martes, 14 de octubre de 2014

LEÓN. Catedral




Ordoño I reconquistó León en el año 856,
restauró las murallas romanas,
instaló su palacio en las antiguas termas
y convirtió la ciudad en sede episcopal.
Con él la monarquía asturiana bajó de las montañas
a las tierras del valle del Duero.

En el año 916 Ordoño II,
en agradecimiento por una importante victoria,
donó las termas a don Fruminio, obispo de León,
para levantar allí una catedral.


De aquel primitivo modesto edificio poco se sabe.
En él fue sepultado Ordoño II en el año 924.

Tras la destrucción de la ciudad por Almanzor a finales del siglo X,
sobre el primer templo se erigió en el siglo XI una catedral románica
por iniciativa del obispo don Pelagio.

La dimensión de su nave se correspondería con la actual catedral,
mientras que su ábside apenas llegaba a la línea de arranque
de la girola gótica.

Una vez asegurada la frontera en el Tajo,
se reedificaron, con más riqueza, muchas iglesias.

El prelado Manrique de Lara decidió reconstruir la catedral de León,
y se iniciaron los trabajos,
pero el proyecto se frustró al morir dicho obispo en 1205.

La obra gótica se llevó a cabo en la segunda mitad del siglo XIII,
coincidiendo con el reinado de Alfonso X el Sabio,
y teniendo como impulsor al obispo don Martín Fernández.
Don Martín era notario real y amigo del monarca,
y consiguió de éste ayudas para su proyecto.


***


El lugar que ocupa en la ciudad la catedral en León
responde a un emplazamiento que se repite en Castilla,
vinculando el templo a la muralla, como en el caso de Ávila.
La girola del siglo XIII se integró en la muralla romana.
La nueva iglesia gótica se apoyó en los viejos pies románicos
y desplegó su cabecera hacia fuera de la ciudad,
que era la única dirección en la que disponía de espacio para crecer,
pues en el interior el apretado caserío no permitía hacerlo.
Para ello, se tiró parte de la muralla romana,
que discurre bajo el altar mayor.

La catedral de León presenta una frágil cabecera
de tracerías góticas finas y ligeras,
pero cuenta con un sólido basamento
que contribuiría a la fortificación de la ciudad.
En los contrafuertes de la cabecera se abren amplios arcos
que permiten moverse por encima de las capillas absidiales,
pues el adarve de la muralla pasa por esa zona.
De hecho, algunas piezas de la catedral (demolidas en el siglo XIX)
formaban un todo con el amurallamiento.
La Iglesia debía mantener y defender en tiempo de guerra
una gran parte de la muralla,
que era la que estaba inmediata a la catedral
y a las casas del obispo y de los canónigos.

La propia catedral fue escenario de enfrentamientos armados
y sirvió de bastión como plaza fuerte.
Así se recoge en la Crónica de Alfonso XI
en relación con las luchas civiles provocadas
por quienes pretendieron la tutoría del monarca
durante su minoría de edad (1312-1325),
coincidiendo con la terminación de la obra principal de la catedral:
Los partidarios de don Juan Manuel, nieto de Fernando III,
y los del infante don Felipe, hijo de doña María de Molina,
se enfrentaron en León,
en cuya catedral se hicieron fuertes los de don Juan;
entró en la ciudad don Felipe, tío del rey,
y «mandó combatir la iglesia muy fuertemente,
e entráronla por la fuerza»,
después de quemar «unas casas del Obispo
que estaban arrimadas a la iglesia»;
los del interior, a pesar de que se habían abastecido de armas
y de que «barbotearon» las puertas del templo,
terminaron entregando «aquella fortaleza de la iglesia».


***


El templo se levantó sobre un proyecto que no sufrió alteraciones.
La obra se terminó con celeridad,
lo que le proporcionó una unidad poco frecuente.
La construcción se concluyó en 1303,
o sea, en unos cincuenta años.


