofrece a
rescatar guantes de todas las damas que por allí pasaren, y manda poner en el
puente de Órbigo y en Astorga un pregón modelo de galantería, del tenor
siguiente:
“Como las dueñas e señoras generosas de virtud con
su digno merescimiento trayan los trabajos homeniles a su servicio loables,
sepan todas las mundanas generaciones, que un Gentil-ome de renombre e de
armas, avida consideración del agravio que resciben las dignas de preminencia
por la indignidad de serles vedado ningún camino nin paso que plasciente de
proseguir les sea: mayormente los honrosos e pelegrino a pasages, como es el de
la Puente de Órbigo, peligroso a las honradas dueñas por la perdida de sus
guantes, sinon dan caballero sin reproche de batalla: yo ponedor de las
presentes letras, aviendo pesante e consideroso estudio sobre tanta graveza
fecha a las dueñas valerosas de quien se procede amor con todos sus gloriosos
vínculos, o atamientos de amistad, delibere de fascer mi fe sufraganea con
homenage que pongo, e do segund puedo, e a basta limpieza de hidalguía, que non
cesara por falta de caballero ser fecho seguro e la contenido Passo a todas las
venientes dueñas, que sus caminos por aquel lugar quissiesen enderezar. El qual
assi fascedor de armas por la libertad de sus guantes fallaran allí do seran
apremiadas sus manos merescedoras de obediencia en defension favorable suya.
Por testamento firma de la qual verdad, por non tener al presente sello de mis
armas, a contemplacion mía movido Portugal rey de armas, con la cierta
auctoridad de su sello acostumbrado selló la letra en que escribo mi nombre de
mi propia mano en la Puente de Órbigo a veinte e seis de Julio de mil. e quatrocientos. e treinta e quatro años.”
PREPARACIÓN DEL PASSO HONROSO
Decidido D. Suero de Quiñones a realizar a todo empeño
su caballeresca y sin igual empresa de romper trescientas lanzas, precio de su
rescate amoroso, y queriendo que su hecho de armas revistiera todo el más
grande aparato y toda la majestad debida, resolvió aceptar la petición de nueve
caballeros amigos y deudos, todos con limpieza de sangre y armas sin reproche,
y acudir a la Corte de Don Juan II para dar la máxima autoridad y la mayor publicidad
a su alta empresa.
No era para menos tratándose del caballero leonés
más ilustre entre los ilustres y de una dama—cuyo nombre celosamente y como
discreto encubre— de la que dice su caballero que era muy alta y virtuosa
señora.
Eran los caballeros que con su capitán habían de mantener
el reto de D. Suero: Lope de Estúñiga, Diego de Bazán, Pedro de Nava, Suero
Gómez, hijo de Alvar Gómez de Quiñones, Sancho de Ravanal, Lope de Aller, Diego
de Benavides, Pedro de Ríos y Gómez de Villacorta.
Y un faraute leyó ante Don Juan II de Castilla, el
1 de enero de 1434, en el castillo de Medina del Campo, la súplica de Suero de
Quiñones, que decía:
“Deseo justo e razonable es, los que en prisiones o
fuera de un libre poder son, desear libertad; e como yo vasallo e natural
vuestro sea en prisión de una señora de gran tiempo aca, en señal de la qual
todos los jueves traygo a mi cuello este fierro, segund notorio sea en vuestra
magnifica Corte e Reynos e fuera dellos por los farautes, que la semejante
prisión con mis armas han llevado. Agora pues, poderoso señor, en nombre del
Apostol Sanctiago yo he concertado mi rescate, el qual es trescientas lanzas
rompidas por el asta con fierros de Milan, de mí e destos Caballeros, que aquí
son en estos arneses, segund mas complidamente en estos capítulos se contienen,
rompiendo con cada caballero o Gentilome que allí verna, tres, contando la que
fisciere sangre por rompida, en este año del qual es hoy el primero día.
Conviene saber, quince días antes del Apostol Sanctiago abogado e guiador de
vuestros súbditos, e quince días después, salvo si antes deste plazo mi rescate
fuere complido.
Esto será en el derecho camino por donde las más
gentes suelen passar para la cibdad donde su sancta sepultura está,
certificando a todos los caballeros extrangeros que allí se fallaren, que allí
fallarán arneses e caballos e armas e lanzas tales que cualquier caballero ose
dar con ellas sin temor de las quebrar con pequeño golpe. E notorio sea a todas
las señoras de honor, que qualquiera que fuere por aquel lugar do yo seré, que
si non llevare caballero que faga armas por ella, que perderá el guante de la
mano derecha. Mas lo dicho se entienda salvando dos cosas: que vuestra Magestad
Real non ha de entrar en estas pruebas, ni el muy magnifico señor Condestable
D. Alvaro de Luna.
***
La qual petición ansi leída por el nombrado
avanguarda, el Rey entró en Consejo con sus altos omes, e fallando que la debía
conceder e otorgar, la concedió e otorgó, para que assí el virtuoso Suero de
Quiñones se pudiesse deliberar de su prisión. E Suero de Quiñones fizo leer los
capítulos desta empresa por el siguiente tenor:
Condiciones
del Passo.
