Ordoño
I reconquistó León en el año 856,
restauró
las murallas romanas,
instaló
su palacio en las antiguas termas
y
convirtió la ciudad en sede episcopal.
Con
él la monarquía asturiana bajó de las montañas
a
las tierras del valle del Duero.
En
el año 916 Ordoño II,
en
agradecimiento por una importante victoria,
donó
las termas a don Fruminio, obispo de León,
para
levantar allí una catedral.
De
aquel primitivo modesto edificio poco se sabe.
En
él fue sepultado Ordoño II en el año 924.
Tras
la destrucción de la ciudad por Almanzor a finales del siglo X,
sobre
el primer templo se erigió en el siglo XI una catedral románica
por
iniciativa del obispo don Pelagio.
La
dimensión de su nave se correspondería con la actual catedral,
mientras
que su ábside apenas llegaba a la línea de arranque
de
la girola gótica.
Una
vez asegurada la frontera en el Tajo,
se
reedificaron, con más riqueza, muchas iglesias.
El
prelado Manrique de Lara decidió reconstruir la catedral de León,
y
se iniciaron los trabajos,
pero
el proyecto se frustró al morir dicho obispo en 1205.
La
obra gótica se llevó a cabo en la segunda mitad del siglo XIII,
coincidiendo
con el reinado de Alfonso X el Sabio,
y
teniendo como impulsor al obispo don Martín Fernández.
Don
Martín era notario real y amigo del monarca,
y
consiguió de éste ayudas para su proyecto.
***
El
lugar que ocupa en la ciudad la catedral en León
responde
a un emplazamiento que se repite en Castilla,
vinculando
el templo a la muralla, como en el caso de Ávila.
La
girola del siglo XIII se integró en la muralla romana.
La
nueva iglesia gótica se apoyó en los viejos pies románicos
y
desplegó su cabecera hacia fuera de la ciudad,
que
era la única dirección en la que disponía de espacio para crecer,
pues
en el interior el apretado caserío no permitía hacerlo.
Para
ello, se tiró parte de la muralla romana,
que
discurre bajo el altar mayor.
La
catedral de León presenta una frágil cabecera
de
tracerías góticas finas y ligeras,
pero
cuenta con un sólido basamento
que
contribuiría a la fortificación de la ciudad.
En
los contrafuertes de la cabecera se abren amplios arcos
que
permiten moverse por encima de las capillas absidiales,
pues
el adarve de la muralla pasa por esa zona.
De
hecho, algunas piezas de la catedral (demolidas en el siglo XIX)
formaban
un todo con el amurallamiento.
La
Iglesia debía mantener y defender en tiempo de guerra
una
gran parte de la muralla,
que
era la que estaba inmediata a la catedral
y
a las casas del obispo y de los canónigos.
La
propia catedral fue escenario de enfrentamientos armados
y
sirvió de bastión como plaza fuerte.
Así
se recoge en la Crónica de Alfonso XI
en
relación con las luchas civiles provocadas
por
quienes pretendieron la tutoría del monarca
durante
su minoría de edad (1312-1325),
coincidiendo
con la terminación de la obra principal de la catedral:
Los
partidarios de don Juan Manuel, nieto de Fernando III,
y
los del infante don Felipe, hijo de doña María de Molina,
se
enfrentaron en León,
en
cuya catedral se hicieron fuertes los de don Juan;
entró
en la ciudad don Felipe, tío del rey,
y
«mandó combatir la iglesia muy fuertemente,
e
entráronla por la fuerza»,
después
de quemar «unas casas del Obispo
que
estaban arrimadas a la iglesia»;
los
del interior, a pesar de que se habían abastecido de armas
y
de que «barbotearon» las puertas del templo,
terminaron
entregando «aquella fortaleza de la iglesia».
***
El
templo se levantó sobre un proyecto que no sufrió alteraciones.
La
obra se terminó con celeridad,
lo
que le proporcionó una unidad poco frecuente.
La
construcción se concluyó en 1303,
o
sea, en unos cincuenta años.
La
catedral se erigió en un solar
que
había sido ocupado por distintas construcciones
sucesivamente
superpuestas en el tiempo,
lo
que condujo a reaprovechar los cimientos anteriores.