La catedral se erigió en un solar
que había sido ocupado por distintas construcciones
sucesivamente superpuestas en el tiempo,
lo que condujo a reaprovechar los cimientos anteriores.


Sin embargo, el templo gótico superaba, en planta y alzados,
a los anteriores edificios - termas romanas y catedral románica -.


Se desconoce quién fue el autor de la traza.
Procedía de Francia
y conocía los modelos de Chartres, Reims y Amiens,
es decir, la arquitectura gótica de la primera mitad del siglo XIII,
si bien aquí abordó soluciones nuevas, más atrevidas,
que sitúan a la catedral leonesa
en la vanguardia de la arquitectura gótica europea,
en el arriesgado empeño de aligerar masa y reducir paramentos.


Quizás el maestro de León fue el mismo que el de Burgos,
el maestro Enrique.
Cuando murió éste, le sustituyó, tanto en Burgos como en León,
Juan Pérez (“maestre de la obra de Santa María de Regla”,
según reza su testamento),
que siguió con fidelidad los planos de su antecesor.
A León le precedieron en el tiempo tanto Burgos como Toledo,
pero la obra de León aportó ideas
que desafiaban cuanto hasta entonces se había hecho.


Planteó una altura hasta entonces desconocida para las bóvedas,
sostenidas por finos arbotantes.


Lo más destacado de la obra leonesa es el vaciado del muro,
que casi desaparece.
Concentrando los empujes en los puntos de apoyo de los arcos,
las paredes quedaban libres de carga,
simples tabiques de cerramiento.
Al eliminar la masa mural,
la construcción ofrece una imagen ingrávida
nueva en la arquitectura española del siglo XIII.


La catedral de León, junto con Chartres y la Sainte Chapelle de París,
son las que tienen mayor superficie de vidrieras.


La piedra es sustituida por la luz,
que, filtrada por los vitrales de colores,
crea en el interior del templo un ámbito prodigioso;
además, las vidrieras sustituyen también a la pintura mural
en su función docente e ideológica.


Sin embargo, las torres son muy poderosas
y prácticamente ciegas en su arranque,
torres fuertes como otras españolas,
la antítesis de las esbeltas y caladas torres del gótico francés;
resultan muy arcaizantes
y se apartan de la sutil arquitectura del resto del templo;
su finalidad es distinta
y su concepción y construcción parecen deberse a otro autor.


La actual planta del templo corresponde al trazado del siglo XIII,
sin incluir claustro ni otras dependencias anejas, que son posteriores.


En cambio, en el exterior
ha sido tal la transformación de sus fachadas
que difícilmente puede reconocerse la arquitectura del siglo XIII.


Sobre el núcleo del siglo XIII se producirán en los siglos siguientes
adiciones y modificaciones,
aunque no tan importantes como las que tuvieron lugar
en las catedrales de Burgos o de Toledo,
bien porque la ubicación de la catedral no lo permitía,
bien porque León no vivió la prosperidad de aquellas otras ciudades.


Pese a ello, en los primeros siglos de su historia
la seo leonesa experimentó alteraciones y añadidos
que se convirtieron en agravante de los males
que amenazaron la frágil estructura gótica de la iglesia.


***


Mientras tanto, el lugar fue llenándose de muertos.
En el claustro y en el interior del templo hay muchos enterramientos,
algunos procedentes de la vieja catedral románica.
Además, algunos de los sepulcros han sufrido traslados,
a consecuencia de las sucesivas obras.


En el altar mayor está la urna o arqueta del obispo San Froilán,
que se expone debajo del retablo de la capilla.
Froilán, anacoreta y obispo, fue uno de los pilares
del proyecto repoblador y misionero del último rey de Asturias,
Alfonso III el Magno.
Froilán murió en el año 904 y fue enterrado
en un sepulcro hecho construir para sí por Alfonso III.
A comienzos del siglo XVI sus restos fueron trasladados
a un arca de plata y oro.