El primero es, que a todos los caballeros e
gentiles omes, a cuya noticia verna el presente fecho en armas, les sea
manifiesto que lo seré con nueve caballeros que conmigo serán en la deliberación
de la dicha mi prisión e empresa, en el Passo cerca de la Puente de Órbigo, arredrado
algún tanto del camino, quince día antes de la fiesta de Sanctiago, fasta
quince días después, si antes deste tiempo mi rescate non fuere cumplido. El
cual es trescientas lanzas rompidas por el asta con fierros fuertes en arneses
de guerra, sin escudo nin tarja, nin más de una dobladura sobre cada pieza.
II. El segundo es, que allí fallarán todos los caballeros
extrangeros arneses, caballos e lanzas, sin ninguna ventaja nin mejoría de mí
nin de los caballeros que conmigo serán. E quien sus armas quisiere traer
podralo fascer.
III. El tercero es, que correrán con cada uno de
los caballeros e gentiles omes que ay vinieren, tres lanzas rompidas por el
asta; contando por rompida la que derribare caballero o fisciere sangre.
IV. El cuarto es, que cualquiera señora de honor
que por allí passare a media legua dende, que si non llevare caballero que por ella
faga las armas ya devisadas, pierda el guante de la mano derecha.
V. El quinto es, que si dos caballeros o más
vinieren por salvar el guante de una señora, será rescebido el primero.
VI. El sexto es, que porque algunos non aman
verdaderamente, e querrían salvar el guante de más de una señora, que no lo
pueden fascer, después de que se ovieren rompido con él las tres lanzas.
VII. El séptimo es, que por mí serán nombradas tres
señoras deste reyno a los farautes que conmigo serán para dar fe de lo que
pasare, e asseguro que non será nombrada la señora cuyo yo soy, salvo por sus
grandes virtudes; e al primero caballero que viniere a salvar por armas el
guante de cualquiera dellas contra mí, le daré un diamante. (El nombre de la
señora no aparece en la historia).
VIII. El octavo es, que porque tantos podrían pedir
las armas de uno de nos o de dos que guardamos el Passo, que sus personas non
bastaran a tanto trabajo, o que si bastassen non quedaría lugar a los otros sus
compañeros para fascer armas, sepan todos que ninguno a pedir a ninguna, nin ha
de saber con quien justa fasta las armas cumplidas; mas si tanto estarán
ciertos que se fallarán con caballero o gentil ome de todas armas sin reproche.
IX. El nono es, que si alguno (non empeciente lo
dicho), después de las tres lanzas rompidas, quisiere requerir a alguno de los
de el Paso señaladamente, envielo a descir que si el tiempo lo sufriere romperá
con él otra lanza.
X. El deceno es, que si algún caballero o gentil
ome de los que a justar vinieren, quisiera quitar alguna pieza del arnés de los
que por mí son nombrados, para correr las dichas lanzas, o alguna dellas,
envíenmelo a descir e serles ha respondido la gracia, si la razón o el tiempo
lo sufrieren.
XI. El onceno es, que con ningún caballero que ay
viniera serán fechas armas si él primero non disce quien es e de donde.
XII. El doceno es, que si algún caballero fasciendo
las dichas armas incurriere en algún daño de su persona o salud, yo le dare
allí recabdo para ser curado, tan bien como para mi persona, por todo el tiempo
necesario e por más.
XIII. El treceno es, que si alguno de los
caballeros, que conmigo se probaren o con mis compañeros, nos ficieren ventaja,
yo les asseguro a fe de caballero, que nunca les será demandado por nosotros
nin por nuestros parientes e amigos.
XIV. El catorceno es, que cualquiera caballero o
gentil ome que fuere camino derecho de la sancta romería, non acostandose al
dicho lugar del Passo por mí defendido, se podrá ir sin contrato alguno de mí
nin de mis compañeros, a cumplir su viage.
XV. El quinceno es, que cualquiera caballero que, dexado
el camino derecho, viniere al Passo defendido e por mí guardado, non se podrá
de ay partir sin fascer las armas dichas o dexar una arma de las que llevase a
la espuela derecha, so fe de jamás traer aquella arma o espuela, fasta que se
vea en fecho de armas tan peligroso o más que éste en que la dexa.
XVI. El sexto décimo es, que si cualquier caballero
o gentil ome de los que conmigo estaran, matare caballo a cualquiera de los que
allí vinieren a fascer armas, que yo se lo pagare e si ellos mataren caballo a
cualquiera de nos, bastele la fealdad del encuentro por paga.