Sin
embargo, el templo gótico superaba, en planta y alzados,
a
los anteriores edificios - termas romanas y catedral románica -.
Se
desconoce quién fue el autor de la traza.
Procedía
de Francia
y
conocía los modelos de Chartres, Reims y Amiens,
es
decir, la arquitectura gótica de la primera mitad del siglo XIII,
si
bien aquí abordó soluciones nuevas, más atrevidas,
que
sitúan a la catedral leonesa
en
la vanguardia de la arquitectura gótica europea,
en
el arriesgado empeño de aligerar masa y reducir paramentos.
Quizás
el maestro de León fue el mismo que el de Burgos,
el
maestro Enrique.
Cuando
murió éste, le sustituyó, tanto en Burgos como en León,
Juan
Pérez (“maestre de la obra de Santa María de Regla”,
según
reza su testamento),
que
siguió con fidelidad los planos de su antecesor.
A
León le precedieron en el tiempo tanto Burgos como Toledo,
pero
la obra de León aportó ideas
que
desafiaban cuanto hasta entonces se había hecho.
Planteó
una altura hasta entonces desconocida para las bóvedas,
sostenidas
por finos arbotantes.
Lo
más destacado de la obra leonesa es el vaciado del muro,
que
casi desaparece.
Concentrando
los empujes en los puntos de apoyo de los arcos,
las
paredes quedaban libres de carga,
simples
tabiques de cerramiento.
Al
eliminar la masa mural,
la
construcción ofrece una imagen ingrávida
nueva
en la arquitectura española del siglo XIII.
La
catedral de León, junto con Chartres y la Sainte Chapelle de París,
son
las que tienen mayor superficie de vidrieras.
La
piedra es sustituida por la luz,
que,
filtrada por los vitrales de colores,
crea
en el interior del templo un ámbito prodigioso;
además,
las vidrieras sustituyen también a la pintura mural
en
su función docente e ideológica.
Sin
embargo, las torres son muy poderosas
y
prácticamente ciegas en su arranque,
torres
fuertes como otras españolas,
la
antítesis de las esbeltas y caladas torres del gótico francés;
resultan
muy arcaizantes
y
se apartan de la sutil arquitectura del resto del templo;
su
finalidad es distinta
y
su concepción y construcción parecen deberse a otro autor.
La
actual planta del templo corresponde al trazado del siglo XIII,
sin
incluir claustro ni otras dependencias anejas, que son posteriores.
En
cambio, en el exterior
ha
sido tal la transformación de sus fachadas
que
difícilmente puede reconocerse la arquitectura del siglo XIII.
Sobre
el núcleo del siglo XIII se producirán en los siglos siguientes
adiciones
y modificaciones,
aunque
no tan importantes como las que tuvieron lugar
en
las catedrales de Burgos o de Toledo,
bien
porque la ubicación de la catedral no lo permitía,
bien
porque León no vivió la prosperidad de aquellas otras ciudades.
Pese
a ello, en los primeros siglos de su historia
la
seo leonesa experimentó alteraciones y añadidos
que
se convirtieron en agravante de los males
que
amenazaron la frágil estructura gótica de la iglesia.
***
Mientras
tanto, el lugar fue llenándose de muertos.
En
el claustro y en el interior del templo hay muchos enterramientos,
algunos
procedentes de la vieja catedral románica.
Además,
algunos de los sepulcros han sufrido traslados,
a
consecuencia de las sucesivas obras.
En
el altar mayor está la urna o
arqueta del obispo San Froilán,
que
se expone debajo del retablo de la capilla.
Froilán,
anacoreta y obispo, fue uno de los pilares
del
proyecto repoblador y misionero del último rey de Asturias,
Alfonso
III el Magno.
Froilán
murió en el año 904 y fue enterrado
en
un sepulcro hecho construir para sí por Alfonso III.
A
comienzos del siglo XVI sus restos fueron trasladados
a
un arca de plata y oro.
En
la girola, detrás del altar mayor,
en el paño central del trasaltar,
enfrente
de la capilla de la Virgen Blanca,
está
enterrado el rey Ordoño II de León,
el
rey que hizo levantar la primera catedral, en el siglo X.