En la girola, detrás del altar mayor, en el paño central del trasaltar,
enfrente de la capilla de la Virgen Blanca,
está enterrado el rey Ordoño II de León,
el rey que hizo levantar la primera catedral, en el siglo X.
Era hijo de Alfonso III el Magno y de doña Jimena, reyes de Asturias.
Falleció en el año 924.
Siguiendo sus deseos, fue sepultado en la primitiva catedral de León,
hoy desaparecida,
por lo que se ignora el lugar en el que se ubicó la sepultura inicial.
Ordoño II fue el primer monarca enterrado en la ciudad de León.
Su sepulcro ha sufrido reformas desde el siglo XIII hasta el siglo XV.
Aunque la mayor parte del mausoleo es del siglo XV,
la estatua yacente, la parte más antigua del sepulcro,
es del siglo XIII, contemporánea de la catedral gótica,
y parece haber sido esculpida para estar de pie;
pudo, por tanto, haber sido desplazada a este lugar
desde alguna de las portadas de la catedral.
Las figuras y rótulos que rodean la escultura del monarca
quizás fueron copiados del sepulcro primitivo
y contienen un resumen de las principales conquistas del rey;
un monje y un heraldo señalan con sus dedos
los epitafios colocados bajo ellos. Respectivamente:

«OMNIBUS EXEMPLUM SIT, QUOD VENERABILE TEMPLUM REX DEDIT ORDONIUS. QUO JACET IPSE PIUS HANC FECIT SEDEM QUA(M) P(RI)MO FECERAT EDEM, VIRGINIS ORTATU QUAE FULGET PONTIFICATU PAVIT EAM DONIS PER EAM NITET URBS LEGIONIS QUESUM(US) ERGO DEI GRATIA PARCAT EI. AMEN».

«IS REX ALFONSI P(A)TRIS SUI VESTIGIO, PRUDENTER ET CULTE (IUSTE) REGNU(M) GUBERNANS. TALAVERA(M) CEPIT ET ARABES APUD CASTRU(M) S(AN)C(T)I STEPHANI POSTRAVIT, SUBJU / GAVITQ(UE) SIBI LISITANIA(M) ET BETICA(M) PROVINCIAS ET TERRA(M) ARABU(M) QUAE SINCILLA / DICITUR MAGNA STRAGE SUBEGIT, ANAGARU(M) CEPIT ET VICARIA(M), ET OCT / AVO REGNI SUI AN(N)O CU(M) SEX MENSIB(US) CU(M)PLETIS, ZAMORAE INFIRMITATE / P(ER)CUSUS AB HOC S(E)C(U)LO MIGRAVIT, ERA DCCCCXXXIII».

Hasta el siglo XIX, la diaria Misa de Alba era ofrecida
en memoria de este rey y de sus sucesores.


El hermano de Ordoño, el rey Fruela II de León,
también fue sepultado en el primer templo románico,
aunque en la actualidad se desconoce el paradero
ni de su sepultura ni de sus restos mortales.
Hay quien afirma que, tras una primera inhumación en la catedral,
el cuerpo fue trasladado al Panteón de Reyes
de la capilla de Ntra. Sra. del Rey Casto de la Catedral de Oviedo.

En la capilla de la Virgen Blanca, cerca del sepulcro de Ordoño II,
se encuentran dos sepulcros del siglo XIV,
a ambos lados de la escultura de la Virgen;
sendos sarcófagos empotrados en la pared, con estatua yacente.



Uno de ellos contiene los restos del infante Alfonso de Valencia,
benefactor de la catedral,
hijo del infante Juan de Castilla “el de Tarifa”
y nieto de Alfonso X el Sabio, rey de Castilla y León.


En el otro, uno de los más bellos de la catedral,
se encuentra la condesa Sancha Muñiz,
hija del conde Munio Fernández.
La condesa fundó a orillas del Esla, en Cabreros del Río,
un monasterio que donó a la catedral;
la generosidad de Sancha suscitó el recelo de su sobrino y heredero,
que terminó matando a la condesa;
esta historia está representada en el frontis de la urna:
la condesa ofrece el templo a la Virgen de Regla;
a continuación unos sicarios la asesinan
y el sobrino, a caballo, presencia el crimen;
al final, el sobrino cae del caballo,
su pie queda enganchado en el estribo
el animal lo arrastra y le causa la muerte,
recibiendo así castigo el asesino.