XVII. El decisieteno es, que si cualquier caballero
de los que armas fiscieren encontrare a caballo, si el que corriente con él lo
encontrare poco o mucho en el arnés, que se cuente la lanza desde por rompida,
por la fealdad del encuentro del que al caballero encontrare.
XVIII. El deciocheno es, que si algún caballero de
los que a fascer armas vinieren, después de la una lanza o de las dos rompidas,
por su voluntad non quisiere fascer más armas, que pierda el arma, o la espuela
derecha, como si non quisiere fascer ninguna.
XIX. El decimo nono es, que allí se darán lanzas e
fierros sin ventaja a todos los del Reyno, que llevaren armas e caballo, para
fascer dichas armas: e non las podrán fascer con las suyas, en caso que las
lleven, por quitar la ventaja.
XX. El veinteno es, que si algún caballero en la
prueba fuese ferido en la primera lanza, o en la segunda, tal que non pueda
armas fascer por aquel día, que después non seamos tenidos de fascer armas con
él, aunque lo demande otro día.
XXI. El veinte e uno es, que porque ningún caballero
dexe de venir a la prueba del Passo con recato de que non se le guardara
justicia conforme a su valor, allí estaran presentes dos caballeros antiguos e
probados en armas e dignos de fe, e dos farautes que farán a los caballeros que
a la prueba vernán, que juramento apostolico e homenaje les fagan de estar a
todo lo que ellos les mandaren acerca de las dichas armas.
E los sobredichos caballeros jueces e farautas
igual juramento les farán de los guardar de engaño, e que juzgaran verdad, e
según razón e derecho de armas. E si alguna dubda de nuevo acaesciere, quede a
discrección de aquellos juzgar sobre ello; porque non sea escondido el bien o
ventaja que en las armas alguno fasciere. E los farautes que allí estaran darán
signado a qualquiera que lo demandare, lo que con verdad acerca dello fallaren
haber sido fecho.
XXII. El veintidoseno capítulo de mi liberacion es,
que sea notorio a todos los señores del mundo, e a los caballeros e gentiles
omes, que los capítulos susodichos oirán, que si la señora cuyo yo soy passare
por aquel lugar, que podrá ir segura su mano derecha de perder el guante; e que
ningún gentil ome fará por ella armas, si non yo; pues que en el mundo non ha
quien tan verdaderamente las pueda fascer como yo.
LA POSESIÓN DEL CAMPO DEL COMBATE
El sábado, quince días antes de Santiago, el rey de
armas llamado Portugal y el faraute Monreal notificaron a D. Suero, estando
presentes Pero Barba y Gómez Arias de Quiñones, jueces de campo, que en el
pueblo Puente de Órbigo estaban tres caballeros que venían a justar. Eran el
alemán Micer Arnaldo de la Floresta Bermeja, del marquesado de Brandamburg, en
la alta Alemania, “ome de hasta veinte e siete años, blanco e bien sacado”. Los
otros dos eran valencianos, hermanos, Mosén Juan Fabla y Mosén Per Fabla, hijos
del señor de Chella. Suero les invita a posar en sus tiendas, y así lo hacen.
Les ruega que non le forzasen a pelear en domingo. Los jueces requieren al rey
de armas para que les quite las espuelas derechas, y las ponen en un paño
francés en el cadahalso de los jueces.
Y amaneció el domingo 11 de julio.
Resonaron las trompetas y menistriles altos y
bajos, para “mover los corazones de los guerreros para las armas jugar”.
Don Suero de Quiñones y sus nueve compañeros oyeron
misa en la iglesia de San Juan, y vueltos a su tienda, salieron poco después,
en brillante y guerrera comitiva, para recibir y posesionarse del campo de la
justa.
“Con tal orden entró Suero de Quiñones en la liza,
é dióla dos vueltas, é á la segunda vuelta fizo su parada con sus nueve
compañeros delante del cadahalso de los dos Jueces, e allí les requirió, que
sin respeto á amistanza é á enemistanza, juzgasen de lo que allí pasase,
igualando las armas entre todos, é dando a cada uno la honra é prez que
mereciesse por su valentía é destreza”.
LAS JUSTAS
En treinta soles que las justas duran, entran en
liza, con los diez caballeros mantenedores del Passo, sesenta y ocho
aventureros, franceses, italianos, portugueses, alemanes, españoles... y entre
ellos unos impulsados por el humor caballeresco, otros por la envidia, algunos
por el odio, alguno por el deseo de acabar con la vida de D. Suero, el
caballero siempre noble y bueno...
EL PRIMER DÍA DE COMBATE
Fue el lunes 12 de julio.
Vanda, el rey de armas, y Sintra, el faraute, al
lado de los Jueces y a su mandar.
