lunes, 3 de noviembre de 2014

ANIAGO



Aniago está a unos 18 kilómetros de Valladolid,
indicado en la carretera que va a Medina del Campo,
en un camino de tierra que sale a la derecha,
en la vega del Duero, en su unión con el Adaja.
Pertenece al municipio de Villanueva de Duero.


Aniago nunca fue propiamente una población.


El lugar fue propiedad del monasterio de Santo Domingo de Silos
desde el año 1135.


En el siglo XIV era una pequeña aldea que pertenecía a Valladolid.
En 1365 Valladolid la vendió a la reina doña Juana Manuel,
esposa de Enrique II.


En 1376 la reina la donó a fray Pedro Fernández,
prior del toledano monasterio jerónimo de Santa María de la Sisla,
para que erigiese un convento de su orden.


Los jerónimos comenzaron la construcción de la nueva casa
pero, por alguna causa, no llegaron a fundar el monasterio.
En 1382 vendieron el terreno a Valladolid.


En 1409 Valladolid, por indicación del rey,
lo vendió a Vázquez de Cepeda, obispo de Segovia,
para que se fundase allí un monasterio.
En 1436 el obispo otorgó testamento
nombrando patrona del lugar a la reina doña María de Aragón,
esposa de Juan II de Castilla.


En 1439 la reina lo donó a los predicadores.
Éstos estuvieron en Aniago sólo dos años.


En 1441 el lugar fue entregado a los cartujos,
que llegaron de la cartuja de Sevilla.


La Real Cartuja de Nuestra Señora de Aniago,
pese a ser visitada y protegida por reyes,
fue una de las cartujas más pobres de España.


Sólo se mantuvo gracias a la caridad
de otros establecimientos de la orden.


Los cartujos estuvieron en Aniago
hasta la Desamortización de 1835.


Aniago fue una de las dos únicas cartujas
que se construyeron en el Norte de España,
junto con la de Miraflores, en Burgos.
Tiene, por tanto, un gran valor histórico.


Sin embargo, si no se hace nada,
lo poco que queda de ella puede hundirse en cualquier momento.


***

En 1845, Madoz describía así el lugar,
en su Diccionario de los pueblos de España:


«Con libre ventilación, despejada atmósfera y clima sano; todo el término está plantado, parte de monte y parte de pinares vastísimos, que circuyen el monasterio, abundantísimos de caza menor de toda especie, con muy buenos pastos, siendo para lo demás improductivo por la aridez del terreno. Sin embargo, a medida que se va aproximando al monasterio, se advierte su posición de las más pintorescas que pueden idearse: por la parte del Sur corre con sus frondosas riberas el río Adaja, formando espesas alamedas y deliciosos bosquecillos; y por el Oeste se adelanta con orgullo el majestuoso Duero, que después de haber tomado a corta distancia de Simancas las aguas del Pisuerga, viene a apoderarse de las del Adaja, haciéndole perder su nombre. En el ángulo que forma la confluencia de estos ríos, sitio perfectamente llano, se eleva la antigua cartuja de Aniago , edificio humilde en su exterior, e irregular en sus formas; de suerte que apenas puede imaginar el viajero que este aislado edificio sea un monasterio, pues a excepción de la torre o espadaña que descuella sobre el resto de la fábrica, circunvalada por enormes tapias de mampostería, más se asemeja a una casa de campo regular que a lo que realmente es en sí: contiene este recinto las habitaciones de los monjes, iglesia nueva y vieja, paneras y grandes edificios para los colonos: lo más notable de todo, y que aún se conserva en buen estado, es un magnífico claustro de estilo gótico, fábrica de piedra y ladrillo, compuesto de cuatro ángulos regulares; en su alrededor están las celdas habitadas antiguamente por los monjes, que por su construcción se echa de ver el aislamiento y soledad en que vivían: cada monje tenía dos habitaciones, alta y baja, que se comunicaban por medio de una escalera interior, y un jardín plantado de árboles frutales y flores que cultivaban ellos mismos, para cuyo riego tenían un pozo con su correspondiente aljibe; en la puerta de cada celda había un torno para la introducción de los alimentos, de suerte que sólo se comunicaban con los demás un día a la semana, o en caso de enfermedad. La iglesia vieja , fuera de su exterior de piedra y ladrillo, nada tiene de particular, pues el interior está sin altares y en estado de completa ruina; en la iglesia nueva hay 6 altares y una hermosa sillería de nogal en derredor del templo. La porción de edificios contiguos al principal, si bien en la actualidad presentan un aspecto repugnante y ruinoso, indican que fueron construidos con lujo y solidez».


***

Con la Desamortización la finca pasó a manos de particulares,
que la convirtieron en explotación agrícola
y se despreocuparon de la conservación del edificio.


En torno a la explotación se formó un pequeño poblado,
un caserío de labranza.


La familia Mazariegos era la dueña de todas las casas.
Los Mazariegos no vivían allí,
pero tenían una propiedad donde pasaban los veranos,
a la que llamaban “Casa Grande”.
El resto de las familias vivían en pequeñas casas sin comodidades.


***

En los años 60 del siglo XX aún vivían en Aniago unas 15 familias.


Un par de autobuses diarios los comunicaban con Valladolid;
paraban al comienzo del camino que conducía al lugar.
Algunos de sus habitantes iban y venían a Valladolid a pie.

Aniago no tenía ayuntamiento ni escuela ni centro sanitario
ni iglesia con culto.
Para todo dependía de Villanueva, a unos 4 kilómetros.

Todos sus habitantes trabajaban las tierras de los alrededores.
Los niños jugaban
entre las misteriosas y melancólicas ruinas del monasterio.


Aún queda gente con vida que cuenta la historia de aquellos años.


Hoy las ruinas de la cartuja se encuentran dentro de la finca,
valladas en casi todo su perímetro.
Junto a ellas hay construcciones de moderna factura,
almacenes asociados a la explotación agrícola,
en los que se guardan maquinaria y fertilizantes.
Quedan también los restos de alguna casa
que estuvo habitada hasta los 60.


Su acceso no es fácil, pero su situación es de abandono y desolación,
una pura ruina habitada por cigüeñas y lechuzas,
en un estado de progresivo desmoronamiento.


Arcos descarnados, naves sin techo, paredes semihundidas,
dependencias destrozadas,
suelos cubiertos de escombros e invadidos por la vegetación.


De los siglos de vida del monasterio, apenas hay testimonio.
En el centro del claustro se puede ver el esqueleto de un palomar.
La iglesia conserva restos de decoración barroca,
muy deteriorados y expoliados;
algunas de sus piezas artísticas fueron llevadas a otros lugares.


Muchos elementos se han perdido para siempre
pero el conjunto podría recuperarse, si se tuviera voluntad.


Queda lo suficiente como para que aún no sea demasiado tarde.

Pero no parece que exista esa voluntad.

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