Otra mujer enterrada en el templo es doña María Velázquez,
junto a su esposo don Rodrigo Alonso de Mansilla,
Adelantado de guerra de León y Galicia y Merino mayor de Asturias.
Ambos fueron patrocinadores de la catedral.
Sus sepulcros y estatuas yacentes se encuentran
en los muros de la capilla de San Andrés.

La capilla fue construida en 1376 por don Rodrigo y su esposa
como panteón familiar.
En la misma, una lápida señala
el enterramiento de Florián Mansilla Cabeza de Vaca:
«Florián Mansilla Cabeza de Vaca, caballero del hábito de Santiago, natural desta Ciudad, se mandó enterrar en esta capilla del Adelantado don Rodrigo Alonso de Mansilla, hermano abuelo por línea directa de varón. Dejó a esta capilla un cáliz de plata dorado a partes y dentro de un relicario de cristal y plata un hueso de Sant Andrés Apóstol».

Están enterrados en la seo numerosos obispos,
algunos de ellos en la capilla de San Andrés.

El obispo don Pelagio, fundador de la catedral románica,
en la entrada de la sacristía.


El obispo don Manrique de Lara (muerto en 1205),
iniciador de la catedral gótica en 1188,
en la capilla de Nuestra Señora del Dado.


El obispo don Martín Fernández (muerto en 1289),
protegido de Alfonso X e impulsor de la catedral gótica,
en el brazo sur del transepto;


aunque no se sabe con seguridad quién está enterrado allí,
si, efectivamente, Martín Fernández
o su antecesor Munio Álvarez (muerto en 1252);
este sepulcro está muy deteriorado,
a causa de las corrientes de agua en los cimientos de esa zona,
debido a las calderas de las antiguas termas romanas
que se hallan en el subsuelo.


El obispo don Arnaldo, en la capilla del Nacimiento;
fue amigo de Fernando el Santo y perseguidor de los albigenses.


El obispo don Diego Ramírez de Guzmán,
hoy en la capilla de la Esperanza y antes en la del Nacimiento.


El obispo don Gonzalo Osorio,
en la capilla de la girola que hoy hace de antesacristía.


El obispo don Juan Ocampo,
en la antigua capilla de santa Teresa.


El obispo don Martín Rodríguez “el Zamorano”
(llamado así por haber pasado de la sede de Zamora a la de León),
en el muro del crucero norte, junto a la entrada al claustro;


es una obra maestra de la escultura funeraria,
atribuida al Maestro de la Virgen Blanca.


El obispo don Rodrigo Álvarez,
en la capilla del Carmen, cerca de la girola;
es el mejor conservado de la catedral.


El obispo don Rodrigo de Vergara (muerto en 1478),
en la capilla de Nuestra Señora del Pilar,
capilla que esconde la puerta que da acceso
a la escalera de caracol de la torre Limona,
construida en el siglo XV por el maestro Jusquín
para mejorar los empujes de los arbotantes hacia la cabecera.

También hay enterramientos de personajes leoneses destacados,
de entre los siglos XIII y XVI.


Entre ellos sobresale, en el claustro,
el del canónigo don Juan Martínez de Grajal.
«Oh, tú, quien quiera que seas, que pasas y contemplas la mezquina superficie de este mármol; mira dónde lleva la vana gloria del mundo. Fui canónigo de León y estudié las leyes civiles para proteger a los necesitados; un nombre cubierto de títulos y unas sienes coronadas de laurel proclaman mi amor a la Justicia. Pero, ¿para qué sirven tales honores y la multitud desolada de amigos y deudos? Nadie puede ayudarte en este trance. Mi patria fue Grajal y Juan tuve por nombre. El espíritu asciende a lo alto, mas los huesos quedan bajo la piedra».