Para asegurar el campo, los capitanes D. Fernán
Diego González de Aller y D. Pero Sánchez de la Carrera, al frente de buen
número de caballeros y escuderos.
Presidía con su alto nombre el Almirante de
Castilla D. Fadrique.
Los Jueces vieron que las armas y las defensas de
los caballeros justadores, D. Suero y el alemán Arnaldo de la Floresta Bermeja,
eran iguales.
Entró en la liza D. Suero, con buen golpe de
caballeros, y después el alemán con los caballeros valencianos.
El faraute dio “una grida o pregón” para que ninguno fuese osado, por cosa que viese o
sucediese a los caballeros, a dar voces o avisos o a menear mano haciendo
señales, so pena de que por hablar le cortarían la lengua y por hacer señas le
cortarían la mano.
Pregonose también que los caballeros estuviesen
seguros de que por herida o muerte que hicieren, dentro de las condiciones del
Passo, no se les seguiría daño alguno ni jamás les sería puesto en demanda; y
de esto se ofreció fiador nada menos que el Almirante de Cartilla, allí
presente.
Mandaron los Jueces que se retiraran todos, dejando
solos los justadores y con ellos nada más que dos criados, uno a pie y otro a
caballo.
Y devolvieron al caballero alemán la espuela que
estaba en el paño francés.
Sonaron con estruendo las músicas en tono rasgado
de entrar en batalla, y los farautes dieron la última “grida” en francés,
voceando la gala y diciendo: “Legeres aller”.
Partieron a encontrarse los caballeros, lanza en
ristre, y D. Suero encontró al alemán en la arandela, y saliendo la lanza de
ella le tocó en el guardabrazo y se lo desguarneció, y rompió su lanza.
En la segunda carrera, D. Suero encontró a su
adversario en el cabo del piastrón y metióle la lanza por el sobaco, que todos
pensaron le había mal herido, pero Arnoldo gritó “Alas” y siguió el combate. En
la tercera carrera, el alemán dio a D. Suero en la bavera del almete, rompiendo
allí su lanza. En la cuarta carrera dio D. Suero, sin romper lanza, en el
laguarda de la manopla izquierda al alemán. Y en la quinta fallaron ambos. Y
terminó la justa porque D. Suero rompió su lanza en la falda del guardabrazo
izquierdo “camino del corazón” y rompió la tercera lanza.
Subieron entonces los caballeros al cadahalso de
los Jueces y éstos dieron por buena la contienda.
Don Suero convidó a cenar al alemán, y salieron de
la liza con música alegre y cortejo de caballeros.
Estando aquella noche a la mesa entraron tres
pages, llevando dos magníficos caballos y una cadena de oro labrada, que el
Almirante regalaba a D. Suero de Quiñones por haber comenzado la hazaña del
Passo Honroso.
EPISODIOS. GUANTES DE DAMAS Y VILEZAS DE CABALLEROS
Así siguen las justas, día por día, y no es cosa de
contar, como lo hace el Escribano, que tenía que dar cuenta al Rey, también
cada día, de todos los incidentes del Passo: tal era la importancia nacional
que éste tenía.
El cronista de hoy irá diciendo los episodios
notables, las tragedias de la hazaña, los lances pintorescos que no podían
faltar: las querellas entre los caballeros, las malas artes de algunos, las
gentilezas de otros... toda la trama humana de la famosa empresa.
***
Pero no es posibie pasar por alto el segundo día,
en que el caballero defensor del Passo era D. Lope de Estúñiga, el segundo de a
bordo de D. Suero de Quiñones.
A la hora de vísperas comenzó la justa de D. Lope
con el caballero valenciano D. Juan Fabla.
Durante la justa, un criado de Estúñiga, lleno de
entusiasmo, al ver a su señor acometer con brío, gritó “A él, a él”, y los
Jueces mandaron cortarle la lengua, pero se le perdonó, y le dieron treinta
buenos palos y lo encarcelaron.
A la noche cenaron juntos los justadores y
“danzaron sobre cena”, en la gran tienda de D. Suero.
Además de la gente que en las tiendas del Passo
vivían, acudían a diario de León y de Astorga damas y caballeros a presenciar
las justas y a comentar los hechos de armas: no se había visto, ni se volvería
a ver, escena tan brillante.
Don Suero, a lo gran señor, había llevado con él
una verdadera corte de gran caballero, y allí estaba el mejor físico en
Medicina que vivía en León, y era el judío Salomón Seteni, médico de la nobleza
leonesa, y los cirujanos Maestro Rodrigo, de León, y Maestre Manuel, vecino de
Aguilar, y el servidor de la copa, Rodrigo de León, y el Maestresala D. Suero
de Velasco, y seis dueñas, para curar a los caballeros heridos.
Y no es menester hablar de la despensa, a cargo de
los ilustres guisanderos Alfón Alvarez de Arroyas y Pedro de Laguna, cocineros
de la Casa de los Quiñones.