Era
hijo de Alfonso III el Magno y de doña Jimena, reyes de Asturias.
Falleció
en el año 924.
Siguiendo
sus deseos, fue sepultado en la primitiva catedral de León,
hoy
desaparecida,
por
lo que se ignora el lugar en el que se ubicó la sepultura inicial.
Ordoño
II fue el primer monarca enterrado en la ciudad de León.
Su
sepulcro ha sufrido reformas desde el siglo XIII hasta el siglo XV.
Aunque
la mayor parte del mausoleo es del siglo XV,
la
estatua yacente, la parte más antigua del sepulcro,
es
del siglo XIII, contemporánea de la catedral gótica,
y
parece haber sido esculpida para estar de pie;
pudo,
por tanto, haber sido desplazada a este lugar
desde
alguna de las portadas de la catedral.
Las
figuras y rótulos que rodean la escultura del monarca
quizás
fueron copiados del sepulcro primitivo
y
contienen un resumen de las principales conquistas del rey;
un
monje y un heraldo señalan con sus dedos
los
epitafios colocados bajo ellos. Respectivamente:
«OMNIBUS
EXEMPLUM SIT, QUOD VENERABILE TEMPLUM REX DEDIT ORDONIUS. QUO JACET IPSE PIUS
HANC FECIT SEDEM QUA(M) P(RI)MO FECERAT EDEM, VIRGINIS ORTATU QUAE FULGET
PONTIFICATU PAVIT EAM DONIS PER EAM NITET URBS LEGIONIS QUESUM(US) ERGO DEI
GRATIA PARCAT EI. AMEN».
«IS
REX ALFONSI P(A)TRIS SUI VESTIGIO, PRUDENTER ET CULTE (IUSTE) REGNU(M)
GUBERNANS. TALAVERA(M) CEPIT ET ARABES APUD CASTRU(M) S(AN)C(T)I STEPHANI
POSTRAVIT, SUBJU / GAVITQ(UE) SIBI LISITANIA(M) ET BETICA(M) PROVINCIAS ET
TERRA(M) ARABU(M) QUAE SINCILLA / DICITUR MAGNA STRAGE SUBEGIT, ANAGARU(M)
CEPIT ET VICARIA(M), ET OCT / AVO REGNI SUI AN(N)O CU(M) SEX MENSIB(US)
CU(M)PLETIS, ZAMORAE INFIRMITATE / P(ER)CUSUS AB HOC S(E)C(U)LO MIGRAVIT, ERA
DCCCCXXXIII».
Hasta
el siglo XIX, la diaria Misa de Alba era ofrecida
en
memoria de este rey y de sus sucesores.
El
hermano de Ordoño, el rey Fruela II
de León,
también
fue sepultado en el primer templo románico,
aunque
en la actualidad se desconoce el paradero
ni
de su sepultura ni de sus restos mortales.
Hay
quien afirma que, tras una primera inhumación en la catedral,
el
cuerpo fue trasladado al Panteón de Reyes
de
la capilla de Ntra. Sra. del Rey Casto de la Catedral de Oviedo.
En
la capilla de la Virgen Blanca,
cerca del sepulcro de Ordoño II,
se
encuentran dos sepulcros del siglo XIV,
a
ambos lados de la escultura de la Virgen;
Uno
de ellos contiene los restos del infante Alfonso
de Valencia,
benefactor
de la catedral,
hijo
del infante Juan de Castilla “el de Tarifa”
y
nieto de Alfonso X el Sabio, rey de Castilla y León.
En
el otro, uno de los más bellos de la catedral,
se
encuentra la condesa Sancha Muñiz,
hija
del conde Munio Fernández.
La
condesa fundó a orillas del Esla, en Cabreros del Río,
un
monasterio que donó a la catedral;
la
generosidad de Sancha suscitó el recelo de su sobrino y heredero,
que
terminó matando a la condesa;
esta
historia está representada en el frontis de la urna:
la
condesa ofrece el templo a la Virgen de Regla;
a
continuación unos sicarios la asesinan
y
el sobrino, a caballo, presencia el crimen;
al
final, el sobrino cae del caballo,
su
pie queda enganchado en el estribo
el
animal lo arrastra y le causa la muerte,
recibiendo
así castigo el asesino.