Y, en el interior, los sepulcros de dos arcedianos,
en antiguas capillas hoy ocupadas por el museo:
Gonzalo Petri, en la antigua capilla de la Trinidad.
El Maestro Facundo, en la antigua capilla de santa Catalina.


En la capilla de Nuestra Señora del Dado
se conserva el lugar donde debió ser enterrado Juan del Enzina,
«por ser el lugar que le vendió el Cabildo para su enterramiento».
En la actualidad se ignora dónde están sus restos.

Allí mismo está el lugar de reposo de Pérez Gavilán,
un rico comerciante que donó su hacienda al cabildo,
fue nombrado canónigo honorario y murió en 1382.


Debajo de una pintura de san Cristóbal se conserva un sepulcro
que albergó las cenizas de san Alvito.

Alvito fue hijo de Aloito Fernández de Saavedra,
que fue ricohombre y mayordomo mayor del rey Bermudo II de León.
Alvito fue obispo de León desde 1057.
En 1063 el rey Fernando I organizó una expedición
contra el sur peninsular,
y tras sus éxitos militares envió a Sevilla a Alvito
para recuperar los cuerpos de las santas Justa y Rufina;
no se encontraron los restos de éstas, pero sí los de san Isidoro.
Alvito murió en Sevilla
una semana después de hallar el sepulcro del santo,
y se trasladaron a León los cuerpos de ambos.
(Los restos de san Isidoro se encuentran en la basílica leonesa).
Alvito no fue canonizado,
pero sí venerado como santo en la iglesia de León.

Hoy el sepulcro de Alvito, apoyado en dos gárgolas caídas, está vacío.

La actual capilla de San Alvito está frente a la capilla del Nacimiento:


En 1522 murió el maestro Juan de Badajoz el Viejo.
Por entonces, los modelos góticos estaban agotados
y la catedral de León se abre a las modernas concepciones artísticas
a través de Juan de Badajoz el Mozo,
arquitecto de Santa María de Regla hasta su muerte en 1552;
el nuevo maestro introdujo la estética renacentista en la catedral,
fundiéndola con la obra gótica de su padre.

A iniciativa del obispo del momento, en 1527
Juan de Badajoz el Mozo proyectó un altar-sepulcro para Alvito.
Los restos del “santo” fueron trasladados en 1565.
El frontal de plata de su tumba
se lo llevaron los franceses en el siglo XIX.


***


A comienzos del siglo XVI se perdió
parte de la transparencia de la cabecera,
al irse cerrando los arcos del presbiterio
con un sutil calado pétreo que evoca un trabajo de rejería,
en estilo gótico flamígero.

Pero por esas fechas empezaron a apreciarse las primeras grietas.
Se ha apuntado como causa de las mismas:
cimentación insuficiente, rapidez en la construcción,
delgadez extrema de todos los elementos del apoyo,
mal estribamiento, deficiente trabazón de los materiales...
Las antiguas termas,
con sus corrientes de agua, sus huecos y sus inestables ruinas,
ya durante la construcción dieron problemas.
En el siglo XVI, la catedral experimentaba movimientos alarmantes,
con frecuentes desplomes parciales.
Estaba sufriendo un rápido envejecimiento.


En 1631 la bóveda del tramo central del crucero se hundió.


El entonces maestro de la catedral, Juan de Naveda,
propuso levantar una cúpula ciega
y asegurar la trabazón de la arriesgada obra de cantería
con una especie de rudimentario mallazo tejido
a base de grandes clavos entre las juntas y alambre atando aquéllos.
Pero la necesidad de incorporar nuevos elementos como las pechinas
para poder sentar el arranque anular de la cúpula semiesférica,
en vez de atajar el daño lo agravó.


Debido a los empujes interiores, en la fachada sur
se siguieron produciendo derrumbamientos y abriéndose grietas.


En el siglo XVIII los problemas de la catedral fueron agudizándose
y las actuaciones propuestas aceleraron la situación crítica.