No todo había de ser gentilezas en el Passo
Honroso. Entre sesenta y ocho caballeros aventureros que lidiaron en el Puente
de Órbigo, no podían faltar algunos en quienes la limpieza de sangre y las
armas, sin reproches, no habían extinguido las vilezas humanas.
Y la primera de éstas asoma el día 14 de julio.
Iba D. Suero armado en blanco de unas platas
sencillas, sobre las cuales metió una blanca camisa bordada de ruedas de Sta.
Catalina.
Cuando el Caballero Davio se enteró de que D. Suero
llevaba arnés sencillo, pidió una de las lanzas más gruesas.
En la tercera carrera encontró a D. Suero y le
metió la lanza por el almete más de un palmo. El leonés trabó del hierro para
sacarlo y no pudo. Todos creyeron que estaba herido de muerte.
Don Suero dio una voz “para los despenar”,
gritando: “Non es nada, non es nada. Quiñones. Quiñones”. Y todos pensaron ser
maravilla.
El cronista pone este comentario: “más si vileza
encierra tal fecho, e mal deseo, júzguenlo los que saben de armas”.
Pero de vileza lo tacharon todos.
DON DIEGO DE MANSILLA
¡Infortunado caballero que por amistad con los
Quiñones vino al Passo, para dar realce con su lanza y con su nombre!
Lucha con el mantenedor Lope de Aller, y a la
primera carrera es encontrado por la lanza de Aller, en la arandela derecha, y
pasándole el brazo, y rota la lanza, le abrió tremenda herida. Le sacaron con
trabajo el hierro, ante el cadahalso de los Jueces, donde cayó del caballo. La
crónica, gráficamente dice que al sacarle el hierro “tras él corrió un gran
chorro de sangre, como sale el vino de la cuba quando le ponen la espita, e se
desmayó”.
Fue llevado a su tienda, sin música y sin alegría,
y D. Suero y sus compañeros le cuidaron como hermano.
DON GUTIERRE DE QUIJADA
Este nefasto personaje, que andando el tiempo había
de ser matador de D. Suero, llega al Órbigo el día 20 de julio, por la tarde.
Llegó D. Gutierre al Passo con gesto enemigo, no
como caballero que acude a la justa por lances de amor.
Viene acompañado, con aparato bélico, de buen golpe
de gente de armas.
Don Suero, caballero siempre, le ofrece una tienda,
y es el único entre todos los conquistadores o aventureros que no la acepta,
respondiendo descortés que, como es natural de la comarca, está bien
“preveido”. Y se alberga con sus gentes en el lugar del Puente.
Don Gutierre pide justar con D. Suero, que es a lo
que venía, pero esto no se le puede conceder por no corresponderle, según los turnos
establecidos.
¡Mal quedaron en el Passo D. Gutierre y sus
caballeros, que, como su capitán, habían venido en plan de descortesía!
Al primer encuentro entre Lope de Estúñiga y Juan
de Villalobos, los Jueces tienen que prohibir a éste la silla que traía puesta
su caballo, y que, demasiado alta y fuerte, establecía armas desiguales.
En la justa entre D. Suero y Gonzalo de Castañeda,
en la quinta carrera, se le volvió el caballo a D. Suero, y Castañeda, dejando
a un lado cortesías y gentilezas, no esperó ni alzó la lanza, sino acometió y
rompió la lanza, sin lograr herir.
Jueces y caballeros apenas pudieron tontener su
silenciosa indignación.
También el escribano cronista pone su nota con
regocijo, diciendo: “Presto halló el galardón de su vileza.”
Y fue, en efecto, que a la sexta carrera D. Suero
encontró a Castañeda en el cañón del brazal y le metió la lanza, el hierro y un
trozo del asta, y mal herido lo llevaron a su tienda, donde las jactancias de
D. Gutierre de Quijada hubieron de allanarse a pedir a D. Suero médicos y
cirujanos y dueñas, que cuidaran al caballero su amigo.
También D. Gutierre fue herido en el hombro, y este
mal recuerdo llevó del Passo para aumentar su mala voluntad a D. Suero de
Quiñones.