Otra
mujer enterrada en el templo es doña
María Velázquez,
junto
a su esposo don Rodrigo Alonso de
Mansilla,
Adelantado
de guerra de León y Galicia y Merino mayor de Asturias.
Ambos
fueron patrocinadores de la catedral.
Sus
sepulcros y estatuas yacentes se encuentran
en
los muros de la capilla de San Andrés.
La
capilla fue construida en 1376 por don Rodrigo y su esposa
como
panteón familiar.
En
la misma, una lápida señala
el
enterramiento de Florián Mansilla Cabeza
de Vaca:
«Florián
Mansilla Cabeza de Vaca, caballero del hábito de Santiago, natural desta
Ciudad, se mandó enterrar en esta capilla del Adelantado don Rodrigo Alonso de
Mansilla, hermano abuelo por línea directa de varón. Dejó a esta capilla un
cáliz de plata dorado a partes y dentro de un relicario de cristal y plata un
hueso de Sant Andrés Apóstol».
Están
enterrados en la seo numerosos obispos,
algunos
de ellos en la capilla de San Andrés.
El
obispo don Pelagio, fundador de la
catedral románica,
en
la entrada de la sacristía.
El
obispo don Manrique de Lara (muerto
en 1205),
iniciador
de la catedral gótica en 1188,
en
la capilla de Nuestra Señora del Dado.
El
obispo don Martín Fernández (muerto
en 1289),
protegido
de Alfonso X e impulsor de la catedral gótica,
en
el brazo sur del transepto;
aunque
no se sabe con seguridad quién está enterrado allí,
si,
efectivamente, Martín Fernández
o
su antecesor Munio Álvarez (muerto
en 1252);
este
sepulcro está muy deteriorado,
a
causa de las corrientes de agua en los cimientos de esa zona,
debido
a las calderas de las antiguas termas romanas
que
se hallan en el subsuelo.
El
obispo don Arnaldo, en la capilla
del Nacimiento;
fue
amigo de Fernando el Santo y perseguidor de los albigenses.
El
obispo don Diego Ramírez de Guzmán,
hoy
en la capilla de la Esperanza y antes en la del Nacimiento.
El
obispo don Gonzalo Osorio,
en
la capilla de la girola que hoy hace de antesacristía.
El
obispo don Juan Ocampo,
en
la antigua capilla de santa Teresa.
El
obispo don Martín Rodríguez “el
Zamorano”
(llamado
así por haber pasado de la sede de Zamora a la de León),
en
el muro del crucero norte, junto a la entrada al claustro;
es
una obra maestra de la escultura funeraria,
atribuida
al Maestro de la Virgen Blanca.
El
obispo don Rodrigo Álvarez,
en
la capilla del Carmen, cerca de la girola;
es
el mejor conservado de la catedral.
El
obispo don Rodrigo de Vergara
(muerto en 1478),
en
la capilla de Nuestra Señora del Pilar,
capilla
que esconde la puerta que da acceso
a
la escalera de caracol de la torre Limona,
construida
en el siglo XV por el maestro Jusquín
para
mejorar los empujes de los arbotantes hacia la cabecera.
También
hay enterramientos de personajes leoneses destacados,
de
entre los siglos XIII y XVI.
Entre
ellos sobresale, en el claustro,
el
del canónigo don Juan Martínez de Grajal.
«Oh,
tú, quien quiera que seas, que pasas y contemplas la mezquina superficie de
este mármol; mira dónde lleva la vana gloria del mundo. Fui canónigo de León y
estudié las leyes civiles para proteger a los necesitados; un nombre cubierto
de títulos y unas sienes coronadas de laurel proclaman mi amor a la Justicia.
Pero, ¿para qué sirven tales honores y la multitud desolada de amigos y deudos?
Nadie puede ayudarte en este trance. Mi patria fue Grajal y Juan tuve por
nombre. El espíritu asciende a lo alto, mas los huesos quedan bajo la piedra».