Se recurrió a Joaquín de Churriguera,
afamado escultor pero con escasa experiencia como arquitecto,
pese a lo cual también estaba trabajando en los problemas similares
que presentaba la catedral de Salamanca.
El desconocimiento de la mecánica del sistema arquitectónico gótico
hizo acumular errores.
Cada decisión tomada implicaba
un incremento pétreo, un aumento del peso,
y por tanto un progresivo empeoramiento del mal.


En 1743 se desmoronó parte del templo:
Se vino abajo un pilar toral y las bóvedas inmediatas.
La ciudad temía una catástrofe total.


Se llamó a Giacomo Pavía,
conocido pintor pero con poca formación en arquitectura.
Éste adoptó soluciones provisionales
que no iban a la raíz de los daños.
Rehizo lo hundido y “maquilló” los problemas,
sustituyendo piedra por madera pintada.


En 1755 el terremoto de Lisboa se dejó sentir también en León,
y en particular en su catedral.
Para reparar los nuevos deterioros, se optó por macizar huecos.


***


Así se llegó al siglo XIX
y a la revalorización del gótico por el Romanticismo en toda Europa:
Es en esos años cuando se decide
terminar la catedral de Colonia,
restaurar Nuestra Señora de París,
dotar de una nueva fachada a la catedral de Florencia...
Sin embargo, en España coincidió con el proceso desamortizador,
que tanto daño hizo a nuestro patrimonio arquitectónico.


La catedral de León amenazaba una ruina inminente.
Necesitaba con urgencia soluciones
a cuyo coste el cabildo ya no podía hacer frente.
Pidió ayuda al Gobierno,
y afortunadamente éste reaccionó de modo positivo.


En 1844 la catedral de León fue el primer edificio español
que recibió la declaración de Monumento Nacional,
lo que comportaba el compromiso
de que fueran por cuenta y cargo del Estado
las obras de restauración y conservación.
Pero éstas no fueron inmediatas.


Pocos años después se produjeron hundimientos en las bóvedas
y la fachada sur se empezó a desplomar.
El obispo de León escribió una alarmada carta solicitando auxilio
al duque de Rivas, presidente de la Academia de San Fernando.


La empresa constituía un reto considerable,
dada la envergadura de los daños.
Se decidió desmontar y reconstruir todo el costado sur de la catedral,
iniciativa que levantó una intensa polémica.
El ambicioso proyecto era restaurarlo
eliminando con un sentido purista lo que no era originalmente gótico,
suprimiendo todas las adiciones.
Cruzada Villaamil propuso consultar al mismo Viollet-le-Duc,
quien se había ofrecido a asesorar las obras,
consulta que rechazó la Academia de San Fernando.
Al debate técnico y artístico se añadió el conflicto político
en los difíciles tiempos de la Revolución del 68.
Las obras se vieron afectadas en distintos aspectos,
incluso por el hecho de que los obreros no cobraban puntualmente,
lo cual repercutió en los trabajos;
el obispo y el propio arquitecto llegaron a adelantar cantidades
para pagar jornales.
El ambiente en torno al asunto de la restauración de la catedral
estaba cada vez más enrarecido.
Se sucedían los arquitectos, las propuestas y las disputas,
y se avanzaba poco.
Interrupciones, indisciplinas, picarescas, desconfianzas, despidos...
El caos iba en aumento.
La catedral llevaba 10 años desmantelada.
La Academia nombró una Comisión,
de la que formaba parte José Amador de los Ríos,
que aconsejó relevar al arquitecto.
El Ministerio abrió expediente a éste,
por irregularidades “económico-administrativas”.
Ello dio lugar a una serie de duras cartas públicas
cruzadas entre el arquitecto y la comisión,
en las que salieron a relucir todo tipo de ruindades.