LOS CABALLEROS CATALANES
Comentando estaban el episodio de Castañeda y las
descortesías de Quijada y su gente, cuando el rey de armas entregó a D. Suero
la siguiente carta, escrita en papel “cobti”:
“Señor Don Suero de Quiñones, como nosotros dos
caballeros catalanes e hermanos de armas seamos ciertos, que vos tenedes un
Passo en la Puente de Órbigo, camino romero de Sanctiago, aviendo fecho una
empresa de armas, por la qual conviene a los romeros caballeros que van a la
dicha perdonanza, estorvar sus devociones, e tardar la romería, como por sus honras,
sean forzados de complir con vuestra voluntariosa empresa: lo qual visto por
nos, partimos de Cataluña con la mayor priesa, esperando servir al Apostol
Sanctiago, e nos ofrecemos a romper todas aquellas lanzas contenidas en
vuestros carteles, deseando quitar vuestro estorvo a los devotos romeros, e que
los romeros non resciban de aquí adelante más embargo. Para cumplimiento de lo
dicho, pedimos se fagan las armas dentro de dos días, porque non nos podemos
engorrar más, aviendo negocios que deliberar en otra parte de mucha estima. Va
esta letra firmada de nuestros nombres, FRANCI DE VALLE. RIEMBAO DE CORVERA, e
sellada con nuestros sellos de armas, e partida por a. b. c. Dada en la cibdad
de León a veinte e dos de Julio de mil. e quatrocientos. e treinta e quatro”.
Suero les contestó: “Mosen Franci del Valle e Mosen
Riembao de Corvera, por Portugal rey de armas, me fue reportada una letra hoy
sábado, en la qual se contenía que vos fuisteis dispuestos de partir de
Cataluña, queriendo romper las lanzas contenidas en mis condiciones, por me
delibrar de la prisión en que estoy,
lo qual yo vos mucho agradezco e estimo; mas entender que a ningún
conquistador es lícito justar con ninguno de los defensores del Passo, más de
fasta romper tres lanzas entre ellos, e non me alargo más, porque las manos son
menester para otras cosas de más honor...”
Los catalanes replicaron lo siguiente: “Mosen Suero
de Quiñones, por Sintra Persevant avemos rescebido vuestra hoy sábado, víspera
de Señor Sanctiago, respuesta a una por nos a vos enviada, a la qual non
conviene responder: pues vos en ninguna manera quisisteis aceptar nuestra
oferta, por la qual aviamos venido con priessa de Cataluña, a deliberar todos
los romeros, que por su honor son forzados de complir a vuestra voluntariosa
empresa. E non pensedes ser nos aquí venidos por romper tres lanzas, como non
tengamos en cuenta, pero pues non ha lugar la dicha oferta que vos habemos
fecho, por vos non la aver querido aceptar, conviene a nosotros de cumplir el
voto que fecho avemos, aquesto es requerirvos de batalla a todo trance,
pensando en fascer servicio a Dios e al Apóstol Sanctiago, e averles de nuestra
parte por el grande estorvo que por vos los dichos romeros han avido en muchas
maneras. Por lo que por la presente nosotros requerimos a vos Suero de
Quiñones, combatirvos a todo trance, e a otro qualquiera caballero que vos
querreis tornar por compañero, ofresciendo vos de aver plaza segura, e Juez
convenible e a nosotros en nada sospechoso. E porque las encima dichas cosas non
se puedan mudar nin traspasar, vos enviamos la presente por Portugal rey de
armas de yuso, escripta de nuestras manos, e sellada con el sello de nuestras
armas”.
A esta letra tan rompida e fuera de prudencia
militar e de nobleza caballeresca, respondió Suero lo siguiente: “Mosen Riembao
de Corvera e Franci del Valle, por el rey de armas Portugal, me fue dada una
letra vuestra, hoy domingo día del Apóstol Señor Sanctiago. En la qual se
contenía que vosotros me requeriades de batalla a todo trance, de lo qual non
poco soy maravillado de vosotros, siendo vosotros caballeros que pensades saber
de armas, requerir lo semejante, sabiendo vosotros que yo mantengo empresa
contra todos los caballeros del Mundo, la qual ya puesta en obra, es querer
vosotros perturvar mi fecho con la vuestra voluntariosa respuesta. Que si mi
empresa fuera con un caballero o dos, debiera aver lugar la más peligrosa, mas
a lo susodicho vos respondo que leades bien mis capítulos, e fallaredes que el
deceno dice que qualquier caballero o Gentil ome que quisiera quitar qualquier
pieza del arnés para correr las lanzas, que me lo envíe a decir e que será
respondido a su grado, si la razón e el tiempo lo admitiere. E pues a vosotros
place lo más peligroso, yo vos requiero que vos plega decir venir aquí e
requerir de quitar aquella pieza en que razonablemente más peligro venir pueda,
certificándovos que aquí fallaredes dos caballeros tales que ningún caballero
del Mundo reprocharles pueda. E sea ciertos que son tales, que pues vosotros
avedes voluntad de combatir por el servicio de Dios, que muy prestamente, e con
ayuda suya, vos enviarán delante de El; e non vos tranajedes de saber quien son
nin de más escrebir sobre este caso, si en plascer non vos viene de fascer lo
sobredicho, que certifico de non rescebir vuestra letra. Assi vos respondo por
esta firmada de mi nombre e sellada del sello de mis armas”.