Y,
en el interior, los sepulcros de dos arcedianos,
en
antiguas capillas hoy ocupadas por el museo:
Gonzalo Petri, en la antigua capilla de la Trinidad.
El Maestro Facundo, en la antigua capilla de santa Catalina.
En
la capilla de Nuestra Señora del Dado
se
conserva el lugar donde debió ser enterrado
Juan del Enzina,
«por
ser el lugar que le vendió el Cabildo para su enterramiento».
En
la actualidad se ignora dónde están sus restos.
Allí
mismo está el lugar de reposo de Pérez
Gavilán,
un
rico comerciante que donó su hacienda al cabildo,
fue
nombrado canónigo honorario y murió en 1382.
Debajo
de una pintura de san Cristóbal se conserva un sepulcro
que
albergó las cenizas de san Alvito.
Alvito
fue hijo de Aloito Fernández de Saavedra,
que
fue ricohombre y mayordomo mayor del rey Bermudo II de León.
Alvito
fue obispo de León desde 1057.
En
1063 el rey Fernando I organizó una expedición
contra
el sur peninsular,
y
tras sus éxitos militares envió a Sevilla a Alvito
para
recuperar los cuerpos de las santas Justa y Rufina;
no
se encontraron los restos de éstas, pero sí los de san Isidoro.
Alvito
murió en Sevilla
una
semana después de hallar el sepulcro del santo,
y
se trasladaron a León los cuerpos de ambos.
(Los
restos de san Isidoro se encuentran en la basílica leonesa).
Alvito
no fue canonizado,
pero
sí venerado como santo en la iglesia de León.
Hoy
el sepulcro de Alvito, apoyado en dos gárgolas caídas, está vacío.
La
actual capilla de San Alvito está frente a la capilla del Nacimiento:
En
1522 murió el maestro Juan de Badajoz el Viejo.
Por
entonces, los modelos góticos estaban agotados
y
la catedral de León se abre a las modernas concepciones artísticas
a
través de Juan de Badajoz el Mozo,
arquitecto
de Santa María de Regla hasta su muerte en 1552;
el
nuevo maestro introdujo la estética renacentista en la catedral,
fundiéndola
con la obra gótica de su padre.
A
iniciativa del obispo del momento, en 1527
Juan
de Badajoz el Mozo proyectó un altar-sepulcro para Alvito.
Los
restos del “santo” fueron trasladados en 1565.
El
frontal de plata de su tumba
se
lo llevaron los franceses en el siglo XIX.
***
A
comienzos del siglo XVI se perdió
parte
de la transparencia de la cabecera,
al
irse cerrando los arcos del presbiterio
con
un sutil calado pétreo que evoca un trabajo de rejería,
en
estilo gótico flamígero.
Pero
por esas fechas empezaron a apreciarse las primeras grietas.
Se
ha apuntado como causa de las mismas:
cimentación
insuficiente, rapidez en la construcción,
delgadez
extrema de todos los elementos del apoyo,
mal
estribamiento, deficiente trabazón de los materiales...
Las
antiguas termas,
con
sus corrientes de agua, sus huecos y sus inestables ruinas,
ya
durante la construcción dieron problemas.
En
el siglo XVI, la catedral experimentaba movimientos alarmantes,
con
frecuentes desplomes parciales.
Estaba
sufriendo un rápido envejecimiento.
En
1631 la bóveda del tramo central del
crucero se hundió.
El
entonces maestro de la catedral, Juan de Naveda,
propuso
levantar una cúpula ciega
y
asegurar la trabazón de la arriesgada obra de cantería
con
una especie de rudimentario mallazo tejido
a
base de grandes clavos entre las juntas y alambre atando aquéllos.
Pero
la necesidad de incorporar nuevos elementos como las pechinas
para
poder sentar el arranque anular de la cúpula semiesférica,
en
vez de atajar el daño lo agravó.
Debido
a los empujes interiores, en la fachada sur
se
siguieron produciendo derrumbamientos y abriéndose grietas.
En
el siglo XVIII los problemas de la
catedral fueron agudizándose
y
las actuaciones propuestas aceleraron la situación crítica.