En los años siguientes el abandono de las obras llegó a tal extremo
que en 1876 el prelado leonés envió unas angustiadas circulares
a las demás diócesis españolas solicitando ayuda económica,
pues «muchos años ha que los Gobiernos
no atienden esta desgraciada Iglesia»,
cuya catedral «vendrá a derrumbarse enteramente»,
como se deducía del informe pericial que acompañaba.
El autor de tal informe que afirmaba que, de no realizarse las obras,
en breve la ruina de la catedral «es segura y pronta»,
era Juan de Madrazo y Kuntz.


Con él se inició en España la restauración de la arquitectura medieval
con criterios arqueológicos y científicos,
aunque actualmente se consideran discutibles.
Era un hombre erudito y preparado
que había estudiado las obras de Viollet-le-Duc.

Madrazo había sido nombrado nuevo director de las obras en 1869,
y permaneció en el cargo hasta 1879,
año en que fue cesado, se dice que acusado de masón.
Murió pocos meses después.


Es a él a quien se debe el aspecto actual de la catedral.
Madrazo “imaginó” la catedral gótica ideal
más allá de la realidad histórica del templo. La catedral “soñada”.


Además, proyectó una ingeniosa armadura de madera
que sujetaba el edificio a partir del triforio dejando expedita la planta,
atando bóvedas y muros y descargando los arbotantes,
de suerte que desactivaba la mecánica de arcos y bóvedas
y neutralizaba los empujes.


A pesar del urgente diagnóstico de Madrazo
y de la desesperada circular episcopal,
los fondos seguían sin llegar a León.
Las autoridades eclesiásticas, civiles y militares de la provincia
hicieron un último intento,
proponiendo una colecta entre «todas las naciones de Europa».
En respuesta, el rey Alfonso XII efectuó un generoso donativo.
Poca más respuesta hubo.


En 1880 se nombró como sustituto de Juan de Madrazo
a Demetrio de los Ríos, perteneciente a otro clan familiar
tan influyente como el de los Madrazo.
Al mismo tiempo, el Estado empezó a aportar el dinero necesario.
Desde entonces hasta su fallecimiento en 1892,
Demetrio de los Ríos llevó la obra a buen ritmo.
Con un criterio purista a ultranza,
él fue el ejecutor del proyecto de Madrazo.


Además, propuso acciones que más tarde se cumplirían,
como el aislamiento de la catedral como edificio exento.


En 1880 el templo ofrecía una imagen desoladora,
faltando muchas de sus bóvedas.


En 1890, Ríos dirigía una memoria al ministro de Fomento
dando cuenta de lo ejecutado en este periodo, afirmando
haber «descostrado en absoluto interiormente todo el templo,
repicando y rejuntando todos los sillares
de sus pilas, arcos perpiaños y oblicuos, bóvedas, muros
y demás partes de su estructura fundamental,
no quedando en toda su amplitud ni un decímetro superficial
sobre el cual no haya pasado el cincel
para arrancarles las diferentes capas de todos colores y especies
que le fueron poniendo
los siglos de ignorancia y depravación artística».

Hasta procedió a levantar el suelo de la catedral,
sustituyendo las losas antiguas, en mal estado,
por otras relabradas de las mismas, en la medida en que fue posible.


Actuaciones así las ha habido en otras muchas catedrales de Europa,
como la de Reims,
que fue prácticamente destruida durante la Primera Guerra Mundial,
y luego reconstruida.


En 1892 murió Demetrio de los Ríos.
Su sucesor, Juan Bautista Lázaro, restauró las vidrieras.


Instaló un horno, montó un taller
y trabajó intensamente entre 1892 y 1898.


Para los vanos que habían sido tapiados
se fabricaron nuevos vitrales
cuya perfección técnica hace difícil distinguirlos de los antiguos.


Pese a esta intervención, las vidrieras de la catedral leonesa
siguen constituyendo el mejor conjunto medieval de Europa.