Don Juan de Benavente dice a D. Suero que los dos
caballeros catalanes son unos palabreros.
Sin embargo, hay que hacer notar que estos catalanes,
tan largos de pluma, llegan después al Puente y luchan cuando les llega la
hora, pero al cabo quedan mal, porque D. Suero, terminando el Passo, los
desafía desde León y aún no se ha recibido la contestación, que yo sepa, en
1934.
LA PINTORESCA AVENTURA DE DON JUAN DE PORTUGAL
Había venido al Passo D. Juan de Portugal, rodeado
de una corte de caballeros y hombres de armas y criados y pages verdaderamente
brillante y pintoresca.
Y a proporción del aparato eran las jactancias, que
no parecía sino que se iban a comer crudos a los caballeros que defendían el
Passo.
A tanto llegó el alboroto, que D. Lope de Estúñiga,
que había de pelear con D. Juan, se sintió herido en su honor y mandó al rey de
armas y al faraute que dijeran a los Jueces que él pedía un combate más recio y
peligroso, y para ello solicitaba se le permitiese quitar defensas de su arnés,
“pues del mayor peligro mayor honra se sacaba”, así como se eligieran las
lanzas más fuertes.
Y esto se lo comunicó a D. Juan, rogándole hiciera
él lo propio, “por la honra que le deseaba e por el valor que en él se
conoscía”.
Don Juan recibió el aviso pero no contestó a lo
referente a las piezas del arnés que había de quitarse, sino que esto se vería
en la liza.
Los Jueces no consintieron en variar las condiciones
de las justas, porque la licencia real a ellas se refería, y si ellos las
alteraban podían peligrar “las sus cabezas”.
Armados, pues, legalmente, y en las mismas
condiciones que los demás caballeros, los trompetas tocaron el arma, y D. Lope
de Estúñiga arrancó con fuerza. Pero aquí comienza lo pintoresco de la pelea.
El corpulento caballo que el portugués traía al
Passo era de gran porte y presencia, pero tenía, entre otras mañas, la de no
correr, y para que entrara en la liza hubieron de “enbeodarlo con vino”, porque
en su estado normal no hubiera entrado en cuanto oyó el estruendo de la
tromperería. Y aun así le llevaban dos hombres de las riendas.
Volvió Estúñiga su caballo y esperó a que D. Juan y
los dos hombres lograran movilizar al elefante que D. Juan había traído, sin
duda para poner miedo en el ánimo de su rival.
Como pudieron, corrieron sin grande ni pequeño
revés hasta la quinta carrera, en que Estúñiga, algo cansado de lidiar a
contratiempo, arrancó de firme y tocó en la bavera al portugués, sin más que
rozarle y sin romper la lanza.
Don Juan se bajó del caballo, dando grandes voces y
clamores, diciendo: “Sancta María, ¿encontrome?” Y se interrumpió la justa,
acudiendo a él para socorrerle.
Por fortuna, D. Juan no tenía nada, y los mismos
que llevaban el caballo contestaron a su angustiosa pregunta: “Non, señor,
sinon que vos tocó un poco”.
EL RESCATE DE D. SUERO DE QUIÑONES
Al día siguiente D. Suero y ocho compañeros, pues
Lope de Aller estaba mal herido, fueron a la liza, donde todo estaba como en
día de justa.
Calaron la liza de puerta a puerta, en el mismo
orden y con igual solemne ceremonial que el primer día, es decir, pasearon el
campo, con aire y porte de triunfadores.
Pero ahora iban los caballeros lisiados y rendidos,
con las manos y los brazos con vendas, como si volvieran de la guerra contra
los moros de Granada.
Presentose D. Suero ante el cadahalso de los Jueces
y les dijo: “Señores de gran honor, ya es notorio a vosotros como yo fui
presentado aquí, hoy ha treinta días, con los caballeros Gentilesomes que
presentes son, pero mi venida es para complir lo restante de mi prisión, que
fue fecha por una muy virtuosa señora, de quien yo era fasta aquí; en señal de
la qual prisión yo he traido este fierro al cuello todos los jueves continuamente.
E porqué la razón porque me concertó fue de trescientas lanzas rompidas por el
asta, e estar treinta días continuos esperando caballeros o Gentiles-omes que
me librasen de tal rescate, quebrando las dichas lanzas conmigo, e con los
caballeros con quien emprendí esta empresa; e porque yo, Señores, pienso haber
complido todo lo que debía, según el tenor de mis capítulos, yo pido a vuestra
virtud me querades mandar quitar este fierro en testimonio de libertad, pues mi
rescate ya es cumplido. E porque assí mesmo, Señores, en el día primero que
rescebí este campo, propuse que todos los Caballeros que han seído en esta
empresa comigo puedan traer por devisa este fierro, que fasta agora era prisión
mía, con condición que cada e quando que por mí les fuesse mandado
expresamente, que la dexasen, fuessen tenidos a la más non poder traer; empero
la tal condición non fue nin es mi voluntad que se entienda de mi primo Lope de
Estúñiga nin de Diego de Bazán, que presentes están; antes digo que la puedan
traer como e quando su voluntad fuere, sin que a mí me quede poder de se lo
contrallar en ningún tiempo”.
