Aniago
está a unos 18 kilómetros de Valladolid,
indicado
en la carretera que va a Medina del Campo,
en
un camino de tierra que sale a la derecha,
en
la vega del Duero, en su unión con el Adaja.
Pertenece
al municipio de Villanueva de Duero.
Aniago
nunca fue propiamente una población.
El
lugar fue propiedad del monasterio de Santo Domingo de Silos
desde
el año 1135.
En
el siglo XIV era una pequeña aldea que pertenecía a Valladolid.
En
1365 Valladolid la vendió a la reina doña Juana Manuel,
esposa
de Enrique II.
En
1376 la reina la donó a fray Pedro Fernández,
prior
del toledano monasterio jerónimo de Santa María de la Sisla,
para
que erigiese un convento de su orden.
Los
jerónimos comenzaron la construcción de la nueva casa
pero,
por alguna causa, no llegaron a fundar el monasterio.
En
1382 vendieron el terreno a Valladolid.
En
1409 Valladolid, por indicación del rey,
lo
vendió a Vázquez de Cepeda, obispo de Segovia,
para
que se fundase allí un monasterio.
En
1436 el obispo otorgó testamento
nombrando
patrona del lugar a la reina doña María de Aragón,
esposa
de Juan II de Castilla.
En
1439 la reina lo donó a los predicadores.
Éstos
estuvieron en Aniago sólo dos años.
En
1441 el lugar fue entregado a los cartujos,
que
llegaron de la cartuja de Sevilla.
La
Real Cartuja de Nuestra Señora de Aniago,
pese
a ser visitada y protegida por reyes,
fue
una de las cartujas más pobres de España.
Sólo se mantuvo gracias a la caridad
de
otros establecimientos de la orden.
Los
cartujos estuvieron en Aniago
hasta
la Desamortización de 1835.
Aniago
fue una de las dos únicas cartujas
que
se construyeron en el Norte de España,
junto
con la de Miraflores, en Burgos.
Tiene,
por tanto, un gran valor histórico.
Sin
embargo, si no se hace nada,
lo
poco que queda de ella puede hundirse en cualquier momento.
***
En
1845, Madoz describía así el lugar,
en
su Diccionario de los pueblos de España:
«Con libre ventilación, despejada atmósfera y clima
sano; todo el término está plantado, parte de monte y parte de pinares vastísimos,
que circuyen el monasterio, abundantísimos de caza menor de toda especie, con
muy buenos pastos, siendo para lo demás improductivo por la aridez del terreno.
Sin embargo, a medida que se va aproximando al monasterio, se advierte su
posición de las más pintorescas que pueden idearse: por la parte del Sur corre
con sus frondosas riberas el río Adaja, formando espesas alamedas y deliciosos
bosquecillos; y por el Oeste se adelanta con orgullo el majestuoso Duero, que
después de haber tomado a corta distancia de Simancas las aguas del Pisuerga,
viene a apoderarse de las del Adaja, haciéndole perder su nombre. En el ángulo
que forma la confluencia de estos ríos, sitio perfectamente llano, se eleva la
antigua cartuja de Aniago , edificio humilde en su exterior, e irregular en sus
formas; de suerte que apenas puede imaginar el viajero que este aislado
edificio sea un monasterio, pues a excepción de la torre o espadaña que
descuella sobre el resto de la fábrica, circunvalada por enormes tapias de
mampostería, más se asemeja a una casa de campo regular que a lo que realmente
es en sí: contiene este recinto las habitaciones de los monjes, iglesia nueva y
vieja, paneras y grandes edificios para los colonos: lo más notable de todo, y
que aún se conserva en buen estado, es un magnífico claustro de estilo gótico,
fábrica de piedra y ladrillo, compuesto de cuatro ángulos regulares; en su
alrededor están las celdas habitadas antiguamente por los monjes, que por su
construcción se echa de ver el aislamiento y soledad en que vivían: cada monje
tenía dos habitaciones, alta y baja, que se comunicaban por medio de una
escalera interior, y un jardín plantado de árboles frutales y flores que
cultivaban ellos mismos, para cuyo riego tenían un pozo con su correspondiente
aljibe; en la puerta de cada celda había un torno para la introducción de los
alimentos, de suerte que sólo se comunicaban con los demás un día a la semana,
o en caso de enfermedad. La iglesia vieja , fuera de su exterior de piedra y
ladrillo, nada tiene de particular, pues el interior está sin altares y en
estado de completa ruina; en la iglesia nueva hay 6 altares y una hermosa
sillería de nogal en derredor del templo. La porción de edificios contiguos al
principal, si bien en la actualidad presentan un aspecto repugnante y ruinoso,
indican que fueron construidos con lujo y solidez».
***
Con
la Desamortización la finca pasó a manos de particulares,
que
la convirtieron en explotación agrícola
y
se despreocuparon de la conservación del edificio.
En
torno a la explotación se formó un pequeño poblado,
un
caserío de labranza.
La
familia Mazariegos era la dueña de todas las casas.
Los
Mazariegos no vivían allí,
pero
tenían una propiedad donde pasaban los veranos,
a
la que llamaban “Casa Grande”.
El
resto de las familias vivían en pequeñas casas sin comodidades.
***
En
los años 60 del siglo XX aún vivían en Aniago unas 15 familias.
Un
par de autobuses diarios los comunicaban con Valladolid;
paraban
al comienzo del camino que conducía al lugar.
Algunos
de sus habitantes iban y venían a Valladolid a pie.
Aniago
no tenía ayuntamiento ni escuela ni centro sanitario
ni
iglesia con culto.
Para
todo dependía de Villanueva, a unos 4 kilómetros.
Todos
sus habitantes trabajaban las tierras de los alrededores.
Los
niños jugaban
entre
las misteriosas y melancólicas ruinas del monasterio.
Aún
queda gente con vida que cuenta la historia de aquellos años.
Hoy
las ruinas de la cartuja se encuentran dentro de la finca,
valladas
en casi todo su perímetro.
Junto
a ellas hay construcciones de moderna factura,
almacenes
asociados a la explotación agrícola,
en
los que se guardan maquinaria y fertilizantes.
Quedan
también los restos de alguna casa
que
estuvo habitada hasta los 60.
Su
acceso no es fácil, pero su situación es de abandono y desolación,
una
pura ruina habitada por cigüeñas y lechuzas,
en
un estado de progresivo desmoronamiento.
Arcos
descarnados, naves sin techo, paredes semihundidas,
dependencias
destrozadas,
suelos
cubiertos de escombros e invadidos por la vegetación.
De
los siglos de vida del monasterio, apenas hay testimonio.
En
el centro del claustro se puede ver el esqueleto de un palomar.
La
iglesia conserva restos de decoración barroca,
muy
deteriorados y expoliados;
algunas
de sus piezas artísticas fueron llevadas a otros lugares.
Muchos
elementos se han perdido para siempre
pero
el conjunto podría recuperarse, si se tuviera voluntad.
Queda
lo suficiente como para que aún no sea demasiado tarde.
Pero
no parece que exista esa voluntad.
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