La organización de su temática
responde a la simbología del pensamiento medieval:
El piso bajo recoge dibujos vegetales que simbolizan la tierra
y escenas de las clases trabajadoras.
Los ventanales medios o triforios representan el nivel terrestre alto:
la realeza y el estamento nobiliario (personajes y escudos).
Los ventanales altos o claristorio representan la esfera espiritual,
con escenas de ambos Testamentos.
En el testero norte, donde incide menos la luz del sol,
las escenas corresponden al Antiguo Testamento,
cuando la humanidad aún no había recibido la luz de Cristo.
La fachada sur, mejor iluminada,
cuenta el Nuevo Testamento, la Buena Nueva.


Hay además algunas representaciones llamativas:
Simón el Mago, un alquimista trabajando con su matraz...


Se dice que algunas de las vidrieras más luminosas
son aquéllas en las que se utilizó en el siglo XIV el amarillo de plata,
un compuesto que se conocía desde un siglo antes y que fue
el resultado fallido de intentar convertir nitrato de plata en oro;
es decir, de aplicar el arte secreto de la alquimia.


Por todo el templo se pueden encontrar detalles interesantes:


Se ha llamado la atención sobre el gran número de alquerques,
antiguos tableros de juego,
que hay tallados en las viejas losas.


Hay también representaciones curiosas:
En el claustro, en un capitel, figuran
Alfonso XI, su amante Leonor Ramírez de Guzmán
y el obispo don Juan Ocampo.
En el pórtico principal puede verse al llamado “hombre verde”,
cabeza humana rodeada de follaje que sale de su boca y su nariz...


Todo ello se ha preservado, pese a que, en el siglo XIX,
desde los elementos más firmes, como el pavimento,
hasta los más sutiles, como las vidrieras,
todo fue alterado con arreglo a un criterio riguroso.
Algunos pasadizos y túneles fueron cegados
para reforzar la cimentación.


En el siglo XVIII se había introducido un elemento
totalmente extraño a la estructura gótica:
El cabildo leonés, impresionado por el “transparente”
que Narciso Tomé había construido en la catedral de Toledo,
decidió hacer algo parecido en el presbiterio de la suya.
Contrató con dicho artista, y con su sobrino Simón Gavilán,
un enorme retablo barroco, aparatoso y teatral,
para reemplazar el que Nicolás Francés había pintado en el siglo XV
para la capilla mayor.
El retablo barroco se colocó en 1740.
Chocaba de tal modo con la sencillez del templo
que en el siglo XIX, durante las obras de restauración,
los arquitectos “puristas” decidieron desmontarlo.
En la actualidad se encuentra depositado por el cabildo
en la iglesia de los Capuchinos.


Se emprendió entonces la tarea de reconstruir el retablo gótico,
compuesto por decenas de piezas,
pero la mayoría había desaparecido;
sólo se recuperaron las cinco mayores,
que integran el retablo actual, el resto de cuyas tablas
se trajeron de distintos lugares.


En 1901 la catedral se abrió de nuevo al culto.
A lo largo del siglo XX se han realizado otras restauraciones parciales.


En 1913 José González publicó Pulchra Leonina,
novela cuya acción se desarrolla en torno a la catedral de León
en los días de su restauración.


***


En 1991, Juan Antonio Toral, un vagabundo asturiano de 32 años,
estuvo algún tiempo merodeando por la catedral.
Pasaba los días sentado en sus bancos
y las noches acostado junto a la valla.


Una madrugada de abril de 1991,
trepó por el cable del pararrayos,
rompió una vidriera de la capilla de la Virgen Blanca,
entró y un rato más tarde volvió a salir.
La policía lo detuvo dos días después.
En su declaración ante el juez,
el vagabundo explicó que había entrado
porque oía voces, algo le llamaba desde el interior del templo.


Aseguró que no quiso hacer daño a la catedral
sino sólo levantar la tapa del sepulcro del infante Alfonso
y dialogar con el vampiro que amenazaba la ciudad;
«a pesar de que me exponía a que los vampiros me mataran,
entré sin armas ni cuchillos».
Juan fue recluido en un centro psiquiátrico.


Entre unas cosas y otras,
es un milagro que la catedral de León siga en pie,
amenazada como ha estado por la ruina casi desde su construcción.

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