Los Jueces respondieron diciendo: “Virtuoso
caballero e señor, como hayamos oído vuestra proposición e arenga e nos parezca
justa, descimos que damos vuestras armas por complidas e vuestro rescate por
bien pagado. E notificamos assí a vos, como a los demás presentes, que de todas
las trescientas lanzas en vuestra razón limitadas, quedan bien pocas por
romper, e que aun ésas non quedaran si non fuera por aquellos días en que non
fecistes armas por falta de caballeros conquistadores. E acerca de vos mandar quitar el
fierro, descimos e mandamos luego al rey de armas e al faraute que vos le
quiten, porque nosotros vos damos de aquí por libre de vuestra empresa e rescate”.
Luego el rey de armas y el faraute bajaron del cadahalso, y delante de los
Escribanos, con toda solemnidad, le quitaron el argolla de su cuello,
cumpliendo el mandamiento de los jueces. Y D. Suero había cumplido sus
compromisos.
SE LEVANTA EL CAMPO, Y A LEÓN
El martes 10 se desarmaron tiendas y cadahalsos, y
D. Suero y sus compañeros de arman fueron a cenar y dormir a la casa de
Quiñones.
Y al otro día fueron temprano a oír misa al devoto
Monasterio de Santa María de Carrizo, por fortuna aún en pie. Y de aquí,
pasando por Pontejos, se dirigieron a León, donde les esperaba una triunfal
acogida.
Los caballeros y “personas de estado” les esperaban
en la puerta de Rúa-nueva, por donde entraron. Esta Rúa-nueva llamóse después
Renueva, y hoy se denomina Suero de Quiñones.
Siguieron su camino por San Isidro a la Iglesia
Mayor de Santa María de Regla, donde, descabalgando, entraron a hacer su oración delante del altar mayor. De allí
partieron para el palacio de D. Diego Fernández de Quiñones, padre de D. Suero,
donde todos fueron recibidos con todo agasajo y “servidos de quanto les fue
menester”.
Regaló D. Suero su vajilla de plata al rey de arma
del Passo, pagó con largueza a todos y marchó a Laguna, donde su madre estaba,
y allí sanó sus heridas.
Y fue en romería a Santiago de Compostela, donde
dejó en ofrenda al Apóstol un brazalete de oro, regalo de su dama, y que aún
hoy ostenta la imagen de Santiago Alfeo.
Sencillamente dice el cronista que D. Suero de
Quiñones fue a Laguna de Negrillos, en el Páramo leonés, a curar de sus
heridas, y que allí estaba su madre, la muy noble señora doña María de Toledo.
Aún levanta sus ilustres ruinas el palacio de
Laguna del señorío de los Quiñones, reedificado por el padre de D. Suero a fines
del siglo XIV, y así lo pregonan las armas de D. Diego Fernández de Quiñones y
de doña María de Toledo.
Era el palacio de recinto murado, con gran torreón,
puerta de arco agudo, con lucida arquivolta y ventanas treboladas, todo ello de
alto porte señorial, como el castillo de Villanueva de Jamuz, también
reconstruido por el padre de D. Suero.
Lo que el cronista no dice son las amarguras que
tras aquellas ventanas tan lindas pasaría doña María de Toledo los treinta
soles que su hijo pasó, no lejos de Laguna de Negrillos, del 10 de julio al l0
de agosto de 1434.
***
MANTENEDORES DEL PASSO HONROSO
Don Suero de Quiñones.
Lope de Aller.
Lope de Estúñiga.
Diego de Benavides.
Diego de Bazán.
Pedro de Ríos.
Pedro de Nava.
Gómez de Villacort.
Suero Gómez.
Sancho de Rabanal.
***
DON QUIJOTE DE LA MANCHA Y EL PASSO HONROSO
A más de D. Suero de Quiñones, tienen el altísimo
honor de ser citados con elogio de D. Quijote de la Mancha, otros tres
caballeros que estuvieron y justaron en el Passo Honroso, y son el portugués
-de origen portugués, aunque nacido en Castilla- Juan de Merlo, don Gutierre de
Quijada y su primo don Pedro Barba.
Es ésta la más grande y noble ejecutoria de
valentía y nobleza, como certificada e inmortalizada por el gran caballero
andante, flor y nata de la caballería y el más glorioso de todos los caballeros
del mundo.
Excelente artículo para entender las Justas Medievales. El monasterio de Nogales es un enorme montón de ruinas, excepto la fachada principal y la torre de la iglesia.
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