Se
recurrió a Joaquín de Churriguera,
afamado
escultor pero con escasa experiencia como arquitecto,
pese
a lo cual también estaba trabajando en los problemas similares
que
presentaba la catedral de Salamanca.
El
desconocimiento de la mecánica del sistema arquitectónico gótico
hizo
acumular errores.
Cada
decisión tomada implicaba
un
incremento pétreo, un aumento del peso,
y
por tanto un progresivo empeoramiento del mal.
En
1743 se desmoronó parte del templo:
Se
vino abajo un pilar toral y las bóvedas inmediatas.
La
ciudad temía una catástrofe total.
Se
llamó a Giacomo Pavía,
conocido
pintor pero con poca formación en arquitectura.
Éste
adoptó soluciones provisionales
que
no iban a la raíz de los daños.
Rehizo
lo hundido y “maquilló” los problemas,
sustituyendo
piedra por madera pintada.
En
1755 el terremoto de Lisboa se dejó
sentir también en León,
y
en particular en su catedral.
Para
reparar los nuevos deterioros, se optó por macizar huecos.
***
Así
se llegó al siglo XIX
y
a la revalorización del gótico por el Romanticismo en toda Europa:
Es
en esos años cuando se decide
terminar
la catedral de Colonia,
restaurar
Nuestra Señora de París,
dotar
de una nueva fachada a la catedral de Florencia...
Sin
embargo, en España coincidió con el proceso desamortizador,
que
tanto daño hizo a nuestro patrimonio arquitectónico.
La
catedral de León amenazaba una ruina inminente.
Necesitaba
con urgencia soluciones
a
cuyo coste el cabildo ya no podía hacer frente.
Pidió
ayuda al Gobierno,
y
afortunadamente éste reaccionó de modo positivo.
En
1844 la catedral de León fue el primer edificio español
que
recibió la declaración de Monumento Nacional,
lo
que comportaba el compromiso
de
que fueran por cuenta y cargo del Estado
las
obras de restauración y conservación.
Pero
éstas no fueron inmediatas.
Pocos
años después se produjeron hundimientos en las bóvedas
y
la fachada sur se empezó a desplomar.
El
obispo de León escribió una alarmada carta solicitando auxilio
al
duque de Rivas, presidente de la Academia de San Fernando.
La
empresa constituía un reto considerable,
dada
la envergadura de los daños.
Se
decidió desmontar y reconstruir todo el costado sur de la catedral,
iniciativa
que levantó una intensa polémica.
El
ambicioso proyecto era restaurarlo
eliminando
con un sentido purista lo que no era originalmente gótico,
suprimiendo
todas las adiciones.
Cruzada
Villaamil propuso consultar al mismo Viollet-le-Duc,
quien
se había ofrecido a asesorar las obras,
consulta
que rechazó la Academia de San Fernando.
Al
debate técnico y artístico se añadió el conflicto político
en
los difíciles tiempos de la Revolución del 68.
Las
obras se vieron afectadas en distintos aspectos,
incluso
por el hecho de que los obreros no cobraban puntualmente,
lo
cual repercutió en los trabajos;
el
obispo y el propio arquitecto llegaron a adelantar cantidades
para
pagar jornales.
El
ambiente en torno al asunto de la restauración de la catedral
estaba
cada vez más enrarecido.
Se
sucedían los arquitectos, las propuestas y las disputas,
y
se avanzaba poco.
Interrupciones,
indisciplinas, picarescas, desconfianzas, despidos...
El
caos iba en aumento.
La
catedral llevaba 10 años desmantelada.
La
Academia nombró una Comisión,
de
la que formaba parte José Amador de los Ríos,
que
aconsejó relevar al arquitecto.
El
Ministerio abrió expediente a éste,
por
irregularidades “económico-administrativas”.
Ello
dio lugar a una serie de duras cartas públicas
cruzadas
entre el arquitecto y la comisión,
en
las que salieron a relucir todo tipo de ruindades.
En
los años siguientes el abandono de las obras llegó a tal extremo
que
en 1876 el prelado leonés envió unas angustiadas circulares
a
las demás diócesis españolas solicitando ayuda económica,
pues
«muchos años ha que los Gobiernos
no
atienden esta desgraciada Iglesia»,
cuya
catedral «vendrá a derrumbarse enteramente»,
como
se deducía del informe pericial que acompañaba.
El
autor de tal informe que afirmaba que, de no realizarse las obras,
en
breve la ruina de la catedral «es segura y pronta»,
era
Juan de Madrazo y Kuntz.
Con
él se inició en España la restauración de la arquitectura medieval
con
criterios arqueológicos y científicos,
aunque
actualmente se consideran discutibles.
Era
un hombre erudito y preparado
que
había estudiado las obras de Viollet-le-Duc.
Madrazo
había sido nombrado nuevo director de las obras en 1869,
y
permaneció en el cargo hasta 1879,
año
en que fue cesado, se dice que acusado de masón.
Murió
pocos meses después.
Es
a él a quien se debe el aspecto actual de la catedral.
Madrazo
“imaginó” la catedral gótica ideal
más
allá de la realidad histórica del templo. La catedral “soñada”.
Además,
proyectó una ingeniosa armadura de madera
que
sujetaba el edificio a partir del triforio dejando expedita la planta,
atando
bóvedas y muros y descargando los arbotantes,
de
suerte que desactivaba la mecánica de arcos y bóvedas
y
neutralizaba los empujes.
A
pesar del urgente diagnóstico de Madrazo
y
de la desesperada circular episcopal,
los
fondos seguían sin llegar a León.
Las
autoridades eclesiásticas, civiles y militares de la provincia
hicieron
un último intento,
proponiendo
una colecta entre «todas las naciones de Europa».
En
respuesta, el rey Alfonso XII efectuó un generoso donativo.
Poca
más respuesta hubo.
En
1880 se nombró como sustituto de Juan de Madrazo
a
Demetrio de los Ríos, perteneciente
a otro clan familiar
tan
influyente como el de los Madrazo.
Al
mismo tiempo, el Estado empezó a aportar el dinero necesario.
Desde
entonces hasta su fallecimiento en 1892,
Demetrio
de los Ríos llevó la obra a buen ritmo.
Con
un criterio purista a ultranza,
él
fue el ejecutor del proyecto de Madrazo.
Además,
propuso acciones que más tarde se cumplirían,
como
el aislamiento de la catedral como edificio exento.
En
1880 el templo ofrecía una imagen desoladora,
faltando
muchas de sus bóvedas.
En
1890, Ríos dirigía una memoria al ministro de Fomento
dando
cuenta de lo ejecutado en este periodo, afirmando
haber
«descostrado en absoluto interiormente todo el templo,
repicando
y rejuntando todos los sillares
de
sus pilas, arcos perpiaños y oblicuos, bóvedas, muros
y
demás partes de su estructura fundamental,
no
quedando en toda su amplitud ni un decímetro superficial
sobre
el cual no haya pasado el cincel
para
arrancarles las diferentes capas de todos colores y especies
que
le fueron poniendo
los
siglos de ignorancia y depravación artística».
Hasta
procedió a levantar el suelo de la catedral,
sustituyendo
las losas antiguas, en mal estado,
por
otras relabradas de las mismas, en la medida en que fue posible.
Actuaciones
así las ha habido en otras muchas catedrales de Europa,
como
la de Reims,
que
fue prácticamente destruida durante la Primera Guerra Mundial,
y
luego reconstruida.
En
1892 murió Demetrio de los Ríos.
Su
sucesor, Juan Bautista Lázaro,
restauró las vidrieras.
Instaló
un horno, montó un taller
y
trabajó intensamente entre 1892 y 1898.
Para
los vanos que habían sido tapiados
se
fabricaron nuevos vitrales
cuya
perfección técnica hace difícil distinguirlos de los antiguos.
Pese
a esta intervención, las vidrieras de la catedral leonesa
siguen
constituyendo el mejor conjunto medieval de Europa.
La
organización de su temática
responde
a la simbología del pensamiento medieval:
El
piso bajo recoge dibujos vegetales que simbolizan la tierra
y
escenas de las clases trabajadoras.
Los
ventanales medios o triforios representan el nivel terrestre alto:
la
realeza y el estamento nobiliario (personajes y escudos).
Los
ventanales altos o claristorio representan la esfera espiritual,
con
escenas de ambos Testamentos.
En
el testero norte, donde incide menos la luz del sol,
las
escenas corresponden al Antiguo Testamento,
cuando
la humanidad aún no había recibido la luz de Cristo.
La
fachada sur, mejor iluminada,
cuenta
el Nuevo Testamento, la Buena Nueva.
Hay
además algunas representaciones llamativas:
Simón
el Mago, un alquimista trabajando con su matraz...
Se
dice que algunas de las vidrieras más luminosas
son
aquéllas en las que se utilizó en el siglo XIV el amarillo de plata,
un
compuesto que se conocía desde un siglo antes y que fue
el
resultado fallido de intentar convertir nitrato de plata en oro;
es
decir, de aplicar el arte secreto de la alquimia.
Por
todo el templo se pueden encontrar detalles interesantes:
Se
ha llamado la atención sobre el gran número de alquerques,
antiguos
tableros de juego,
que
hay tallados en las viejas losas.
Hay
también representaciones curiosas:
En
el claustro, en un capitel, figuran
Alfonso
XI, su amante Leonor Ramírez de Guzmán
y
el obispo don Juan Ocampo.
En
el pórtico principal puede verse al llamado “hombre verde”,
cabeza
humana rodeada de follaje que sale de su boca y su nariz...
Todo
ello se ha preservado, pese a que, en el siglo XIX,
desde
los elementos más firmes, como el pavimento,
hasta
los más sutiles, como las vidrieras,
todo
fue alterado con arreglo a un criterio riguroso.
Algunos
pasadizos y túneles fueron cegados
para
reforzar la cimentación.
En
el siglo XVIII se había introducido un elemento
totalmente
extraño a la estructura gótica:
El
cabildo leonés, impresionado por el “transparente”
que
Narciso Tomé había construido en la catedral de Toledo,
decidió
hacer algo parecido en el presbiterio de la suya.
Contrató
con dicho artista, y con su sobrino Simón Gavilán,
un
enorme retablo barroco, aparatoso y teatral,
para
reemplazar el que Nicolás Francés había pintado en el siglo XV
para
la capilla mayor.
El
retablo barroco se colocó en 1740.
Chocaba
de tal modo con la sencillez del templo
que
en el siglo XIX, durante las obras de restauración,
los
arquitectos “puristas” decidieron desmontarlo.
En
la actualidad se encuentra depositado por el cabildo
en
la iglesia de los Capuchinos.
Se
emprendió entonces la tarea de reconstruir el retablo gótico,
compuesto
por decenas de piezas,
pero
la mayoría había desaparecido;
sólo
se recuperaron las cinco mayores,
que
integran el retablo actual, el resto de cuyas tablas
se
trajeron de distintos lugares.
En
1901 la catedral se abrió de nuevo al culto.
A
lo largo del siglo XX se han realizado otras restauraciones parciales.
En
1913 José González publicó Pulchra
Leonina,
novela
cuya acción se desarrolla en torno a la catedral de León
en
los días de su restauración.
***
En
1991, Juan Antonio Toral, un vagabundo asturiano de 32 años,
estuvo
algún tiempo merodeando por la catedral.
Pasaba
los días sentado en sus bancos
y
las noches acostado junto a la valla.
Una
madrugada de abril de 1991,
trepó
por el cable del pararrayos,
rompió
una vidriera de la capilla de la Virgen Blanca,
entró
y un rato más tarde volvió a salir.
La
policía lo detuvo dos días después.
En
su declaración ante el juez,
el
vagabundo explicó que había entrado
porque
oía voces, algo le llamaba desde el interior del templo.
Aseguró
que no quiso hacer daño a la catedral
sino
sólo levantar la tapa del sepulcro del infante Alfonso
y
dialogar con el vampiro que amenazaba la ciudad;
«a
pesar de que me exponía a que los vampiros me mataran,
entré
sin armas ni cuchillos».
Juan
fue recluido en un centro psiquiátrico.
Entre
unas cosas y otras,
es
un milagro que la catedral de León siga en pie,
amenazada
como ha estado por la ruina casi desde su construcción.
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